15 octubre 2012

TETON Y LA TIERRA DE LOS MORMONES



Amaba las road movies. Esas películas que se desarrollan en la carretera, entre diversas circunstancias y con diferentes escenarios, en un continuo de situaciones en las que los protagonistas tienen que afrontar los más comprometidos retos de superación personal, de salvación espiritual o tan sólo como medio de alargar la trama para llegar a un final inesperado. Si son muy malas ni eso. Los detalles, el desarrollo individual o grupal, las vías de escape, las conversaciones, la eterna dualidad bien y mal, moralidades que desencadenarán inquietudes internas, reflexiones o la pronta llegada del olvido. Pero cuando son épicas, cuando rozan la percepción de lo que tú ansías al verlas, la empatía con sus actores, sus logros o decadencias, siempre permanecerán, en mayor o menor medida en tus recuerdos, en ocasiones alargados a los deseados sueños. Y son tan cercanos sus caracteres que no los imposibilitan, que su contexto se te hace próximo y coherente. Perfilas el camino de llegada a tu momento. De alguna manera subconsciente te diriges hacia tu destino, la repetición de lo virtual, su transfiguración en tu realidad. El comienzo de una nueva aventura. No la buscas, esperas que ella te encuentre.

Es difícil explicar convincentemente lo sucedido, si fuera por mi sólo, nadie daría fe de mis palabras. Pero éramos más. Los suficientes para que la subjetividad unificada se revele en la grandiosidad del objetivismo, la mímesis de la verdad.

Escapamos del silencio, de la ridiculización postergada al temprano olvido. Nuestras palabras, mordaces en la explicación del absurdo, se fundieron en el viento, única vía de la comunicación, en su veloz acceso a vuestro oído. De ahí las historias, lo vivido. Explicadas con mayor detallismo.

Atrás dejamos los valles rocosos de la cuádruple frontera, demarcada con la perfección de la perpendicularidad de la cuadrícula. Los interminables cañones desérticos, o sutilmente arbolados en extenuantes pinceladas de verdes contrastes, morada antaño de las primeras civilizaciones norteamericanas. Recuerdos que sólo la tierra susurra a expectantes oyentes. Imágenes fugaces de la historia de un pasado no tan remoto. El eco de los Anasazi reverbera en las murallas naturales, en sus quebradas sinuosas, desprotegidas del azote erosivo del tiempo formativo; buscando quién explique sus misterios, el declive de sus pasos.

Recorridas quedaron las perpetuas rectas de esas carreteras, perfiladas en la dimensión de horizontes contemplativos; meditativa prolongación de la lejanía. Surcando las empedradas planicies de la sequedad ocre, sólo interrumpida por la aparición de pequeños pueblos, expuestos al desamparo. Observando la vida tan esquiva del progreso, como ausente en la variabilidad de sus rutinas.

Las altas temperaturas golpeaban nuestras ideas, como un tsunami borra la silueta de los castillos de arena. El sol lo acaparaba todo, en la plenitud de su hegemonía, partícipe de su fortaleza, sorteada ingeniosamente por los aleatorios ríos que bordeaban sus dominios. Cauces vivaces dibujando valientes oasis, la salida del eterno paisaje.

Interrumpidos por el ocaso de los días, la acampada era nuestro obligado reposo. Relajación de articulaciones tensadas en el abrazo afectivo de nuestros sacos. El descanso de unos párpados forzados a la constante apertura de  la proyección de nuestras miradas estudiosas. Un momento íntimo en la evasión de la sociabilización diurna. Lo hacíamos ágilmente, unos movimientos precisos que nos ahorraban el pago de nuestro alivio; la gratuituidad impuesta del alojamiento seleccionado. El poder de acampar eludiendo el capitalismo consensuado. En la coherencia, la justicia; en la práctica, el respeto. Nadie salía perjudicado de nuestras prácticas esquivas. La acampada salvaje organizada en la lógica de nuestros ideales.

Siempre asombrados de la inquietante belleza de los Parques Nacionales de los Estados de Arizona y Utah, de los caminos áridos y polvorientos para llegar a sus respectivos miradores, del juego visual del agua recorriendo la piedra, del viento azotando las murallas que buscan tocar las nubes, los árboles creciendo donde cualquier otro ser vivo desistiría y los animales curioseando el caminar de nuestros sufridos pies; siempre deseosos del nuevo conocer, del abrir nuestras mentes en las experiencias cognitivas más amplias, intentar abarcar lo máximo posible con el uso de cada entrenado sentido.

Más noches estrelladas, guerreros descansando tras los kilómetros avanzados. Y los que vienen y vendrán. Ahora el nuevo destino nos dirige a nuevos escenarios, nuevas vistas, otros ecosistemas. Marchábamos hacia el famoso Parque Nacional de Yellowstone, el primer parque nacional del mundo, uno de los pocos que podemos decir son especiales, diferenciándose de los demás en su originalidad. Uno de esos caprichos de la Madre Tierra, que hace que nuestra presencia se haga insignificante. Al mínimo, somos hormiguitas comparadas a lo que alberga su interior. Un subsuelo que mantiene un secreto conocido a voces. Un secreto que nadie querría oír de primera mano. La mano del interesado. El supervolcán. Activo, siendo el responsable de numerosos terremotos y temblores a diario, por echar vapor en las fumarolas y agua hirviendo en los geiseres, por haber dado forma a la estructura del lago, de las montañas y cerros. Respetuoso, por no entrar aún en erupción, por mantener la vida en todo el continente del Norteamérica, por no provocar el cataclismo por algunos esperado. Y enorgullecido de mostrarnos sus maravillas, sus rincones, sus senderos, su vida.

Ansiosos de verlo, visitarlo con la expectación de abrir los ojos tras una operación de cirugía plástica, cruzamos el extenso territorio de Wyoming, dejando atrás las tierras de Colorado. No demoramos mucho en observar su capital. Aunque el nombre nos recordaba tiempos inmemoriales, Cheyenne, no tenía interés alguno. Tematizada con sus sombreros de cowboy y sus botas de montar, con algún edificio clásico entre sus largas y desiertas avenidas, un capitolio tan insulso como la derecha que lo gobierna y poca cosa destacable más; la abandonamos como un día masacraron y abandonaron a los pobladores que le dan nombre.



Seguir la carretera te arma de paciencia. Rectas interminables, de las que nos habíamos acostumbrado, cortadas por pequeños núcleos urbanos, Laramie y Rawlins, y sólo apartadas de la monotonía por algún tren de largas mercancías que nos retaba a seguirle en paralelo. Nos aproximábamos a las montañas, a su silueta tras la caída de la noche, a su protección del frío que diferencia estos dominios de los visitados antes.

En Rock Springs, cambiamos dirección Norte. No llegaríamos hoy, pararíamos a dormir. Todo se ve paralizado en segundos por circunstancias extraordinarias. Absortos en pensamientos, conversaciones y planes de corto plazo, nos quedamos perplejos cuando delante de nuestras luces de larga distancia, cruzaba la carretera un coyote como si con el no fuera la cosa. Su tranquilidad, sus ganas de intentar llegar al otro lado, para lo que fuera que ideaba, y su desafío al mirar hacia las luces, nos mantuvo expectantes, mientras mi cerebro consiguió mandar un impulso nervioso a mis pies y frenar la velocidad a la que circulábamos. Lo vimos alejarse en slow motion, emotivos y asombrados. No era tan grande como un lobo, ninguno lo es, pero tiene la elegancia de aquel, y una familiaridad empática, producto, tal vez, de sus constantes peripecias para atrapar al correcaminos, siempre frustradas por la astucia del otro.

No dábamos de más. En Pinedale decidimos buscar un sitio donde acampar. No tuvimos suerte. De noche, cualquier camino parece que te lleva al infinito. No hay referencias y puedes estar dando círculos perfectamente a una misma calle, más si te sales del alumbrado de las casas y carreteras. Desistimos por esta vez y buscamos la seguridad y el descanso de uno de esos moteles donde parece que puede ocurrir un asesinato en cualquier momento. Estereotipados en mil películas, éste parecía tranquilo. Nos dejó dormir en sus entrañas, como detalle ilustrativo de nuestra película de carretera.

Como toda entrada a un parque que se precie, siempre hay un pequeño pueblo turístico donde echar gasolina, comprar souvenirs, beberte unas cervezas o descansar del largo camino hasta llegar aquí. En este caso era Jackson, entrada al Grand Teton National Park. Sus casas bien cuidadas le dan un aire pintoresco, un escape de la vida en ciudades de hormigón y advenimiento de la llegada de la montaña. Construcciones en madera, detalles de naturaleza, carruajes que llevan a turistas, todo muy bien preparado para preparar la visita al parque o, en invierno, las estaciones de esquí. 


- ¿De dónde viene ese nombre?- preguntaba Nacho, entre la risa y el intento de confirmar sus sospechas.

- De dónde crees. De las tetas, pero del francés, no del tetón del español. Mira, sólo es imaginárselo un poco- le contesté observando la formidable forma de las montañas.

La que sobresalía entre las demás era el pico del Grand Teton, el nombre, tras verlo en el mapa, nos hizo reírnos más del absurdo juego que se inventó el que fuera que le pusiera ese nombre. Pero al margen de eso la cordillera es espectacular. Los picos se prolongan con resquicios de lo que en invierno son glaciares, solos imponiéndose sobre la llanura que los precede. Ahora en verano, la bruma que aparece por la mañana, distrae la visión de esta foto de postal. Se ven, pero las siluetas se esconden entre la distracción brumosa de estos soleados días. Una lástima porque el entorno es fabuloso.





No obstante visitamos las cascadas que son guaridas de los osos grizzlis que empiezan a parecer por este parque. No avisan de su presencia, buscando los alimentos de extraviados o imprudentes turistas, que los abandonan en las zonas de acampada. Tuvimos suerte de no encontrarnos a ninguno de camino. La reacción que te advierten que debes tomar no se la cree nadie. Intenta ponerte lo más alto posible y hacer todo el ruido que puedas, para que parezca que eres más grande que él. Vamos, si ves un oso e intentas hacer todo lo que te dicen, el teatrillo tiene que ser grandioso, tanto que el oso se irá riéndose de ti. Eso si no te mata, como los casos que se han dado. Un oso es un oso. Por eso la gente se prepara, producto de excesivas alarmas, y shows televisivos, y se compran unos sprays especiales contra osos, que la legislación sólo permite aquí. Las paranoias son bastantes excesivas.

Nosotros lo que vimos fue un elegante alce pastando tan tranquilo en las orillas de un rio, ante la atónita mirada de las decenas de personas que le esperan en su mejor pose, para sacar esa foto que luego enseñar de sus vacaciones faunísticas. Es todo majestuosidad, tranquilidad y omnipresencia.



Recorrimos la longitud del parque visitando sus lagos, de un azulado reflectante de la formación perfecta de pinos que los rodean, observados por algún ratón, ardillas y marmotas, mientras buscábamos la aparición de algún águila calva. Esa que aparece en todas las insignias demostrativas del patriotismo chovinista de estas tierras. No nos dejo ver su presencia. La caída de la noche tampoco ayudó.


- Joder, es la primera vez que a estas horas están vigilando la puerta del camping.- comenté comprobando que nuestra técnica de entrar sin pagar no iba a resultar aquí, quizás por el turismo masivo que visita este parque.

- Buscamos otro camping más alejado- comentó Kara, con la tranquilidad que le caracterizaba.

No resultó. Pasamos por los sitios de acampada que se reparten por la zona y no había manera. Tuvimos que acceder a la normalidad del pago de su gestión. Nos dimos cuenta que aunque entres sin pagar, los guardabosques vigilan las parcelas del pago de éstas. No importaba. No queríamos complicarnos. Así no teníamos que madrugar para salir de la zona de acampada, antes de que nos pillaran. Una noche con calma y relax. Siempre que no apareciera un oso. Mejor guardar los restos de nuestra cena.

Estaba tan cerca Yellowstone, que a la mañana siguiente fue salir del camping y estar entrando en nuestras añoradas tierras, el misticismo de adentrarnos encima de un volcán. 

Con signos evidentes del paso del fuego por la ladera de alguna de sus montañas; por los incendios que se secundan durante el verano en mayor o menor medida, aun recordando el del 88 que arrasó casi medio parque, o temporadas donde fueron devastadores; el parque se extiende en el horizonte dominando hegemónicamente estos territorios. La frondosidad de sus bosques de pino, creciendo en posiciones inverosímiles, con árboles longevos y los nuevos que se abren paso en la vida, surcados por ríos que descienden a cascadas de una vistosidad distinguida; su increíble ubicación, única en el mundo al unir en el mismo una de las zonas más vírgenes del hemisferio norte, con la caldera de un supervolcán, las montañas que engloban la formación de las rocosas,  el lago Yellowstone, cañones, ríos, cascadas, y una diversidad biológica envidiable; la historia de sus orígenes, de su evolución e investigaciones sobre su futuro; hacen que llegar aquí se convierta en una experiencia sublime.




- ¿Acampamos primero, y así no nos preocupamos de perder tiempo en buscar un sitio? Intuyo que aquí, siendo verano, va a estar todo lleno. Es temporada alta- comentó Nacho, previendo la magnitud de lo que queríamos ver.

Las carreteras forman una red bien distribuida dentro del terreno del parque, que dan opción de visitar sus puntos más alejados. Son puntos igual muy específicos, donde aparece alguna peculiaridad y que se han sabido explotar para el turismo masivo. Al circular por éstas, no piensas que estés dentro de ningún ecosistema protegido hasta que aparecen los lagos, las montañas y algún bisonte, que con la más pasmosa tranquilidad va cortando el tráfico al andar por ellas. Conducir dentro se hace peligroso si lo haces de noche donde los animales salen a los caminos y en numerosas ocasiones son atropellados por autos que no imaginan la realidad de su localización. La imprudencia y la estupidez humana son los mayores depredadores de la fauna local. La extensión es demasiado grande para que sea totalmente vigilada. Y en este país la gente conduce coches enormes, con las luces a toda potencia, cebo atrayente de las muertes a su paso.


Mi admiración por los bisontes creció al observarlos de cerca, al ver su rostro de ancestral sabiduría, su serenidad, su armonía, y verlos en manada, cercanos a los ríos que recorren las praderas de precisos matices coloridos. Su supervivencia a una extinción muy próxima, les mistifica, les da el protagonismo. También compartido con las manadas de lobos que aparecen al norte, donde se preparan observadores lunáticos con objetivos telescópicos de gran tamaño y alcance, para poder retratar un pequeño paso en la vida nocturna de éstos. Y si ves un oso Grizzly, será el seguro protagonista de tu momento.



Contemplando la caída brutal de agua del río Yellowstone, en la cascada de Lower Falls, que salta dentro de un amarillento, seco y rocoso cañón, mientras el atardecer obnubilaba nuestros sentidos, decidimos pasar la primera noche en un lugar privilegiado, cerca de uno de los lagos, y con la amenaza mediante carteles de visitas de osos, la última hace dos semanas.


Todo es increíble y cambiante. Los escenarios pueden pasar en minutos de praderas con bisontes en el Hayden Valley, a cañones, caminos sinuosos recorriendo las diferentes cordilleras montañosas, ciervos cruzando los caminos, zonas termales de un diseño mágico como Mammoth Hot Springs, o la parte más visitada del parque. Las Basins, cuencas, dónde aparecen los geiseres, más de 300, termas, fumarolas, piscinas como campo de recreo de algas extremófilas y de alucinantes contrastes de colores, y barro calentito y burbujeante, formando figuras surrealistas. Y gente, muchas personas circulando en una cantidad enorme de autos y motos, con el calor que hace y esos incansables motoristas de clásicas harleys recocidos en sus trajes de cuero negro. Las harleys son las harleys. 


Morning Glory

Riverside Geyser

Mammoth Hot Springs

Grand Prismatic Spring



- ¡Es la ostia este lugar! Te podrías quedar semanas para ver todo bien, para relajarte y disfrutar de las maravillas que posee. Sobra gente, pero nos tendremos que joder ¡Es el puto Yellowstone!- comentó entusiasmada Bea.

- Bueno la gente de aquí es muy vaga, por no andar un poco se dejan de ver sitios increíbles. Míralos todos esperando que actúe el Old Faithful. Vale que es el más fácil de ver, pero les gusta que se lo den todo hecho-reproché mientras miraba como se agolpaban los observadores alrededor del geiser más turístico.

Cuando salta el agua el espectáculo es admirable, su grandiosidad durante unos minutos corta la respiración a los que allí nos reuníamos. Es el epicentro de las miradas, de cualquier nacionalidad y lengua, edades y tamaños. Desde una niña japonesa al motero más tatuado del mundo. Todos callamos y prestamos atención a esta sensación natural. Una regresión a nuestra tierna y adorable infancia. El fin de la maldad. La fluidez de la bondad.


- ¡Si que echa agua! Lleva ya un montón de minutos. Yo creo que era más corto- dijo Kara mirando como la gente no se movía y seguía fotografiando el geiser.

- Vamos avanzando hacia los demás geiseres, antes de que venga todo el mundo. Esto ya está visto- no quería estar horas mirando ese chorro.

Algo no iba bien. Empezaron a saltar otros geiseres a lo lejos. Sincronizados. Formando unos pilares de agua que ocultaban el cielo. No podía ser. Soltaban enormes chorros algunos que se creían inactivos. Normalmente se sabía la frecuencia de ellos, con margen de horas de error. Pero esto era diferente. Nos pilló a todos por sorpresa. La gente se dirigía hacia todos los puntos intentando hacer la mayor cantidad de fotos posibles. Era un caos. Una marea de personas sin saber donde ir, sin mirar a los demás y sólo pensando en sus putas fotos. Estaban totalmente hipnotizados, a mi me parecía extraño. Eso se generalizó cuando llegaron los primeros temblores. Cayeron piedras de las laderas de los cerros cercanos. No fueron muy fuertes, pero cambió el dinamismo de la gente. Primero se paralizaron mirando a su alrededor. Luego vino la estampida. Otro temblor más fuerte cambió la dirección de los chorros por un instante, mojando a la gente con el agua hirviendo a su salida. Las piscinas termales empezaron a borbotear con más violencia, y con ellas el gas empezó a surcar el espacio donde nos hallábamos.

- Hay que irse rápido de aquí. No sé si irán a más los temblores, pero la gente está alteradísima, y esto va a ser un puto desastre ¡Joder, que puto olor! ¡Que asco!- alarmaba Nacho tapándose la nariz por la inhalación de los gases.

A mí me lloraban los ojos, y las arcadas que me producían me hicieron recordar esas manifestaciones, oprimidas a la fuerza con el uso de las lacrimógenas. Pero esto era más repugnante. Una mezcla de sulfuro, con el agua caliente y a saber que más, daba la sensación de estar convirtiéndose en un coctel mortal. O salíamos de allí, o nos quedábamos para siempre.

- ¡Corred al coche! ¡Mantener la respiración y no os separéis!- oí de alguno de mis amigos, entre mi visión borrosa y la escasa visibilidad.

Tuvimos la suerte de haber llegado de los últimos y haber aparcado el coche en lo más lejano de los varios parkings que había aquí. Mientras la gente se volvía loca buscando sus respectivos medios de locomoción, los moteros fueron los primeros en salir de aquí, nosotros tomamos un atajo entre un pequeño bosque para llegar a la otra punta del aparcamiento. Detrás nuestro dejábamos los gritos de pánico de la multitud, imaginando que más de uno estaría herido o saber si muerto. Conseguimos llegar de los primeros, los otros coches estaban en un gran atasco atrás nuestro. Ahí es cuando vimos el fuego. No sabíamos de dónde salía, sólo que saltaba por los aires, golpeando a los árboles más cercanos, comenzando un incendio que unía su humo a la ya gaseada atmósfera. Después vimos como volaban los piroclastos, bolas llameantes que caían sobre autocaravanas, coches, los edificios con restaurantes y tiendas de souvenirs, los baños de los que salían personas con los pantalones bajados, las primeras personas que morían aplastadas y calcinadas ante nuestros ojos, alcanzando a los coches que no se alejaban más de cien metros de nosotros. El caos ya fue absoluto. El humo dificultaba la visibilidad, los autos chocaban, se sucedían los atropellos de personas, las llamas se extendían por todos los edificios, todos corrían sin saber donde ir, pisando a los caídos por el camino, arrojando al suelo a los sorprendidos por la estampida, a los que arrollaban los vehículos.

- ¡Ya, vámonos, coño! ¡Está reventando el maldito volcán!- gritó desesperada Kara, con lágrimas en los ojos, producto del infierno visual al que nos habíamos quedado perplejos mirando.

Arranqué el motor con el nerviosismo de la primera vez, intentando calmar mi pulso sudoroso. Sentía el calor que aumentaba en toda la periferia, al mover el volante. Quemaba. Espero que aguantara el coche, que ya tenía sus años y sus viajes realizados. Si nos quedamos ahora tirados, adiós a nosotros.

- ¡Qué esperas, acelera antes de que lleguen los que están por detrás nuestro!- más que oírlo sentí golpear el sonido en mis oídos.

Era de locos conducir en esas condiciones. Tenías que esquivar a algún desquiciado que se lanzaba sobre nosotros, los otros coches, las bolas que caían en el camino, los árboles que crujían amenazando nuestra estabilidad, y además intentar mantenerte en la carretera. No miraba atrás. Solo aceleraba.

- ¡Cuidado Edu!-gritó Bea desde el asiento de atrás.

- ¿Qué pasa?- impaciente por la respuesta ante el sobresalto.

- ¡Mira a tu derecha! ¡Vienen hacia nosotros!- advirtió ella.

El sonido les precedió. Una manada de bisontes corría paralelos a nuestro coche, fuera de la carretera. Levantaban una polvareda que imposibilitaba la visión de lo que ocurría detrás. Y se les acababa la pista. La pradera de nuestro lateral se cortaba con una formación rocosa. La única salida era cruzar por la carretera. Teníamos que llegar antes que ellos o el impacto sería terrible. Aceleré al máximo sin dejar de mirar por los espejos retrovisores. Los veía ahí. Muy cerca. No daba tiempo. El macho alfa empezaba a cruzar. La maniobra puso el coche a dos ruedas y derrapó metros más allá. Se estabilizó. Esquivamos momentáneamente la manada que nos seguía ahora. Poco a poco los dejamos atrás.

- ¡Salgamos del parque! No sabemos si va a ir a más la erupción- relajado al ver que no había más obstáculos.

- No creo que sea más fuerte que eso. Si llega a ser de las grandes, nos hubiéramos enterado pero bien. Bueno y todo el país. Lo habría dejado en penumbras. Los piroclastos hubieran llegado hasta mil kilómetros más allá, como se calculó después de la última explosión, o quizás más. Y estos estados estarían en la mierda. Creo que era una explosión secundaria. Pero lo mismo es un aviso cercano para el fin. Yo me iría lejos por si acaso. Por lo menos no morir calcinados- comentaba riéndose Kara, consiguiendo la relajación del grupo.

- Ahí atrás, ha quedado la ruina. No se como estarán escapando o como se habrá actuado, pero muertos tiene que haber los suyos. Creo que el plan de evacuación en casos de desastres es bastante nuevo y no lo han utilizado aun ¡Estando en una caldera inmensa de un supervolcán y siendo el parque más visitado! Igual me paso de cruel, pero con ésta aprenderán- recalcó Nacho.

- Yo no he visto ningún tipo de auxilio. Para cuando lleguen van a solucionar poco. Levantar cadáveres e intentar apagar el fuego. Eso si las explosiones han parado. Los que consigan salir se van a acordar del viaje. Y no volverán seguro. Si se abre otra vez al público Yellowstone- comentaba Bea, mientras se limpiaba alguna lágrima que recorría su rostro.

- Entonces vamos hacia Salt Lake, que es la ciudad más grande por aquí cerca. Está sólo a unas cuantas horas, que lo de cerca se queda relativo- observó Kara mirando el mapa de carreteras.

No era tarde, calculaba que podíamos llegar antes del anochecer. Si no, no era problema pasar la noche en cualquier sitio. Pero teníamos que ir avanzando. Salíamos del parque.

Pasamos brevemente por Montana, sólo para hacer una foto al cartel de entrada, y de ahí tomar la 20 hacia el Sur. Aun se podía ver el humo en la lejanía. Nos cruzamos un camión de bomberos y varios coches oficiales. Llegaban un poco tarde. Hacían su ruido. Percibimos la hermosura de la profundidad arbolada del Targhee National Forest, mientras lo dejábamos atrás, estando ya en el Estado de Idaho, que como dicen las matrículas de sus coches, es la tierra de las patatas, y poco más. Un estado que vive de la agricultura y ganadería, como buen estado conservador republicano, con extensiones enormes de cultivos, en planos interminablemente indefinidos. Teníamos que cruzar el estado para llegar a Utah.

- Chicos tenemos que parar para echar gasolina. Voy a tomar la próxima salida a St. Anthony- observé, tras cambiar la música, que se estaba haciendo repetitiva, y poner un poco de rock clásico.

- ¡Espérate un momento! En vez de ésta, salte por la siguiente, que podemos tomar un desvío hacia el pueblo de Teton ¡No me jodas, que nombre! ¡Quiero hacerme una foto con su cartel de entrada!-exclamó exaltado Nacho, soltando alguna carcajada.

- ¡Eres un friki de la ostia! Nos tenemos que alejar de la principal y meternos en la puta nada para llegar a ese pueblo. Lo mismo no hay ninguna gasolinera- la verdad es que no me importaba, parecía divertido.

- ¡Vamos no te ralles y tuerce ahí!- entusiasmado.

Rural y desierta podríamos llamar a la zona. Terrenos de cultivo de lo que parecía cereal, se abrían paso en el horizonte cercano, calentadas por el sol, que hacía justicia a su paisaje. Humildes graneros aparecían por los lados, avisándonos de que el tiempo aquí había parado.

- ¡Ahí tienes tu cartelito!- frenando en seco, tras recorrer un buena distancia hasta llegar al pueblo.

Realmente para estar en la puta nada, el cartel tenía su gracia. Pintado como si fuera a ganar un concurso de nuevos talentos de vanguardia contemporánea, sus matices, colores y formas, le avalaban para justificar la foto con él. Además ya estábamos aquí, que más podíamos hacer.

- ¡Ya tengo la foto con el pueblo de Tetónnn!- reía Nacho.

- Bien, echamos gasolina y nos vamos.

La gasolinera no andaba muy lejos del cartel. De hecho, no estaba lejos nada, en las cuatro calles del pueblo. Pintada con un rojo, tan viejo como oxidado, y con una silueta de la prehistoria, para estar ubicada donde estaba, era excesivamente grande. No tanto los surtidores, que contaba con dos, sino el recinto que se situaba a su lateral. Me extrañaba el rótulo de tienda. No pensaba que vendieran más que alguna gorra rural y algo de beber ¿A qué se debía tanto espacio? Si en el pueblo además no se veía ni un alma. Totalmente desolado, silencioso. Su apariencia le hacía abandonado de tiempo atrás.

Tras situar el coche al lado del surtidor, vimos que estaba seco. Lo intuíamos, entre otras cosas, porque nos quedamos con la manguera en la mano, arrancada de cuajo y no goteaba lo más mínimo de ella. Ni una gotita. Nada.

- ¡Qué putada! Ahora tenemos que dar la vuelta- comentó Kara, con un tono irónico.

- Da igual, lo importante era la foto- reiteró Nacho.

- Oye, chicos, vamos a mirar si está abierta la tienda. A lo mejor hay alguien dentro- sugirió Bea, caminando hacia la puerta.

No se abría. Lo impedía una enorme cadena, que bloqueaba su acceso desde el interior, donde sólo podíamos ver unas estanterías llenas de polvo y vacías, y algo que parecía un mostrador, aunque ahora lo habitaban cucarachas que correteaban sobre él. Un poster advertía del estado donde nos hallábamos, con unas letras bien grandes. Idaho, Tierra de Patatas. Nos volvimos al coche verificando el abandono del pueblo cuando oímos un disparo. Apoyados en él, nos apuntaban con rifles dos hombres. Por su aspecto, la palabra pueblerino se quedaba corta. Con unos buzos azules, llenos de grasa, barbas de no cortar durante años, gorras a medio camino entre la podredumbre y la cercanía a lo inservible, y escupiendo una sustancia viscosa y negra al suelo; nos miraban acechando y analizándonos cuidadosamente, mientras no dejaban de apuntarnos.

Imaginé que no sabían que existían los libros, ni en que país vivían, pero amenazaba su presencia. Más por que portaban armas y estaban cargadas. Eso me hizo sentir inseguro y acojonado ¿Qué coño querrían? ¿A qué estaban esperando? Observé a mis amigos y permanecían más estáticos que yo. Ninguno nos atrevíamos a hablar. Y además, ¿qué mierda hablarían esos seres?

Nunca pensé que unos segundos duraran tanto. Al fin, uno de ellos, sabíamos que no eran gemelos, pero no les veíamos las diferencias claras, soltó un sonido ininteligible. Nos miramos. Deduje que nadie le entendió. Volvió a gruñir, por llamarlo de alguna manera. Nada. No me sonaba a inglés. Pero a saber, viéndolos y con la mierda negra que mascaban, jamás les entenderíamos. Se enfadaron. Uno de ellos, el que se situaba más a la izquierda, disparó al aire. Luego nos señaló con el rifle. Sus movimientos nos mandaban ponernos de rodillas. Eso era universal. Pero me acojoné más aun ¡Nos iban a ejecutar! Yo no me inmuté, pero seguí la dinámica cuando vi que las chicas se arrodillaban. Nacho no se movía.

- ¡Qué coño haces, Nacho! Baja ¡Te van a disparar si no!- le susurró su novia Bea ¡No es momento para rebeldías!

- ¡Quién te dice que no nos van a matar de rodillas! Aunque ahora suene estúpido, prefiero morir de pie que fusilado de rodillas- le recriminó él.

- ¡Nacho arrodíllate, joder!- le gritó nerviosa Kara.

El jodido cabezón no cedía. Uno de los hombres se acercó a él y le apuntó a un metro de la cara ¡Qué putos cojones tenía! Seguía sin moverse. El hombre no se lo pensó dos veces. Con un giro rápido del rifle, golpeó a Nacho en la mejilla, arrojándolo al suelo. Al ver que Bea se lanzaba a protegerle, la lanzó de una fuerte patada hacia atrás. Nosotros no pudimos hacer nada, el otro, nos apuntaba de cerca. Me sorprendía lo tranquilos que estaban. Si quisieran habernos matado nos hubieran disparado ya. Nos querían vivos. Pero, ¿para qué? 

Una vez que consiguieron arrodillarnos a los cuatro, nos colocaron de espaldas a ellos y nos ataron las manos por nuestras espaldas. Sentía que no corría la sangre por las mías. Estaba jodidamente fuerte. No me podía mover. Después dejé de ver. Nos pusieron unos capuchones que sólo dejaban libres nuestras narices, y nos levantaron violentamente. Intenté gritarles a los chicos si estaban bien. Pero el sonido no salía tan claro como pensaba. Me iba a reventar el corazón del ritmo tan acelerado al que latía. Me limité a andar, a obedecer el camino que imponían. No fuimos muy lejos. No pasó ni un minuto, cuando oí el crujir de una puerta de hierro al abrirse. Debíamos estar entrando en el recinto contiguo a la tienda, pero por otra puerta. Una lateral que no habíamos visto. La oí cerrar.

Andamos unos pasos más. El ruido de nuestras botas golpeaba el suelo produciendo un eco que evidenciaba la amplitud del lugar donde nos encontrábamos. Si era el jodido recinto, debía ser una única estancia. Muy espaciosa, donde mi mente dibujaba su posible diseño ¿Qué se escondía allí dentro? ¿Por qué nos metieron esos hombres? ¿Qué pretendían hacer con nosotros? Eran demasiadas preguntas que no podía responder ante la imposibilidad de ver lo que era. De un golpe me desplazaron unos pasos adelante, oyendo tras de mí el sonido seco del metal de una puerta. Esperé unos instantes. No se oía nada.

- Chicos, ¿estáis ahí?

- No te muevas, voy a quitarte la capucha- sentí detrás mio, antes de volver a ver.

Con la boca, de un fuerte apretón de dientes, quité la capucha de Kara. Luego Nacho y Bea hicieron lo mismo.

- ¿Estáis todos bien?- preguntó Bea, mirando nuestros rostros asustados.

- ¿Dónde coño estamos? ¡Es una celda!- al ver los barrotes que se situaban delante nuestro.

No tendría más de cinco por cinco metros, con manchas de humedad evidentes por las paredes y el techo, y un pequeño asiento de hormigón en la parte de atrás. Más sorprendente era el espacio interior de ese recinto. Estaba llena de aparatos quirúrgicos de alta tecnología. Las paredes de un blanco inmaculado, que destellaba los reflejos de los grandes focos de iluminación que se situaban en su techo, le daban un aspecto de pulcritud extrema. Las diferentes máquinas debían de venir de laboratorios profesionales. No entendía mucho de ellas, pero veía camillas de operación, ecógrafos, monitores de seguimiento, cabinas de resonancias magnéticas, y cosas que ni adivinaba que podían ser. En las camillas había personas tumbadas, conectadas a un montón de monitores. Diferenciaba el ligero sonido repetitivo de los bips de ellos. Pero no encontraba a ningún doctor o personal de quirófano. Sólo las personas dormidas, inconscientes, muertas, o lo que fuere, que se repartían por diferentes puntos a lo largo de ese espacio.

- Joder, ¿qué es esto? Parece un puto quirófano.

- No sé, pero me asusta ¿Quién son esas personas? ¡Son todos rubios!- gritó nerviosa Bea.

- La puerta está cerrada de cojones ¡Tenemos que intentar salir de aquí!- exclamó Nacho golpeando los barrotes de ella, sin ningún resultado.

- No tenemos nada para intentar forzar la cerradura- observó Kara mirando dentro de nuestra celda.

- ¿Habéis visto que todos están esposados a las camillas? Esto no es ninguna especie de hospital ¡Joder, que ostias hacen con esa gente!

La puerta volvió a abrirse. Ahora sabía por donde entramos. No sería más grande que una puerta normal de cualquier casa. La tienda de la gasolinera sería una tapadera para lo que fuera esto. Entraron unos hombres con batas blancas. Llevaban esposado a otro, pero sin tener la cabeza tapada. Conté tres, de edades no muy avanzadas. Era curioso que todos tuvieran los mismos rasgos corporales. Rubios, de rostro blanco y claro, de alta estatura y complexión más bien delgada. Nos miraron como si supieran de nuestra existencia aquí, pero sin importarles demasiado. Le siguieron arrastrando hacia una de las camillas libres. Le tumbaron en ella, tras quitarle la ropa. Lo conectaron a diferentes aparatos, mientras se preparaban a hacerle algo. Se colocaron mascarillas en las bocas y guantes quirúrgicos. Uno de ellos cogió un bisturí. La acción fue rápida. No podía creer lo que estaba pasando. Contemplamos atónitos como de un golpe rápido, el paciente, el preso, la cobaya, lo que fuera, clavó en el ojo de uno de los doctores el bisturí, a la vez que empujaba al suelo a otro de ellos. Luego se dejó caer rápido de la camilla a un lado y, levantándose velozmente, tumbó al tercero, arrollándolo con ella. Ni lo pensó, cogió un monitor y lo empotró en la cabeza de éste. Le quitó el bisturí del ojo al primero y lo degolló. La sangre salpicó la inmaculada estancia, y la cara del fugitivo. El doctor intentó cortar la hemorragia de su cuello con las manos, antes de desplomarse en sus instantes finales de vida. El último de ellos, intentó escapar, dirigiéndose a la puerta de entrada. No fue lo suficientemente raudo. Antes de llegar, el tipo le alcanzó, y de un brusco empujón lo estampó contra ella. Una vez en el suelo le reventó la cabeza a patadas. No paró hasta que se cercioró de que no se movía. Su rostro era un gran borrón rojo. Se vistió a toda prisa y vino hacia nuestra celda. No nos dimos cuenta de cuando encontró las llaves, pero las llevaba en la mano.

- ¡Vámonos de aquí a toda ostia!- su rostro salpicado de sangre no nos hizo titubear.

Al salir por la puerta, corrimos al coche que estaba en el mismo punto en que lo dejamos antes. Una bala destrozó el cristal de atrás. Los pueblerinos nos estaban disparando. Sin pensarlo arranqué a toda velocidad. Los neumáticos chirriaron contra el suelo, dejando un asqueroso olor a goma quemada. Otra bala dio en las luces traseras. No eran muy buenos tiradores. Salimos del pueblo sin perder tiempo. No les veíamos seguirnos. Imaginé que entrarían a ver que ocurrió dentro del recinto. Tomamos la carretera principal.

- ¡Motherfuckers!- exclamó nuestro nuevo compañero, con un acento que evidenció su origen norteamericano- ¿Estáis bien? ¿Alguna herida?- no era malo su español.

- Por aquí adelante todos bien- afirmó Kara.

- Nosotros también- completó Bea.

- Joder, joder, joder, ¿qué coño fue eso? ¿Quiénes eran esos tipos? ¿Qué nos querían hacer? ¿Quién eres tú? Por cierto, menudos cojones tienes. Yo soy Edu.

- Me llamo Kevin. Y esos tipos son lo más parecido a unos científicos nazis, pero del siglo veintiuno. Yo no sabía nada de esto, ni podría imaginármelo. Pero me he visto envuelto de la forma más brusca. Si los maté es porque no me quedaba más solución. Para nada soy una persona violenta, pero esta era la segunda vez que me cogían. Confío en vosotros, ya que estabais en la misma situación de peligro. Lo más seguro es que os hubieran matado en algunas horas. No os iban a tener retenidos, eráis un estorbo. No entrabais en sus planes y no os podían soltar. Imagino que hubiera sido algo rápido, algún veneno o inyección letal, y luego os enterrarían a saber donde, en este jodido estado de mierda.

- ¿Y a ti que te iban a hacer?- respondí aliviado por saber que gracias aquel tipo estábamos vivos.

- Lo mío es más complicado. No sé como comenzar a contaros esto, pero es muy jodida la realidad que vais a conocer. Ese recinto es un laboratorio de control y experimentación mormón, bueno, lo vamos llamar así. Secuestran a ciudadanos de la ciudad de Salt Lake. Ciudadanos que no están convertidos al mormonismo y los traen aquí con frecuencias diarias de decenas de ellos. En cuestión de horas les implantan unos chips de seguimiento y control mental. Ingeniería nanorobótica de novedosísimo diseño. Les hacen mormones autómatas. Bueno ellos no recuerdan nada cuando son devueltos a la ciudad y siguen con sus vidas con total normalidad. Como ciudadanos, como vosotros y yo. Pero si un día les necesitan para cualquier tipo de misión, pueden activar sus chips y con ellos una reacción de control corporal y mental planificada, para los intereses que busquen. Activan unas reacciones químicas, biológicas y neurológicas, dirigidas por la liberación de los nanorobots que se mantienen esperando este momento. Se adueñan de sus cuerpos y mentes en minutos. Luego son sus esclavos.

- No os creeréis todas esas chorradas, ¿verdad?- ironizó Nacho.

- Deja que acabe, ¿y en el laboratorio implantan a la gente esos chips?- preguntó Bea, intrigada por la absurda historia.

- Sé que parece de lo más surrealista que nadie se pueda imaginar, pero es totalmente cierto. La parte más irónica de todo es que el laboratorio está en Teton por un motivo. El chip que les implantan tiene la forma de un tercer pezón, eso es lo que les identifica. Un poco de sentido del humor por los cerebros de esta conspiración. Están formados por tejidos humanos, que los hacen normales a la vista y al tacto. Y los afectados nunca recuerdan si lo tenían de verdad o no.

- Genial ¡De puta madre! Vamos a pensar en esto un momento ¿Quién nos dice que este tío no está desquiciado? ¡Joder si acaba de matar a tres personas! Y ahora nos cuenta esta mierda. Venga hombre, ¿cuál es tu problema?- reprochó Nacho, buscando la conformidad con su escepticismo. 

- ¡Mira esto!- afirmó con rotundidad Kevin, enseñando, tras levantarse la camiseta, su tercer pezón situado al lado del pezón derecho y con idéntica forma-. ¡Yo fui operado!

- ¿Y por qué no te están controlando? No creo que te hubieran dejado matar a los doctores- comentó Kara.

- Algo falló en mi chip. Cuando me desperté no pudieron controlarme y escapé del laboratorio. Tomé de rehén a uno de los doctores y le obligué a sacarme de allí en su coche. Son doctores que trabajan a sueldo, no son matones. Les presionas un poco y se acojonan. Cuando nos alejamos le saqué a golpes toda la información que estoy compartiendo con vosotros. Fue mi primer muerto. Lo malo que la parte de seguimiento del chip si que funcionaba y me encontraron sus matones. Ya los conocéis. Esos putos pueblerinos. Visteis a dos pero todo el pueblo trabaja para ellos. No son muchos pero su escasa inteligencia los hace muy controlables. Además les deben pagar bien. No pude escapar y me capturaron por segunda vez. Por el camino me golpearon, para que no intentara nada. Me hice el inconsciente. Me retuvieron mientras dos de ellos solucionaban vuestro intrusismo. Los doctores esperaban fuera conmigo. No les gusta la parte violenta de su trabajo. Comprendí que juntos seríamos más fuertes. El resto es historia.

- Si eso fuera cierto, ¡nos están siguiendo por tu puto chip!- gritó Bea.

- Sí. Tenemos que llegar rápido a Salt Lake. Es la única opción que tengo para desconectarlo. Les llevamos ventaja entre que reúnen a los hombres y piden autorización a sus jefes para seguirme. Eso o nos esperan a la llegada- explicó Kevin.

- ¡Joder pues quítate el puto pezón!- chilló Nacho intentando morderle para arrancárselo con los dientes.

- ¡Espera loco!- apartando a Nacho de un empujón-. Lo necesitamos. También es una llave para entrar en la base de datos.

- ¿Qué base de datos?- preguntó Kara.

- Sabréis que Salt Lake, además de ser la capital del Estado de Utah, es la capital del mundo mormón. Todas las bodas son en su templo principal, el mayor de todo el mundo, y aquí se asentaron hace años los primeros creyentes. Por llamar de alguna manera, creer en esa sarta de mentiras producto de la esquizofrenia de ese Joseph Smith. De ese primer grupo se formó una sociedad secreta con fines imperialistas. La imposición de su religión como nuevo orden mundial, por eso se originó en Estados Unidos. Un mundo futuro controlado y gobernado por los mormones. Han estado preparándose estos años. Primero mandaron misioneros por todo el mundo. Crearon templos por todo Suramérica, Europa, Asia y África, donde están atacando más, actualmente. Son tantos como el número de judíos y creciendo. Luego hicieron sus medios propagandísticos, sus películas, su música, sus libros. Consiguieron que las Olimpiadas de Invierno fueran en Salt Lake, con lo que adoctrinaron atletas y personalidades de todos los países, voluntariamente, o con el uso de la implantación de pezones. Y entre todos se han ido posicionando en lugares estratégicos, desde el mundo del espectáculo, a escritores, a negocios o a la política, la más peligrosa de todas. Hasta llegar a su mayor éxito, que es la candidatura republicana a la presidencia de Mitt Romney. No quiero imaginar que pasaría si ganara. Sería la eliminación sistemática de cualquiera que no estuviera dentro de ellos. Atacarían a todos los países sin pensárselo. Una nueva geopolítica religiosa global. El fin del mundo como lo conocemos. Y todos los nombres de todos los miembros están en la base de datos de la Family History Library, en Temple Square, no la que está abierta al público, la oficial, sino en una sala especial, que es donde se especifica los miembros con chips, sus posiciones, sus activaciones, y mecanismos de control global. A esa vamos. Cada miembro con chip puede entrar. El chip hace de llave. Luego la tenemos que eliminar. No tienen más sitios que éste. Todo está centralizado aquí. Ese es su gran error.

- Un momento, ¿qué te hace pensar que te vamos a ayudar? Muchas gracias por salvarnos la vida, pero éste ya no es nuestro jodido problema ¡Nos quieres llevar a la boca del lobo y destruir un puto edificio! Además sin factor sorpresa, ya que te tienen localizado. Mira doy por buena la historia, parece bastante convincente, pero no quiero morir rodeado de mormones ¡Vamos tío, que nos hemos salvado de una explosión volcánica! Con eso ya tengo suficiente. Si gobiernan los mormones, ya les joderá cuando reviente Yellowstone. Por mí, ya tengo de sobra. Te dejamos en la ciudad y nos vamos a ver el lago de sal para relajarnos de toda esta mierda surrealista- ya tenía demasiado elevadas las pulsaciones como para seguir esta dinámica.

- Estoy de acuerdo con Edu, a mí ya me vale con lo vivido hoy. Lo siento, pero debes buscarte tu propio equipo- afirmó Bea.

- ¿Cómo nadie me va a creer? Vosotros aún habéis visto el laboratorio y toda esa mierda que ha pasado. Tenéis que ayudarme. Es el momento. En menos de un mes son las elecciones presidenciales. Luego ya no habrá manera. Esto será infranqueable. Podemos conseguirlo. Todos tenemos esa responsabilidad con la historia. Con nosotros mismos. Podemos cambiar un poco el mundo. Por lo menos que no vaya a peor. Esto si que es activismo a lo bestia. Vamos, el subidón de adrenalina va a ser insuperable ¿Qué le vais a contar a vuestros hijos? ¿Cómo les vais a mirar a los ojos y decirles que no hicisteis nada cuando tuvisteis la oportunidad? Joder, tíos ¡Os necesito!- la verdad que su español era tan bueno como para convencer a una piedra.

- ¿Qué opináis?- no teníamos mucho margen de elección, si era que sí, tenía que ser ya. No había tiempo para pensarlo.

- ¡Por mí vale! Este tipo tiene cojones, y está lo suficientemente loco como para acabar con todo lo que se mueva- apuntó Nacho, afirmando lo que nos apetecía a todos.

Tuvimos que parar en una gasolinera para recargar el combustible y comer algo. Las meadas retenidas se liberaron en una catarsis preparatoria para nuestra acción. Fumamos unos cigarrillos como medio de relajación. Cada uno necesitaba un instante de individualidad. Un momento de sopesar lo que habíamos planeado. Kevin trabajaba en la mina de Kennecott, al suroeste de Salt Lake City, en el Bingham Canyon, la mina de cobre a cielo abierto más profunda del mundo. Era el gerente principal. Por eso el interés en convertirlo al mormonismo. Controlar su destino, manipulándole, les daba el poder de acceso a la mina. Y en una guerra mundial el cobre es más que necesario.  De ahí sacaríamos los explosivos para reventar todo el Temple Square, o por lo menos la Biblioteca. No tenía problemas de conseguir lo que necesitábamos. Él lo usaba o veía usar a menudo. El problema era que él no podía ir. No podía desvelar nuestras intenciones. No era lógico que después de lo sucedido volviera a su puesto de trabajo. Sospecharían que algo tramábamos. Estaba vigilado. Nosotros teníamos que buscar los explosivos. Eso nos alteró un poco. Los nervios estaban al máximo y necesitábamos nuestro pequeño espacio. Sólo unos minutos.

Y como la historia siempre se repite cíclicamente, a la vuelta al coche, nos encontramos otra vez con otros hombres apuntándonos con unas pistolas. Debían trabajar en la gasolinera. Nuestra vida ahora gira en torno a ellas. Nos habían localizado por el puto chip de Kevin. Ahora estábamos más jodidos que antes. Además éstos no parecían tan estúpidos como los anteriores. Sabían lo que hacían. No titubeaban mientras nos obligaban a caminar hacia donde imagino nos retendrían o asesinarían. Pero no contaron bien o tenían información errónea. Contaron cuatro personas y no vieron venir a Kara por detrás. Sin pensarlo, cogió la manguera del surtidor, que aún seguía echando combustible, y roció a los hombres.

- ¡Vamos rápido, todos al coche! ¡Salgamos de aquí!- era gracioso como se hacía recurrente esta frase, en la sucesión de nuestros instantes evasivos.

Los hombres dudaron en disparar. Kara sabía lo que hacía cuando los roció. Si disparaban saltarían por los putos aires. Aquí todo es gasolina y es superinflamable. Eso nos dio unos segundos de margen antes de que nos persiguieran en su camioneta. Una Ford enorme que aceleraba más rápido que nuestro pequeño Mazda. No seguiríamos en la carretera principal. Teníamos que usar una secundaria donde no hubiera nadie para poder ganar ventaja. La salida al Lago de Sal. Iríamos a Antelope Island donde intentaríamos perderlos y volver hacia la ciudad. Teníamos que estar pendientes de la salida en la I-15, antes de llegar a Layton. Los coches desaparecían a la velocidad de la luz debido a nuestro zigzagueante carrera al pasarlos. Así éramos un poco más rápidos que el Ford, que mantenía la distancia. No podíamos frenar, seguro que intentarían echarnos de la carretera. Lo tenían fácil, sólo era golpearnos un poco y destrozarían el Mazda.


- Tengo una idea, ¿os queda algo de comida fresca? No sé, ¿alguna lata de algo que tenga un olor fuerte?- preguntó Kevin, buscando una salida a la persecución.

- Nos quedan unas latas de sardinas que compramos, por si nos aburría la comida vegetariana de estos dos- confirmó Nacho, sacándolas de una bolsa de plástico del supermercado.

- Joder, las comprasteis en secreto, ¿o qué? ¡Ni que os fuerais a morir de hambre!- le reproché.

- ¡Esto va a venir de puta madre!- exclamó Kevin.

- ¿Qué quieres hacer con ellas? ¿Tienes hambre?- le preguntó Bea, abriéndolas.

- ¿No habéis oído nunca nada de este lago? La altísima salinidad ha hecho que proliferen cantidades enormes de moscas y pequeños insectos, lo que a su vez ha aumentado la colonia de gaviotas californianas, siendo la mayor del mundo, que se alimentan de aquellos. Lo que quiero es atraerlas a la calzada con las sardinas y a la que vengan levanten una nube de moscas, que sorprendan al Ford.

- Pues date prisa en arrojarlas, por que ya estamos cruzando el lago hacia la isla- observó Bea-. ¡Y al Ford lo tenemos muy cerca!

En ocasiones las ideas más absurdas cumplen con su humilde cometido. Ésta no fue una excepción. Tal como ideó Kevin, la comida atrajo a las gaviotas, que levantaron la mayor nube negra que jamás haya visto. Miles de moscas escapaban de los pájaros y cortaron en un segundo la visibilidad de la camioneta, que derrapó, intentando esquivarlas, dando un trompo, y con el consecutivas vueltas de campana. Acabó incrustada en un lateral de la calzada, ya tocando el agua del lago. Nosotros frenamos, esperando a que se disipara la nube, y ver que pasaba con nuestros perseguidores. Nadie salía del coche.

- Genial, las moscas los han matado. ¡Vámonos de aquí!- se alegró Kevin.

- Espera un momento. Si nos han seguido, sin llegar aún a Salt Lake, éstos no van a ser los primeros. Mientras lleves ese puto chip, estamos expuestos todo el rato. Y ahora hemos tenido suerte. Pero no creo que podamos esquivar a los que vengan. Tienes que quitarte ese chip, o estamos perdidos- estaba nervioso con la jodida situación.

- No puedo Edu, es la llave- matizó Kevin.

- ¿Y si alguno de esos tipos tiene un tercer pezón? ¿Podríamos darle el cambiazo? Les quitamos el suyo y lo usamos como llave. Nadie va a sospechar. Eso si, te tenemos que arrancar el tuyo, y tirarlo por donde sea.

- Y tendríamos que esconder el cuerpo del que tenga el pezón. Si lo encuentran sin él, nos localizarían buscándolo- puntualizó Kara.

- Eso es. Lo mejor sería que fuésemos con los dos pezones como si nos estuviera siguiendo aún. Luego el de Kevin lo destrozamos en algún sitio y vamos con el otro hacia Salt Lake, como si te hubieran matado o desconectado, o lo que sea que pase con el sistema cuando desaparece del control de seguimiento.

- Pero tenemos que separarnos. No debemos ir a la mina con el pezón. Sería sospechoso también- dijo Bea.

Al final todos estuvimos de acuerdo con el procedimiento a seguir. Y tuvimos suerte. De los tres hombres, que estaban más que machacados dentro del vehículo, uno de ellos tenía un tercer pezón junto al izquierdo. No se lo íbamos a arrancar ahí mismo. Teníamos que irnos con él en el coche hasta un sitio más tranquilo, sobre todo por abandonar este lugar, antes de que nadie nos viera y delatara. Costaba sacar el cuerpo del chasis que le oprimía una pierna. La sangre salpicaba todo el interior. El conductor tenía la cara destrozada. El olor empezaba a ser fuerte, si le sumamos el propio del lago, y las moscas, que se pegaban a la sangre formando una de las imágenes más asquerosas que haya visto nunca. Revoloteaban por todos lados. No podíamos ni ver. Igual era más fácil dejar que se los comieran ahí mismo. Cedió. Nos llevamos el cuerpo, aguantando las ganas de vomitar. Lo metimos en el maletero, colocando nuestras mochilas en el asiento de atrás. Hora de irnos. 

Tomamos otro desvío de la interestatal, hacia el Legacy Nature Preserve, donde decidimos arrojar el cuerpo de Tony, como decidimos llamarlo, para minimizar el trauma psicológico al que nos enfrentábamos cuando esto pasara. Es una zona que estaba cerrada al público y nadie nos molestaría. Se pudriría antes de que lo encontraran. Lo hicimos rápido. Lo difícil fue tomar la decisión de quién le cortaba el pezón. Era un jodido cadáver. Fue Kevin. Dijo que prefería probar con él, para saber como sería cuando se cortara el suyo. La verdad que es un puto profesional. Ni titubeo. Con la navaja de cortar el pan para los bocadillos, hizo una incisión lo suficiente profunda, para no quedarse corto. No veíamos la profundidad ni la forma del chip. Mejor que sobrara carne. Luego tiró fuertemente. No parecía tan grande. Pero nos llevamos todo el trozo. Allí se quedó Tony. Entre unos arbustos.

Nos dirigimos hacia la mina. Antes paramos en una pequeña farmacia de un pueblecito, que nos pillaba de camino, para comprar material. No se iba a quitar el pezón Kevin con la misma navaja. Algunas gasas antisépticas, pastillas para el dolor y antiinflamatorios, un bisturí, y vendas. Aquí vendían de todo, y sin preguntas. Mientras pagaras lo que sea, no había ningún problema. Un poco más adelante, encontramos un área de descanso. Suelen tener los baños limpios y desinfectados. Aquí lo haríamos. Kevin decidió cortárselo el mismo. Controlaría más el dolor. Yo creo que se había vuelto adicto a él, y a la sangre, y a la muerte. Pobre hombre. Nos fijamos bien en el otro pezón. No se necesitaba cortar mucho. Luego lo cauterizaríamos con el mechero del coche. Mucho mejor que puntos y que tener que  ir luego a un hospital. Puede que un poco más doloroso. 

Sorprendentemente no sangró mucho. Fue preciso en su corte. Sin darnos cuenta ya poseíamos dos pezones biotecnológicos. Nacho y Bea se quedarían con ellos, tras echar a suertes quién iba a la mina con Kevin. La idea era que anduvieran por un sendero que rodeaba una montaña. Con un margen de separación, como si se persiguieran uno al otro. El chip de Tony al de Kevin. Estarían así hasta nuestro regreso. Luego destrozaríamos el chip de Kevin para ir a la ciudad.

La mina era descomunal. Uno de esas heridas incisas en la Madre Tierra. El agujero más profundo realizado por la mano del hombre en todo el planeta. Una puta locura de sitio. Una vergüenza. La Kennecott Copper Mine dio los minerales para la fabricación de las medallas de los juegos olímpicos de Londres. Mientras contamina el aire del valle y cuenca de Salt Lake, convirtiéndola en una de las ciudades más contaminadas del mundo, violando durante años las leyes medioambientales. Cosa que se la suda al Comité Olímpico, con casos documentados de niños con enfermedades respiratorias, entre otras. Todo un entramado corporativo. Seguro que los mormones estaban implicados. Por eso secuestraron a Kevin. Su puta madre.


Como había una opción de hacer un tour turístico, un lavado de imagen y una auténtica sarta de jodidas mentiras, nos entretuvimos con él, dando tiempo a Kevin para sustraer los explosivos. No era una imagen muy corporativa verle entrar a las oficinas con una de nuestras mochilas de montaña. Algo se inventaría. No necesitábamos muchos y él sabía que coger. Ya los había utilizado antes.

Me aburrí de estos cabrones. No quisieron contestar a mis preguntas sobre la contaminación atmosférica de la mina, ni con el escándalo internacional del uso de sus minerales en unos juegos que vendían como los más verdes de la historia, ni de su juicio con el estado federal por todo esto, y menos por pertenecer al Grupo Rio Tinto, que ha dejado hecho mierda todo lo que ha tocado. Además con mi inglés todos me miraban mal y con ganas, posiblemente de pegarme una paliza. Nos fuimos a esperar a Kevin. Ya tenía que estar listo. Al poco salió y nos marchamos en el coche.

- Dan ganas de poner los explosivos aquí. Menudos bastardos ¿Cómo fue todo? ¿Los tienes?

- ¡Menudo estrés! Para que no desconfiaran de mí, he cogido la dinamita que me ha dado tiempo, sin que nadie me viera. Yo creo que tenemos suficiente para crear algo hermoso- se rio con una estridente carcajada. Pienso que está perdiendo la cabeza de a poco-.Y tengo los cables y temporizadores. ¡Estamos preparados!

Una hora después, llegamos donde estaban los chicos esperándonos. Ya habían destruido el chip de Kevin. El plan marchaba. Rumbo a la Tierra de los Mormones.

Lo haríamos por la mañana. Hoy ya había anochecido y necesitábamos descansar, después de este caótico día. Nos acercamos a Salt Lake City, buscando un motel barato donde planear la acción de mañana. Nos hicimos con unos planos de la ciudad, y más importante, de la parte turística, donde se hallaba el Temple Square, y dentro de él, la Biblioteca. Nos dormimos rápido.

La ciudad tiene su pequeño encanto. En la base de un sistema de montes y parques estatales, con un tamaño no muy exagerado, y sin tantos rascacielos, podría ser un sitio tranquilo para vivir. Si no fuese la boca del lobo. La contaminación no dejaba ver las montañas, los accesos por carretera daban paso empresas que daban un aire industrial oculto a la capital de Utah, los mormones se diferenciaban por sus calles, y no tenía pinta de ser muy ociosa. Los pocos bares que había se abrieron hace pocos años. Estos tíos no pueden beber. Su apacibilidad se podía convertir, en un abrir y cerrar de ojos, en una prisión. Mejor ir al grano y no perder tiempo, comprendiendo la dinámica del sitio. El Temple Square es fácil de encontrar. Su complejo formado por los templos, los centros de convenciones, los museos, los edificios clásicos reconvertidos en hoteles para ellos; sus centros de visitantes, aquí vienen de todo el mundo, La Meca del mormonismo, con tour por todos los puntos turísticos; sus oficinas, y todo lo que mueve este entramado; se localiza a la distancia. Ya estábamos aparcando cerca de la Biblioteca.

Templo principal en el Temple Square




- Aquí se decide todo. No os he dicho nada, por que imaginaba que estaríais pensando lo mismo que yo, ¿y si no funciona el chip como llave? Eso vosotros lo tendréis que esperar. Tengo que ir yo sólo, lo que pase a partir de ahora va a ser mi responsabilidad. Vosotros esperadme aquí. Si todo va bien, en unos minutos estoy de vuelta- notaba como le caía una ralentizada gota de sudor por su frente pálida.

- Después de llegar hasta aquí, la espera se me va a hacer interminable- confesó Bea, dándole un fuerte abrazo de suerte.

- Ten mucho cuidado. Si no lo ves claro, vuelve y planeamos otra cosa. No sabemos lo que te vas a encontrar allí dentro. No me imagino que esté lleno de seguridad, pero igual no es fácil. Y piensa que no puedes ir matando al que pilles por delante. Tienes que desactivar los chips, sacar la información y volar el edificio ¡No es ir a comprar cigarrillos!- le advirtió Nacho.

- Ya lo sé. Tengo una ligera idea de cómo puede ser. Y lo visualizo en mi cabeza. Le he dado mil vueltas a todas las variables y no va a ser tan improvisado como pensáis. Creo que lo tengo bastante controlado. Estoy tranquilo.

- Sólo nos queda entonces pegarte el chip ¡No pensarás ir con él en la mano! En mi mochila tengo pegamento. Es un poco fuerte, luego, a tu vuelta ya lo despegaremos. Lo importante es no llamar la atención. Hazte el zombi como todos los demás ¡Míralos! ¡No sé si es el chip o son así!- comenté intentando eliminar la tensión ambiental y echarnos unas risas juntos, antes de lo que viniera.

- ¡Muchas gracias por todo, chicos! Ha sido bueno trabajar en esto juntos. Más mentes, mejores ideas. Me voy a ir ya. Esperadme aquí. Se puede aparcar por dos horas gratis. No os van a echar y tardaré menos que eso. Deseadme mucha mierda.

Mucha mierda, le gritamos todos a la vez. Ya estaba listo. Con el pezón pegado, la mochila llena de los explosivos, y con una tranquilidad que me dejaba pasmado. Lo vimos irse caminando hacia el punto indicado. Ya no podíamos hacer más que esperar. También eso iba a ser difícil.

Estaba más que ensayada la salida de la ciudad. Los cruces que debíamos tomar y las diferentes direcciones de las calles. En cuanto Kevin regresara, nos iríamos rápido de aquí. Los nervios se acrecentaban por minutos. Nadie quería comentar nada. Pusimos la radio. Cambiaba de emisora con inquietud. A nadie le importaba. Cada uno pensaba en lo suyo. Lo que fuere que sea. Las miradas cómplices se cruzaban. Las piernas no dejaban de moverse. Yo no podía parar de morderme las uñas. ¡Joder que tensión!

No pasó ni una hora cuando lo vimos salir. Algo ocurría. Su mirada estaba perdida y en otro lugar. No estaba bien. Empezó a correr hacia nuestra posición ¿Qué hacíamos? ¿Le esperábamos? ¿Salíamos del coche a ayudarle, a protegerle? No dio tiempo a nada. Tras él un guardia de seguridad le gritó que se detuviera. Él lo ignoró. Sacó su arma y le disparó tres veces por la espalda. El hijo de puta debía tener buena preparación, por que acertó los tres disparos. Kevin cayó al suelo inerte. Por lo menos fue rápido. No sufrió.

- Arranca despacio, Edu ¡Salgamos de aquí!- me sugirió con calma Nacho.

Por el espejo retrovisor, vi cómo se acercaban dos guardias al cuerpo de Kevin. Se le quedaron mirando y hablaban entre ellos. Poco a poco se llenó la calle de curiosos. Desaparecieron a mi vista.

Tal como lo teníamos estudiado, tomamos una tras otra las diferentes calles para salir de la ciudad. El silencio reinaba en el coche. Nadie quería decir nada hasta estar seguros fuera de aquí. Quería apretar el acelerador y mandar a la mierda todo esto. Pero no debíamos correr riesgos. Sólo faltaba que nos parara una patrulla de policía local.

¿Cinco minutos? No sabría decirlo con precisión, pero fue rápido. Aún no habíamos llegado a la interestatal, cuando oímos la explosión. ¿O explosiones?, luego cada uno tendría sus versiones. El sonido hizo vibrar el coche. No llegó la onda expansiva, aunque el cristal delantero se agrietó en dos puntos. No miramos atrás. No veríamos nada. Sólo humo y fuego. Creo que estamos avocados a que se repita lo mismo. De un volcán a unos explosivos. El fuego y la furia nos acompañan.

Sabemos que el edificio ha reventado. Todo lo que hubiera dentro, con él. Kevin logró colocar los explosivos y sabía lo que se hacía. Seguro que los demás edificios han sido dañados, y la imagen idílica de la ciudad ya no será la misma nunca. Lo que no sabemos es si consiguió desactivar al ejército mormón. Si esos malditos chips se han eliminado, liberando con ello  a sus poseedores.

Sólo nos queda esperar. Las elecciones están cerca. 
Para nosotros, damos por concluidas estas vacaciones. Nos volvemos a Denver.