26 marzo 2012

CONTRASTANDO REALIDADES

Tras nuestro intenso paso por las tierras chiquitanas, y con la nostalgia añadida de poder visitar la perceptiva perfección de un ecosistema amazónico, descubrimos, tras preguntar varias veces y a varias personas diferentes (algo muy recomendado en Bolivia para intentar obtener una información mínimamente veráz), que el Parque Nacional Amboró posée las riquezas propias de lo que anhelamos. Y, en ésta época, aunque se pueden dar lluvias, no son tan fuertes y constantes como en la Chiquitania. Algo que despierta nuestros más profundos deseos. No se diga más. Conectamos varios trayectos consecutivos ( San Ignacio de Velasco-San José de Chiquitos- Santa Cruz, por bus ya que el tren descarriló unas horas antes de que lo intentásemos tomar- Montero- Buena Vista), a la par que conectábamos varios cafés consecutivos, para llegar, largas horas después, (más concrétamente 16) al destino más cercano a la entrada de éste parque. Bueno, de la entrada Norte, que es en la que está toda la selva, y como ya vamos acostumbrando a hacer, la entrada más innacesible. Otra pequeña aventura de decisión y constancia.

Buena Vista es una pequeña localidad cercana a Santa Cruz, pero con la tranquilidad que no veríamos en aquella. No hay muchos habitantes, y los que hay se dedican a las plantaciones de café que se dispersan por los alrededores de aquí. Un café que no tiene nada que envidiar al brasileño, y que es el orgullo de la zona. Lo pudimos comprobar en sucesivas ocasiones.



Nada más llegar, la prioridad era buscar esa información tan oculta, casi prohibitiva, que era como acceder al parque. La oficina de información no sabía respondernos (comentaba que era mejor el acceso por la zona sur, desde Samaipata), al igual que las agencias de turismo, comentaban lo mismo.
La causa se debía a que las comunidades que gestionaban la entrada al parque (son las que tienen los guías obligados a contratar para poder caminar por él) habían roto cualquier acuerdo contractual con las agencias de turismo, las que les robaban y timaban (como buenas agencias del capital insostenible y contaminador), y éstas se veían obligadas a poner unas tarifas tan caras a sus servicios que las hacía prohibitivas, llegando a su cierre por insolvencia. ¡Que se jodan!
Estas comunidades querían llevar una gestión responsable y ecológica del parque, ya que en parte se convierte en un medio de subsistencia para ellas. Dependen de él.
Por eso, tras conseguir un vehículo que nos acercara al parque, preguntando de aquí para allá por el pueblo, pudimos adentrarnos en estas maravillosas tierras, contactando con la comunidad, para solicitar su permiso de acceso. Antes visitamos los pueblos cercanos a Buena Vista.

En uno de ellos, Yapacaní, pudimos observar los resultados de un conflicto que reventó una semana antes. El pueblo se levantó para expulsar al alcalde del municipio, presúntamente corrupto, acabando en una confrontación contra la policia que terminó con tres muertos. El pueblo se convirtió en un caos.
Posteriórmente se decidió vaciarlo de policías. Cada sección echaba la culpa a los otros. Los que apoyaban al alcalde, que todo fue orquestado por el gobierno de Santa Cruz (opositores al gobierno del MAS), otros que fue la culpa de la corrupción interesada de aquél, otros que de la policía (yo creo que éstos siempre son culpables). Entre una cosa y otra, ni gobierno municipal, ni culpables, ni política, ni policía. El pueblo se quedó para los ciudadanos. Y se estaba tranquilo cuando paseábamos por sus calles, supuéstamente peligrosas.

Realmente el camino para llegar a la entrada norte del Parque Nacional Amboró, se las traía. Repleto de socavones, ríos, pasos milimétricos, barro, piedras, y todas esas cosas que dificultarían su transición a cualquier otro vehículo, íbamos dando saltos, con la emoción de ir observando esos maravillosos parajes celestiales a los que nos acercábamos por momentos. A sus lados, plantaciones de maní (cacahuete), naranjas, paltas (aguacates), árboles tropicales, y esas casitas humildes de las que ya nos estábamos acostumbrando. Tras pasar alguna pequeña villa, con su intensa vida cotidiana, alejada tras nuestro paso, nos profundizamos un poco más en la selva, para acabar llegando a la comunidad dónde nos esperaba Mario.

Ataviado con unas pequeñas sandalias hechas de caucho de neumático (lo mejor que he visto en resistencia y comodidad para andar por esta vegetación), y con poco más que su camisa y chaleco, levantando sólo un poco más de metro y medio del suelo, aparecía nuestro inseparable amigo por unos días. Originario de otras latitudes, pero emigrado acá por las facilidades de vida en la comunidad (la verdad, que viven de subsistencia de sus plantaciones y con lo que sacan de las guías por el parque se gestionan la educación y la sanidad), su sonrisa nos hacía entrever lo que nos depararía en el camino. Una sonrisa que resaltaba su pequeño bigotito en una cara de peculiares rasgos indígenas. Con él aprenderíamos, que el quechua cada uno lo pronuncia casi como quiere. Igual no es tan difícil de aprender, si consigues la guía básica, ya que de aquí son todo variaciones.

Tras despedirnos de nuestro transporte, hasta unos días en los que nos recogería de nuevo, empezamos mochila encima,a adentrarnos en el parque. La bienvenida nos la dieron unas mariposas azules (Mariposa Morfo) revoloteando a nuestro alrededor. El brillo de sus alas constrastaba con el verdor cristalino de los árboles que nos protegían de un sol que alejaba las molestias lluvias. Luego, como si se hubieran sincronizado préviamente, aparecieron unas parabas volando en pareja, dando el color que faltaba para la perfección cromática del momento, un rojo en esquivos movimientos surcando las retorcidas ramas.




Las miradas se adentraban en la vegetación que susurraba nuestros pasos, buscando cualquier indicio de vida, o reconociendo todas las huellas que Mario nos iba relatando a nuestro paso. A la par que insectos, que de esos no hay que nombrar que abundan. Sobre todo las arañas, que por la ausencia de gotas que destrozaran sus redes, cortaban el camino como si éste fuese su reino.
Tras andar varios kilómetros, llegamos a los miradores, dónde la magnitud de este parque se vislumbra en su totalidad. De aquí pudimos ver el Cerro Amboró, casi innacesible (lo comento porque los guías aún no habían subido, y creían que nadie había llegado aún a él).
Luego de ver jugar a un mono ardilla encima nuestro, nos dirigimos hacia las cascadas. El baño más refrescante en tiempo, y lo natural que debiera ser todo baño frío.



Cerro Amboró, y cañones donde nos adentraríamos

Andamos, observamos, admiramos, escuchamos y aprendemos. Lo mejor para recorrer los parajes más indómitos (salvando las distancias) es hacerlo con alguien que te enseña el respeto que tú ya tienes, pero desde la perspectiva más autóctona.
El problema fue que tanto hablar, tantas preguntas y respuestas, nos distrajo de lo más fundamental, que es estar atento por donde andas y que pisas. Casi imperceptible, con unos colores selectivos miméticos que casi nos hizo obviarla, pero, por suerte para nosotros, la vimos. Ahí estaba. Observando sigilosa el avanzar de nuestros pasos. El acecho a su cercanía. El miedo a tener que defenderse. Menos mal, que un escaso metro de distancia de ella nos frenó. Menos mal. Igual Pachamama nos advirtió. Quién sabe. La cosa es que estaba delante con la cabeza dirigida hacia nuestra posición. Hacia nuestra vulnerabilidad. La llaman Yupi y es una víbora de picadura mortal. Tan pequeña como implacable. Tan precisa como definitiva. Su color amarronado, con diversos matices, se camuflaba en unas cómplices hojas caídas en el sendero. Pero no fue tan perfecta como se pensaba. Pudimos observarla y esperar a que decidiera desplazarse, buscando el respeto mútuo. Tranquílamente, sabiendo de su poderío, se fue deslizando entre las raíces próximas, hasta desaparecer a nuestras alarmadas vistas. El guía ante su descuido continuó el recorrido más atento aún, desplazando con una rama las telarañas que se distribuían bloqueando nuestras próximas panorámicas.

Yupi

Tras acceder a una fina cascada, prometía espectacularidad en temporadas de lluvias, regresamos a acampar entre el anochecer, los sonidos de monos y tucanes, y los incesantes ataques de esos sedientos hijos del mal, diminutos discípulos de los vampiros.

El nuevo amanecer priorizó las acciones de rascamiento de nuestra maltratada piel. Crees que la tienda de campaña es aislante de la nocturnidad tropical, pero la vida se abre siempre paso entre sus protectores mosquiteras. Un nuevo relieve dérmico da forma a nuestros cuerpos.
Hoy nos íbamos a dentrar más en la selva. Prometía gratas sensaciones visuales. Y fue así tras ir sorteando recodos de ríos, subidas enbarradas, lianas desconocedoras de la horizontalidad, especies de árboles, sus protecciones puntiagudas, huellas de jabalíes, gatos monteses, armadillos, roedores, insectos policromados, ecosistemas en movimiento, vivos, salvajes.


Desde el árbol de la goma, a helechos gigantes (en este parque hay un bosque de ellos, de los pocos en el mundo, quizás de los únicos), otros árboles que mudan de raices provocando un ínfimo movimiento de sus troncos, otra sorprendente aparición de la Yupi, otro cuasi infarto, otro renacer, otros joder joder joder fuera de aquí bicho, diversas especies de aves, más sonidos, ruidos, espectaciones.

Helechos gigantes

El final del recorrido era algo mágico. Llegar a la cueva de los guácharos. Para ello había que sortear varios ríos, cruzándolos de orilla a orilla hasta ir encaminando el trayecto que accedía a la cueva. Y aquí la maravillosa orientación de Mario, que por algo era guía, doblando entre tramos de selva a otros tramos, a otros ríos, a zonas que el machete tenía que hacer aparición (que gran instrumento). Mientras ir anonadado viendo los cañones que protegen tu ansiada finalidad. Y esa soledad, ese silencio que te sigue, que te dirige, que te vigila.



Cuando llegas a la cueva ya alucinas del todo. Tienes que ir adentrándote entre unas paredes de las que cae agua, con mucho cuidado, al ir en ropa interior y descalzo, de no caerte (es lo que tiene improvisar las cosas, nadie te avisa de traerte tu bañador), y en total silencio para no despertar a los pájaros. Son aves nocturnas, presumíblemente un paso evolutivo hacia los murciélagos, que viven y anidan en las cuevas. Y el sonido que hacen, parece salido del abismo, si ya de por sí es grave, la resonancia de la cueva lo magnifica. Así que adentrarte es toda una experiencia. Y cuando estas dentro, con más cuidado aún, puedes ir nadando hasta acercarte (dentro se forma una pequeña piscina natural).
Será redundante, pero esto es impresionante.

Regresamos hasta otra cueva, que pasamos anteriórmente, donde pasaremos la noche. Curiósamente, la mañana anterior, un jaguar bebió agua del río desde esta posición, comprobado por las huellas frescas que se mantenían impresas al margen del río. Pero el cocinar la cena al fuego de una hoguera, y dejar ésta humeante por la noche, nos daba la tranquilidad de nuestros dulces sueños, tras el fatigoso día.

Y llovió. Pero bien. El resguardo de las paredes de la montaña, que daba forma a la cueva, protegió nuestro descanso. Al día siguiente estaba despejado, pero la lluvia dejo constancia de su presencia al aumentar el cauce de los ríos. Si en la ida el agua nos llegaba casi a las rodillas, ahora había aumentado. Y estaba turbia, muy turbia. Mario, con su baja estatura, y su experiencia demostrada, comprobo la posibilidad de cruzarlos. Hubo una sorpresa al ver que casi le llega el agua a los hombros, aunque sólo en un tramo.

No había otra solución. Mochilas al cuello, y para adelante. Con botas y pantalones (no se veía que hay en el río), como si de una guerrilla se tratara, cruzamos apresurádamente, por el indicio del retorno de las lluvias. Conseguido, aunque mojadísimos llegamos, con esa sonrisa de disfrutar como un niño, aunque la tensión fue acuciante. Por eso, como broche final, aparecieron los monos araña, curiosos entre los árboles, contemplando a esos novedosos visitantes.

Guerrilla, jejeje

Tras pasar de nuevo por Montero, llegamos a Santa Cruz, para tomar una bus hacia Samaipata. La dificultad de encontrar la verdadera salida de los micros que iban aquí (los bolivianos parece que a veces no saben dónde se viven), nos llevó a improvisar de nuevo, tomando un bus urbano que nos dejo en la salida de la ciudad, desde donde nos llevaron a Samaipata. La carretera sube de nuevo hacia las zonas altas, abandonando esa humedad que dejamos gustosamente atrás. Y este camino, hacerlo de noche, intuyendo los precipicios, a la que el conductor piensa que es un rally nocturno, tiene todo su encanto.

Samaipata es un pequeño municipio, a medio camino entre las montañas y la selva, que tiene varios atractivos. Aunque algunos son más turísticos, en el pueblo hay bastantes agencias de turismos con precios altísimos, el principal es el Fuerte. Tallado en roca, con formas geométricas y zoomorfas, se sitúa en lo alto de un monte, que luego fue utilizado por incas como punto de control territorial, y posteriormente por los españoles. Además de integrar los Patrimonios de la Humanidad, mantiene la originalidad de ser la mayor estructura tallada en roca del mundo, y aún, tras años de investigaciones, aunque es más reciente, no se sabe que civilización o pueblo lo hizo. Está dañado por el paso de los años y la erosión, que no se puede detener, y ahora se protege más, antes la gente tallaba su nombrecito en las mismas rocas. Las vistas de toda la zona son increibles.


Al margen del Fuerte, que es el factor de visitas principal, aunque humilde, la otra gran atracción, prohibitiva por su precio, es la cercanía a La Higuera, lugar donde fue asesinado el Che Guevara. Bueno llegar aquí por tus propios pies te llevaría muchísimo tiempo, no hay transportes públicos. Esto lo han aprovechado las agencias de turismo y los taxis particulares para robar a esos turistas frikis, que pagan más de 100 dólares, sólo por ir, tras 4 horas de trayecto a hacerse unas fotos y volverse. Joder si el Che levantara la cabeza.
La otra opción es acercarse a Vallegrande, más accesible, lugar donde trasladaron el cuerpo del Che, tras su asesinato. Hay una museo. Creo que al final es igual de friki.

Camino a Sucre. Otra nueva improvisación. Pero llegamos. Hubo algún sobresalto, como viene a tenerte acostumbrado las carreteras de Bolivia. Esta vez hubo un derrumbe de toda la carretera una semana antes, y cuando pasamos, de noche, para que los viajeros no se asusten, sólo había como paso, entre cañones, dos tuberías del ancho del autobús. Desde la ventana se podía adivinar la caída, sobre todo teniendo en cuenta un cartél que vimos nada más llegar a La Paz ("Señores viajeros antes de subirse a un autobús asegúrense que el conductor no esté ebrio"). Pero pasamos, entre taquicardias.

Sucre. Capital Constitucional de Bolivia. Ciudad con historia donde las haya. La Ciudad Blanca.
No paramos mucho aquí. Lo suficiente para hacer la vuelta rápida a la ciudad. No es muy grande, su centro histórico es lo más atrayente, debido al inmaculado blanco de sus paredes. No tiene mucha vida para tener la importancia que tiene. Tampoco tiene mucha población, y la mayoría vive en elos extrarradios, el centro es turístico y otro Patrimonio de la Humanidad.
Importante la Casa de la Libertad, lugar donde se firmó la independencia del país. Luego la Plaza de Armas, las múltiples iglesias que rodean el centro, la Catedrál.





Aunque no fuimos, por lo ridículo que parecía el autobús que te llevaba, con forma de dinosaurio, a pocos kilómetros de Sucre, se encuentra el yacimiento paleontológico de Cal Orko. Es el yacimiento de huellas fosibilizadas más grande del mundo. Pero por lo que han comentado las personas que han ido y con la que hemos hablado, es una mierda. Estás tan lejos de los muros donde están las huellas que sólo te dejan verlas con prismáticos, y ya. No ves nada más. Bien por la conservación. Mal por las agencias que engañan.


Catedral

Potosí, la ciudad más alta del mundo. Bueno y con todo lo más alto del mundo. La cervecería más alta, el campo de fútbol, el mercado, el carnaval, los alojamientos más altos, en fin, todo lo que se quiera vender como lo más alto del mundo. Y, claro, otro Patrimonio de la Humanidad. Pero éste con sentido, mucho sentido. Aquí se llevó acabo una de las masacres indirectas más masivas de Suramérica. La mina de Cerro Rico, la que dió toda la fama a la ciudad. La que llevó a Potosí, a ser la ciudad más próspera de Suramérica. La que mató a unos 8 millones de indígenas y esclavos que trabajaron en su explotación. Explotación que existe hasta nuestros días, y por poco más. Le estiman unos 10 años más de extracción de minerales. La verdad que las cifras marean. Hay unos 500 kilómetros de túneles en su interior. Lleva casi 500 años de explotación. Ahora hay 36 cooperativas de mineros que entran cada día, durante más de 8 horas, disminuyendo su esperanza de vida, intentando mantener a sus familias por escasos 100 euros al mes. Lo que extraen lo procesan plantas de tratamiento de minerales de capital extranjero. Lo que más interesa es la plata. Aunque hay cantidad de minerales. La historia de Bolivia gira en torno a esta mina. La historia de la industria armamentística también. Y con ella la historia de la economía en tiempos de guerra. La global y la boliviana.
Para una buena lectura, el capítulo que hace mención a ella, en el libro de Las venas abiertas de América Latina (Edurdo Galeano, página 20.), entre otros libros de autores bolivianos.

Cerro Rico


Pudimos verla desde dentro, recorrer sus túneles, pasadizos de una angostura claustrofóbica. Hablar con los mineros, compartir unas hojas de coca con ellos, visitar al Tío, el patrón de las minas. Antes, cuando los primeros españoles llegaron, vieron que los mineros que ya explotaban las minas rezaban, o hacían ofrendas, a unas deidades que en la cosmovisión inca eran los que te acompañaban en la oscuridad, en el camino entre la vida y el más allá, debido a la peligrosidad de la mina antaño. Pensando que adoraban al señor de las tinieblas, (el catolicismo que llevaron a estas tierras les explicó que era el diablo) llevaron a crear una figura, famosa actuálmente, con forma de diablo, para mediante ese sincretismo, tan recurrido en Suramérica, seguir confiando sus ofrendas y su suerte a él. Así nació el Tío.

El Tío

La presión y la oscuridad a 60 metros bajo tierra da la gran importancia a la labor y trabajo de estos grandes.
Un documental interesante al respecto:
http://www.taringa.net/posts/videos/1751586/Documental-La-Mina-del-Diablo.html

Allí conocimos a unos mineros que nos invitaron a desfilar con ellos en el Carnaval de los Mineros que era al día siguiente. Y allí fuimos. Vestidos con el traje de su hermandad, unos ponchos y unos sombreros, e intentando aprendernos las letras de sus canciones y el baile que ellos hacían, el tinku, disfrutamos la fiesta como nadie. Bueno un tanto ebrios ya que pasaron como 5 horas hasta que empezamos a movernos, lo que nos dio el margen suficiente para probar todas las bebidas típicas (alcohólicas) de la zona, a la que nos invitaban con gusto estos geniales profesionales. Hay que constatar que en la mina ellos suelen beber alcohol de 96 grados. Eso es fuerte. Muy fuerte.



Orquesta Popoo, la banda más conocida e internacional de Bolivia

Las cholitas


Después nos mojamos por fuera. Es tradición que en los carnavales en Bolivia todo el mundo se arroja globos de agua y espuma en spray. Si los niños te atacan tú te defiendes, y te compras unos sprays para hacer disfrutar del día a los niños locales, a los no tan niños, y a tí mismo. Así acabamos inundados, mojadísimos, y en ocasiones lleno de arriba a bajo de espuma, que te da la apariencia de un auténtico hombre de las nieves.
Cuando llegamos al palco de las autoridades, que votaban al baile y caracterización de la mejor hermandad, ya estábamos en otro mundo, aunque intentamos bailar lo mejor posible, ante la mirada de esas autoridades que desconfiaban de la aparición de no bolivianos en su baile. Tanto que nos llamaron turistas. Semejante osadía. Aún me quedaba spray de espuma. Lo suficiente para rociar a las caras de los políticos allí presentes. Jajaja, geniales las caras de repulsa que pusieron. Nuestros bailes no eran muy buenos, pero seguro que con ese detallito ya era imposible que ganáramos nada de nada. Luego la fiesta siguió más loca aún.

Aquí acababa nuestra gira por las tierras bolivianas. Ahora regresábamos a Cochabamba para empezar nuestro trabajo con los chavales de las cárceles. Otra intensidad.