29 febrero 2012

CHIQUITANIA

CAPÍTULO 1.

<< En ocasiones acontece que la inabarcable profundidad de nuestra realidad subconsciente, pierde los límites de la cordura, cruzando los pantanosos caminos de lo onírico, confundiendo la ilusión con la normalidad.>>

Los sucesos relatados a continuación intentan mantener lo más fidedígnamente posible lo ocurrido en esa lejanía que son las tierras de los chiquitanos. Si algún detalle obvia la exactitud de su transcripción se debe a la dificultad de expresar las sensaciones causadas por la novedad de lo observado.

<< Creo que ya estoy llegando a Santa Cruz.>>

La humedad creciente en el ambiente provoca la asfixia de los poros de una piel, que conscientemente, se prepara para el fusilamiento indiscriminado de los mosquitos moradores de la región.
Atrás quedó la presión de la altura del altiplano, la sensación de cansancio en la ausencia de oxígeno, en la predisposición adaptativa pulmonar a otras tierras más bajas. Ahora me adentró a los caudalosos ríos. La vegetación de un verde más exhuberante abarca mi campo de visión. Las superfícies, en mayor o menor, frondosidad, se extienden en un horizonte soleado. Un horizonte que surca las texturas del espectro cromado que pudiera captar mis pupilas.



La novedad del cambio paisajístico se vuelve a una asombrosa continuación de pautas naturales, como si me hubiera adentrado en un bucle sin salida en su repetitividad.
Algún pequeño municipio, ahora con un incipiente brote de dengue que tiene alarmada a la población, rompe la rutina buscando el otro cambio, el humano, el costumbrista, el local.
Siempre los ojos predispuestos a captar esos momentos, detalles y situaciones, de donde podemos aprender la diferenciación de la humildad, desarrollar la comprensión, el entendimiento como vía existencial.

Pero el trayecto rumbo a la ciudad de Santa Cruz es largo y tumultuoso. Las carreteras en Bolivia son lentas. Su carril único relentiza los viajes al doble de su tiempo, contando con tramos en que la circulación puede taponar los caminos. Siempre, además, que no te encuentres con un bloqueo. La espera ha de tornarse calmosa, abrazando la paciencia, como inseparable compañera de viaje.
Sabiendo con antelación esto, el prepararse es primordial. Y en este caso, que son largas horas, lo mejor es aprovechar el tiempo para adentrarme en el mejor conocimiento de la actualidad socio-política del país. Comprar los diferentes periódicos para hacer una comparativa objetiva, aunque finalmente se antoje obligádamente subjetiva, mejorará mi opinión ideológica de la realidad.

El país está en una dinámica difícil. El acercamiento al socialismo intentado por el MAS, partido gobernante y su presidente Evo Morales, no se ha conseguido desarrollar en su integridad. Las buenas ideas se han quedado aplazadas a falta de su correcta implementación. El país ha perdido su identidad nacional, que no estatal, con la creación del Estado Plurinacional, con sus 34 naciones diferenciadas, con la priorización de la aymara, la del propio presidente, que se ha beneficiado en esa diferenciación. El gobierno ha girado al propio etnocentrismo dirigente. Igual el intentar implementar las ideas revolucionarias de antaño, kataristas, con el odio inherentemente resignado al colonialismo y al posterior capitalismo neoliberal, creando un Estado casi impuesto por intelectuales que redactaron la actual Constitución (2009), sin consulta directa popular, y menos indígena, por novedoso y socialista que se ideara, lo que ha creado es una bomba de relojería.
Y a estallado por diversos puntos de horrorosa gestión. El más significativo es el conflicto del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Securé (TIPNIS). La asamblea constituyente promulgó una ley para la construcción de una carretera que cruzara este territorio, desde San Iganacio de Moxos hasta Villa Tunari. Bajo la excusa de fomentar el desarrollo de las comunidades que cohabitan la zona, más aisladas del resto de los departamentos del país, escondía, entre otras cosas, unos acuerdos para la salida al Pacífico de las exportaciones de soja de Brasil, y la entrada de hoja de coca de las plantaciones del sur del TIPNIS a los territorios amazónicos, favoreciendo a los cocaleros en el aumento de su producción (Evo era cocalero, hay un interesante documental al respecto con el nombre de Cocalero) e incrementando la producción del polvito blanco tan adictivo en el vacío alienante de Occidente (poco consumido por bolivianos que lo ven como algo ajeno a ellos, criticándolo por poner en peligro el consumo de la hoja de coca, de uso ancestral e intrínsicamente relacionada con el culto y respeto a la Pachamama, comentar lo interesante del Museo de la coca en La Paz, el único del mundo y muy politizado divulgatívamente).

La construcción de la carretera está dirigida por empresas brasileiras, que sin ninguna licencia ambiental, ni estudios previos, ya han asfaltado tramos en el sur, a la altura de Villa Tunari, y poblaciones aledañas. Les favorece la cantidad de millones de crédito que les otorga el Banco Nacional de Desarrollo de Brasil (BNDES), el segundo del mundo en otorgar este dinero, tras el chino. Y, es que, tras todo esto está el mayor plan de infraestructuras de Suramérica, que en unos años, con la excusa del fomento del crecimiento de la regionalización, como lucha anticapitalista y antiimperialista (las ideas se retuercen), quiere tejer la mayor red de carreteras por todo el continente, favoreciendo sólo a las mayores potencias, que necesitan el transporte y distribución de sus producciones. Todos los datos son mucho más analíticos y probatorios de esa cruel culpabilidad.

http://www.ftierra.org/ft/

Acuerdos bilaterales y multilaterales en un entramado, de una turbiedad intrínseca en su finalidad, que provocaron la reacción de los originarios del territorio, en una marcha sin precedentes hacia La Paz, que conmocionó por su actitud, lucha, perseverancia y constancia, al resto de la sociedad, que en su empatía, salió en masa al apoyo de la multitud caminante (utopic walkers). Este momento consiguió integrar la identidad proteccionista boliviana más allá que cualquier Estado, y más aún que la nueva división de las 34 naciones. Se intentó desvirtuar por medios estatalistas (bajo la sospecha de intereses derechistas de la oposición de ensuciar la imagen del gobierno) esta convocatoria extraordinaria, ajenos a la realidad de una pueblo que anhela proteger su identidad, su territorio, su soberanía, más social e indígena, que la que defiende el socialismo tecnócrata.

La presión forzó que se emitiera una ley corta aplazando la construcción de la carretera. Éste fué un triunfo justo del pueblo, y un error garrafal del gobierno, de todxs que sabiendo lo que se jugaban, buscaron la integridad en la heterogeneidad, esa que une, esa que crea una identidad soberana, que con la memoria viva puede hacer obsoleto el control político de un Estado.

De aquí, unos meses adelante, otra marcha. Esta vez del Congreso Indígena del Sur (CONISUR), los pueblos indígenas que se desplazaron a trabajar las tierras del TIPNIS, colonos, pero no originarios. Se manifestaban a favor de la construcción del trazado, y la derogación de la ley corta. No se les puede quitar el mérito de marchar bajo la lluvia, la nieve y el granizo, pero el problema es que éstos están sindicalizados, y van de la mano del gobierno. Éste favorece el aumento y el desarrolo local, con nuevas y constantes infraestructuras, sanitarias y educativas, para así fomentar el cultivo de los campos de coca, que le interesa al Gobierno exportar. De ahí, la marcha, sus intereses van de la mano y apoyados por los gubernamentales. Se han visto vehículos oficiales apoyando el trayecto.
A su llegada a La Paz, se crearon disturbios, en la crítica a esta marcha.
Pero consiguieron, en un guión ya preestablecido, forzar una tercera vía. Un consulta sobre la decisión futura de esta carretera. La consulta tenía que haberse realizado antes de la construcción de los primeros tramos, del asfaltamiento de éstos, según el Convenio 169 de la OIT, y según la propia Constitución, que da derecho libre a la determinación y autonomía de los pueblos originarios. No se hizo y quieren hacerlo ahora con una ley que fomenta la falsa consulta como medio de pacificación del conflicto creado, y que esconde que la votación sólo la harán la parte de los indígenas colonos, porque los originarios del TIPNIS se han desentendido en su protesta. Y para mantener mejor el engaño todos los medios de comunicación dan por votada el sí a la carretera.
No ha acabado aún el asunto, en su complejidad legislativa hay un caos organizado, que veremos como concluye. ( La batalla por las represas chilenas se perdió, queda esta nueva batalla).

Al margen del conflicto que acapara toda la atención del país, la economía boliviana va creciendo, la minería va en progresivo incremento y el sector energético está vendiendo nuevas prospecciones de gas y petróleo. Las nacionalizaciones se continuan, la educación es universal, hay comités anticorrupción y por la transparencia política (algo que crea división entre la oposición entre departamentos).
Pero todo sigue en el aire, como un boceto de política que no se acaba de desarrollar. Esto está perjudicando al gobierno, que va creando nuevos opositores, cuando se cumple el segundo año de la reforma constitucional.

La lectura y mis reflexiones amenizan el viaje. Ni me dí cuenta de la película malísima de alienígenas que estaban poniendo en el bus.
La llegada a Santa Cruz, tras los últimos ríos de una turbidiez naturalmente propia, se antoja curiosa.
La ciudad es el núcleo más poblado de Bolivia y se extiende en formación anular. El centro conforma el primer anillo. De aquí, las proporciones son tan grandes que se divide hasta en 10 más, para su mejor orientación y distribucción, y sigue creciendo. No la frena barrera natural, el crecimiento de la región atrae a la inmigración del resto del país y brasileira. Al paso de cada cuadra, se diferencian las avenidas sin fín en su horizonte, todo formado por edificaciones de no más de dos ó tres pisos, pequeños comercios, empresas familiares.
Al llegar a la estación de buses se comprueba la bimodalidad de ésta, que se integra con la estación de trenes, hasta ahora no vista por mis ojos.

Las gotas de sudor compiten entra sí, por la llegada más rápida a mis ojos, cegados por el sofocante calor. Una humedad asfixiante les ayuda en su menestér. Eso acelera el movimiento rítmico de mis ennegrecidos pies, producto de los charcos de barro de los caminos y las zonas de polvo y porquería, en la búsqueda de cualquier aporte relajante, cualquier viento solidario, que neutralicen mi sopor.
No siento nada especial en esta ciudad, no empatizo, no la entiendo, no la puedo escuchar. Se hace la indiferente a mis sentidos. Ni acepta ni rechaza, se resigna en su ignorancia. Lo noto en las calles, sin brillo, sin esencia, mientras me encamino a la plaza principal.
La ciudad no aportará nada más. Igual alguna que otra estátua con algo de historia, colocadas en cada una de las rotondas de su extensa dimensión.



La plaza no tiene ninguna peculiaridad. La austera catedral y los insignificntes edificios que la bordean, municipalidad, casa de cultura, se evaporan en mi obligado bloqueo sensorial. Estas líneas son su único recuerdo.
Recorriendo sus calles, ansio el descanso, hidratar los torturados poros de una piel que se fusiona a mi ropa, organizar el próximo destino, el escape.

El sonido tiene un ritmo especial, un ritmo que hacía tiempo no escuchaba, en su sutíl aprecio, en su sencilla precisión. El brillo metálico de los railes de las vías, el verde en rápido movimiento de los diferentes árboles al pasar, la sensación de profundidad, de alejamiento, aislamiento, inmensidad e inmersidad, las suaves brisas entrando entre sus envejecidas ventanas, dan la tranquilidad de la nostalgia de ese pasado, ahora tan natural y cercano.


Observando el compás de sus movimientos, y el empequeñecimiento de esas casas al pasar, entre ladridos de envalentonados perros, y corredoras gallinas, cordiales niños ondulando sus melanínicas manos en graciosos saludos, motocicletas contaminando con sus podridos motores la pureza del fresco aire, algo de basura y suciedad en los espacios vacíos que dejan las vías, contemplo el parsimonioso atardecer entre las montañas que acompañan nuestro desplazamiento.

Toborochi

Me relajo, disfruto y despejo.

CAPÍTULO 2.

<< Bueno ya entramos en la Chiquitania. Ahí está el cartél de San José de Chiquitos. El tren ya va frenando y la gente se agolpa para salir. Pienso que veré la misión. Espero esté abierta, y mañana me voy hacia el Parque Nacional Noel Kempff Mercado>>.

San José es uno de los seis pueblos con misiones jesuíticas, en buen estado de conservación, declarados Patrimonio de la Humanidad. Además, de su plaza principal y sus calles tradicionales, cuenta con la magestuosidad de una cordillera que separa a esta región del Chaco boliviano y de Paraguay.


La misión evoca una regresión mental a un pasado evangelizador y asesino, indiréctamente, ya que estas misiones era la idea que tenían, controlar, esclavizar y dominar aculturálmente a los nativos, en este caso los chiquitanos y chiriguanos, aunque un poco más al sur, en Paraguay eran los guraníes. Hasta que se expulsó a los jesuítas, con el pretexto del poder que estaban tomando respecto a la Iglesia Católica. La idea era traer a los indios de las comunidades y poblados de las cercanías, los encerraban en las misiones, les hacían trabajar para los misioneros grátis, en los campos que cultivaban, a la que los evangelizaban. Luego vendieron esta región misional, como una nueva cultura musical que se mantuvo con los años.



El tamaño de esta misión es más grande que el resto, que se distribuyen desde aquí por el resto de la región. Cuenta con su templo, su torreón y unas enormes dependencias para los misioneros. Es la única que está construida con piedra y cal, lo que evidencia un pasado con edificaciones peculiares.

<< Joder, la estructura de este pueblo naturaliza de tal manera lo que acaeció aquí, que si cierro los ojos puedo evocar perfectamente ese pasado, como si lo estuviera sufriendo en mis propias carnes.>>

Los pueblos pequeños los recorres rápido, si no hay una vida social intensa, que no era el caso, y las pocas calles que se distribuyen por el centro histórico no dan de más, no es necesario permanecer más de lo previsto.
A primera hora, cuando los rayos del sol bañan con una suavidad rojiza el cerro cercano a San José, seguido por los perros que amanecen siempre rápido, cruzando de nuevo esas vías que me trajeron hasta aquí, me dirijo hacía el bus que me trasladará hacia un nuevo punto en ese horizonte de experiencias.
Mirando a ese maravillosamente tranquilo y pausado cielo, veo como el sol entabla conversación con las nubes, comentando como van a dirigir el día, como tratarán el camino de mis pasos, como analizarán las perspectivas de mis movimientos, y determinarán su acompañamiento. Se portan bien y se deplazan hacia las montañas alejando esas siempre molestas lluvias, que con su humedad, relentizan mis neuronas, constantemente activadas por las sensaciones del lugar.

Llega el autobús. Aún siendo tan temprano, la gente se agolpa para subir a él. Es genial. Por el exterior su machacado chasis ya promete lo que veré en el interior. La genialidad de la total imperfección del paso del tiempo por sus materiales. Le faltan asientos, paredes y trozos de techado. El suelo está asegurado por unas barras dándole una estructura similar a esas obras de futuros edificios. Aquí no es para mejor. Es la más rústica improvisación para que no se desarme el vehículo.
La humedad se mitiga por la ausencia de ventanas, que ondulan al viento las raídas cortinas azules, que paran la ventolera polvorienta, que se avecinaría sin su presencia. El aire fresco del camino golpea, más suávemente mi rostro, haciendo tragar en algún que otro instante, alguna que otra bocanada de polvo, que lucha en el acceso de mi tracto respiratorio.


<< No soy el único sorprendido de esta lata de acero, la gente sonríe sarcásticamente, aceptando su situación e intentando acomodarse a ella tan pronto sea posible. No queda otra.>>

El viaje amenaza su intensidad. A cada salto treméndamente ruidoso en el trayecto, los tablones de una madera roídamente precaria, que mantiene el suelo en su polvorienta opacidad, dejan vislumbrar a momentos, el paso de la luz por ese novedoso ventanal inferior. Vuelan algunas tuercas y otros asientos, que permanecían estables, se deslizan por el pasillo, ante el estupor de los usuarios. El copiloto los ata como puede, con una aparentemente consistente cuerda, que evita que sigan vibrando pero no se lancen a golpear a nadie.

<< Ja, ja, ja, parece la cabina de un avión despresurizado por un ataque terrorista. Sería grandioso que saltaran las máscaras de oxígeno.>>

Las miradas se encuentran en una complicidad humorística, con unos comentarios de manual de la ironía. Sube y baja gente, tras detenerse en algunos campos y algunas pequeñas fincas dispersadas por el camino. Realmente el trayecto de 200 kilómetros se aleja a las 7 horas.

Siguen sucediéndose pequeñas cabañas, otras casitas más grandes, y alguna extensión más prólija que conforma alguna granja más productiva, que las pequeñas fincas de los humildes habitantes de este área. En una de las paradas se suben un par de parejas de ancianos rubios menonitas, ataviados con sus tradicionálmente atemporales trajes, y dirigiéndose donde nadie sabe. Sus caras reflejan la misma temporalidad de su época. Tiempo humilde del cultivo y los rezos. Una cultura arraigada en los años de emigración hacia una mínimamente comunal y solitaria vida en medio de ningún sitio.
También reconocen la imperfección del bus, monstrando los pliegues de sus arrugados rostros, en unas muecas de sorpresa, ante la incomprensión de una evolución automotriz, no tan lejana de sus carretas a caballos.

- Señor conductor, ¿cuándo piensan cambiar de autobús en la flota? ¡Mira que llevan años con este trasto viejo!¡ Mejor íbamos dentro de un bidón de aceite, arrastrado por un asno!- comentan sarcásticamente, con un acento que reconozco más cercano al alemán que al ruso, a saber.

- Si,si, ponéros a la fila de peticiones, ja,ja,ja. ¡Como si nos hicieran caso esos cabrones!- ríe cómplice de la mala gestión de su compañía.

Paramos un rato más largo, que las contínuas y repetidas paradas de subida y bajada de pasajeros, en San Rafael, dónde se puede comprobar la misma línea de organización de las callles, alrededor de su templo misional, también bien conservado. Luego, pasaríamos por San Miguel, en las mismas condiciones. Ambos integran la ruta de las misiones jesuíticas, Patrimonio de la Humanidad, que controlaron la extensión de la Chiquitania de antaño. Su decoración, casi intacta, aguantando las incontingéncias del clima húmedo tropical, deja entrever la dedicación decorativa en los diseños, dibujos, líneas y formas de sus paredes.

El  aumento de la frondosidad de la vegetación preamazónica; las pequeñas charcas con una diversidad de aves manteniendo un equilibrio estable, ante la impasibilidad del estruendoso sonido de las ruedas de ese monstruo de transporte; las inclinaciones y descensos del camino; un reventón neumático (no me extrañaba mucho que hubieran sido más), reparado por dos personas con las miradas directrices del resto de adultos masculinos del bus; alguna que otra parada más; el dominio natural del verde brillante de las endémicas plantas y árboles; más tuercas buscando la libertad de sus ataduras; otras aves surcando los celestes cielos intentando disminuir la población de insectos, que se difuminan por el horizonte; vacas que pastan como si todo ello no fuera para nada con ellas; perros que aparecen de la nada, dirección nadie sabe; burros de un gris atigrado que diambulan por el lateral del camino; todo unido mantiene la autenticidad del aislamiento de estos parajes.

<< ¡Por fín, esas casas de tejados anaranjados deben ser San Ignacio de Velasco!>>

Fin de trayecto. No sé si aguantará el viaje de regreso este intento de locomoción. Suerte a los que viajen hacia San José.

Este pueblo mantiene, más si cabe, la estructura misional. Su plaza principal, rodeada de blancas casas con tejados reparados, para mantener su línea original, alargándose a los cuatro laterales, da una sensación de tremenda amplitud. Una amplitud que magnifica el impacto visual del templo, en su intento de acercarse al cielo con su torre lateral. Las columnas también mantienen intacto el diseño original, al igual que él, crómaticamente dorado, retablo interior.



El templo está realmente nuevo, es sorprendente. Quizás lo alejado de este pueblo lo haya conservado tan bien tras los años, sin que nada lo haya podido deteriorar o destruir. Se mantienen, a la par, las diferentes edificaciones aledañas donde residían los misioneros, ayudantes y esclavos, que si no fuera  por el sonido de las motos y los coches que circulan por la plaza, daría la sensación de que el tiempo se hubiera detenido, o hubiera traspasado una agujero espacio-tiempo de vuelta al pasado.



Las calles contínuas a la plaza ebullen puestos de comida; pequeños mercados y comercios; perros cruzando las callles sorteando la gran cantidad de mototaxis, que circulan por aquí; gente subiendo a los diferentes autobuses y microbuses, que les trasladarán a sus pequeñas aldeas, contíguas, con sus provisiones para días (tal vez semanas); abuelos sentados observando el devenir de los días; policías que desfilan, para que su presencia, mantenga ese orden que respeta la tranquilidad de unas gentes, que salen de su cotidianidad ante mi presencia enmochilado.

- Una botella de agua, señora, por favor.- ruego capturando mi sudor con la palma de mi mano.

- Aquí tiene joven, ¿de dónde es usted?- me pregunta con una amabilidad característica de esta lejanía.

- Del mundo, señora. Del mundo.

El calor aprieta en conjunción a la imperante humedad, a la que el desacostumbramiento me castiga más fuerte, si cabe, ante la apacible normalidad de los lugareños.
Este pueblo acelera su ritmo de vida, de consumo, de economía y de comercio respecto a sus vecinos, por la cercanía con Brasil y la posibilidad de disponer de mercadería más económica.
No hay turistas. La tranquilidad de pasear sabiendo, que aunque observado, estás en los confines del país, te enorgullece y relaja. La verdad que llegar hasta aquí requiere de su tiempo, ganas y constancia, que se ven ámpliamente gratificadas.

<< No tengo ni idea de como acceder al parque. Por aquí alguién debe sabera lgo al respecto.>>

La idea de este viaje, además de ver las misiones, más primordial y prioritario, era llegar al Parque Nacional Noel Kempff Mercado; posíblemente el parque más inaccesible del continente, como todos los que se alejan de las ciudades y se adentran en la selva.
De hecho, lo impresionante de sus paisajes, inspiró a sir Arthur Conan Doyle para escribir su libro "El Mundo Perdido". Y sólo se puede acceder a una pequeña parte de su extenso territorio. La mayoría sigue aún sin explorar.
Conforma un ecosistema amazónico, con la protagonista presencia de su meseta principal. La caída de sus ríos da la espectacularidad a las cascadas que se forman, dónde existe, a su vez, enorme cantidad de biodiversidad.

Pero nadie sabe como dirigirse; no hay autos que se acerquen (no compensa el gasto de gasolina, o si la quieres pagar es muy costosa). Lo mismo para taxis, motos y demás. Las agencias de turismo aumentan al infinito los precios y además no se encuentran aquí, están en Santa Cruz, con lo que es más caro aún por su lejanía. Llegar por mis própios piés se va a convertir en una árdua taréa. La policía no sabe, no contesta; información del parque está cerrada, al igual que turismo. Ni las abuelas del mercado ni los diferentes hospedajes saben como llegar.
Tras vueltas y vueltas, preguntas y desconocidas respuestas, mirando un mapa por casualidad compruebo que hay un pueblo (a partir de aquí se llaman comunidades) que se acerca a la entrada del parque, y que hay un bus que puede acercarme.

Sale a primera hora de la mañana, y a su ritmo. Primero tienen que cargar todas las mercancías de los pasajeros, sacos de arroz, pasta y frutos, algún mueble desarmado, pequeños equipajes. Luego van subiendo las personas. Me ha dado tiempo a tomarme un rico cafecito brasileño. Rico, de veras. 
Con todo el peso aguantado por el muy compactado techo del vehículo, me subo al bus, con asientos estables, mejor, claro está, que el anterior.
Al mirar atentamente a mi alrededor, observo las caras de los pasajeros, reflejando esos rasgos indígenas heredados con los años. La autenticidad de lo originario, con la sabiduría y humildad, alejados del cinismo y egoismodel progreso.

- ¿Anda paseando amigo?.- me pregunta una anciana, curiosa por la novedad de mi compañía.

- Sí, amiga. Intento llegar al parque para relajarme viendo sus paisajes y animalitos. Así que me dirijo hacia  Campamento, a preguntar si álguien sabe como llegar. Voy de pueblo en pueblo. ¡Espero tener suerte aquí!

- Campamento es muy bonito. Ahí puede preguntar. Le dirán. Es muy bonito, sí, muy bonito.

<< El paisaje mejora. Mucho más frondoso, en partes se parece ya a una selva. Va a ser interesante.>>

El viaje a ritmo de cumbia boliviana a todo volúmen da la originalidad al paso por las pequeñas comunidades esparcidas por el camino. Los cerdos, gallinas, patos, pollos, burros, vacas, caballos, se distribuyen junto a los lugareños, por los campos circundantes a las comunidades. Comunidades formadas por pequeñas construciones en adobe, con un entrelazado y consistente techado hecho con hojas de palmera secas, de una increíble naturalidad. Un pasado remoto en un presente que mantiene la velocidad del pausado crecimiento de la tranquilidad de lo sencillo. Un situacionismo perceptivo empatizante del olvido, de lo anteriormente vivido. Miradas cómplices, susurros dirigidos, paran el tiempo y despiertan mis sentidos. Sonrío devolviendo el brillo del reflejo en sus sonrisas. Sonrio cómplice a la apertura social de sus dominios.

Transcurren las horas que alargan la llegada a mi destino. No tengo prisa, la realidad paisajística, tan directa como precisa, hipnotiza mis percepciones. Me uno a ella, siento sus latidos.

Se abren en el horizonte las primeras viviendas de Campamento. Sus calles vacías anúncian que algo acontece. Al bajar del bus, y despedirme de mis simpáticos acompañantes, me doy cuenta que todos los lugareños están reunidos alrededor del terreno de juego. Hay un partido de fútbol. Es Domingo y se juega el pequeño campeonato entre las diferentes comunidades, y todos juegan aquí, que es la más grande y que posee un espacio muy adecuado. Se vive la intensidad de la amistosa rivalidad.

<<  Tiene que agotar jugar con el sofocante calor que hace y esta maldita humedad. Tienen todo su mérito.>>

Preguntando a la gente allí reunida, ante las curiosas miradas, me entero que tengo que llegar a La Florida, la comunidad más cercana al Parque y desde la que se accede. Se aleja 70 kilómetros de aquí, y por fin sé que es el destino final. Sólo hay que llegar hasta allí, encontrar un medio.

- ¿Entonces tengo que llegar a La Florida?- pregunto intentando averiguar una información viable de transporte.

- Sí, pero nadie va. No hay casi buses ya que el camino es muy malo. Tiene que preguntar a los autos que está aparcados por acá, por si alguien fuera hoy.  Pero lo va a tener difícil, todos son de Campamento o de las otras comunidades hacia el sentido opuesto a La Florida.- me responde un joven sin dejar de mirar lo que pasa en el partido.

- ¿Y usted no conoce a nadie que se pueda dirigir hacia allá?- insisto.

- No, ya le digo que pregunte, por ahí hay mucho auto.- desganado, intentando cortar la conversación.

- Ya, ya, pero de todos los que hay, ¿conoce alguno que sepa que puede ir?- insisto más, no pierdo nada, el partido me importa una mierda.

- Mire pregunte a ese chico.- señalando atrás mío.

Aparece una pequeña camioneta verde oxidado, con unas más que aparentes reparaciones tras de sí. Se dirije a ver el partido. Los paro, ante el estupor por verme delante de ellos con mi mochila.

- El camino está cortado por las lluvias, ahora es la temporada lluviosa, y los transportes no pueden pasar. Pero si quiere pregunte a mi padre que es el que suele llevar a los turistas. Ésta es su camioneta.- responde  mi repetida pregunta, mientras intenta que la niña pequeña, que le acompaña, no salte por la ventanilla para jugar con el nuevo visitante de su comunidad.

- Perfecto, ¿dónde vive su padre?- puede ser una información concreta, al fin.

- Saliendo de acá, dos cuadras recto, y otras dos cuadras a la izquierda. Se llama Don Guido. Dígale que va de parte del "negro". Él sabrá.- mientras señala con sus manos, dibujando la dirección en el aire.

- Genial, muchas gracias. Voy para allá.

Andando, con ideas optimistas en mi cabeza, percibo la tranquilidad de las calles de un rojo arcilloso, mientras los mestizos perros de la comunidad me dan la bienvenida, las personas que se dirijen al campo me saludan inspeccionándome, y los animales que pastan tras mis pasos me ignoran como debe de ser, que les importará a ellos donde vaya.
Los insectos empiezan a probar mi sangre, como si fuera la novedad lanzada al mercado, que todos quieren probar. Creo que se deben comunicar de alguna extraña manera, por la abundancia de su llegada a mi piel. La árdua tarea de espantarlos me hace desistir ante su hambrienta insistencia.
Unos toros jóvenes parecen pelear, por la cercanía de las jóvenes vacas, aunque lo hacen tan tranquilos que pareciera un inocente juego, chocando sus juviales astas ante la movilidad de sus carnes arrugadas y sus jorobas bailantes (son cebús, una especie de ganado más típico de zonas húmedas y tropicales).

Con el ciudado de la necesidad, sigo perfectamente las indicaciones hasta llegar a la aparente casa de Don Guido. Sin duda es el personaje de la comunidad. Años establecido, dominando plantaciones extensas de sésamo, controla el paso de turistas y viajeros por el lugar. Campechano, sentado bebiendo una cerveza tibia, observa mi llegada, acostumbrado a las visitas sin rasgos indígenas.

- ¿Cómo está?¿Usted es Don Guido?- intento verificar mi certeza.

- Sí, pase, pase. Siéntese.- sin inmutarse en su aparente rutinario descanso.

- Me encontré en el campo con su hijo y me remitió a usted. Intento llegar al Parque Nacional y usted igual me puede ayudar.

- Yo suelo acercar a los turistas que llegan por acá. Pero ahora el camino está muy malo y acabo de arreglar la camioneta, lleva unos tres meses en el taller y no está como para ir. Además las últimas lluvias han inundado cuatro kilómetros dejando ahora el acceso imposibilitado. Es casi imposible circular por ese tramo. Las ruedas se quedan clavadas y luego a ver quién te saca de allí. Lo mejor sería que hablara con La Florida por radio para ver si álguien puede venir a buscarle.- asegura con una parsimoniosa tranquilidad, a la que da los últimos sorbos de la cerveza.

- Pero hoy es Domingo y la radio está cerrada, ¿cómo puedo contactarles?

- Pregunte a la señora Mercedes, vive en la casa de enfrente. Ella tiene radio. Yo no puedo hacer nada.

- De acuerdo Don Guido. Muchas gracias.

Tras despedirme y dejarlo somnoliento, empezando a dormir una siesta, como si esta pequeña alteración de su rutinario día fuése insignificante, me dirijo a la que veo como nueva vía de información. Otra más.

Por fuera corren los pollos jugando al escape de un rollizo cerdito, sin saber si la complicidad del asunto es de ambos o es casual. Abro la cerca para adentrarme. Me reciben unas pequeñas niñas, hermanas por sus rasgos similares. Su calma y simpatía, expresadas en sus morenos rostros, me hacen pasar a buscar a su madre. La estructura de la vivienda forma un patio interior donde las hamacas se suceden como descanso obligado. A su lado, techadas, están las sencillas habitaciones, con sus mueble, enseres y demás objetos de la cotidianidad. Lo justo para evocar el innecesario materialismo de occidente en su consumo masivo de estúpidos objetos para el hogar.
En una de las habitaciones se halla sentada una señora. Peina el cabello a otra de sus hijas. Las familias aquí son numerosas. Las madres no dejan de dar a luz unos descendientes tan numerosos como el marido, dentro de su machismo comunitario cultural, desée que es suficiente.

- Hola, ¿señora Mercedes? Vengo de casa de Don Guido, que me mandó a usted. Me comentó que podría hablar por su radio con La Florida. Intento llegar al parque e igual desde allá me pueden venir  a buscar. Como el camino está inundado, ellos sabrán si se puede llegar o no. Es la única opcíon viable que tengo.- repitiendo por enésima vez la historia, con una entonación voluntariamente suplicante.

- Sí joven, vamos a intentarlo, pero me parece que al ser Domingo no van a estar ahora.- expresando una sonrisa hospitalaria que apacígua mis dudas.

En la misma habitación, esquinada encima de una pequeña mesita de madera, tapada con una tela con unos colores tan variados como llamativos, tiene una radio tan básica como antigua, pero suficiente y precisa para unas cortas comunicaciones. Encendiéndola, tras asegurar el dial, intenta entablar la conexión que tanto ansío, y que compruebo, tras repetidos intentos consecutivos, no va a ser posible. Observando mi necesidad, y mirando mi inquietud, repite el proceso, confiada en un resultado gratificante. Éste no sucede.

- Si quiere intentamos mañana por la mañana. A eso de las ocho seguro que hay álguien que puede informarle de cómo están las cosas.- intenta con optimismo darme una amistosa segunda oportunidad.

- Muchas gracias por su tiempo, me parece perfecto mañana. Lo único que para pasar la noche por aquí, ¿sabe de algún lugar?- desistiendo ya de cualquier otra intentiva.

- Justo bajando la calle vive el maestro de la comunidad. Él suele alojar a gente. Pero ahora está en el campo controlando los partidos. Él los organiza. Le puede esperar. Tienen que estar por acabar.

- Genial, gracias de nuevo. Mañana paso de nuevo, ¿estará despierta?- buscando su receptividad.

- A las seis ya estoy en pié. Acá amanece temprano y hay que empezar a cuidar de los animales y el huerto. Pásese sin problemas.

La casa de Eloy, el maestro, es un edificio más clásico. Con una estructura más alargada y saliendo de las construcciones en adobe, da la sensación de un espacio más allá de lo familiar. Tiene varias puertas orientadas consecutívamente a lo largo de un pasillo, rodeando un patio lleno de árboles frutales y diferentes especies de plantas cultivadas, imagino para su propia sibsistencia. Identifico chirimoyas, mangos, papayas, bananas, y alguna que otra verdura y hortaliza.
No veo a nadie a sí que siento mi cansado trasero, esperando al maestro.

<< Se nota que está todo el mundo en el campo. Que apacible está el lugar. Igual sería un buen sitio para residir una temporada, sólo para pasar los días caminando y desconectar la mente de mi aprendida realidad. Es otro mundo.>>

Observo como el silencio se rompe por el escandaloso ruido del tubo de escape de una motocicleta. Perseguida por tres perros, en actitud un tanto hostíl, esquivando a unos pollos escarvando el suelo buscando quién sabe qué, pasa una moto con tres chavales salpicados de barro, cabellos morenos al viento y con unas adrenalínicas sonrisas, tratando de mantener el equilibrio, ante los repetidos saltos de su creciente acelerada velocidad. Se les vé felices.
Absorto en la polvareda que dejan a su paso, con la mirada perdida en las particulas de ésta que se suspenden por el aire, no noto la presencia de un hombre accediendo al recinto de la casa, tras abrir la puerta del cercado que lo anticipa. Con un gesto de saludo se acerca hacia mí.

- Buenas tardes, ¿está esperando al maestro?- intuyendo, al observarme y observar mi mochila, que deseo un alojamiento para esta noche.

- Sí, me dijeron que vendrá en cuanto terminen los partidos.

- Ya está por acabar el último encuentro. Yo soy Carlos, el doctor de la comunidad. Pero, realmente, soy de La Paz, no de Campamento. Me vine hace unos años, el anterior doctor se jubiló, y como había una plaza y la ciudad me abrumaba y estresaba al máximo, vine para acá a buscar tranquilidad. No hay como los lugares pequeños donde todo es más personal y todos nos conocemos. Es otra vida.

<< Vale, ya me has contado tu vida. A ver que te pregunto ahora.>>

- Y, ¿tiene mucho trabajo por aquí? Porque con todos los moquitos y sus picotazos , ¿habrá muchas enfermedades de esas tropicales, con fiebres y demás?- topicazo de pregunta para salir al paso.

- No, la verdad que hace tiempo que no ocurre ningún caso grave. Y, la malaria, que sería la peor está ausente. Llevamos un control epidemiológico cada cierto tiempo para prevenir su aparición. Mi trabajo se hace muy rutinario, es la paz que buscaba.- asegurando su posición especialista.

- Bien, me quedo más tranquilo. En unos minutos ya me han masacrado esas bestias.

- Es normal con la humedad que hay acá, estamos cerca de la selva tropical. Pero no se preocupe, con que se rocíe con algún spray ya es suficiente.- esbozando un sonrisa infantil.

Álguien se aproxima a la puerta. Lleva unos balones en sus brazos, y unos pantalones cortos deportivos, que evidencian su identidad. De apariencia joven y en buena forma física, se acerca hacia nosotros.

- Eloy, ¿cómo fueron los partidos? Hoy el calor apretaba fuerte.- saludando espontáneamente al recién llegado.

- Son muchas horas y se hace largo e intenso.- afirma el maestro secándose unas apresuradas gotas de sudor que caían por su frente.

- Hola, ¿cómo estás? Estaba buscando alojamiento para esta noche- entrando en la conversación, mientras le estrechaba la mano.

- Pase, pase. Guardo los balones en un momento y ya estoy con usted.

- Bueno,  hablamos en otro momento un ratito más. Tengo que recoger unas cosillas del hospital. Ha sido un placer.- se despide el doctor viendo que deseo acomodarme para descansar.

Eloy me comenta que las habitaciones las gestiona él y su esposa, pero pertenecen a las dependencias de la iglesia. Su familia vive aquí, donde a su vez se encarga de recibir a espontáneos visitantes. Los huertos los cultivan para su propia alimentación.
Me enseña una pequeña dependencia, que confirma lo anterior, al tener clavadas en la pared varias figuras religiosas. Unos pequeños muebles que me son innecesarios, y una humilde cama, serán mi hogar por esta noche.
Agotado, descanso. Mañana veremos que pasa.

CAPÍTULO 3

Como si entendiera el aviso comunicativo de los gallos, abro los ojos comprobando el nuevo amanecer.
Aún es temprano.Ver las tonalidades rojizas y anaranjadas del cielo, la apacible calma, sólo alterada por los susurrados sonidos de los animales, y esos enormes árboles en una elegante quietud vigilante, dan al paisaje la naturalidad deseada para un despertar de mis sentidos. Siento activarse mi metabolismo que me dirige a observar la magnificiencia del exterior.
Un breve paseo por la calle, donde resido temporalmente, hace reaccionar a mis ayer cansados músculos. La frescura de la arena que acaricia mis pies, ante la aparente ausencia de esa pegajosa humedad, alegra mis pasos.

<< Como impresionan las palmeras cortando el horizonte al amanecer. Que magnífico contraste de colores y formas.>>



Dando la vuelta a la cuadra, observando como las primeras familias despiertan ante su primera comida del día, con saludos en la sencillez de sus formas, retorno a la casa a prepararme un café, que me active el resto del día. Al entrar en la pequeña cocina, compruebo los restos de la cena del día anterior, aún apilados en el fregadero. La pequeña cocina de gas, se situa en un lateral del pequeño espacio que queda, tras unos sencillos muebles para guardar y colocar las vajillas y diversas cacerolas. Busco algo donde calentar un poco de agua. Encuentro una pequeña y oxidada tetera que me ayudará a tal fin. El agua que mana del grifo tiene una turbiedad bastante propia de la zona, cero potabilidad. Prendo el fuego, a la que percibo una pequeña puerta que da a un patio trasero, donde aparece otro huerto con diversos frutales en un estado más que óptimo de maduración. Una maduración que también da forma a los frutos, que ya caídos, están ahora en estado de putrefacción; provocando un pequeño y continuo revoloteo de insectos alrededor de su jugosa pulpa reventada, no recogida por su abundancia y escasa capacidad de almacenaje. Papayas en crecimiento, plátanos de una verdosa aún inmadura tonalidad, coloridos mangos, torojas (más cercanas al tamaño de las naranjas pero del sabor ágrio de los pomelos) y chirimoyas.

Observo estas últimas por su diferente estructura de las que ya conocía de otros lugares. Compruebo el pequeño matiz más verdoso, igual en su opacidad, de la piel, a la vez que sus incipientes protuberancias.
Un golpe seco en mi cabeza rompe mi contemplación. Noto una pequeña presión en el cráneo producto del impacto, pero tras palparla compruebo que no sangra. Ante mi estupor verifico que lo que cayó fue una chirimoya, que ahora permanece estática frente a mis pies.

<< Joder, que casualidad. Podía haber caido un poco más tarde. Mierda de suerte.>>

Al recogerla de nuevo, vuelvo a contemplar el curioso verdor de su piel. Intacta, como si no le hubiese ocurrido nada, resplancdece ante mis ojos. El resplandor aumenta y aumenta, transformando la luminosidad inicial en un espectro de formas y colores, luces y sombras, que se mueven creciendo y decreciendo, en movimientos dinámicamente giratorios. La simetría de las formas de estas luces me recuerdan a los mandalas tibetanos, pero más brillantes, y con colores más tribales. Continúan en expansión.
Ahora las luces me rodean y me integran a sus líneas y curvas. Siento elevarme. Al mirar mis pies noto que flotan, se alejan del suelo, repleto de frutos que antes se pudrían, pero de los que ahora germinan vivas flores, avanzando en su intrépido ascenso.

No ofrezco ninguna resistencia, me dejo llevar.
No siento ningún peso en mi cuerpo. Soy aire.

Sigo sujetando con firmeza la chirimoya, que continua en mis manos. Ya no brilla. La opacidad de su piel se torna amarilla, un amarillo que evoluciona poco a poco a una tonalidad marrón. En un lateral se hunde su piel en dos perfectas circunferencias que dejan ver el blanco de su pulpa interior. De éstos emergen dos semillas negras, más brillantes que el resto, que se posicionan en el centro de ambas circunferencias. Vuelve la luz con mayor intensidad. Una intensidad tan velóz como deslumbrante. Un destello me ciega y me lanza violéntamente contra el suelo. Al levantarme siento el dolor de la brusca caída y el jugo viscoso de los frutos podridos que empapan mi piel y mi ropa. El hedor que desprendo confirma la podredumbre de aquellos, sin presencia de flor alguna. Todas las luces desaparecen.

<< Joder, que locura. ¡Que coño ha sido eso!>>

Dirigiendo mi vista a mi alrededor veo de nuevo a la chirimoya. La recogo del suelo con desgana. Siento mi cuerpo lento y castigado, extremamente cansado de la alucinación.

- ¡Con cuidado, cabronazo!.

El sonido repentino de esas palabras me alerta de la presencia de álguien junto a mí. Pero no veo a nadie. Todo está en un apacible calma. Continúa amaneciendo.

- ¡Qué mierda estás mirando! ¡Aquí, junto a tí! ¡En tus putas manos!

Mi mente orienta mi mirada hacia las nuevas palabras. Compruebo, ante mi completo asombro, que la chirimoya, que sujeto en mis manos, me está mirando por las dos pequeñas redondeces transformadas ahora en dos ojos. Mantiene una fría e incisiva mirada de sorprendente carácter humano. Y tiene boca. Otra pequeña abertura en su piel, bajo los ojos, hace una nueva aparición. Emite un espeluznante sonido.

-¡ No me aprietes tanto que me vas a reventar!.

<<¡ No entiendo nada. Me está hablando la puta chirimoya. Y parece cabreada. Tiene una puta boquita y habla. Está hablando!.>>

- ¡Yaaaaaa, eh, tú! Mírame bien. Sí, soy yo. Yo te estoy hablando. Despierta tu puta cara de atontado, esa que has tenido toda tu puta vida. Escucha, pero escúchame bien.

<< Mueve la boquita y sigue hablando. Esto es una locura. La voy a tirar contra la pared.>>

- ¡Ni se te ocurra!. Leo tus putos pensamientos, imbécil. ¡Soy tu jodida conciencia!. No seas estúpido. Escúchame y deja de actuar y pensar como un puto crío. No tenemos tiempo.

- No tenemos tiempo, ¿para qué?- asumiendo que la única forma de volver a la normalidad era seguir la corriente a la chirimoya.

- Te lo voy a explicar despacito, que creo que no tienes muchas luces, ja,ja,ja. Escucha. Antes de que tu llegaras aquí, el Gobierno otorgó tierras a los colectivos aymaras de los Departamentos de La Paz, Oruro, Cochabamba y Chuquisaca. Las tierras son de los chiquitanos, pertenecen a sus comunidades. Algunas no están cultivadas pero integran la territoriedad de la Chiquitania. Esto no ha gustado acá y ha tensado las negociaciones con el Gobierno de Evo. Ya sabrás que el Departamento de Santa Cruz busca su determinación propia. Marca una difrenciación de las dos bolivias. Bueno ahora de las 34 naciones del Estado Plurinacional.

- Sí, sí, ya estoy al tanto de la política nacional. Pero, ¿qué me quieres decir con esto?- entrando en la conversación, obviando lo surrealista de la situación.

- Los chiquitanos no van a negociar y quieren comenzar una contienda armada. Han pactado con Brasil la venta de armas. Y Brasil ha accedido, ya que le interesa tener de su lado esta zona por las conexiones con su frontera y la riqueza de sus recursos. En el departamento de Santa Cruz está el sector energético, la agricultura, el comercio, las grandes factorías e industrias, y su población parece estar más cerca ideológicamente de Brasil que de Bolivia.

- Sí, la división nacional es fuerte y controvertida, ¡pero lo que estás insinuando es más grave que todo eso!.

- Mira la historia. Primero fue la recolección del látex. De esto que existen estas comunidades, toda la zona cercana a la frontera con Brasil vivía de eso. Luego la Guerra del Chaco con Paraguay. La tensión es inherente a la cercanía de las fronteras. Ahora es interno. Algo cambia, pero lo demás son todo ciclos.

- Perfecto, ¿me estás diciendo que se está preparando una guerra civil?

- Eso mismo te intento explicar. Veo que andas más despierto. Las armas ya están en las comunidades y llevan meses entrenándose con ellas. ¿Porqué crees que nadie te lleva al Parque Nacional? Ahí están los campos de entrenamiento. Poco a poco fueron llegando grandes grupos de jóvenes reclutados por todo Santa Cruz para entrenarse militarmente con el armamento que iban suministrando los comandos  de brasileiros desde la selva. Los pasaron por el Parque Nacional Noel Kempff Mercado. Y ahora ya hay miles de soldados preparados. ¿Vistes los partidos de fútbol? Son su única distracción en la semana. Luego por la noche cuando nadie pueda sopechar vuelven al parque. Aprovechan que todo el mundo duerme. Todo lo demás es una mentira. Nadie te va a llevar, para que te vayas, desistiendo de tu intentiva.

- Entonces, mañana la radio me dirá que no hay manera de llegar al parque.

- Eso es. Luego te tendrás que ir. Eso estarán esperando. Pero no lo vas a hacer. Te vas a quedar en Campamento.

- ¿Para qué? Si todo lon que dices es cierto, me voy de aquí. No quiero saber nada de esta mierda. No son mis problemas.

- Ahora sí. Toda persona que se encuentre en el Departamento de Santa Cruz, ya ha elegido, directa o indiirectamente, un bando. Si cruzas a los otros departamentos te ejecutarán. Así están las cosas. Los dos bandos están casi listos para la contienda.

- ¿Y en , los otros departamentos ya saben que Brasil está armando a los chiquitanos?

- Sí. Esto está mucho más organizado de lo que supones. Durante largo tiempo han utilizado las diferentes Ong´ s para tal fin. Por eso hay tantas que no valen para una mierda. Son meras tapaderas. Ha habido todo el tipo de espionaje y contraespionaje que te puedas imaginar. Digamos, que ya se sabe, aunque ocultamente, lo que ocurrirá. Pero el resto de la población vive en su felíz ignorancia. ¡Va a ser una sorpresa de la ostia!.

- ¿Y cómo se están entrenando en las tierras altas? No creo que en las montañas se puedan entrenar con facilidad. Y en las ciudades hay mucha gente que se puede alarmar.

- Ahí está lo enrevesado de todo. En las tierras altas, sobre todo en las ciudades de La Paz, Oruro, Sucre y Cochabamaba, están aprovechando los ensayos de la preparación de los próximos carnavales para camuflar entrenamientos militares. Sin disfrazarse, claro. Están formando auténticos escuadrones militares muy bien preparados. Nadie lo sabe ni sospecha nada. Todo sigue en aparente normalidad. Por eso el inicio de las batallas se planea para día anterior de los carnavales, ya que si no se desvelaría toda la trama. Luego, cuando todo arda, y muera gente, ya se darán por enterados de lo que se estaba planeando. Y ahí, que se busquen la vida como puedan.

- ¿ Me estás diciendo entonces que estamos a punto de una guerra civil, y está todo organizado?

- Sí, eso es. Y estás en el puto centro de todo.

- Mierda puta, joder. ¿Cómo voy a escapar?¿Me uno a los chiquitanos?

- No, tu vas a detener esta guerra. Por eso estoy aquí. Ha sido una casualidad que fueras tú, pero estabas en el momento preciso y en el lugar indicado.

- Ya, tu eres una puta chirimoya, ¿qué sabes de todo esto?

- No te puedo contestar a eso.

- Pero creía que eras mi jodida conciencia.

- Y lo soy, pero esto va más allá de tu conciencia.

- Deja de joderme con tus ambigüedades, sé que no vas a revelarme nada, así que cuéntame que tengo que hacer.

- De momento vamos a la radio, que a lo tonto ya son casi las ocho. Tómate el café que estabas preparando que lo vas a necesitar.

- No recuerdo que llegara a calentar el agua.

- Por eso voy a ir contigo. No te veo muy hábil para que hagas esto solo. De hecho tu vas a poner el cuerpo y yo las ideas. Así que prepárame una mochilita bien cómoda que voy a ir contigo escondido. Acólchala con lo que sea, que con lo torpe que eres seguro me aplastas en cualquier momento.

No sabía como se protege a una chirimoya parlante, así que metí en la mochila camisetas y toallas, dando un fortalecimiento acolchado a ésta. Luego la deposité dentro con el cariño con que depositan las cholas a sus bebés en los aguayos.

- No te quejarás de la camita que te he hecho.- con un tono tan armonioso y cursi que ni me lo creía.

- No me hables como a un puto bebé y vámonos. Deja un poco abierta la cremallera, no me vaya a asfixiar.

Tras colocar la mochila cuidadosamente a mi espalda, salí de la casa dirección a la radio. Estaba cerca y, ya de lejos, ví a la señora Mercedes limpiando el suelo de la casa.

- Buenos días, ya estoy aquí de nuevo, ¿cómo está?- esbozando una amistosa sonrisa.

- Pase, vamos a ver si contestan a la llamada.- con la hospitalidad que me suponía.

Nadie contestaba. A la voz de cambio y con unos ruidos distorsionados, se repetían los intentos de entablar comunicación. No sabía que esperar. La ausencia de contestación podía ser determinante para desistir en el intento de llegar al parque e irme. Pero esto no sería seguro, podría esperar otro día y probar de nuevo. Por eso, tal como preveí, tras varios intentos fallidos, álguien contestó al otro lado.

- Aquí La Florida, ¿qué desean?Cambio.

- Soy la señora Mercedes desde Campamento. Conmigo hay una persona que pregunta si hay alguna movilidad para llegar allí. Cambio.

- No hay ninguna posibilidad de llegar. El camino está inundado y en el parque está lloviendo muy fuerte. Las lluvias se han adelantado. Cambio.

- Entonces, ¿no se puede acceder de ninguna forma?Cambio.

- No. Dígale que lo mejor es que vuelva en Abril cuando cesen éstas. Cambio.

- Muchas gracias. Cambio y corto.

Es lo que me intuía. La conversación preparaba la negativa de llegar a La Florida y mi abandono del lugar. Todo lo que decía chiri (como la llamaría a partir de ahora) era cierto. La confabulación continuaba.

- Bueno, ya ha oido joven. No le pueden mandar ningún vehículo a buscarle. Lo mejor es que se vuelva y retorne acá cuando el tiempo mejore.- confirmó con astucia la señora.

- Entonces recogeré mi mochila y volveré a San Ignacio. De ahí me volveré a Santa cruz.- siguiéndole la corriente.
Gracias por el favor. Se lo agradezco mucho.

Me despedí de la señora, regresando apresurádamente a la habitación, esperando hablar con chiri, para que me informara de que pasos seguir ahora.

- Ya oístes, es lo que te decía- tras retomar la respiración adaptándose a su nuevo cubículo.

- Sí, perfecto, ¿y ahora qué?

- Nos tenemos que quedar en la comunidad para averiguar a qué hora piensan comenzar los ataques. Mañana hay una reunión, por lo que sé, y no preguntes por qué lo sé. Pero tenemos que irnos ahora en bus que sale ahora hacia San Ignacio. Van a estar observando que te vas. Luego ya en San Ignacio ya veremos. ¡Apúrate que tienes que tomar ese bus!.

Metí a toda prisa el resto de cosas en la mochila grande, la pequeña ahora estaba ocupada, y fuí a despedirme del profesor. Tal como esperaba, sin plantear ninguna pregunta, por saber ya las respuestas, se despidió de mí efusívamente, como si nos conociésemos de toda la vida. Me deseó buen viaje. No se explayó mucho, no fuera a perder el medio de salida de su zona militarizada.
Ahora que prestaba más atención a los detalles, observé como el conductor esperaba a que llegara para arrancar el bus, que estaba vacío. Pero que tras colocar mi mochila en el portaequipajes, ví salir varias personas de las casas hacia el transporte para excusar que no fuera solo, y darle normalidad a mi situación de viaje. Imagino que también para controlar mis pasos.


El viaje se hizo largo y tedioso. Ya no me interesaba observar las maravillas del paisaje. Sólo pensaba en cuáles iban a se mis nuevas órdenes, porque la comunicación con chiri estaba más que claro era unidireccional e impositiva. Me tenía además que comportar con normalidad. No se me notara preocupación o cualquier actitud sospechosa. Y no podía hablar con chiri, eso alertaría a los demás pasajeros, que ya de por sí estaban al tanto de cualquier anormalidad.
A las siete horas de forzada actuación, mirando y haciendo alguna que otra fotografía por la ventana, llegamos a San Ignacio.
Todo parecía más natural, y doy por hecho que todo el mundo conocía la situación, pero ya no se tenían que preocupar por mi cercanía. Ahora estaba más lejos de la zona conflictiva. Y de aquí me iría a Santa Cruz. Ya no molestaría tanto por mi presencia.

Busqué un alojamiento rápidamente. Necesitaba saber que hacer. En horas de viaje, mi imaginación intentaba averiguar cuál era la finalidad de mi destino, si es que estaba fijado o no, y el no saber qué me atormentaba. Deseaba resolver mis dudas. Dudas que me hicieron pensar casi en cualquier cosa. Daba igual que fuera absurda, surrealista, pragmática, o lo que fuere. Tenía la cabeza cansada. Más que nunca.
Después de pagar el alojamiento más económico, con una calma apresurada, cerré la puerta de la habitación y abrí la pequeña mochila. Espere ver a chiri hablar, pero no se movía. Sus pequeños ojos, ahora marrones, sólo se detectaban por unas sútiles arrugas en la piel. No había ninguna evidencia extraña de que aquello pudiera hablar. Pero, al suponer tras oir unos enigmáticos ronquiditos, que dormía, procedí a agitarlo suavemente para despertarlo.

-¡Eh! ¡Qué pasa!¡Qué pasa!- gritó alarmada por el movimiento, abriendo al extremo su pequeños ojitos pulposos, ahora un poco enrojecidos.

- Despierta, ya estamos seguros. Llegamos al alojamiento en San Ignacio.

- Muy bien. ¡Siéntate, vamos no me mires así y siéntate!.- su tono dictatorial no había cambiado ni tras despertarse.

- Cuenta, que tengo la cabeza que me va a explotar de la tensión. No ves que puto viaje de mierda pensando, pensando y pensando.

- Me imagino. Ahora relájate y escucha. Ya nadie está tan pendiente de tí. Vigilan los buses, para que no puedas volver aunque quisieras. Estando acá les da igual lo que hagas, mientras no vuelvas a Campamento. Suponen que en un día o dos te irás de aquí también. Pero no nos vamos a ir, tenemos que volver otra vez para enterarnos de que hablan en esa reunión. ¡Y tenemos que vover esta noche!

- Si acabamos de llegar. ¡Dáme un respiro!.

- No lo tienes. Esta noche volveremos. Es la forma más segura. No hay ninguna movilidad que se dirija por la noche hacia Campamento. Nadie nos verá cuando robemos una para llegar. Lo mejor un coche que tiene más depósito. Sólo tenemos una oportunidad.

- ¡Acabo de llegar puta chirimoya!. No me voy a ir tan pronto. ¡Esperamos a que descanse!.

- ¡ Serás estúpido!La reunión es mañana. Tenemos que llegar esta noche, buscarnos un escondite, o lo que sea, donde no nos vean, y escuchar aténtamente la reunión para saber cuando van a atacar. Es nuestra única manera de parar esta locura. Y, tú vas a obedecer a lo que te diga, así que cuando oscurezca, que será en breve, nos vamos a robar un auto. Tienes tiempo para darte una ducha, pero rápido. Yo te espero, comprenderás que yo no necesito ducharme.

<<¡ Te podrías mojar y pudrirte, cabrona fascista!>>

- ¡Joder, si que eres gilipollas!. Tus pensamientos son como agua cristalina pa mí. Ahórratelos. No hagas más el puto ridículo. ¡Dúchate!.

Quizás nunca sentí penetrar las gotas frías de agua tan punzantemente en los poros de mi piel, como en esta obligada ducha. La automatización de mis movimientos en la apresurada acción, no me hizo sentir la ausencia de calor en el chorro que salía de ese pequeño y mohoso espacio en el que me encontraba. Pero no había tiempo de quejas. La responsabilidad operante me lanzó de nuevo a la calle, con ambas mochilas al cuerpo, la pequeña con chiri, con el cuidado de que ya se acostumbraba. Ya anochecía y la actividad del pueblo mermaba. Busqué un coche abandonado, donde no hubiera iluminación alguna que me impidiera acceder ilegalmente a él. Ante mi desperación, no dí con ninguno, tras recorrer varias cuadras por el centro del pueblo. Mis pasos se apresuraban, prodcuto de la necesidad, más la presión añadida, a la par que mi respiración se aceleraba rítmicamente. La frustración de no encontrar ningún objetivo me desesperaba. Se repetían los mismos resultados tras recorrer varias cuadras más.
Nada. No aparecía nada. Las motos no me convencían. Sus depósitos eran insuficientes. Muy pequeños.
La única opción que tenía era probar en las afueras. Esconderme y sorprender a algún desprevenido conductor. Ya vería luego que hacia con él.
Me dirigí hacia la avenida principal que se alejaba del pueblo, y esperé agazapado, tras unos arbustos, para no levantar sospechas, a que se acercará alguien. Hubo suerte. Una camioneta llegaba lentamente a mi posición. Era el momento. Salté velózmente a la calzada, donde el conductor de la camioneta frenó, sorprendido ante mi aparición con mochilas al aire.

Tenía que armarme de valor. Contener la respiración, agitada al máximo en este instante. Abrí la puerta. El hombre tendría unos 40 años, con el pelo ya entrado en canas. Su ropa de agricultor, y sus  gestos bonachones, me hicieron reflexionar sobre la necesidad de lo que tenía que acontecer. Pero las dudas se disiparon producto de mi estrés. El golpe fue rápido y contundente. Temí por un daño irreversible. El rumbo de los acontecimientos se habían acelerado al extremo, escapando a mi reflexión. Pude ver reflejada alguna gota de sangre en su rostro. No sé exactamente de dónde provenían, pero no tenía tiempo para averiguarlo. Moví el pesado cuerpo del pobre campesino, lo desplacé hacia unn lado, dejando libre el asiento el conductor. Coloqué la mochila en la parte de atrás, y saqué a chiri de la otra, acomodándolo en el salpicadero, mientras apretaba al máximo el acelerador. Suerte que la tierra de la calzada frenó el violento sonido del chirriar de los neumáticos con mi arranque. Fue suave. Ya  estábamos en camino.

- ¡Crees que lo he matado. No veo que tenga respiración. No se la siento. No se mueve para nada su pecho. Y tiene sangre!.

- Sólo está conmocionado. La sangre es mínima y ya está seca. Salía de su ceja derecha. No es nada grave. No morirá. Desde acá le siento una débil respiración. La justa para que sobreviva.

- ¿Y que hacemos con él? Pienso que no me vió, pero no nos podemos arriesgar. Si lo dejamos en el pueblo puede ser que cuando recupere la conciencia nos delate o pida auxilio.

- Lo dejaremos en el camino, en medio de ninguna parte, pero no tan lejos como para que no pueda llegar vivo a alguna comunidad. Eso nos dará margen. Además no sabrán adónde nos dirigimos. Tendremos que esconder bien la camioneta. Lo mejor será que a pocos kilometros, nos introduzcamos entre los árboles, y de allá recorramos el  último tramo a pie, antes de que amanezca. ¡Así que acelera con ganas!.

Verifiqué que el depósito estaba lleno, eso tranquilizó mi recién taquicardia, calmándola en la primera hora de viaje. Pero la oscuridad del camino, débilmente iluminado por el único faro que funcionaba, y con la atención necesaria para evitar todos los socavones del terreno, que se sucedían aleatoriamente, cansaba hasta la extenuación mis ojos. Si se debilitaban más, acabaría durmiéndome. Probé la radio. No llegaba bien la señal. Las interferencias me molestaban más que la monotonía silenciosa de la selva.

- Cuando la gente transporta diáriamente productos del campo a la ciudad, imagino que llevarán algo de música para entretenerse en el camino, o por lo menos hacerlo menos tedioso. Mira en la guantera, ya verás que sorpresa.- intuyó razonadamente chiri, sin poder comprobarlo por si misma por la ausencia de bracitos en la redondez de su forma.

- Ja,ja, tenías razón. ¡Cumbia!

El movimiento discontinuo de la camioneta, zigzagueando arriba y abajo, producto de las irregularidades viales, el deterioro de los amortiguadores, y la poca firmeza de los neumáticos, unidos al ritmo repetitivo de la cumbia boliviana, estrepitósamente distorsionada por los defectuosos altavoces, animó  sin duda el viaje, al punto de llevar a una psicosis a chiri, que se desplazaba rodando de una parte a otra del salpicadero.

<< Ahora te vas a joder bien.>>

- Te oí, hijo de p...- interrumpida por un fuerte golpe contra la ventana del copiloto.

La extenuante monotonía de las horas, sólo alterada por el abandono en medio de la nada del conductor, no se hizo tan tremendamente larga. Fué casi un suspiro darme cuenta de mi cercanía a Campamento. Éste era el punto adecuado para ocultarnos. Estaríamos a tres o cuatro kilómetros de las primeras casas.
Torcí cuidadósamente el volante hacia el lateral izquierdo de la vía, provocando un nuevo baile, más salvaje, al cruzar entre árboles, rocas y arbustos. No me interné mucho. Noté la suficiente espesura en la vegetación, que imposibilitaría el descubrimiento de la anarajada carrocería de la camioneta.

- Vamos chiri, entra de nuevo en la mochila, que tenemos que andar un tramo largo.

- Sí, pero la otra mochila la dejas. Necesitas ir liviano por lo que pueda suceder de aquí en adelante.

- Entonces cogeré alguna cosa que pueda necesitar. Es un segundo.

Aunque la linterna era lo suficientemente potente como para alumbrar el camino sin problemas, bajé la intensidad al aproximarnos a los primeros indicios de vida.
Me separé del camino principal y el último kilómetro lo recorrí entre los arañazos, golpes y rozaduras de la defensiva vegetación. Casi me costó más tiempo sortear esta parte que la anterior. Pero consiguí llegar al pueblo, por la parte de atrás, justo a una cuadra de donde vivía Don Guido, a pocos minutos de los primeros resplandores del sol.



- Que casualidad, era precisamente donde te quería llevar. Tenemos que acercarnos a la casa de Don Guido. Él es uno de los principales dirigentes de los chiquitanos. Estuvo largo tiempo en el ejército antes de retirarse a estas tierras, que le cautivaron tanto que empezó a organizar militarmente, con sus contactos en Brasil, la ofensiva. Ideó un sistema muy eficaz de propaganda y reclutamiento. Hay que reconocer que su personalidad es muy atrayente y envaucadora. Le funcionó bien. Por eso la reunión de los principales cabecillas será en su casa, donde a su vez oculta las armas. No todas, pero sí una pequeña parte para la primera avanzacilla. Las esconde en el depósito de agua. Esa pequeña torre de hormigón que se situa en la parte trasera de sus dependencias. La tiene trucada para que no entre agua y oxide las armas y municiones, pero tú si que vas a entrar. Ahí nos ocultaremos y podremos oir de lo que hablan. No necesitamos acercarnos más. Tampoco llevan mucha discrección, todo el mundo está de su lado y saben dónde se reunirán.

Localicé la torre. No era muy alta y parecía de fácil acceso. Tenía que ser rápido y silencioso.
Me deslicé por sus pequeños escalones de oxidado hierro, tan rápido como pude. Lo preciso y necesario para poder comprobar la cantidad de armas que había en su interior, a la vez que el cielo se tornaba en tonalidades rojizas por la inminente salida del sol.
Posicioné mi cuerpo entre todo el acero allí reunido con la mayor delicadeza que jamás recordaré haber usado. No era un experto para saber lo que allá se encontraba pero sí reconocí M-16, AK-47, morteros, lanzagranadas, lanzallamas, cañones giratorios y granadas de mano, de esas había muchas. Casí me entra una por el culo al sentarme. Calmé mis nervios. La idea de chiri era buena, pero si explotaba alguna cosa de esas, yo era el que se iba a llevar la peor parte.

Pasaron los minutos, creo que incluso una hora, cuando creo que oí los primeros pasos acercándose. No veía quién eran pero tampoco me interesaba. Mi misión era conocer el dato de la fecha del comienzo de las hostilidades. Con eso bastaba.

Reconocí algún saludo, choques de manos y lo que parecía un entorno amigable. Las voces se entrelazaban, y unas a otras colapsaban la nitidez de las palabras. No lograba entender nada de lo que hablaban. Todo era un barullo indescifrable.
Avanzaron los minutos. Agudicé lo que pude mi oído.Estaba al máximo de mi frecuencia. Cualquier cosa podía ser interesante, pero era muy frustrante la situación, no sabía si el hormigón bloqueaba las ondas sonoras, o mi posición era lo bastante alejada.

- Voy a abrir un poco la trampilla del depósito. No entiendo nada.

- ¡Ni loco!. No levantes la mínima sospecha o nos vamos a la mierda. Ahora están de debates, luego empezarán las votaciones. Aunque parezca mentira llevan un sistema asambleario a consenso. Por eso han ido alargando las decisiones. Son muchos cálculos que analizan y analizan. Manías, suspersticiones, cambios meteorológicos, situaciones adversas. Y, siempre les lleva rato, así que tranquilo y aguarda sentado que ya conseguirás oir lo que necesitamos.

- Entonces nos podríamos turnar para que no se haga tan sufrida la espera.

-Estaría bien, pero no has caído en el pequelo detalle de que no tengo orejas, imbécil. Cállate y a lo tuyo.

<< Como sé que me estás escuchando, ten en cuenta esto. Cuando todo este lío en el que me has metido acabe, me voy a hacer un puto zumo con tus sesos.>>

Era verdad discutían y discutían. El ruido por lo menos ahora tenía algún sentido. La inquietud por su cese me hizo imaginar las cosas de las que estarían debatiendo. Número de efectivos entrenados, número de armas para ellos, organización de las batallas, puntos de ataque, contraofensivas, número de bajas aceptables, daños colaterales, posibilidad de retirada, negociaciones, y un sinfín de situaciones que me hubiera gustado conocer, nunca está mal saber un poco de todo, y no creo que tenga otra oportunidad como ésta.
En el devenir de mis elocubraciones el ruido alborotado cesó. Una voz sobresalió del resto, entre el silencio formado. La reconocí sin problemas. Era Don Guido. LLamaba a votaciones. Era el momento.
Las fechas se alternaban en un margen de semana y media antes de carnaval. Ese año caía del 18 al 21 de Febrero. Entre las personas que iban eligiendo su fecha más precisa, distinguí las voces del profesor y del doctor, y me costó un poco más, pero allí también estaba el conductor del autobús. Todos estaban implicados. ¿Cómo consiguieron tanto secretismo, a la que seguían con la normalidad de sus vidas?
No llegaron a un consenso como intuía. Comenzaron las discusiones de nuevo. Menos mal que esta vez no se alargó mucho, parece que lo solucionaron rápido.
Será el Domingo 19  de Febrero. Por qué éste sería el día D, ni  idea. Pero tenía el dato. La hora no la comentaron, la decidirían más adelante.

- Esperamos a que se despeje todo y salimos rapidito de aquí. Hay que avisar a los menonitas.

CAPÍTULO 4

- No sé si te he entendido bien ...¿a los menonitas ?¿Y qué coño tienen que ver ellos en esto?

- Ahora es cuando entenderás todo. De hecho ésta es la parte más reveladora, y curiosa, por que la verdad si la gente supiera esto no se lo creería. Desde hace cientos de años, los menonitas se distribuyen por todo el mundo. En su apariencia externa son agricultores y pequeños ganaderos, que siguen unas prácticas tradicionales, evitando el progreso y desarrollo de la civilización, regidas por sus extremas convicciones religiosas. Detrás de esto se esconden unas prácticas bien distintas. Son una orden supersecreta de sabios que han ido heredando los conocimientos de los pueblos originarios de todo el mundo. Protegen y almacenan todos los saberes de las tribus del planeta, de cada país, de cada continente, de los diferentes ecosistemas. Y, a su vez, se dedican a organizar y controlar todos los movimientos geopolíticos de la actualidad. Ellos son las mentes pensantes, los grandes genios de ese ajedrez que es el sistema actual de estados, divisiones políticas, independencias, guerras, pacificaciones, tratados, acuerdos, sistemas de comercio, macroeconomía. Todo lo que has visto en las noticias de cualquier mass media internacional durante toda tu triste y patética vida, lo han organizado ellos. No creas en los Illuminati, el Club Bilderberg, los Rockefeller, la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco Central Europeo, el Iberoamericano, el Banco Mundial, los bancos chinos, la OMC, el FMI, el FBI, la CIA, el Mossad, y yo que sé, ya sabes de todo lo que te estoy hablando, toda esa mierda que nos complica nuestra existencia. Todo son ellos. De esas pequeñas y humildes, a veces ruinosas, granjas, con esos ridículos tractores salen las decisiones que mueven el mundo, lo organizan, crean y destruyen. Y, por eso, tenemos que avisarles. Ellos pararán esta guerra. Les interesa más que a nadie. No la han visto venir y para nada la tienen controlada. El conflicto se les ha ido de las manos y luego es un lío organizar todo de nuevo tal como lo tenían planeado. Desconocen lo que se está preparando y no aceptarán ese error. Más aún cuando sepan que es en carnaval. Ja, ja, ¡ahí reaccionarán más enérgicamente!. En el carnaval ni de coña. Es la única fecha al año que disfrutan, quieren y adoran hasta la extrema admiración. Es el único instante que tienen para pasar desapercibidos, desconectar de sus obsesívamente rutinarias vidas, crearse nuevos roles, personalidades, apariencias, mentiras. Aprovechar para hacer lo que no harán el resto del año. Beber, drogarse, follar como locos con quién sea y como sea. No hay quién les pare cuando salen con ese espíritu. Y no se lo van a joder. Tienen todo el poder para apaciguar y extinguir cualquier pequeña idea contraria a sus intereses. Lo han hecho durante años, décadas, siglos. Nadie les toca el carnaval. ¡Y eso lo vamos a aprovechar.!

- Joder, joder, joder. No te creo. No te crreo. No te puedo creer. Lo que me estás contando es tan absurdo como imposible. No tiene ningún sentido. Es demasiado surrealista. Imposible, imposible.

- Es la coartada perfecta, quién iba a imaginarse algo parecido. No se puede sospechar ni a lo lejos. Nadie, ni en sus más oscuras conspiraciones. Es demasiado perfecto.

- Aún así, con todo el poder que poseen no nos recibirán. Y, además, ¿dónde?¿cómo?

- De eso me encargo yo. Los conozco.

<<Debería hacerme una foto de la cara de gilipollas que debo tener ahora mismo. Tiene que ser de archivo. Me siento tan estúpido e ignorante. Mierda de manipulación de vida.>>

- No tenemos tiempo para putas fotos, y sí, tienes una cara muy lamentable, ja,ja,ja. Mueve el puto culo tenemos que salir de la comunidad.

No se oían más voces ni ruido alguno. No tenía noción del tiempo transcurrido en el depósito, y no podía quitarme de la cabeza a los menonitas. Esos tranquilos campesinos, con sus ropas de tiempos remotos. Qué cabrones, como se lo han montado. Bastardos.
Abrí con cautela la trampilla y bajé a toda velocidad los oxidados peldaños de la estrecha escalera.

- ¿Dónde vamos?- manteniendo el equilibrio tras mis apresurados pasos.

- Los menonitas gestionan diferentes zonas. Toda esta región pertenece a los que habitan cerca de San José de Chiquitos. Unos pocos kilómetros al norte. Tenemos que hablar con éstos. Con poco que les digamos será suficiente.

- ¿Y qué pruebas les voy a mostrar? LLego y les cuento con mi cara de alelado que el Domingo 19 se va a librar una guerra interna en Bolivia. Que las tropas están dentro de las asociaciones carnavaleras, y en la selva con Brasil. Que ya están preparados y armados militarmente. Y, sobre todo, que sus señorías, divinidades supremas, no se han enterado de una mierda. No me van a creer y seguro que me clavan un rastrillo en los huevos. No tengo ninguna prueba. Nada.

- ¡Me tienes a mí!.- aseguró más firme que nunca chiri.

- De puta madre, les enseño a mi chirimoya que habla. ¡Eso le va a dar a todo una credibilidad de la ostia!.

- No soy tu chirimoya que habla. ¡Soy su chirimoya que habla!. Ellos no sospechaban nada porque estaban muy ocupados preparándose para carnavales. Pero yo sí sabía que algo se movía, pero no me querían escuchar. Me decían que les dejara en paz, que era una paranoica. Por eso necesitaba a alguien que me ayudara a acceder a la asamblea, para averiguar el dato que necesitaba. Tenía que confirmar mis sospechas. Y te ví pasar con tus putas mochilas justo hacia allí. Fue como una providencia. Entonces me transporté al interior de una chirimoya de un árbol del huerto del profesor. Cosas de chirimoyas ancestrales. No preguntes. Con eso te volverías loco del todo. Lo que soy tu conciencia, es el truco que uso más a menudo en estos casos. Si no me hubieran aplastado hace tiempo. Siempre funciona.

- Cabrona, me has tenido haciendo lo que tus putos intereses querían. Por lo menos ahora es más coherente toda esta jodida historia, y ya no quiero saber más detalles. Sólo quiero acabar esto. Así que vámonos a la camioneta a buscar a esos seres blanquitos.

- Eso te quería oir. ¡Date prisa!. ¡Vamos!

La camioneta nos esperaba donde la dejamos aparcada. Tranquila, como si todo lo que pasara no fuése con ella. Coloqué firmemente las mochilas, para que no se cayeran por el trayecto. Ahora iría más rápido que nunca, quería terminar ya con esto. Una nueva sorpresa tornó mi cara a una mueca desproporcionada en su originalidad, al ver un mono araña sujetando el volante del vehículo.

- Muy bien, ¿cómo despejamos el volante? No quiero que el mono me muerda la mano y me contagie de algo que me haga alucinar más de lo que ya lo hago.

- Déjame a mí.- posicionándose cerca del mono.

Chiri emitió un gruñido tan estruendoso, como extraño. No le pude sacar ningún parecido lógico a ese momento bizarro. Pero funcionó. El mono se fue tranquílamente, saludando a chiri con sus manitas, y contándole, o eso parecía, alguna cosa ya que se quedó enfrente suya durante unos largos segundos.

- ¿Te estaba hablando?- le pregunté asombrado.

- Por supuesto, acá todos nos conocemos. Le dejé vigilando el vehículo hasta nuestra vuelta. Tiene muy buena onda. Siempre nos echamos un cable.

- Claro, claro. Vámonos. Para que preguntar más.

Después de maniobrar lentamente para sacar la camioneta de la vegetación, con cuidado de no lastimar ningún árbol, no fuera que se enojara y me golpeara con una de sus ramas, aceleré, provocando una humareda estrepitosa.


El trayecto fue más rápido que de costumbre. Mi mente trataba de asimilar toda la nueva información, intentar explicarla y relacionarla con lo que ya sabía con anterioridad. Todo empezaba a cobrar sentido. Estaba diabólicamente orquestado. Lo absurdo daba una realidad bastante convincente. Los detalles se interconectaban formando una red tan milimétrica como maquiavélica. Y sabía que no podía contar a nadie lo que había averiguado sin que se rieran de mí. ¿Escribiría un cuento para relatarlo?Igual era el mejor medio. Esta idea me convencía por momentos cuando llegamos a San José. Estaba exhausto de conducir, y quedaba poca gasolina en el depósito. Pero estábamos cerca. Tomé un pequeño camino secundario durante unos breves kilómetros hasta la granja. ¿Cómo miraría a los menonitas ahora? La sensación de hablar con los amos del mundo me paralizaba. No estaba preparado para algo así. ¿Qué pensarían de mí? Tenía que creerme concienzúdamente todo para que mis explicaciones fueran más convincentes y verosímiles.
La entrada a la granja reflejaba la austeridad que ahora sabía era una mascarada. A los laterales del camino de entrada se sucedían diferentes plantaciones de frutas y verduras. Estaban perfectamente cultivadas. Tenían un brillo que no había visto nunca. No se les veían defecto alguno. Imaginé que tenían el conocimiento absoluto también para tener los alimentos más nutritivos posibles.

Un granero enorme aparecía tras ellos. Tenía una estructura cuadrangular y estaba construido enteramente en madera. Con grandes y preciosos tablones de madera. Era alto, como tres pisos de altura, aunque no se veían ventanas que evidenciaran esto.¿Entonces que había dentro? Parecía el sitio para guardar los aparejos, tractores, cosechadoras, y demás cosas del uso diario, pero aún era demasiado grande.
La impaciencia me lanzó rápidamente de la camioneta, con chiri en mis manos. Apagué el motor como pude, sin darme cuenta de que mi nerviosismo hacía apretar más fuerte de lo normal la piel de chiri, sacándole un poco los ojillos de sus órbitas.

- ¡Aaaah! ¿Qué haces? ¡Me estás estrujando el cerebro! Relájate o me quedaré inconsciente y no podré hablar con los menonitas.

- Perdona, son mis nervios. Tengo que calmarme.- suavizando mi frutal abrazo.

El portón de entrada era de un tamaño desproporcionado. Me costó mucho esfurzo moverlo. El sonido chirriante de su desplazamiento, no fue muy cauteleoso, alertó de nuestra llegada. Lo percibí al encontrarme nada más entrar una pareja de menonitas, ataviados con sus buzos clásicos, manchados de barro, y algo de color verdoso, tal vez rastros de alguna planta. Llevaban unos gorros de paja, estilo salvaje oeste, y sus rostros reflejaban el cansancio de la jornada. Sus cabellos peinaban canas, entre sus pelos rubios, aparejados a sus miradas de un azul penetrante. En sus manos portaban un rastrillo y una pala, en un estado más que aceptable, posíblemente para continuar con el trabajo en las huertas.
No dijeron nada. Sus ojos se clavaron en los míos esperando una explicación, o cualquier tipo de comentario satisfactorio. Pero yo estaba en blanco, no sabía como empezar a contar mi historia. La presión que ejercían sus miradas, me obligaron a hacer un movimiento, igual el suficiente para salir al paso. Elevé ante ellos a chiri. Se la mostré y esperé a que esto fuera preciso.

- ¡Eh, colegas!¡Ya estoy de vuelta!¡Y traigo buenas noticias! Agarraros fuerte, porque lo que os voy a contar es importante. Tal como os intenté prevenir, y no me creísteis, quizás por mi presencia poco antromorfa, va a ver una guerra. Ya están todos preparados y los combates comenzarán en carnavales. Eso que tanto os gusta, os los van a joder si no actuáis ya. Tenéis que anticiparos a esto o será tarde. El día D será el 19 de Febrero. Estaría bien una actuación anterior, alguna pacificación pactada, o lo que sea. Eso lo tenéis que hablar entre vosotros, yo sólo os traigo las noticias, y sabéis de otras veces, que siempre os traigo pruebas. ¡Éstas son él!. Me ayudó a infiltrarnos en la asamblea y escuchar la fecha.

- ¿Tiene razón la chirimoya, señor?- me preguntó con una voz tan armoniosa y relajante que anuló mi nerviosismo.

- Sí, es verdad todo lo que dice. Ahora está en sus manos, y creo que es muy necesario actuar.- tan firme como terminante.

- Entonces acompañarnos a ver al maestro Tupác. A él le vais a contar lo mismo explicándoselo con todo detalles.

El granero se dividía en paredes que formaban los diferentes compartimentos. En unos se amontonaban los fardos de paja, en otro las verduras cultivadas. En un lateral aparecían habitaciones que sólo disponían de una estrecha y delgada cama, austeras muy austeras. Un espacio mayor albergaba los instrumentos para el cultivo y un par de tractores envejecidos por su constante uso. Todo estaba limpio ordenado y en una calma absoluta. No era lo que esperaba. Si realmente esta gente controlaba la geopolítica del planeta, tendrían que tener ordenadores, equipos de radio, de satélites, o algo que reflejara sus ocultas taréas. Pero no ví nada. Sólo me sorprendía la altura del techo pero nada más. No veía ningún espacio para esas máquinas que esperaba modernísimas, para un centro de control global con una frenética actividad de informaciones y contrainformaciones. Luces, sonidos, pantallas de radar, teléfonos, personal que controlara todo esto. No había nada. Nada. Esto me hizo dudar brevemente de todo. ¿Era una broma? Si era así, estaba perfectamente preparada. Pero, ¿por qué? ¿Y por qué a mí?
Volvieron a venirme a la mente multitud de pensamientos. Ahora mismo dudaba de todo. Hasta que lo oí.

El estruendo retumbaba en las paredes, algún objeto cayó y otros saltaban por los aires. El suelo también se movía. Las maderas que lo formaban hicieron volar los tornillos que mantenían su firmeza. Todo temblaba. La sensación fue tan intensa como realmente temorosa. ¿Qué era aquello?

- Es Tupác. Viene hacia aquí.- observó con pasmosidad chiri.

- ¿Tupác?¿Quién o qué es Tupác?-acabé de pregunatr justo antes de alzar la vista hacia el techo.

Lo ví. No me asusté porque no supe como reaccionar. No me lo esperaba, ni de coña. Era algo innaudito. Único. Delante mío apareció otro menonita. Llevaba las mismas ropas que los otros, pero había una notable diferencia. Medía como cinco metros. Y su cabeza, en proporción, era del doble del tamaño de como la tendría una persona de esas magnitudes. Sus movimientos eran torpes, tropezaba con todo menos con el techo, que le daba margen de movimiento a su estatura. Por eso eran tan grandes las proporciones del granero. Tenían que refugiar a un gigante. Un monstruoso gigante menonita.
Se acercaba hacia mí. Me miró agachando su cabeza e inclinando su enorme espalda. Habló, si a eso se le puede llamar hablar. Los gruñidos que salieron de su boca no tenían ninguna modulación. Era un sonido contundentemente lineal, y provocaba un viento árido que se avecinaba hacia nosotros.

- El maestro Tupác se acaba de presentar, y os pregunta que deseáis.- comentó, traduciendo unos de los pequeños menonitas.

- ¿Podéis entenderle?- pregunté sobrecogido.

- Sí, son muchos años de convivencia. Estamos acostumbrados.

Tupác escuchó atentamente mis explicaciones de lo que estaba sucediendo. No se inmutaba. Observaba y observaba. Cuando terminé otro espeluznante gruñido gutural, salido más del puto abismo, salió de su tremenda boca. Era mucho más largo que el anterior. Estaba explicando algo. Esperé a que acabara, mirando la atenta cara de los otros menonitas, que traducirían sus palabras.

- Entendió el problema, os agradece vuestro tiempo y dedicación, y ahora él tomará las medidas adecuadas para buscar la solución pertinente. Ya no tenéis que preocuparos de nada. Él lo arreglará. Como hace siempre con todo.

- ¿Y cómo piensa hacerlo? Porque, obviamente son muchos más que él. Y tienen entrenamiento militar, además de multitud de armas. ¿Qué va a hacer él? Vale que es muy grande, pero creo que eso no es suficiente.

- No necesita enfrentarse físicamente con ellos. El control lo tiene en su cabeza. Su mente es el captador de frecuencias absoluto, todas las que existen y las que no te imaginas. Las puede alterar a su interés. Así lleva, entre otras cosas, el control político de esta región. En las otras hay otros como él. Eso es lo que protegemos los menonitas. Nuestra tapadera es mantener ocultos a los maestros del tiempo y del espacio, a los gobernantes del todo, a los superordenadores vivientes que organizan el planeta, las naciones, los conflictos, los recursos, a los humanos. Ésta ha sido de las pocas veces que no se anticipó al conflicto. Pero ahora que lo sabe tomará las medidas justas. A él también le gusta el carnaval. Aunque evidentemente no sale de fiesta con nosotros, todos los años le disfrazamos, le emborrachamos y hacemos que desconecte de su actividad mental. Al menos por un día. Eso lo necesita. Si no morirían. Sus mentes no pueden trabajar de contínuo todo el año, todos los días y noches. Necesitan uno de desconexión. Por eso inventaron estas fechas. Las crearon hace tiempo, desde que llegaron a este planeta. Son seres inmortales. No hemos podido saber cuál es su origen, sólo sabemos que nos eligen para trabajar con ellos y cuidarlos. Nuestras vidas se enlazan a sus mentes hasta nuestra muerte, donde nos sustituirán por otros para el mismo trabajo, que se continúa desde siglos y milenios. Ésta es la realidad infinita. El misterio de la humanidad. El eje planetario.

- Ok. Ja,ja,ja. ¡Ya me creo todo! Entonces si mi papel ya terminó aquí, quiero retomar mi vida. Tengo cosas que hacer y este conflicto no era mi problema. Ya que al final no voy a ver el Parque Nacional, maldita la hora, me voy hacia Buena Vista para ver si llego al otro gran Parque Nacional de Bolivia, el Amboró.

- Claro que puedes proseguir tu viaje. Muchas gracias por todo. Sobre todo por devolvernos a chiri, la extrañábamos, nunca había estado tanto tiempo fuera de casa.

- Eso es verdad, me encantó la aventura. Ahora que está todo listo, te puedes pirar de aquí.- con un desisterés tan irritante como despectivo.

- Serás cabrona. Después de todos estos días, ¿te despides así?. ¡Ahí te pudrás! Por lo menos me podíais decir como va a resolver Tupác este lío. ¿ Que solución va a encontrar su mente? Realmente podía seguir con mi vida sin esta información. Pero intuyo que como todo lo demás, nunca me enteraré, se ocultará y ya que he sido parte de la solución, me encantaría saber este último dato. Nadie me va a creer si lo cuento, así que el secreto está a salvo conmigo. Además me podéis controlar la mente. Ni lo intentaré.

- En eso tienes razón. Os tenemos controlados a todos, uno a uno. Vuestras mentes son de los maestros. Ellos manejan vuestras vidas. No sois nada. Sólo instrumentos para su disfrute personal.

- Entonces, ¡dímelo!- afirmé imperatívamente.

- De acuerdo. Tupác, además de controlar las mentes humanas, con toda su información, controla la naturaleza. Ellos son  la Pachamama, y pueden actuar y alterarla como deseen. La idea que nos ha comunicado antes, que va a hacer, es sencilla. Va a metamorfosear a los mangos, esos frutos tan dulces y nutritivos, que aparecen en abundancia en la Chiquitania, transformándolos en unos colosales mosquitos tigre, que segregan un ácido corrosivo que destruirá todas las armas que se encuentren en su camino. Si álguien se resiste, los atravesarán con sus enormes aguijones y los desintegrarán también. Así mantendrán la paz. El resto lo hará Tupác manipulando las mentes de todos los implicados, desde los ejércitos carnavaleros a los chiquitanos, para que olviden el conflicto y sigan con sus respectivas vidas. Nadie sabrá nada al respecto, ni personalmente ni gubernamentalmente. Todo continuará en perfecta normalidad, hasta que se decidan a cambiar algo en la región. Pero será cuando más adelante lo crean oportuno. Hacer todo esto no le llevará más de un día de trabajo. Es inmediato y terminante cuando busca soluciones rápidas. Y tiene prisa que se acerca el carnaval y quiere gozarlo. Así que para mañana estará todo solucionado. Nadie sabrá nada. Ni tú.

- Espero que si borráis mis recuerdos no alteréis la vida que llevaba. ¡Era libre y feliz!.

- No te preocupes por eso. Ahora ya puedes irte.

El suelo volvió a temblar tras esas últimas palabras. Esta vez era mucho más violento y fuerte que antes, con la intensidad propia del ojo de un huracán. Todos los tablones se desprendían astillándose en mil pedazos. Los fardos de paja volaban de lado a lado deshaciéndose hacia la nada, golpeando lo que encontraban a su paso. Los aperos de la huerta se lanzaban contra el techo y paredes donde quedaban clavados. Tuve que esquivar como pude alguno de ellos, mientras contemplaba paralizado la imagen desoladora. Tenía que reaccionar y salir de allá. No tenía mucho tiempo. Todo se iba destruyendo a una velocidad fulminante. Mis pies activaron a la carrera a mi cuerpo que seguía sorteando los objetos que aparecían por todos lados. En ese momento ví como uno de los tractores, movido por la fuerza huracanada del viento, se dirigía hacia chiri. No pude advertirla, quizás ni lo quería intentar. La aplastó con una de sus ruedas con tanta fuerza que los restos de su pulpa salpicaron mi cara. Ni despedidas ni sentimentalismos. Me dirigí hacia el portón de salida del granero. Ya estaba cerca, sólo unos pasos más. No lo sentí. El golpe fue certero. Noté un dolor indescifrable en mi pecho. Pude ver el aguijón clavado en mí. La sangre emanaba a raudales. Tanto que tiñó, del rojo más puro que ví jamás, el amarillante color del enorme mosquito. Le miré a los ojos mientras me desvanecía. Todo se oscurecía a mi alrededor.

- Señor, ¿se encuentra bien? Lleva mirando esa chirimoya durante minutos. ¿Le ocurre algo?- oí susurrar levemente a mi espalda, mientras miraba aquella chirimoya en mi mano, y sentía un fuerte golpe en mi cabeza.