12 abril 2011

RIO GRANDE

Hasta Ushuaia todo el mundo coincide y se encuentra en llegar a este punto como destino final. Más allá, solo el dinero puede hacer que siga tu viaje. Aquí llegan experiencias, risas, emociones y amistades.
Luego toca subir hacia el norte y cada uno elije su vía. Mi idea es llegar hasta Santiago de Chile haciendo autostop, saliendo de la isla de Tierra de Fuego, cruzar 6 fronteras entre Argentina y Chile, el Estrecho de Magallanes de nuevo en ferry, subir por la Ruta 3, cruzar el ancho argentino y empezar a subir hacia Santiago por la Carretera Austral. Ahí queda eso.
Para ello comenzamos haciendo autostop en la salida de Ushuaia, en una estación de servicio que frecuentan los camioneros, que vuelven hacias Buenos Aires, tras descargar en el puerto.
Hay suerte. Nos levanta una pareja en un todoterreno y nos acerca, en tiempo record, hasta Río Grande, mientras nos despiden bosques, valles y ríos, y el Lago Fagnano.
Al llegar a Río Grande, me doy cuenta de que no hay nada, pero que nada que hacer, y además es muy caro. La gente para aquí como paso hacia Ushuaia.
Pero seguimos con la ruta. No hay suerte en la estación de servicio y probamos saliendo del pueblo. El lugar elegido es frente a la Misión Salesiana, genocida de pueblos indígenas, y ahora escuela agrotécnica.
Nadie para, todos pasan de largo, excepto un autobús de monjas que nos hacen fotos. En fin.
Empieza a llover. Vamos al pueblo a hacer noche. Luego nos enteraríamos que en la Misión te dejan una cama para pasar la noche gratis.
Al día siguiente probamos en la balanza de pesaje de los camiones.
Cada uno te cuenta una historia. Está la cosa difícil. Los seguros prohíben levantar a nadie y nuestra masculinidad lo complica aún más. Los que tienen buena onda, o van a otro destino, o aún no han descargado, y pueden estar varios días esperando la orden de salida.
Menos mal que en el kiosco " Todo por ella" nos invitan a comer. Aquí aprovechamos a preguntar a todos los camioneros que paran a comer. No hay suerte.
Pasan las horas, la luz y el calor. Llega el frío, la noche y el cansancio.
Aparece un campesino que nos ofrece alojamiento. Le seguimos.
El sitio son unos antiguos barracones de obra abandonados y reokupados. No están mal y están calentitos.
El tipo nos deja un colchón, muy buena onda. Es lo que tiene la gente humilde de la Patagonia.
El sueño me abate.

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