22 julio 2012

ENCUENTRO

No sé por qué tomé la decisión. La verdad que puedo estar tiempo recapacitando y aún no sabré cuál fue la determinación que me impulso precisamente en este momento. Entiendo que no lo vi venir, pero me conozco, ¡coño!, me conozco. Sé que estas cosas no pueden salir del todo bien. Siempre hay algo oculto, algo manipulado alevosamente. Pero la plata mueve todo. Y ahora me doy cuenta que yo tampoco me salvo. La corriente te lleva y nadie te va a echar una mano. Si eres frio, te puedes escapar. Pero la dinámica te arrastra. Nadie te prepara para superarlo. Sólo es tener suerte.

Y lo acepté. Acepté el trato. No era lo que me esperaba. Bueno no sé que esperaba. Se enrevesó. Y mucho. Girar en otra dirección es para otros. Yo ya no puedo. Lo que hice, lo que me obligaron a hacer, tengo que llevarlo conmigo. Aunque tal vez pueda enmendarme. Pensar, pensarlo, actuar. Esta vez más reflexivamente. Las vías están ahí, a ver si las localizo. De algo aprendemos, si a eso le llamamos humanidad. No va con mi persona. Ya no. Cambiaron mis perspectivas. Me cambiaron. La confusión turba mis recuerdos, mis pensamientos, y me ataca en sueños. Cualquiera diría que realmente éste es el sueño. Yo soy consciente de que lo sucedido no se borra con el frotar de unas mugrientas legañas. Ni con el primer café de la mañana. Esta aferrado a mi mente con garfios de remordimientos. Una tensión que desgarra mis sentidos. Me anula. Voy cayendo al vacío mientras observo la lejanía de mi horizonte.  ¿Será ésta mi autotortura moral? Después de todo me acerco a entender la maldita ética. ¿Y cómo la explico? Lo sencillo de provocar una risa, jodidas carcajadas de incredulidad. Pena de la ignorancia.

Tras largos meses recorriendo el continente, dejándome llevar por las brisas del estudio del pasado, buscando la cordura del presente, descansé en casa de uno de esos amigos que te vas encontrando en la ruta, en las experiencias del conocimiento subjetivamente compartido. Mis pies se alegraban de un respiro a la sofocante rutina de los pasos hacia lo desconocido, lo desconocido dentro de las pautas que marca la postmodernidad, esas contra las que se lucha, esas que pueden cambiar al segundo, ser casi cualquier cosa. Poder descansar mi espalda de los latigazos de esa aferrada mochila que vigila la estabilidad de mis músculos. Relajar mis neuronas demasiado activas en el detallismo de lo vivido. Ese era mi descanso.

La casa, llamarlo así es minimizar la importancia del recinto, se alejaba de lo que a veces me provoca ligeras asfixias. Las grandes urbes. El acecho del hormigón a mis recuerdos de la naturaleza casi virgen que tiñó la armonía del mejor cromatismo de mis pupilas receptivas.
Se dejaba rodear de grandes colinas de un esplendoroso verdor, de una sincronizada belleza, de un silencio perseguido y anhelado. Una posición privilegiada. Unos días de nuevos aires de amparo.
Localizada en el pequeño municipio de La Vega, pequeño en tamaño, grande en crecimiento y demanda de amarre, se alejaba inclusive de éste para adentrarse en la altitud de un cercano cerro. Un mirador unidireccional, de la discreción, de la calma despreocupada.
Los árboles frutales se entrelazan a la multitud de colores de arbustos florales, dejando como telón de fondo la blancura de las paredes de la casa. Una blancura espaciosa. Determinante en su finalidad edificada, la armoniosa separación de las realidades. Y se le podría llamar espaciosa a la distribución de sus paredes, a la organización del movimiento en sus entrañas.

Mi llegada se anticipaba suave, deseaba pasar unos días para aclarar hacia dónde iban mis pasos. Más ahora que me había quedado sin plata. Muchos meses de movimientos, más o menos discontínuos, sin ingresos, me hacían replantearme mis opciones. Juan escuchó mi reclamo y se solidarizó con mi emergente situación, una acogida en el momento adecuado. La idea expuesta por ambos era permanecer unos días, se podría alargar circunstancialmente a semanas, en la casa. Aprovechar su hospitalidad para aclarar mi mente y fortalecer mis decisiones. Vislumbrar alternativas no era tan fácil cuando el tiempo apremia. Juan se portó como un amigo. Escuchó mi ruego a mi paso por Bogotá, donde ví frustrado un negocio, una última opción que apuré demasiado. Aunque la ciudad tiene las mil y una puertas abiertas para desenvolver tu arte, no supe organizarlo correctamente y se escapó la suerte. Pero ahora la buscaría de nuevo, no lejos, justo ahí al lado.



Pero la casa estaba convulsa. No esperaba tanto movimiento. Personas de aquí para allá, hablando entre ellas, algunas solas. El ruido rompía la percepción de esa supuesta tranquilidad de la que me habían hablado. Eso era lo contrario. Una urbe en milímetros cuadrados. Esas paredes blancas golpeadas por los rostros que pasaban a su lado, seguidos de cuerpos aparentemente estresados. ¿Se olvidó la naturaleza de devolver el cantar de los pájaros? Los sonidos actuales se escupían de lujosos celulares, de palabras malsonantes, de acentos varios. No sé que pasaba. Mis pies se bloquearon antes de acceder a la casa. Nadie se percató de mi presencia, algo que confirmaba lo que observaba. Oteé los diferentes ángulos de la casa, las puertas, sus salidas y entradas. Buscaba a Juan. Un rostro conocido. Una mano de retirada.

Lo vi en la parte de atrás. En él se veía calma. Alimentaba a unos cachorros de pitbull de tan sólo unos meses. Preciosamente atigrados, inocentemente juguetones. Una estampa que se antojaba opuesta a lo que se movía a sus costados. Unos segundos, minutos, no sé, perdí la noción de mi tiempo, después, se encontraron las miradas. Con tan sólo un gesto de aceptación, dejó de alimentar a los perros, se sacudió las manos y se dirigió hacia donde yo estaba. Aún caminando silenciosa y parsimoniosamente despertó el interés de los otros. De la masa de hombres y mujeres que parecieran haberse escapado del cierre de Wall Street. Que siguieron con sus ojos, sus espaciados movimientos, tornando sus cuerpos, orientándolos en la misma dirección. Un sólo lugar que se convirtió en el epicentro de ese lapso de tiempo, del espacio unificado de nuestras vidas. Yo. Donde yo estaba. Mi persona. No sé. Mi cuerpo se paralizó en su totalidad. Juan seguía dirigiéndose hacia mí. Yo esperaba. Única elección. Esperaba.

Vi su mano acercarse a la mía. Intuía un encuentro, un saludo social de reconocimiento. Una aceptación hacia los otros. Una identificación hacia los otros. Como recordaba de él no apretaba especialmente fuerte, pero sí decidido. Sin dudas, ni sudor, ni imposición. Algo que me relajaba, aunque esta vez no le miraba a él. Mi vista sobrevolaba sus hombros observando y analizando al resto. Creando similitudes. Buscando un patrón común.

- Me alegra verte de nuevo-la suavidad de su afirmación me arrojó a una nueva incertidumbre.

- Juan, ¿qué está pasando?- buscaba la discreción en mis palabras, y un desesperado clamor de respuestas.

- ¿A qué te refieres amigo?- como si no fuera con él la situación.

- Bueno, tío, hablamos de que vendría aquí a relajarme unos días, a descansar mi mente y buscar como focalizar mis problemas, ya sabes esa puta mierda de economía de la que vivo. No me esperaba tanta gente. E intuyo que me siguen con la mirada. A si que esto va conmigo. No sé por qué, pero me esperan toda esa panda de yupis hijo de putas. Me miran. Sé que no te sorprende. Ni te has inmutado. Cabrón. Dime que coño pasa.

- Tranquilo Edu. Todo es normal. Las apariencias te están engañando. Tal vez estés sometido a demasiado estrés. Sí que esto va contigo, pero de buenísima onda. No te tienes que preocupar. Relájate, yo te explico toda esta movida. Calma. Ellos esperarán a que hable contigo. No tenemos prisa. Quiero que me escuches, pero que me escuches bien.

- Joder Juan, me has dejado peor de lo que estaba. Que pasa. Vamos habla ya.

- Ven conmigo. Vamos a dar un pequeño paseo para explicarte la situación. Así nos alejamos de ellos para que te relajes y nos centremos en la conversación.

Era impresionante el terreno de que disponía la finca. Juan me explicaba la extensión, señalando con sus morenos dedos las dimensiones del perímetro. la verdad que iba más allá de los cerros que cortaban mi horizonte. Unos cerros plagados de una espesa vegetación. Matorrales, pasto y una diversa variedad de árboles, algunos frutales. Caminamos bordeando una zona de juegos infantiles. Columpios, toboganes de un desgaste evidente en su pintura, y un pequeño laberinto realizado con maderas en una estructura cúbica, una extraña estructura que me atraía probar. Eso me distrajo. Mientras observaba el resto del camino; un camino cuidadosamente decorado con estacas blancas que marcaban su dirección, con algún que otro farol; observando pequeñas plantaciones de yucas y papas, verduras verdes, tal vez lechugas, espinacas y zanahorias, o pimientos y pepinos, quién sabe, non estaban muy crecidas; empecé a notar como las pulsaciones de mi corazón se frenaban, esos malditos impulsos que me habían acelerado todo el metabolismo, los nervios hicieron libre algún que otro pedo, confundiendo mi metano con el de las vacas que pastaban en su amistosa tranquilidad.
Como si pudiera percibirlo y tras unos momentos de silencio, Juan me miro con ganas de explicarme las cosas.

- Bueno Edu, te cuento. Toda esta gente está aquí por tí. Eso no es algo nuevo, vale. La cuestión empezó cuando me dijíste que venías a verme. Me contaste que estabas en bancarrota. Que no te quedaba dinero para seguir viajando y que no te salía ningún trabajo. Además de perder la plata que te quedaba en no sé que negocio.

- Vale hasta aquí te sigo. Continúa.- una nueva expectación alertó mis sentidos.

- Nunca te dije como me ganaba la vida. Nos conocimos durante meses, pero no salió el tema. Bueno no es difícil de averiguar. Soy narco. No de los grandes. Autónomo. Estoy fuera de cualquier cartel. Siempre he buscado mi libertad de movimientos. Por suerte eso se ha valorado y me he ganado un puesto de respeto con el resto de colegas del gremio. Ellos me protegen y les interesa todas mis nuevas ideas para marcar una evolución del negocio. Son muy cuadrados y de la vieja escuela. Yo tengo mis estudios científicos en la Universidad de Bogotá. Me especialicé en Geografía e Hidrología. Me interesa el tema, pero era un poco una coartada para seguir con mi negocio y aprender algo de paso. Pero me interesó y me enganchó. Luego seguí con un postgrado y doctorado en acuíferos suramericanos. Digamos que soy una pequeña eminencia. Aunque me he mantenido siempre en el anonimato y mis investigaciones nunca las he publicado. Pero me gusta hablar del tema con colegas. Ya sabes, estar un poco al día de qué se mueve. Realmente en los dos campos, el científico y el laboral.

- Creo que no me estoy enterando de qué va el tema. ¿Estamos andando para que me cuentes tu vida?- me aturdía la imprecisión de Juan, siempre le había gustado hablar mucho, pero esto era nuevo.

- Tienes razón. Me estoy enrollando un poco. Pero créeme que era necesario para que entendieras lo que te voy a contar ahora. La cosa es que todos estos años he descubierto algo inquietante. Todo empezó cuando fui a hacer unas mediciones en la Laguna El Tabacal. Está a unos pocos kilómetros de aquí. Es bastante turístico. Viene la gente desde Bogotá para verla. El enclave es tranquilo y precioso. Aprovechamos unos días que cerraron el acceso para hacer las mediciones. Nadie había medido la profundidad de la laguna aún y quería ser el primero. No tenía ningún mérito, pero yo soy de aquí. Era un poco por orgullo. Aquí vino mi sorpresa. Las mediciones fueron más asombrosas de lo que esperaba. No encontré fondo. Y lo más enigmático de todo es que encontré una fuerte succión en lo más profundo. No sé que era pero nadie jamás había escrito o descubierto nada al respecto. Sólo yo escribí un artículo cuando no pude encontrar el fondo en el Lago Nahuel Huapi ,en Argentina. No lo publiqué. Se lo mandé a por mi entonces tutor de doctorado. Se rió de mi. Dijo que era imposible, que algo había hecho mal. Que volviera a repetir las mediciones. Mi orgullo me impidió hacerle caso y deje el asunto aparcado durante un tiempo hasta ahora. Volví a Bariloche a hacer de nuevo las mediciones y confirme lo que suponía. No tiene fondo, o por lo menos no estamos preparados para medirlo con las técnicas de las que disponemos ahora. Y créeme que son avanzadas. Explicado así tan resumido igual te suena raro pero concluyendo un poco te diré que hemos descubierto algo único en el mundo. Después de verificar lo de Argentina estuve investigando durante largos meses con un grupo de colegas, bueno de secretos colegas a sueldo, el resto de lagos del continente, a través de la Cordillera de los Andes. Lo más curioso es que sólo estos dos, El Tabacal y el Nahuel Huapi, siguen sin enseñarnos sus profundidades. Y más curioso aún es que en el Nahuel encontramos la misma succión en el fondo del lago, pero en dirección opuesta. No te explico las mediciones y los parámetros de control de fluidos, de caudales, física y esas cosas, que se nos irían los días. Esto es lo importante. Sabemos, casi con total certeza que hay una comunicación subterránea, bastante subterránea, por debajo del resto de acuíferos del continente, entre estos dos lagos. Que las corrientes regulan su nivel y se comunican.¡Se comunican!.¿Sabes cuantos kilómetros de distancia hay? Más de 5.000 kilómetros. Esa distancia recorre el acuífero subterráneo. Es increíble. No hay nada igual. Nada.

- ¿En serio? No me habías dicho nada. ¡Enhorabuena por tu descubrimiento!- perdí la noción de la realidad tras escuchar la historia de Juan.

- Lo mejor de todo es que para nosotros es una oportunidad única. No científica, eso es un secreto bien guardado por el momento. Te hablo de económica. Creemos que podemos hacer una ruta submarina por el acuífero para transportar nuestra coca hasta Argentina. Con total seguridad e impunidad.

- Espera un momento. Me estás desbordando el cerebro de información. Vale que seas un narco, un científico, un gran descubridor de acuíferos, pero lo último que me has dicho ya se escapa de mi razón. Primero porque mi sentido común dice que es imposible. Segundo porque yo digo que es imposible. Y tercero...¡es imposible!- me habían vuelto los pedos, no sé si del nerviosismo o del absurdo que estaba viviendo, pero me había acelerado y estaba muy tenso. No sé si Juan pensaba que era estúpido, era todo una broma o que coño estaba pasando aquí.

- Sé que piensas que todo esto es una puta broma, pero es muy serio. Hemos medido las posible fuerza de la corriente de succión y su impulso provocaría una fuerza cinética tan fuerte que aceleraría cualquier cuerpo a una velocidad permanente bastante alta. Llegaríamos al otro extremo en un tiempo muy breve, comparado con cualquier otra movilidad y sin el peligro de las avionetas en esta ruta. ¡Y adivina qué! Tenemos el vehículo. Hemos mejorado un mini submarino con la mejor industria naval. Tenemos los contactos para conseguirlo y el dinero necesario. Claro más la inversión inicial que compensaremos con los beneficios de la ruta. Hay que arriesgarse. La vida es para los valientes.
Sólo nos falta cerrar un punto. Encontrar un piloto que la pruebe y haga el primer envío. Mis trabajadores son leales pero están acojonados. Nadie se atreve y yo no soy tan cabrón como para obligarlos. No es mi estilo. Necesito alguien de confianza y que sepa reaccionar en estos casos. Y tú tienes pelotas. Me los has demostrado el tiempo que te he conocido. Y necesitas el dinero. Mucha plata. No te pagaré yo. Es el dinero de todas esas personas que te están esperando para conocerte. Eres su hombre.

- Eeeeeee....- las palabras se escondieron de mi boca, se hundieron en lo más oscuro de la incredulidad, de lo atónito, de lo imprevisible.

- Sé que ha sido todo muy rápido. No te he dado el tiempo necesario para asimilarlo. Pero ya tendrás tiempo. No te estoy metiendo presión para que me des una respuesta. No te preocupes por eso. Hoy sólo tienes que conocer a las personas, tómate unas cervezas, fúmate algún cigarrillo. Disfruta. No pienses en nada. Nadie te lo va a exigir. Mañana o pasado ya hablamos.

- Perfecto porque estoy aturdido. No sabría que decirte ahora, ni si sería sincero, impulsivo o producto de mi consternación. Lo dejamos como bien tú dices y mañana reflexiono con calma. Vamos a conocer a esas personas que tengo la garganta seca.

- A sí me gusta con optimismo, esa es la actitud por la que confío en ti. Sé que todo va a ir de puta madre, pero no te digo más.

Cuando me di cuenta ya me había bebido tres cervezas, bien frías y con la ansiedad de un adolescente, que necesita emborracharse rápido para darse valor y afrontar las duras noches de conseguir un polvo rápido. La primera de ellas creo que ni la degusté, podía haber sido perfectamente ron o agua. Me daba igual. Las personas allí reunidas, comprendiendo la situación me dejaron hacer antes de entablar conversación conmigo. Sabían como marcar los tiempos. Parecía un guión estructurado en un continuo devenir de situaciones controladas en su justa medida, una sincronización de resultados optimizados por una preparación previa, por una idealización de los posibles resultados. En los primeros minutos no sentí la presencia de esas personas, narcos, mujeres de narcos, quizás algún científico o político. No era el momento para hacer presunciones ni identificaciones previas y obviamente no eran unas preguntas de presentación formales como cualquier otro insignificante momento de una rutinaria realidad. Calmada mi sed, más ansiedad que sed, procedí a presentarme con la mejor de las sonrisas en mi cara, con la mejor de mis falsas actuaciones, hipócrita o no, ahora no tenía que causar dudas. Mi apariencia tenía que ser pausada, segura y dándole un toque de prepotencia para posicionarme en este pequeño mundo en el que no estaba acostumbrado socializar. Sé que sabían que aún no había tomado una decisión, pero mi seguridad tenía que ser manifiesta. Me daba ventaja para afrontar las siguientes horas. Uno tras otro se fueron presentando. La verdad que no diferenciaba ningún rasgo característico entre ellos. Los trajes se veían de valor, elitistas y previamente seleccionados para esta ocasión. Nuevos diría que estaban. Las pocas mujeres que se acercaban lucían lujosos diseños de no se qué importante diseñador. No es mi campo y no me importa una mierda, pero se notaba que no eran comprados en un puto mercadillo. Y yo absorbía tan rápido las cervezas que sus efectos empezaban a afectarme. Una apertura a la tranquilidad de la trivialidad de las conversaciones como si de una taberna cualquiera se tratara. Nunca tocaba temas complicados y eso me daba respetabilidad. Para ser sincero tampoco me interesaba saber de sus vidas. Se veía que manejaban cantidades de plata. Cómo lo intuía, los detalles me eran insignificantes.

Las risas posteriores, absurdas, triviales, marcaron una noche amistosa, más personal por momentos, e íntima en los instantes en los que alguna mujer me rozaba ardientemente mi trasero, vislumbrando la lujuria prohibida a la que podría acceder si quisiera suicidarme, no era bueno entrar en ese campo, lo que interpretaba con la ignorancia más absoluta, mientras pasaban por mi mente imágenes de lo más bizarras, llevándome a esas viejas a las plantaciones circundantes a la casa y cometiendo las más salvajes fantasías sexuales.

Todo acabó en una gran confraternización. En el encuentro con una gran familia. Poderosa familia. Poco a poco se fueron marchando a sus casas, la fiesta estaba concluyendo. Veía, por decir algo, ya que mi visión se retorció doblegando la intensamente brillante realidad, la salida de la finca de espectaculares autos. Ninguno discreto, parecía ser que no necesitaban ocultar su clase social, o la presunción de juicio de valor hacia sus ocupaciones laborales. Disfrutaban, vivían y sabían que todo es rápido, nada te daba la seguridad de por vida. Era su efímera verdad.
Cansado, borracho, traté de movilizar a mis confusos pies, que se siguieran el uno al otro marcándoles el ritmo con mi cabeza, componiendo una melodía de metrónomo, un ritmo básico de permanencia en una estabilidad breve, suficiente para llegar a la habitación que Juan había preparado para mí. Descansar, apagar mi mente, desconectarme de esa intensidad que me deparó mi llegada a La Vega. Inesperada, enigmática palabra.

No sé que hora era, había dormido toda una vida. El dolor de mi cabeza me recordaba los excesos de la noche anterior. Me costaba centrar la vista en los objetos que rodeaban la habitación. Todo bien desperdigado, bien revuelto. Un caos que me reconciliaba con mi, con mi situación y mi interpretación de cómo ocupar mi espacio.
Me levante tensando los músculos de mis piernas que protestaban por la intensidad de ese despertar. No estaban dormidas pero si sobre forzadas. Las traté con cuidado. Nos necesitábamos mutuamente. El equilibrio de los segundos posteriores me asustó. Me costó mantenerlo. No bebería de esa manera más. Y fumaría menos. Recordé como me invitaban constantemente a cigarrillos, que fumé sin parar. Ahora mi garganta carrapeaba. La circulación de las flemas arriba y abajo se mantuvo hasta mi llegada al baño. Las expulsé a la vez que la primera orina del día. Me asusté de nuevo al mirarme al espejo. Signos evidentes de una larga noche. Los ojos reflejaban un sombrío rojo, de esas venitas reventadas por la toxicidad de lo consumido. Más todas esas horas dormidas. ¿Qué hora sería? Preocupado me lavé la cara velozmente y me vestí. La camiseta olía a todo, pero de momento era la primera opción. Luego la cambiaría.
El sol impactó con violencia mis pupilas. Las contrajo a su mínima dimensión. Estaba fuerte. Parecía advertirme de la necesidad de despertar mis recuerdos, mi metabolismo y prepararme para los siguientes acontecimientos. Vi a Juan. Radiante, tranquilo, sonriendo como si no sintiera ningún dolor parecido al que oprimía mi cerebro. Ese maldito clavo, cientos de ellos, que pretendían licuar su interior.

- Buenas tardes, cabronazo. Veo que has dormido bien. Aunque pareces hecho mierda.- riéndose con la complicidad que deseaba.

- Ya sabes. La nostalgia de una buena fiesta. Perdí la noción del tiempo y del alcohol ingerido. Pero supongo que todo salió bien.

- Sí, causaste una impresión de puta madre con mis colegas. Están entusiasmados contigo. Me felicitaron por mi propuesta. Tu candidatura. ¿Seguimos? Ya sé que acabas de despertar y que te prometí tiempo, un par de días, pero estoy impaciente. El primer paso ya está. Te has incorporado a la familia. Eso lo hace todo más sencillo.

- Si te soy sincero, no lo pensé mucho ayer. No me acuerdo ni de lo que hablábamos, pero seguro no era del tema. Pero sorprendentemente me encuentro tranquilo y seguro. Quizás peque de impulsivo, pero no sé que más podría reflexionar. Iré pensando en los detalles en el trascurrir de los días pero acepto. Seguimos para adelante. Acepto tu propuesta. Lo que sea. Esta absurda propuesta de locos.

- Genial. Sabía que no me defraudarías. Nunca me equivoco con las personas. Eres el mejor. De puta madre. Vamos a comer algo, que tienes que mejorar ese aspecto que tienes. Y no te preocupes de nada más por hoy. Date un baño en la piscina, toma un poco el sol, relájate. Hoy no tienes que hacer nada más. Tómate el día para desconectar.

Ahora sí que degusté la comida. Tradicional, maravillosamente tradicional. El sabor de la yuca frita, esos tamales de verduras que le dan todo el énfasis a la definición de sabor. Un arrocito que se conjugaba perfectamente con los frijoles, más en su unión en mi boca, en su paseo digestivo por mi ser. Y un refrescante juguito de mango fresco, cogido de los mismos árboles que nos rodeaban, que vigilaban nuestros pasos. Estaba lleno. Necesitaba de esa comida. Un café bien negro para terminar. Una ayuda para relajar mi metabolismo y depurarlo. Sin tiempo para acabar de tragar el último sorbo de la taza, me dirigí apresuradamente hacia el baño. Con esto empezaba lo que me quedaba del día. Luego me relajaría como sugirió Juan nadando en la trasparencia de la piscina. Dejando que purificara mis poros la sensación de frescura de sus aguas.

Hoy era un nuevo día. Juan me despertó bien temprano. Teníamos que empezar a preparar todo. Yo no sabía realmente que tenía que hacer pero me dejaría llevar por lo que ellos tuvieran preparado. Los detalles serían datos a ir analizando cada poco por mi despierto cerebro, preparado ahora para lo que acontezca.
Tras un desayuno rápido que activo mis energías, nos subimos a su todoterreno, tuneado con unas espectaculares llantas de una brillantez que no recuerdo haber visto antes, y alto, le había subido los ejes los suficiente para dar la sensación de dominio de la carretera, de ese poder, imagino, que andan buscando los que se mueven en ciertos círculos económicos selectos.

- ¿Dónde vamos Juan?- primera frase del día, intentando romper la concentración a la que veía sometido a mi amigo.

- Hoy vas a ver el submarino. No está lejos de aquí. Lo fuimos trayendo por piezas, prefabricadas y sometidas a exhaustivos controles físicos, complejos, pero de la mayor tecnología que nadie ha visto antes. Son unas piezas que, sólo por ellas mismas, valen más que toda la plata que se maneja en la población, y hay plata, la mayoría de vecinos se dedican a la producción de coca en diferentes puntos de la selva. Todo el mundo sabe lo que se mueve pero no tenemos problemas, este pueblo es equivalente a un paraíso fiscal. Nadie da problemas. Por eso decidimos traer las piezas por separado de fábricas de todo el mundo, fábricas de alta tecnología y ensamblarlas aquí. En la finca de uno de nuestros colegas, socios, colaboradores, como quieras llamarlo. Está al lado de la laguna. Ahora ya armado y sometido a pruebas en un hangar acuático que construimos para la ocasión, sabemos que está preparado para su primer viaje. Sólo faltaba el piloto.- concluyó lanzándome una mirada cómplice.

- Imagino que el equipo que diseñó el submarino, lo construyó, lo armó y lo probó, serán de los más competentes. No sé, no tengo ni idea del tema, pero lo veo complicadísimo. No creo que sea como montar un puzle.

- Comprenderás que para esta empresa hemos movido todos los hilos necesarios por todos los puntos del globo. Tejimos una red infraestructural, tan compleja, como imposible de seguir. No hay pruebas de envíos, de llegadas, de transporte de ninguna de las piezas. Y aquí todo fue mucho más fácil. Controlamos todo el pueblo y las inmediaciones. Sabemos quién eructa, quién llegó borracho a casa, quién se tira pedos, quién roba o quién habla con la policía.No se nos escapa nada. Costó su buena plata y su tiempo. Pero salió todo como lo habíamos previsto. Ahora verás nuestro prototipo. Si lo conocieran los círculos científicos del mundo entero, se tirarían de los pelos. Es el futuro. El más avanzado futuro. Y es nuestro. Estará en tus manos.

- Demasiada presión, ¿no crees?- no estaba preocupado, ya había asumido mi rol, y lo veía todo claro, sin vuelta atrás.

- Todo el mundo tiene puestas en ti sus esperanzas, nadie te va a presionar. Tómate tu tiempo. Pero verás que manejarlo se antoja sencillo. Demasiado sencillo. Lo hemos diseñado como si jugaras a la Play Station. Es una estupidez conducirlo. Sólo necesitamos tus huevos. Eso es lo que nos faltaba.- con una confianza y seguridad que me aturdía.

- Ya tengo ganas de probarlo.- seguro, me sentía demasiado seguro.

Era sorprendente lo encauzadas que estaban las cosas. Yo acababa de llegar, pero sabía el magnanimo trabajo que se había movido tiempo atrás hasta llegar a este momento. Para mí era cómodo. Realmente no me jugaba nada. Tal vez mi vida. No pude evitar sonreír. Si alguna vez pudiera buscar una aventura no encontraría nada igual. Era la aventura.
Los árboles pasaban a nuestro alrededor, a intervalos constantes entre las fincas que se sucedían por el camino. Fincas decoradas minuciosamente según diferentes cánones estéticos. Columnas griegas, estilo morisco, clásico, colonial español, prefabricadas, de estilo rústico. Los colores marcaban la diferencia entre ellas. Lo mismo que sus tamaños. Las vistas desde nuestro camino seguían demostrándonos la posición privilegiada de este pueblo. Cerros redondeados en su perfección rompiendo una simetría en las formas, buscando la profundidad causal del tiempo, un espacio definido en este instante como memorable. Más para mí, grababa en mi mente los paisajes que me abandonaban a su paso. Pudiera ser la última vez que los viese. De ahora en adelante todo era impredecible.

Vi el portón de entrada. Unos dragones se retorcían en alardes de majestuosos ataques, mientras motivos florales completaban la escena. Tonos plateados que daban simbolismo al paso a la finca. Se antojaba enorme. El auto continuó por un camino rodeado de cámaras de vigilancia. Paramos enfrente de una de ellas. Juan sacó la cabeza por la ventanilla y se dejó ver por la persona que la controlaba en otra estancia. Metros adelante se levantó una barrera de seguridad. Mucho más gruesa que las estándar y con una curiosa forma de árbol, permitió nuestra continuidad. Llegamos a un galpón que se abría paso entre las alturas. Esedebía ser el hangar náutico.

- Te voy a presentar al resto del equipo técnico. Ya están avisados de nuestra llegada. Corrió la voz. Empezaremos rápido con las lecciones. Prepárate que vas directo al submarino.- me explicó entusiasmado Juan.

- No sé por que no me sorprendo, pero mejor así, no necesito más información que la técnica. Es la imprescindible. Luego cuando sepa manejar ese trasto, ya me detallarás la parte económica. Comprenderás que la plata es un fin. Y claro los negocios.

- Las lecciones son rápidas. Antes que tú pasaron varias personas a hacer los tests necesarios en la conducción del submarino. Es fácil. No nos llevará mucho tiempo. Probarás, aprenderás y tras unas horas hablaremos del resto del negocio, del viaje y de los contactos en Argentina. Ahora sólo concéntrate en lo importante.

Al bajarme del auto comprobé las dimensiones de la piscina, y su profundidad. Estaba construida en superficie, pero su altura se alejaba tierra adentro. Imaginé el enorme agujero que abrieron en la tierra para darle profundidad a esto. Da igual, de alguna manera la había diseñado previamente. Y lo ví allí. De un color agrisado mate, no más grande que un auto convencional, amarrado con unas gruesas sogas a los extremos de la piscina, hacía su aparición estelar mi compañero de viaje. Sin nombres, ni siglas, en su completa discreción, observándome, indagando en mi persona, analizando nuestra sincronía, buscando nuestra mutua confianza.
El resto se sucedió a ritmos acelerados. Me presentaron a unas personas, de las que sólo oiría sus voces y olvidaría sus rostros, que me introdujeron al compartimento interior del submarino. Me explicaron con detalles en mayor medida técnicos, pero asumibles por mi intelecto, los diferentes controles, palancas, interruptores, llaves, luces, indicadores, todo lo que le daba una aparente complejidad, pero que sólo llegaría a ser decorativo si todo fuera bien. Hablamos de situaciones diversas que podrían suceder, medidas de emergencia, parámetros de actuación. Mi cerebro asumía, escuchaba, memorizaba, comprendía y probaba.

La primera práctica fue increíble. Sin darme cuenta ya estaba manejando por las cristalinas aguas de la piscina. Luego probé a oscuras, con los resplandecientes faros que se comparaban potencialmente a un mediodía despejado de verano saharaui. No había fallos. Se provocaron turbulencias artificiales que no me causaron la menor impresión. Estaba dentro, me sentía el propio submarino. Éramos uno.
Al salir de la nave, una pequeña multitud se agolpaba observando todo lo acontecido. Sus aplausos elevaron mi ego a la comodidad del control, de la importancia, del poder. estaba preparado. Yo era el elegido, sencillamente porque era el mejor. Todos lo sabían.
La trivialidad de las miradas de esas personas me resultaban insignificantes. No sabría explicarlo pero un cambio se produjo en mi interior. El saber que iba a realizar algo que nadie más podía o quería hacer me hacía sentir importante. Muy importante. No me veía pero probablemente los gestos de mi cara cambiaron, me convirtieron en respetable. No una eminencia aún, tenía que regresar para eso. Lo pensaba y me gustaba la idea. Regresar consiguiendo una proeza. Me admirarían. Joder si que estaba a gusto.
La reunión siguiente fue una breve estupidez.

-Cuando llegues a Bariloche te estarán esperando en un bote para amarrar el submarino y guardarlo en un sitio seguro. Si la velocidad y nuestros cálculos son correctos, llegarías justo al anochecer. Lo que hará segura la acción. Con esas mismas personas harás el negocio. Llevas una tonelada de droga. Pura, acuérdate de eso. Ni gramo más ni menos. En paquetes de kilo. En tus manos está que salga todo bien en este punto. No pierdas la vista del conteo de paquetes. Nos jugamos mucha plata y tú vas sólo. Sólo. Ellos lo saben. Llevarás un arma en el submarino. Cuenta con eso también.- notaba demasiado énfasis en las frases de Juan.

- No te preocupes que no soy un puto crío. Esto es un jodido juego.

-Veo que te has envalentonado conduciendo el submarino. Mantén la puta concentración. Hay mil factores que te pueden salir como el culo. No sabes bien ni cómo es la corriente. Ni el trayecto. Puede haber mil dificultades. Así que concéntrate cabronazo. No me jodas. Eres mi amigo pero ten clarito quién dirige toda esta mierda. Yo soy tu puto amo.- ahora sí que le note la vena presionando su morena frente.

- Está bien. Tranquilízate. Todo va a salir según lo planeado.

Una hora después estábamos llegando a la laguna. Preparamos el submarino con la mayor delicadeza y lo cargamos en un tráiler. Todo con las mayores medidas de seguridad. En el trayecto no había ningún obstáculo y se habían vaciado las calles para acelerar el transporte. Todo estaba dispuesto. La coca cargada y todas las instrucciones preparadas. Los contactos avisados y la laguna cerrada para que nuestro acceso no fuera observado.
Descargamos el tráiler y unas cintas magnéticas desplazaron el submarino por el terreno que bordeaba la laguna hasta ella. Se acariciaron por primera vez. Un expectante encuentro adolescente incitando a la lujuriosa relación posterior. Se conocieron y se comprendieron. El submarino quería ese agua y ansioso se preparaba para introducirse en ella. Era una hermosa imagen.



- Ya estamos listos. Recuerda que cuando llegues nos tienes que llamar e informarnos de todo. Son unas 8 horas. No te duermas. Si lo necesitas te hemos preparado un poco de coca para ti. Ten en cuenta que nunca se ha probado con la presión a la que vas a estar. Pero no dudes en tomarla si ves que la necesitas. Lo primordial es que llegues. Más que tú, la droga, y el submarino claro.

- Estoy mentalizado y preparado. Es un viajecito de nada.- se había vuelto un poco pesado últimamente, ya deseaba partir.

Últimos abrazos, consejos, despedidas, breves amenazas. Ahí se quedaban imaginando, esperando.
Subí al submarino. Se cerraron las compuertas. Luces encendidas, motor arrancado. Igual que las prácticas. Ningún inconveniente. Dirigí el submarino hacía lo profundo. La potencia lumínica de los faros hacían su parte. Todo era seguir el camino. La homogeneidad de las rocas no daban signos de vida alguna. Calma absoluta. Mejor. Veía el indicador de presión aumentando. Tenía aprendido el nivel de presión en que apareciera el túnel, la vía de acceso a mis ganancias. Y no fallaron los cálculos. Ahí estaba. Una prolongación lateral del túnel sugería el camino. Torcí levemente la palanca de dirección y encendí los motores traseros. En pocos segundos la aceleración del submarino se encontró con la succión de la que me habló Juan. La aguja de presión se volvió loca. Yo no sentía ninguna diferencia. Pero algo pasaba. Las luces se apagaban y encendían como el puto árbol de Navidad. La palanca de dirección vibraba más fuerte que nunca y no pude sujetarla. Se escapó de mis manos. El tablero de mando se apagó por completo y unas fuertes sacudidas paralizaron mis nervios, haciendome imaginar lo peor. Todo se movía. La nave empezó a girar sobre sí misma con una fuerza inmensa mientras seguía su aceleración. No sé hacia dónde. No llegaré. Es mentira que te pasa toda la vida por la cabeza en un instante. Yo no sentí eso. Tal vez porque vi salir el submarino del agua. Lo vi volar por encima de ella. No me dio tiempo a reaccionar. El impacto de nuevo contra la superficie me golpeó la cabeza contra el techo. El dolor era agudo, punzante. Intenté retomar el control. Enderecé el rumbo. No lo suficientemente rápido como para evitar que se estrellara contra la orilla del lago. Avanzó unos metros sobre las rocas que allí descansaban. El chirriar del roce expulsó chispas por todos lados. Sentía el impacto como si fuera mi cuerpo. El chasis se estaba destrozando. Ví saltar algún trozo de fuselaje. Paró. El hijo de puta por fin paró.

Qué mierdas había pasado. No comprendía nada. Salvo el dolor de mi cráneo estaba entero. No sangraba ni me había roto ningún hueso. El compartimento interno estaba hecho pedazos. La droga se esparcía por doquier. Una imagen que me recordó mi paso por las cordilleras nevadas de los Andes. Pero sin rocas. Pura nieve. Se salvaron un par de paquetes. Sólo vi dos de ellos. No quería buscar más entre la montaña de coca. Los metí en una mochila junto al arma y fui a abrir la compuerta de salida. Olvidé todos los procedimientos de descompresión. Salí al exterior. Un pinchazo me machacó la cabeza y se unió al dolor anterior magnificándolo. Joder es de día. Que mierda es ésta. Miré a mi alrededor comprobando lo que los sonidos anteriores me entreveían. El fuselaje del submarino estaba destrozado. Faltaba gran parte de abajo que no aguantó la colisión. Justo por donde se empezaban a filtrar los pequeños granos de coca. ¿Cómo volvería? Por estar, vi, al contemplar la iglesia y las casas de Bariloche, que llegué al Lago Nahuel Huapi. A su extremo más alejado. Perfecto por que no veía a nadie alrededor. Ni a los narcos. Ni bote ni nada.
Procedí a llamar a Juan, para comunicarle lo que había pasado. El celular estaba bien, pero no daba señal. Probé varias veces con el mismo resultado. Desesperado lo lancé al lago.



Entonces lo vi. Realmente le vi. Nunca antes lo había hecho, pero cerré los ojos para asegurarme que era real. Al abrirlos seguía allí. Decir que me era familiar era una estupidez. Llevaba mis mismas gafas, el mismo corte de pelo, quizás un poco más largo, una camiseta de trekking que recuerdo perfectamente dónde la compré. Y esa jodida mochila que tantos días me había machacado. Joder si que es grande. Creo que nunca me había visto con ella puesta. Pero me hacía elegante. Le hacía elegante. Que pasaba. Que ostias pasaba. Era yo. Enfrente mío mirándome, quizás con la misma estúpida cara, estaba yo mismo. Edu. El puto Edu. Mi otro puto yo. O que coño...
Estaba inmovilizado. Él también. Creo que eso mismo estaría él pensando. O yo. ¿Un reflejo? ¿Mi puto reflejo? ¿Le ataco?¿Le hablo?¿Corro? No sé que es todo esto, pero es una jodida mierda. Voy a hablarle.

- ¿Edu? Imagino que sí. Dime que sí o ya me vuelvo loco.

- Sí, cabrón. Eres yo. Eres mi puto yo. Tú. La cosa que se parece a mí. Sé que no estoy soñando.

- Yo no lo sé. Este puto submarino y su puta madre. Que diablos me ha hecho.

- ¿Qué haces con un submarino? Es genial voy a escribir esto en el blog. Iba caminando por el lago Nahuel Huapi y me encontré a mi mismo en un submarino o lo que quedaba de él. No es un sueño. Dormí bien y hace rato desperté desayuné y me vine a andar por aquí. Sé que he venido andando. Sé que hice fotos. Espera no te muevas que me voy a hacer una foto. Digo te voy a hacer una foto.

- A ver imbécil, si me haces una foto nadie va a saber que era tu otro yo. Es una foto de tí.

- Ya lo sé. Es para demostrarme que existes. Que estás enfrente mío. Ya estás. Existes. Jajaja, si que existes.

- Muy bien vamos progresando. No sé que más decirte. Imagino que estarás de acuerdo con todo lo que te diga. Eres yo. Joder eres yo.

- Sí pero es la primera vez que tengo un encuentro conmigo mismo. Es interesante verme, verte. ¿Cómo te encuentras?

- Pues de puta pena. Me acabo de estrellar con el puto submarino. He perdido todo el cargamento de coca. Me duele la cabeza y me estoy viendo a mi mismo preguntándome que tal me encuentro.

- Mi otro yo, tiene mal carácter. Bueno creo que yo estaría igual en la misma situación. ¿Por qué tienes un submarino?

- Joder parece que estoy hablándome solo y me respondo. Ya no creo que sea un sueño, y estar vivo estoy, me duele la puta cabeza y el cuerpo.

- Sí, sé lo que sientes. Yo sin dolor. ¿ No me cuentas que es eso del submarino?

- Era mi vía de ganar plata y seguir viajando. Tenía que entregar el cargamento a unos tipos y volver a Colombia.

- Espera, espera. ¿Volver a Colombia?¿Vienes de Colombia? Yo no he estado en Colombia. De hecho sólo he estado en Argentina.

- Espera tú... La reputa ostia, dime que día es hoy.

- 13, creo. Y Domingo.

- ¿13 de qué mes?

- De Marzo por si te interesa, y del 2011.

- Joder, joder, joder... no puede ser, no puede ser. Esto es una mierda muy rara. Me he encontrado contigo. Pero tú eres mi pasado. Eres yo cuando estaba paseando por el lago Nahuel Huapi. Cuando empezaba este viaje. Hace más de un año.

- Que dices, ¿que vienes del futuro? Y has cambiado el DeLorean por un submarino. Ya lo que me faltaba por oir. Y si es así , ¿que coño haces traficando con drogas?

- Nos quedamos sin plata. Bueno me quedé sin plata. Es una larga historia. Además mejor que no la sepas. Es tu futuro. No te puedo contar nada. La idea era vender y volver. Fácil. Pero he atravesado un puto agujero de gusano. ¿Cómo se llamaba?...

-  Puente de Einstein- Rosen.

- Muy bien veo que recuerdas el libro que te estás leyendo ahora. Luego lo olvidarás como yo. El jodido puente va por debajo del lago. Bueno no sé si de este extremo funciona, pero del de Colombia sí. Aunque ya no podré comprobarlo. Se reventó el submarino.

- Pues no vuelvas. No sé de lo que hablas, pero suponiendo que eres yo y sé que no estoy tan loco, vente conmigo y seguimos viajando.

- Ya he hecho tu viaje y no quiero tener un gemelo. Le quita la gracia a todo. Mi camino es uno y es mío. No te enojes pero no quiero compartir nada contigo.

- Yo tampoco quiero que me jodas el viaje. Más cuando estoy empezándolo y quiero hacer muchas cosas, que no sé si las haré o no, aunque tú sí que lo sabes. Joder, no quiero seguir hablando contigo. No me cuentes nada. Creo que tienes razón mi ruta existencialista la tengo que marcar yo. Esa es mi verdad. No necesito ayuda y no puedo tenerla. Es mi vida. Vale que tu eres yo, pero mi vida sigue siendo mía y tú eres un individuo aparte. Igual, idéntico, pero aparte. Para mí no cuentas. No puedes venir conmigo.

- Tienes toda la razón, hasta en esto estamos de acuerdo. Pero yo tampoco puedo seguir viajando. No tengo plata y no quiero la tuya. es tu viaje. No quiero vivir lo mismo otra vez. Si voy por los mismos sitios veré mi pasado. Y si cambio, me puedo encontrar contigo otra vez. O con algo que estás viviendo o has vivido. No sé no lo veo claro. Y no sé como reaccionar. Serían muchos detalles. Muchas circunstancias. No veo los puntos a favor y sí los en contra. No puede haber dos de nosotros por ahí. Es de locos.

- Perfecto, ¿qué propones?

- No lo sé déjame pensar.

- Yo tengo una idea. Esta idea es mía y sólo la puedo pensar yo, por que pienso en mi y en tí al mismo tiempo. No sé si es un proceso de empatía, autoempatía o ni puta idea. Pero es lo mejor para nuestro fin. Bueno realmente es tu fin. De eso se trata. Tienes que morir.

- Tu puta madre. Rápido te has olvidado que soy tú. Cómo te vas a matar a ti mismo. Es un suicidio sin suicidio. Joder, para ti es fácil y en parte para mí sé que sigo viviendo. Pero muero. Yo sigo siendo un individuo. Lo voy a sentir. Pero sé que es el objeto preciso para esta causa. Mi existencia acaba, pero sigue. Fortalece la tuya. No sé. Parece más un sacrificio que una solución. Mi sacrificio por tú vida. No por tu vida, por ti. Porque sólo si yo muero, tú sigues vivo, desde el punto de vista existencialista claro. Esto es una mierda Edu, es una mierda muy jodida.

- No lo pienses no tiene sentido. Yo intentaré olvidarlo. De todas formas para mí todo ha cambiado. Pero no será tan fuerte el cambio si sé que tú no existes, que sólo existo yo con mi única existencia.

- Te entiendo. No tiene sentido debatir al respecto. Pero si sigues el viaje. También va a cambiar otra cosa. Del accidente se han salvado dos bolsas, dos paquetes de cocaína. Te pueden ayudar en el viaje si los vendes. Se los puedes vender a los mismos tipos a los que se los iba a vender yo. Pero en el pasado. Donde no sabrán nada de tí. Y con eso tienes para viajar largo tiempo. También tengo un arma de fuego, pero eso imagino que no lo querrás. Te conozco. Conozco tu pasado. No mi pasado. Tu presente. Pero eso te va a cambiar. Vas a vender droga. Sólo será momentáneamente. Luego te olvidarás y seguirás como eres ahora. Pero con la seguridad de ese dinero. Y créeme que te va a venir bien y no es tan malo. En eso te gano en experiencia. El viaje cambia a uno.

-Nunca me había planteado esto, pero entiendo lo que dices. Igual lo veo desde tu perspectiva y por eso lo entiendo. Vamos adelante. El arma la dejo con el submarino. Que imagino habrá que destruir. No es bueno que se sepa de esto. Y en el futuro tienen que estar encabronadísimos. Les has hecho perder un montón de plata.

- Lo mejor es que me mates. Destruyas el submarino. Quema todo, que no quede nada. Vende la droga y sigue con tu idea de destino. Vas a elegir bien. No te digo nada, pero sigue con tu instinto. Eso sí, no quiero sufrir. Sigo teniendo putos nervios y aún siento.

- ¿Y si te pego un tiro en la cabeza con tu arma?

- Perfecto. Pero nunca has disparado una. Prueba, yo ya la usé para aprender. Es fácil. Piensa en el retroceso, mantente firme y no falles. Me dispararás de cerca y listo. Va a ser lo más rápido.

- Mejor que lo hagamos cuanto antes. No vaya a aparecer alguien por aquí.

- Vale. Toma la mochila. Ésta es la dirección del tipo que compra y esta es tu arma. Para quemar el submarino hay gasolina dentro. Bastante, más la que hay en el depósito. Usa toda que no quede nada. Cuando me mates me metes en el interior de la nave. Limpia los detalles. Creo que lo harás bien.

- No quiero verte morir. Ponte algo en la cabeza. Una camiseta o lo que sea. No quiero guardar esa imagen en mis recuerdos toda la vida.

- Está bien. Ésta misma que llevo puesta. Ya está, dispara. No me des tiempo a pensármelo. Cuídate y sé feliz. Todo irá bien lo sé. Sigue tu camino. Es el camino.

- Ha sido un placer. Extraño placer. Extraño momento. No sé que más decirte. Gracias. Suerte.

Antes de sentir mojarse mis pantalones, oí el disparo.

21 julio 2012

CRUZANDO HEMISFERIOS. Parte 2.

Llegaba el momento de hacer oficial el paso, cruce, del Hemisferio Sur, al Norte. La línea del Ecuador pasa cerca de Quito, más concretamente en el pueblo La Mitad del Mundo (el nombre se las trae), aunque los nuevos medios de navegación por GPS la posicionan un poco más alejada al sur, unos metros sólo, pero aquí está la atracción turística. Un pequeño recinto, no es caro para entrar, y te puedes hacer el loco si eres rápido y entrar por la salida, pero eso lo vimos tarde, con algún museo intrascendental, dan la bienvenida al monumento que marca la separación de hemisferios.
Definido en este punto tras la visita e investigación de la primera Misión Geodésica, allá por el 1736, es un punto de paso para seguir recorriendo el país hacia el Norte.
Bueno nos paramos aquí, nos hicimos las fotos de rigor, vimos a algún que otro friki haciendo pruebas magnéticas, y de vuelta a Quito a por las mochilas rumbo a Otavalo.


Línea de separación de hemisferios

La ciudad, pequeña es más un pueblo, pero es importante como para definirla ciudad, es uno de los puntos más turísticos del Ecuador. Se debe a la presencia de varias etnias originarias, en los alrededores que, sobre todo los sábados, montan uno de los mejores mercados de artesanías de Ecuador y dicen que de Suramérica, cuando ves tantos no sabes cualificar o cuantificar sus diferencias. Pero si que la esencia tranquila de esta ciudad, su atractivo atemporal, y su carácter único la hacen un punto obligado de parada. La gente la utiliza más como shopping de última hora, esas cosas que te quieres llevar para decir que has visitado un país, como curiosidad pseudoantropológica, debido a los trajes tradicionales de los otavaleños que viven aquí y en los pueblos cercanos.

Plaza Mayor





Tras el breve paso por Ibarra, asombrados por las maravillosas vistas de ésta zona del Norte, rodeadas de algún volcán y cerros imponentes, acabamos nuestro periplo por las tierras ecuatorianas en Tulcán, donde hicimos la última noche, para pasar la frontera a Colombia de día a primera hora. No por miedo sino para apreciar el cruce por varias Reservas ecológicas. Y siempre da más seguridad hacer el paso de día, si lo vas a hacer a tu aire, como siempre es nuestro caso.
No te queda más que tomar un taxi hasta la frontera y de ahí, después de hacer los trámites pertinentes, tomar un colectivo hasta el primer pueblo colombiano, Ipiales.

Paso de frontera

Lo primero apreciable a la entrada a Colombia y en la frontera de Ecuador con aquella, es el cambio de acento. Un español más cantadito le da los primeros atisbos a nuestro nuevo anfitrión. Lo segundo es la aparición de los afrodescendientes, que marcan una nueva diferencia cultural. Después el paisaje se mantiene en otro espectacular espectro de verdes, marrones, rojos, sincronizados en la altura de esta localización.
No pasaríamos mucho tiempo aquí, nuestra primera parada en Colombia sería Popayán, la ciudad blanca. Y también nuestra primera ostia. Los precios del transporte en Colombia son carísimos, superan con creces el de cualquier otro país, incluso Argentina y Chile. El resto de cosas es más caro que el resto de países pero no tanto como el transporte. Tocaba ajustarse al presupuesto.
Además notas la tranquilidad de este país. Siempre estigmatizado por los medios de masas, por las políticas occidentales, por el capitalismo neoliberal que necesita Colombia de su lado, con la consiguiente criminalización de cualquier disidencia, acercando a cualquier movimiento social a la FARC y al terrorismo; los tiempos han cambiado y los lugareños quieren demostrarte que son uno de los pueblos más sociales que me encontraría en el viaje. Una apertura, amabilidad, sociabilidad, respeto y cuidado, que hacen del paso por este país un punto emblemático del conocimiento de la actual realidad, alejada de cualquier información llegada a cualquier país alineado con los jodidos think tanks neoliberales y sus putos medios de comunicación.
Eso sí, a veces, por aconsejarte, pecan de exceso de sobreprotección, avisándote de que esta calle es peligrosa, viajar de noche es peligroso, esa plaza es peligrosa, aquí te roban, aquí viven los malos; nada que se aleje de cualquier realidad según donde estés andando.

La llegada a Popayán, tras una breve parada en Pasto, ciudad bulliciosa sin ningún encanto, se hizo inquietante. Llegamos de noche, así que tras buscar de nuevo alojamientos baratos, esperamos al amanecer de nuestro primer día oficial en una ciudad colombiana, para empaparnos de todo los nuevos cambios.




Torre del reloj

Basílica Catedral


Y si le llaman ciudad blanca es con razón. Las iglesias, las calles, la universidad, las cúpulas, las casas, todo lo que veíamos tras nuestros pasos era de un blanco inmaculado, cero grafitis, manteniendo una línea realmente atractiva de pasear, y con calma. Nada bulliciosa. Y cultural, llena de cafés donde se reunen los locales. El café es bueno, obvio.
El mercado local tiene fuerza, atrae, pero los precios suben, ya descibrir nuevas frutas y frutos del campo, no se hace tan divertido. Ajustarse, a ajustarse.
Las iglesias de Santo Domingo, de Belén, San Francisco, la Catedral, o las diferentes plazas, un paseo por las riberas del río, el puente del Humilladero, el mirador del Morro; dan para estar disfrutando de este sitio. Más mercados, puestos bulliciosos por la calle, la degustación de arepas (tortitas de maíz) deliciosas.




Camino a San Agustín. Puerta de entrada para uno de los yacimientos arquelógicos más importantes de Colombia. Patrimonio de la Humanidad y sin saber aún de los orígenes de sus habitantes (por defecto se les llama san agustinos), las diferentes ruinas que se esparcen por el valle del Río Magdalena, que nace aquí, siendo el río más importante del país.
La llegada se hizo anecdótica. Por dar apuntes comentar que unos días atrás, no llegando a una semana, un atentado bomba en Bogotá contra un exministro, sembró la sombra del terrorismo de las FARC. Por donde íbamos ahora es un punto de acceso a la selva que actualmente es donde tienen confinada a la guerrilla (de unos años aquí, el ejército colombiano más los paramilitares pagados por políticos corruptos han ido frenando cualquier avance de la guerrilla, haciendo que esta retroceda a las selvas del sur del país), así que los controles militares se sucedían, más por lo ocurrido. Rápidos, bajar todos, enseñar los equipajes, perro aquí y allá, y todos arriba y marchaos de aquí. Y son todos unos niños, que es lo más asombroso. Mierda de ejércitos y de manipulación de niños para engrosar sus tropas. Mierda de militarización de un país. Mierda de normalización de esta realidad.

Cañones que escondían serpenteantes ríos, cerros que abrían horizontes a la frondosa vegetación, pequeñas aldeas que se posicionaban por los valles, paso por San José de Isnos y llegada a San Agustín.
El pueblo, más por su posición geográfica entre montañas y valles, es de un encanto propio, relajante. También turístico, claro está, y de esos sitios donde vienen extranjeros a montarse operadoras de tours, a vivr aquí y alejarse de la monotonía de la ciudad. Pero todo lo puedes hacer como siempre por tus propios pies, y andando cuesta arriba y cuesta abajo, sin preocupaciones, observando, aprendiendo y caminando. De eso se trata, no?

San Agustín


La cultura de San Agustín, o sanagustinos, se remonta a 3.300 años antes de cristo, desapareciendo sobre el Siglo XII d.c. Su importancia se debe a la gran cantidad de monolitos, cerámica, centros funerarios, trabajos orfebres, que hacen pensar que era un lugar dónde se rendía culto a los muertos. Pero los monolitos y las diferentes estatuas tienen una peculiar apariencia, una mezcla de caras humanas y animales, antropomorfas y zoomorfas, que se han ido rescatando de particulares para exponerlas en el centro arqueológico juntitas. Esas caras se piensa son producto del uso de drogas alucinógenas. No es de estrañar por la aparición intensa del hongo de San Isidro por las cercanías. Y esa es la gracia, son surrealistas, geniales, únicas. Una mezcla de contracultura entre restos arqueológicos, una civilización radicalmente distinta, divertida y por eso más enigmática aún. Lo mejor para dejarse llevar, observarlo todo desde su perspectiva y ponerse tiempo atrás, para comprender su pasado y nuestro presente. Único.

















El sitio que comprende la mayoría, el mejor sitio, aunque si estás tiempo puedes recorrer cada pequeño emplazamiento donde aparecen estatuas, es el Parque Arqueológico, con el Bosque de las Estatuas, las Mesitas funerarias, el Mirador del Alto de Lavapatas. Me encantó, realmente, es único, aunque me redunde.

Y de aquí a Bogotá. Uno de mis principales intereses. Unas ganitas locas de ver la capital. Dónde se mueve todo y donde pasa de todo. Lo mejor es viajar de noche, ya que compensas el precio del autobús con el ahorro del alojamiento, y llegas de mañana para empezar con un cafecito a patear sus entrañas.

No defrauda. Al tiempo me preguntaría en qué ciudades me quedaría a vivr, a probar suerte, a permanecer un tiempo. Ésta es una de ellas. Sientes una especial empatía, un clima formidable, montañas cerca, lluvias, calores, pero sin esas cosas de la humedad que tienen el resto de ciudades, todo eso en altura (2.625 m.s.n.m.). Y sientes el ritmo de una capital, de una ciudad monstruosa (sólo mirar un plano de ella te marea), de las más grandes de Suramérica. Pero a su vez sientes la historia, el arte, la cultura, la contracultura, lo tradicional mezclado con el progreso, la naturaleza cerca (rodeada de montañas que paran su crecimiento en su extremo Este), sus conflictos, su pasado, el remoto, el colonial, y el de hace poquito. Y sientes esa amistad, esa bienvenida que te dan sus habitantes, felices del cambio de ritmo actual, felices de la apertura al mundo de su país, de la llegada de visitas, tanto del turismo, como de viajeros o inmigrantes.







Todo eso unido más lo que vas observando es chévere, más aún cuando los últimos movimientos sociales y ciudadanos, están movilizando al país hacía una nueva concepción ideológica, una ruptura del largo periodo de sometimiento a las órdenes de Estados Unidos, de la privatización, de la instalación de sus bases, de la DEA, de los cárteles y su financiamiento por políticos y políticas nacionales e internacionales, por la perdida paulatina de soberanía, por la venta del país por sus gobernantes, por estar hartos del uso y manipulación de sus vidas por otras manos.
Y el desencadenante final de toda esta movilización, culminada en la Marcha Patriótica del final de Abril,  que está iniciando un nuevo y fuerte movimiento, del mismo nombre, es la firma definitiva y aplicación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Ahora entra en vigor.
Santos les vendió el país.



Pero más allá, es un paso peligroso por el dominio geopolítico del continente, al tener controlada la mayor parte de Centroamérica más el debacle paulatino de los gobiernos de izquierdas socialistas de Suramérica (en Perú siguen las movilizaciones contra la mina de Conga, con un estado de sitio y el asesinato de personas en un giro directo a la derecha del gobierno de Humala, en Bolivia Evo no da pie con bola y tras reprimir nuevas marchas contra el TIPNIS también reprime a los mineros de Potosí, Correa vende mucho a China, mucho ), donde punto por punto se desajusta el giro a la izquierda del continente, entendiendo la necesidad de su control por el orden neoliberal de Estados Unidos o por su cúspide económica, tras el hundimiento paulatino de la Unión Europea, por esa lucha global contra el dragón chino.
Por eso es tan importante este momento y la entrada en vigor de ese Tratado, y la lucha social contra él, contra ellos, por nosotrxs y vosotrxs.
Esto le da esa esencia política contestataria, que es un carácter fundamental en la vida de una ciudad.

La ciudad te engancha más cuando la andas. Paseando por el bohemio barrio de La Candelaria, quizás empezando a ser muy turístico, casi todos los hostels internacionales o de mochileros se están construyendo aquí, o ya están aquí. Puede que en unos años cambie. Siguiendo por el centro histórico, con la Plaza Bolivar, sus plazas circundantes, sus calles de coloridas mansiones coloniales, sus museos, iglesias, palacios, capitolios, galerías de arte, teatros. Sólo en unas 10 cuadras a cada lado hay más actividad que en muchas otras ciudades. Y luego están las avenidas grandes, los grandes parques, las zonas lujosas de última moda, las zonas de infraviviendas y pobreza, los campus universitarios, el Cerro de Monserrate. Espectáculos, artesanos, movimientos para aquí, masivos desplazamientos para allá, un festival de reggae gratuito en la Plaza Bolívar por el Día de la Afrocomunidad...

La Candelaria

Catedral en Plaza Bolivar

Bogotá en estado puro

Demasiadas cosas para poco tiempo. Dejamos abierto este capítulo para más adelante. Grande Bogotá.

17 julio 2012

UNA CURA DE HUMILDAD

Acostumbrados a los largos viajes, donde acabas con la planicie indolora de tus posaderas, donde tu orientación se desvanece entre el sueño y la vigilia, y definitivamente pierdes la lógica perspectiva del confinamiento en ese espacio, vital en instantes, que es tu respectivo asiento; la llegada a Quito se hizo un suspiro, un pequeño instante dentro del cada vez más compacto núcleo del viaje, de la vida, de las experiencias crecientes e inimaginables, en sus más diversas cirscunstancias.
La curiosidad por contemplar todos los volcanes que la rodean, esa imagen de eterna fragilidad, de aguante, de protección insegura en la invariabilidad del presente, en la incertidumbre del futuro; la llegada a grandes avenidas, primeras vistas de nuevas extensiones, abarcando entre colinas y cerros edificios y grandes estatuas; la multitud en su rutina diaria, en su cotidianidad, en su tranquilidad o exasperante aceleramiento de sus impulsos motrices; los enormes autobuses, diferentes autos, diferentes vías, otra expectativa de crecimiento, de progreso, de organización popular, vial y vital; mezclas raciales y culturales, entre la atención de lo inobservado y la expectación por la novedad, o en su defecto, la monotonía de lo igual; todo en su unidad, y las partes dando su objetividad, hacen de esta llegada una de las más inquietantes, excitantes, de días atrás.
La capital, dónde todo se mueve, y a veces nada cambia. Donde todo el mundo anhela llegar. Donde la vida te da oportunidades o te las quita. Ironías en el nombre, al margen de su origen nativo.

De nuevo la mochila ceñida a la espalda. Otro endurecimiento momentáneo de los músculos que protestan por la carga constante, por la prueba permanente de sus posibilidades, de sus capacidades, de su presencia. Es como una parte añadida a mi cuerpo, la naturalidad de su forma crea la duda de cuál de los dos es el protagonista, la mochila buscando la forma lineal de mi espalda, o ésta buscando lo mismo en las costuras, algunas en el límite de la presión, de aquella. En su debate, su comunicación interna, sus retos y acuerdos, rupturas y reencuentros, se basa la continuidad del trayecto. Un trayecto que siempre es más intenso cuando se llega a un nuevo destino. Una duda de busqueda de alojamiento, de suerte o desgracia, de rapidez o tardanza, de conformismo o selección alargada en sus diversas opciones. Por donde empezar. Como improvisar una localización en la magnitud de esta ciudad. Darle ese toque a la busqueda, es lo que cansa en su principio, pero que compensa en su finalización. Siempre más rápido, instintivo, es la localización de la oficina de turismo. Algo reacciona en nuestros cerebros, que orienta nuestros sentidos en la dirección adecuada. Se tensan las articulaciones, los pies se desplazan en acuerdo con la tensión del resto de tendones, lanzando al cuerpo a su destino.
Nuevos mapas. Al principio todos son ilegibles, enormes, repetitivos y cuadriculados. No me interesa aprendermelo ahora, sólo saber dónde ir a buscar alojamiento. Pero del barato. Si no, salgo de la estación tomo un taxi y que me lleve al primer hotel que vea, sin contemplaciones ni complicaciones, rápido, eficaz, seguro.No es el estilo. No es el viaje. No es la aventura.
Nos orientan hacia una zona, un barrio. Eso está mejor. Acotar la búsqeda a un destino concreto es genial. Ya sólo necesitamos tomar el bus, llegar a la parada en cuestión, luchar por salir de él, pelear un poco por el oxígeno que exigen nuestros pulmones, lanzar las mochilas para romper la inconsistencia de éste en el espacio del bus y la puerta, y clamar la atención por la necesidad de nuestro escape. La entrada fué triunfal. Estábamos sólos, escasamente acompañados. Un pequeño respiro para mentalizarnos de la llegada a la ciudad, para poder contemplar los primeros monumentos, las primeras impresiones, las primeras imágenes idealizadas o aprendidas, recordadas o sugeridas.

Pero el camino es largo. El trayecto que recorre el bus desde la terminal terrestre de transportes hasta la zona donde nos bajaremos a descubrir los primeros indicios de vida capitalina, La Mariscal, es intenso en los primeros apretujamientos, en las subidas y bajadas de gente, en una constancia de estresante hacinamiento, en las paradas y en esa sensación de estar cruzando una ciudad grande, o por lo menos larga, ya que su dimensión está acotada por las montañas que la cercan en la hendidura de un valle del que no podrá escapar, y en el que se extiende en vertical, por las laderas de los diferentes cerros, quizás en una pequeña parte, pero no en su entera dimensión.

Conseguimos bajar. Gotas de sudor corren apresuradamente por mi frente en una carrera por liberarse de mi cuerpo, de caer a ese vacio existencial que secará su superficie. Hace calor y la carga lo acentúa. Es aún temprano. Buscaremos pronto un alojamiento para empezar a disfrutar de lo que depare la ciudad. De camino ya observamos alguna iglesia, avenidas, casonas y tranquilidad. No se ve mucho movimiento. Eso me gusta y me relaja. No hay nada más exasperante que moverse con la mochila por sitios donde sientes la presión de la asfixia del espacio físico repleto de unas miradas que te siguen y te insinuan la diferencia de tu posición, tu lugar, en ese espacio en concreto.
Primeros precios. Caros. También es la capital. Nos esperábamos algo así. Pero podemos aguantar el calor y seguir la busqueda. No hay prisa. Más caros. Otros precios. Y son lugares residenciales. Cero lujos. Pero ya estamos acostumbrados. Buscamos calles más pequeñas, más alejadas del las grandes avenidas o núcleos de movimiento de masas.

Aparece un pequeño hostal, lo suficiente económico para alojarnos un par de días. Nos convence, ya después de haber tanteado la zona, de haber comparado insatisfactoriamente las opciones que maneja este barrio. Barrio que luego nos enteraríamos que es más turístico. Algo que la improvisación no te advierte. Una sorpresa tan normal como rutinaria. No importa, no nos afecta que estén los bares cerca y que los gringos amenazan con eliminar el castellano de los idiomas hablados en la zona. Malditos gringos, buscando precios económicos para emborracharse y relacionarse con esa misma clase de ignorantes consentidos angloparlantes. A veces, y no es la primera vez, me pregunto cuál es la finalidad de su viaje. Los hay que vienen a aprender español a Quito, perfecto, íntegro y viable, se habla un español muy neutro en Ecuador, con escasos modismos y un acento normalizado. Pero los que se vienen a gastarse la plata en zonas de bares para sólo gringos, seguiré sin entenderlo. Se crean sus propios ghettos, y se contentan con mantener ese estigma, esa ridiculización que te comentan los locales.

Nuestra habitación, con lo justo se ve confortable. El sitio es tranquilo y en estos momentos está vacío. Genial, es una idea que me congratula.
Una ducha rápida y a la calle. A empaparnos de la esencia de la ciudad.
Lo primero que nos observa desde las alturas es el Volcán Pichincha, el más cercano a la ciudad, el que no amenaza de momento, pero vigila, deja sentir su expectante presencia, su advertencia de la levedad de la vida, de los suspiros que se podrían cortar con uno de sus eruptos, una pequeña de sus travesuras. Nos despedimos de él para seguir paseando. Llegamos al Parque de El Ejido, continuo al Parque El Arbolito. La gente y los puestos de artesanía, dan un ambiente cultural y relajante a este espacio verde. A un paréntesis perfecto del tráfico que se aglutina en las circundantes avenidas. Niños jugando en los coloridos columpios de la zona infantil, parejas lanzándose furtivas miradas de pasión contenida y controlada en la suavidad del contacto de sus cuerpos con el césped del parque, algún turista, paseantes anónimos con miles de historias personales que sólo la intuición puede ayudar a despejar, modernismos y posmodernismos de tribus urbanas que se dejan ver, que se liberan en la gran metrópolis, en ese centro del todo es posible nada importa, de libertad de expresión corporal, estética y personal, alejada de los pueblos pequeños dónde la presión del camino correcto, moralmente religioso, familiar o tradicional, oprimen esa sensación de calma interna representada aquí; árboles que buscan su sitio, que mantienen el frescor del lugar.
Gratas sensaciones acompañadas por la cercanía de la Casa de la Cultura, un centro que garantiza el acceso de la población a diferentes exposiciones de arte, de teatro, de cine. Un casa espaciosa con múltiples opciones y gratuita. Eso importa.

Entramos a la Alameda, seguida del barrio de San Juan y el centro histórico. Otro Patrimonio de la Humanidad. Un parecido físico y estructural a Cuenca, pero en mayor dimensión e importancia. Las decorativas diferentes edificaciones, siempre religiosas, o coloniales, con estilos diversos, separadas por elegantes y coloridas avenidas, englobadas a veces en parques o plazas, otras veces dispersas a doquier, encontradas y diferenciadas por las puntas o los extremos de las alturas de sus cúpulas, campanarios y torres; mantienen la rigidez del constante movimiento de mi cuello y mis ojos en la incesante admiración de la arquitectura aquí encontrada. Antaño centros de poder, de control religioso, de liderazgo familiar, división de oprimidos y libertadores, acumulación de capitales, robos y espolios; la ciudad emerge de la historia como un recuerdo de lo que fue y es, de lo que nadie sabe que será. La iglesia de La Merced, la Compañía de San Francisco, La Basílica (de un estilo neogótico, jamás observado anteriormente en otras ciudades, que impone su presencia ante el resto de iglesia y capillas, que enseña sus pedazos de diseño surrealista - las gárgolas las forman animales que aparecen dentro de la fauna del país, aves, pelicanos, pingüinos, iguanas, tortugas- y colocada a dedo en una pequeña elevación que le da más altura, más prominencia), la iglesia de San Agustín y la de Santo Domingo, los palacios gubernamentales, un recital de poesía para niños y por niños en la Plaza Grande, en el encuentro de las historias y los sueños, del recuerdo a escritores olvidados y pequeña muestra de los emergentes, junto con la colaboración de músicos indígenas de la calle, grandes músicos, talentuosas esencias de la comprensión alejadas; increible impacto visual de la vida de esta ciudad. A lo lejos se observan los volcanes que entablan una encriptada conversación con sus amigos más cercanos de esa insignificancia humana. Un poco más cerca aparece El Panecillo, coronado por la majestuosa estatua de la Virgen de Quito.
Calle de La Ronda, Guayaquil, Avenida 24 de Mayo y Pichincha. Bares en las zonas turísticas, tiendas pequeñas en las otras. Comida tradicional de plátanos, patacones y tamales, humitas y demás delicias a probar y degustar.

Fuente a Gandhi


La Basílica, a la que se puede subir a sus torres, mejor mirador de la ciudad

Iguanas como gárgolas


El Panecillo con la Virgen de Quito

Centro histórico, Patrimonio de la Humanidad





De vuelta al hostal nos acercamos por las calles de los gringos, dentro de La Mariscal, las calles Mariscal Foch y Calama, y las que las cortan y completan. Bares ruidosos, centros de acentos extraños, de diferenciación clasista de la ciudad. Lejanía e ignorancia. Tan rápido perder la atracción por esto, como despreciarlo. Nos volvemos. Un día largo.

Pero no descansaríamos aún. Aunque nuestros cuerpos y mentes nos lo pedían, aún no exigiéndonos, faltaba por vivir la experiencia del día, de los días, del viaje. Uno de esos encuentros que te marcan, que te dan a ostias una cura de humildad, que te enseñan que aún no sabes nada, te abren los ojos y te los mantienen pegados con la esencia de la vida, para que nunca se te vayan a cerrar, más después de conocerle, escucharle y de comprender una parte importante del por qué estamos viajando, de por qué empezó esto.

Al llegar a la puerta del hostal nos abrió un chico que no habíamos visto antes, un chico que hace el turno de las noches y abre a las personas que duermen aquí. Una amabilidad acompañaba a sus delineados rasgos indígenas, a unos ojos rasgados que nos daban la bienvenida, que nos acomodaban y nos relajaban, que nos enseñaban la sincronía con el resto de su rostro, de su apariencia amazónica, de su simpatía en la ausencia de maldad. Se presentó como Wayra, si es que se escribe así. Nosotros nos presentamos y en cuestión de segundos estábamos hablando, intercambiando experiencias e ideas de la ciudad, de la diferencia entre sus calles y sus zonas, de esa constante separación de la parte turística y el resto. Y de aquí, al viaje, a otras historias. A su historia.

Una de esas veces que escuchas, que no sabes que decir, y esperas como sigue evolucionando un relato, con la expectación de un niño pequeño al oir los cuentos y batallitas de su abuelo, con la ensoñación y la visualización de los detalles relatados, de la tristeza, de la rabia, de la cercanía, la empatía y el ejemplo. Ejemplo, si alguna vez la palabra tuvo un significado más apropiado que éste, era erróneo. Esto es un ejemplo, no me atrevería a decir que El Ejemplo, pero sí uno de esos que magnifican el sentido de la vida, de la lucha y la esperanza.
El cómo llegó él aquí, el por qué de este trabajo y el de dónde eres, dieron lugar a la asombrosa espera, a la atención inequívoca de los grandes momentos.

Nos contó su historia, una increible muestra de apertura de sentimientos, de enseñanza, de elevar la realidad al máximo de su expresión.
Nació en una pequeña comunidad indígena en la parte amazónica del interior del país, más allá de Puyo, más allá de esa ciudad que sirve de entrada a la región amazónica el centro del país. Hay más, mas regiones, más comunidades. La selva es enorme, su superficie es extensa en comparación con el tamaño del país. Nació en una zona maravillosamente biológica, natural, de una vida en su máximo esplendor. Una espacio donde vivir en calma y paz, donde la comunidad caza y recolecta frutos para sobrevivir, donde con lo que se planta y recolecta vives en armonía con la naturaleza. Donde nunca sabes que es esa maldición del consumo, del capitalismo, del progreso, de la nueva civilización. Las familias se mantienen en una unidad patriarcal, quizás demasiado patriarcal, desde nuestro punto de vista occidental, desde la evolución de los parámetros de equidad, pero originaria. Lo máximo que salen fuera de su territorio es para distribuir el exceso de recolección, el regalo de sobreproducción de la tierra. Lo venden en los pueblos cercanos. No están aislados, ni solos. No están tan lejos del progreso, pero se mantienen íntegros. Compran y venden lo necesario para la supervivencia, a veces en un nostálgico recuerdo del trueque. Lo justo para vivir.
Pero no todo es tan perfecto. Cerca de donde viven hay petróleo. Esa cosa maldita que ha marcado la existencia humana en el planeta. La negrura de se asocia al verde del dinero, aquí al otro verde, el de los árboles, el que estorba para encontrar el negro. El negro del futuro, de la invasión, del cambio, del descubrimiento, de la desprotección, del dominio, manipulación y eliminación.
Las compañías llegan. El país se vende. Siempre se ha vendido y siempre se venderá. Nadie controla estas superficies, y si alguién sabe algo se adueña de ellos el silencio. No nos importa lo que pase. Más al norte se contaminó todo. Los niños siguen naciendo con malformaciones, casos de cáncer, muertes prematuras, ecosistemas destrozados.
Si algo ha cambiado, en esto que llamamos progreso, es que ya no matamos al indígena, no lo utilizamos de mano de obra explotada, o comercializamos con sus cuerpos, su trabajo, sus vidas. Ahora somos más sutíles. Les damos regalos para hacernos amigos de ellos. Que no nos vayan a molestar con ataques, con boicoteos, o con saqueos. No se vayan a movilizar y alguién les quiera ayudar, escuchar, apoyar. Les vamos a dar alcohol y tabaco. Esos frutos de nuestro progreso. Ese aprendizaje para sus raras costumbres. Esto es bueno, gratis, regalo, somos amigos. No nos van a entender tan facilmente. No hablan nuestro idioma. Creemos que hablan una variación del quichua. Antiguo, es hora que vayan aprendiendo otra cosa. Les gustan nuestros regalos. Amigos.
Pero los efectos del alcohol son devastadores. Una droga que afecta el comportamiento humano, más en comunidades patriarcales. De aquí un suspiro, una evolución tan repentina en el tiempo histórico, terminante. Los maltratos aparecen al instante, de mujeres y niños, más fuerte en niños. Un maltrato que se conoce pero no en su profundidad. Una práctica que en un breve periodo de tiempo se ha instaurado como común. Una vida dura, difícil para los niños que lo sufren, que intentan ayudar a sus madres y salen peor parados. Fué su caso. No pudo aguantar más. Escapó.

''Pero hacia donde, no sé que hay ahí afuera, sólo salí una vez en camioneta para vender naranjas a un mercado, no iba sólo. Todo mejor que aquí. No tiene salida mi vida en esta jaula. Esta violenta jaula de opresión.
No necesito nada más que lo puesto, y un poco dinero que he ahorrado de los negocios agrarios familiares. Voy avanzando poco a poco. LLego a la ciudad. A la capital. Alguien me habló una vez de ésto. De edificios monstruosos. Idiomas raros, culturas extrañas, gentes de colores diversos y ropas extravagantes. Dimensiones brutales de dominio, no familiar, no se de quién y para qué.
La gente me mira, algunos me señalan.Soy consciente de las diferencias, no es tan raro percibirlas. Escapo de las masas, quiero discrección. Intentaré aguantar con el dinero que tengo, hasta que encuentre como sustentarme.
El progreso es algo brutal, pasan los días mientras observo y aprendo de todo. Voy escuchando y poniendo atención al idioma que hablan. Esos autos nuevos, esos edificios relucientes y reflectantes. La gente, los diversos atuendos que llevan. Movimiento, velocidad, anhelo las pausas, el relajante ritmo de los latidos de la selva, la necesidad de seguir mi rumbo. Pero no puedo volver. No hay nada allá. Tengo que luchar aquí, no es tan difícil. Observar, seguir una dinámica. No dejarme intimidar por el racismo de esta gente. Soy del mismo país que ellos, el progreso no marca las diferencias, y por el color de piel, es el mismo que el vuestro, pero el mio más puro, sin mestizar, sin corromper. Lo que siempre evitáis reconocer y es una realidad. Vuestra realidad estúpidos. Venimos todos del mismo origen, sólo que vosotros lo habéis olvidado, rechazado, marginado. Eso no os hace diferentes. No me hace diferente. Vuestro progreso no es tan especial. Es asumible, es factible. Yo puedo con él. Lo demostraré.
Pasan los días, las semanas. La plata no dura para siempre. Estos malditos papeles no son nada. Es una locura alabarlos. No pesan, no tienen sabor y no son irrompibles. Pero la gente los necesita. Los engrandece. Pelea y mata por ellos. A veces a sí mismos, a sus familias, a la sociedad. Comprendo ahora su poder, su importancia, su hegemonía. Veo el rumbo de esclavitud de la sociedad, sus falsos ídolos, su permanente adoctrinamiento en la ignorancia, en las ataduras, en lo ilógico. Sin posible vuelta atrás, directos hacia dónde. Nadie sabe pero yo no me dejaré atrapar. Lo utilizaré, se y he vivido la diferencia. Estoy encima de lo demás, de todo este progreso. Tengo que seguir para adelante. Ahora sin papeles de colores. No duraron, volaron como aves cromatizadas por los colores de la mimetización de la selva. No puedo pagar por dormir y comer. Mis únicos lujos.
El transcurrir de los días durmiendo en este parque, entre el cobijo de los árboles y la blandeza del césped, me ha hecho mejorar en mi comprensión del idioma. Ya entiendo cuando la gente me sigue mirando, señalando. Ahora se lo que significan esos símbolos. Pero no me deprimiré, sigo para adelante, fuerte y constante. No me afecta su indiferencia y desprecio. No creo que todos sean iguales. Así es. Hoy algo ha cambiado. Una mujer se para a hablar conmigo. Ya sé conversar. Sigo sus palabras. Me quiere ayudar. Voy con ella a su casa.
Tras unos días me ofrecen un puesto de trabajo en el Museo etnohistórico de artesanías del Ecuador. Yo sé de esto. Era mi vida, mi día a día. Es fácil explicarles a la gente el simbolismo de los artefactos que se exponen. Estoy a gusto. Pasan los días y voy ahorrando con el trabajo en el Museo.  Puedo vivir por mi mismo.

La luz se abre camino en mi mente.
Recuerdo cuando cerca de los parques selváticos cerca de mi comunidad llegaban blancos con acentos extraños y ropas extrañas, en grupos, haciendo fotos y videos y andando por los senderos que yo conozco desde niño. Ahora sé que un alemán compró una parte de la selva para hacer ecoturismo. Este Estado le vendió la naturaleza, nuestra parte de tierras para que se enriqueciera con el ecoturismo que ahora se ha puesto tan de moda. Y lleva años y creciendo, ejerciendo presión contra los demás, con el beneplácito del gobierno, para que nadie le moleste y afecte su empresa.
Ahora sé como defender mi origen, mi comunidad, como marcar la diferencia entre las comunidades, como hacer despertar a los compañerxs, como buscar mi camino y ser coherente con mi destino, como luchar contra el invasor con sus propias armas. Voy a estudiar en la Universidad.

Ya voy acabando la carrera, me queda el último año. He ido viendo como compañeros se van despidiendo y abandonando los estudios. Yo sigo, es mi camino. No ha sido fácil. Se acabó el trabajo en el museo, la plata la guardaba para pagar la universidad. No daba para más. Dormía en el campus en una tienda de campaña, por las noches, el guarda era amigo mío. Por el día la desmontaba e iba a las clases. Fueron momentos duros, pero seguí. Siempre he seguido.
Al fin encontré un trabajo en un hostal, donde podía trabajar por las noches, dormir aquí y seguir con la universidad. He aprendido el inglés para hablar con los turistas e informática. Quién me iba a decir antes que era un ordenador. Ahora todo va bien. Pero claro no me he acostumbrado a las comodidades. En unos meses el trabajo aquí acaba. El dueño cierra el hostal. Pensaré en ganarme la vida tocando música en los buses, haciendo artesanía, o lo que sea de aquí para allá. Lo necesario para acabar la Universidad y especialzarme, aunque tenga que volver a dormir ahí. Quién sabe, igual me dan una beca para ir a Euopa a mejorar. Todo está abierto a la incertidumbre, la improvisación y la suerte. Tengo fe en mí. Es lo que tengo. Con lo que he tirado dígnamente. Eso me hace libre y vivo.

Y no voy a estar quieto. Cada vez sé mejor como funciona este sistema. Sé de primera mano cada una de las injusticias. Estuve con la anterior marcha indígena en Abril. Una que llenó las calles en Quito. Un principio de ya no estamos tan solos. Estamos organizados y no nos vais a machacar. Tenemos poder comunitario y expectativas, grandes expectativas. Esta marcha es un aviso. Tened cuidado. Os vigilamos. Sabemos que hacéis y como pararlo. Tenemos demandas y las váis a oir.
Señor Correa, no nos asusta tu prepotencia, tu totalitarismo. Sabemos que es sólo fachada cuando hablas de los derechos de los pueblos originarios. Lucharemos por ello, nos oirás. Sabemos que intentas mantener el pozo principal del P.N.Yasuní, pero que ya has vendido los que lo rodean. La misma cosa. Sin control, cuando reviente todo el ecosistema se destruirá. Malditas mentiras.
Sabemos de que tu socialismo no es proteccionista como prometías. Vendes cada vez más cosas al poder oriental de China. Nunca hubo dragones aquí, y no los necesitamos. Tenemos una de las mayores riquezas energéticas de Suramérica, no se concibe esta pobreza. Fallastes.''

Realmente ha pasado rápido el tiempo. Aún con la intensidad de lo escuchado, siento la pesadez de mis párpados. El cansancio me alerta, me susurra, me anima a seguirle. Buscar ese reposo del guerrero. Pensar en todo esto.
Seguro mañana será otro día.