17 julio 2012

UNA CURA DE HUMILDAD

Acostumbrados a los largos viajes, donde acabas con la planicie indolora de tus posaderas, donde tu orientación se desvanece entre el sueño y la vigilia, y definitivamente pierdes la lógica perspectiva del confinamiento en ese espacio, vital en instantes, que es tu respectivo asiento; la llegada a Quito se hizo un suspiro, un pequeño instante dentro del cada vez más compacto núcleo del viaje, de la vida, de las experiencias crecientes e inimaginables, en sus más diversas cirscunstancias.
La curiosidad por contemplar todos los volcanes que la rodean, esa imagen de eterna fragilidad, de aguante, de protección insegura en la invariabilidad del presente, en la incertidumbre del futuro; la llegada a grandes avenidas, primeras vistas de nuevas extensiones, abarcando entre colinas y cerros edificios y grandes estatuas; la multitud en su rutina diaria, en su cotidianidad, en su tranquilidad o exasperante aceleramiento de sus impulsos motrices; los enormes autobuses, diferentes autos, diferentes vías, otra expectativa de crecimiento, de progreso, de organización popular, vial y vital; mezclas raciales y culturales, entre la atención de lo inobservado y la expectación por la novedad, o en su defecto, la monotonía de lo igual; todo en su unidad, y las partes dando su objetividad, hacen de esta llegada una de las más inquietantes, excitantes, de días atrás.
La capital, dónde todo se mueve, y a veces nada cambia. Donde todo el mundo anhela llegar. Donde la vida te da oportunidades o te las quita. Ironías en el nombre, al margen de su origen nativo.

De nuevo la mochila ceñida a la espalda. Otro endurecimiento momentáneo de los músculos que protestan por la carga constante, por la prueba permanente de sus posibilidades, de sus capacidades, de su presencia. Es como una parte añadida a mi cuerpo, la naturalidad de su forma crea la duda de cuál de los dos es el protagonista, la mochila buscando la forma lineal de mi espalda, o ésta buscando lo mismo en las costuras, algunas en el límite de la presión, de aquella. En su debate, su comunicación interna, sus retos y acuerdos, rupturas y reencuentros, se basa la continuidad del trayecto. Un trayecto que siempre es más intenso cuando se llega a un nuevo destino. Una duda de busqueda de alojamiento, de suerte o desgracia, de rapidez o tardanza, de conformismo o selección alargada en sus diversas opciones. Por donde empezar. Como improvisar una localización en la magnitud de esta ciudad. Darle ese toque a la busqueda, es lo que cansa en su principio, pero que compensa en su finalización. Siempre más rápido, instintivo, es la localización de la oficina de turismo. Algo reacciona en nuestros cerebros, que orienta nuestros sentidos en la dirección adecuada. Se tensan las articulaciones, los pies se desplazan en acuerdo con la tensión del resto de tendones, lanzando al cuerpo a su destino.
Nuevos mapas. Al principio todos son ilegibles, enormes, repetitivos y cuadriculados. No me interesa aprendermelo ahora, sólo saber dónde ir a buscar alojamiento. Pero del barato. Si no, salgo de la estación tomo un taxi y que me lleve al primer hotel que vea, sin contemplaciones ni complicaciones, rápido, eficaz, seguro.No es el estilo. No es el viaje. No es la aventura.
Nos orientan hacia una zona, un barrio. Eso está mejor. Acotar la búsqeda a un destino concreto es genial. Ya sólo necesitamos tomar el bus, llegar a la parada en cuestión, luchar por salir de él, pelear un poco por el oxígeno que exigen nuestros pulmones, lanzar las mochilas para romper la inconsistencia de éste en el espacio del bus y la puerta, y clamar la atención por la necesidad de nuestro escape. La entrada fué triunfal. Estábamos sólos, escasamente acompañados. Un pequeño respiro para mentalizarnos de la llegada a la ciudad, para poder contemplar los primeros monumentos, las primeras impresiones, las primeras imágenes idealizadas o aprendidas, recordadas o sugeridas.

Pero el camino es largo. El trayecto que recorre el bus desde la terminal terrestre de transportes hasta la zona donde nos bajaremos a descubrir los primeros indicios de vida capitalina, La Mariscal, es intenso en los primeros apretujamientos, en las subidas y bajadas de gente, en una constancia de estresante hacinamiento, en las paradas y en esa sensación de estar cruzando una ciudad grande, o por lo menos larga, ya que su dimensión está acotada por las montañas que la cercan en la hendidura de un valle del que no podrá escapar, y en el que se extiende en vertical, por las laderas de los diferentes cerros, quizás en una pequeña parte, pero no en su entera dimensión.

Conseguimos bajar. Gotas de sudor corren apresuradamente por mi frente en una carrera por liberarse de mi cuerpo, de caer a ese vacio existencial que secará su superficie. Hace calor y la carga lo acentúa. Es aún temprano. Buscaremos pronto un alojamiento para empezar a disfrutar de lo que depare la ciudad. De camino ya observamos alguna iglesia, avenidas, casonas y tranquilidad. No se ve mucho movimiento. Eso me gusta y me relaja. No hay nada más exasperante que moverse con la mochila por sitios donde sientes la presión de la asfixia del espacio físico repleto de unas miradas que te siguen y te insinuan la diferencia de tu posición, tu lugar, en ese espacio en concreto.
Primeros precios. Caros. También es la capital. Nos esperábamos algo así. Pero podemos aguantar el calor y seguir la busqueda. No hay prisa. Más caros. Otros precios. Y son lugares residenciales. Cero lujos. Pero ya estamos acostumbrados. Buscamos calles más pequeñas, más alejadas del las grandes avenidas o núcleos de movimiento de masas.

Aparece un pequeño hostal, lo suficiente económico para alojarnos un par de días. Nos convence, ya después de haber tanteado la zona, de haber comparado insatisfactoriamente las opciones que maneja este barrio. Barrio que luego nos enteraríamos que es más turístico. Algo que la improvisación no te advierte. Una sorpresa tan normal como rutinaria. No importa, no nos afecta que estén los bares cerca y que los gringos amenazan con eliminar el castellano de los idiomas hablados en la zona. Malditos gringos, buscando precios económicos para emborracharse y relacionarse con esa misma clase de ignorantes consentidos angloparlantes. A veces, y no es la primera vez, me pregunto cuál es la finalidad de su viaje. Los hay que vienen a aprender español a Quito, perfecto, íntegro y viable, se habla un español muy neutro en Ecuador, con escasos modismos y un acento normalizado. Pero los que se vienen a gastarse la plata en zonas de bares para sólo gringos, seguiré sin entenderlo. Se crean sus propios ghettos, y se contentan con mantener ese estigma, esa ridiculización que te comentan los locales.

Nuestra habitación, con lo justo se ve confortable. El sitio es tranquilo y en estos momentos está vacío. Genial, es una idea que me congratula.
Una ducha rápida y a la calle. A empaparnos de la esencia de la ciudad.
Lo primero que nos observa desde las alturas es el Volcán Pichincha, el más cercano a la ciudad, el que no amenaza de momento, pero vigila, deja sentir su expectante presencia, su advertencia de la levedad de la vida, de los suspiros que se podrían cortar con uno de sus eruptos, una pequeña de sus travesuras. Nos despedimos de él para seguir paseando. Llegamos al Parque de El Ejido, continuo al Parque El Arbolito. La gente y los puestos de artesanía, dan un ambiente cultural y relajante a este espacio verde. A un paréntesis perfecto del tráfico que se aglutina en las circundantes avenidas. Niños jugando en los coloridos columpios de la zona infantil, parejas lanzándose furtivas miradas de pasión contenida y controlada en la suavidad del contacto de sus cuerpos con el césped del parque, algún turista, paseantes anónimos con miles de historias personales que sólo la intuición puede ayudar a despejar, modernismos y posmodernismos de tribus urbanas que se dejan ver, que se liberan en la gran metrópolis, en ese centro del todo es posible nada importa, de libertad de expresión corporal, estética y personal, alejada de los pueblos pequeños dónde la presión del camino correcto, moralmente religioso, familiar o tradicional, oprimen esa sensación de calma interna representada aquí; árboles que buscan su sitio, que mantienen el frescor del lugar.
Gratas sensaciones acompañadas por la cercanía de la Casa de la Cultura, un centro que garantiza el acceso de la población a diferentes exposiciones de arte, de teatro, de cine. Un casa espaciosa con múltiples opciones y gratuita. Eso importa.

Entramos a la Alameda, seguida del barrio de San Juan y el centro histórico. Otro Patrimonio de la Humanidad. Un parecido físico y estructural a Cuenca, pero en mayor dimensión e importancia. Las decorativas diferentes edificaciones, siempre religiosas, o coloniales, con estilos diversos, separadas por elegantes y coloridas avenidas, englobadas a veces en parques o plazas, otras veces dispersas a doquier, encontradas y diferenciadas por las puntas o los extremos de las alturas de sus cúpulas, campanarios y torres; mantienen la rigidez del constante movimiento de mi cuello y mis ojos en la incesante admiración de la arquitectura aquí encontrada. Antaño centros de poder, de control religioso, de liderazgo familiar, división de oprimidos y libertadores, acumulación de capitales, robos y espolios; la ciudad emerge de la historia como un recuerdo de lo que fue y es, de lo que nadie sabe que será. La iglesia de La Merced, la Compañía de San Francisco, La Basílica (de un estilo neogótico, jamás observado anteriormente en otras ciudades, que impone su presencia ante el resto de iglesia y capillas, que enseña sus pedazos de diseño surrealista - las gárgolas las forman animales que aparecen dentro de la fauna del país, aves, pelicanos, pingüinos, iguanas, tortugas- y colocada a dedo en una pequeña elevación que le da más altura, más prominencia), la iglesia de San Agustín y la de Santo Domingo, los palacios gubernamentales, un recital de poesía para niños y por niños en la Plaza Grande, en el encuentro de las historias y los sueños, del recuerdo a escritores olvidados y pequeña muestra de los emergentes, junto con la colaboración de músicos indígenas de la calle, grandes músicos, talentuosas esencias de la comprensión alejadas; increible impacto visual de la vida de esta ciudad. A lo lejos se observan los volcanes que entablan una encriptada conversación con sus amigos más cercanos de esa insignificancia humana. Un poco más cerca aparece El Panecillo, coronado por la majestuosa estatua de la Virgen de Quito.
Calle de La Ronda, Guayaquil, Avenida 24 de Mayo y Pichincha. Bares en las zonas turísticas, tiendas pequeñas en las otras. Comida tradicional de plátanos, patacones y tamales, humitas y demás delicias a probar y degustar.

Fuente a Gandhi


La Basílica, a la que se puede subir a sus torres, mejor mirador de la ciudad

Iguanas como gárgolas


El Panecillo con la Virgen de Quito

Centro histórico, Patrimonio de la Humanidad





De vuelta al hostal nos acercamos por las calles de los gringos, dentro de La Mariscal, las calles Mariscal Foch y Calama, y las que las cortan y completan. Bares ruidosos, centros de acentos extraños, de diferenciación clasista de la ciudad. Lejanía e ignorancia. Tan rápido perder la atracción por esto, como despreciarlo. Nos volvemos. Un día largo.

Pero no descansaríamos aún. Aunque nuestros cuerpos y mentes nos lo pedían, aún no exigiéndonos, faltaba por vivir la experiencia del día, de los días, del viaje. Uno de esos encuentros que te marcan, que te dan a ostias una cura de humildad, que te enseñan que aún no sabes nada, te abren los ojos y te los mantienen pegados con la esencia de la vida, para que nunca se te vayan a cerrar, más después de conocerle, escucharle y de comprender una parte importante del por qué estamos viajando, de por qué empezó esto.

Al llegar a la puerta del hostal nos abrió un chico que no habíamos visto antes, un chico que hace el turno de las noches y abre a las personas que duermen aquí. Una amabilidad acompañaba a sus delineados rasgos indígenas, a unos ojos rasgados que nos daban la bienvenida, que nos acomodaban y nos relajaban, que nos enseñaban la sincronía con el resto de su rostro, de su apariencia amazónica, de su simpatía en la ausencia de maldad. Se presentó como Wayra, si es que se escribe así. Nosotros nos presentamos y en cuestión de segundos estábamos hablando, intercambiando experiencias e ideas de la ciudad, de la diferencia entre sus calles y sus zonas, de esa constante separación de la parte turística y el resto. Y de aquí, al viaje, a otras historias. A su historia.

Una de esas veces que escuchas, que no sabes que decir, y esperas como sigue evolucionando un relato, con la expectación de un niño pequeño al oir los cuentos y batallitas de su abuelo, con la ensoñación y la visualización de los detalles relatados, de la tristeza, de la rabia, de la cercanía, la empatía y el ejemplo. Ejemplo, si alguna vez la palabra tuvo un significado más apropiado que éste, era erróneo. Esto es un ejemplo, no me atrevería a decir que El Ejemplo, pero sí uno de esos que magnifican el sentido de la vida, de la lucha y la esperanza.
El cómo llegó él aquí, el por qué de este trabajo y el de dónde eres, dieron lugar a la asombrosa espera, a la atención inequívoca de los grandes momentos.

Nos contó su historia, una increible muestra de apertura de sentimientos, de enseñanza, de elevar la realidad al máximo de su expresión.
Nació en una pequeña comunidad indígena en la parte amazónica del interior del país, más allá de Puyo, más allá de esa ciudad que sirve de entrada a la región amazónica el centro del país. Hay más, mas regiones, más comunidades. La selva es enorme, su superficie es extensa en comparación con el tamaño del país. Nació en una zona maravillosamente biológica, natural, de una vida en su máximo esplendor. Una espacio donde vivir en calma y paz, donde la comunidad caza y recolecta frutos para sobrevivir, donde con lo que se planta y recolecta vives en armonía con la naturaleza. Donde nunca sabes que es esa maldición del consumo, del capitalismo, del progreso, de la nueva civilización. Las familias se mantienen en una unidad patriarcal, quizás demasiado patriarcal, desde nuestro punto de vista occidental, desde la evolución de los parámetros de equidad, pero originaria. Lo máximo que salen fuera de su territorio es para distribuir el exceso de recolección, el regalo de sobreproducción de la tierra. Lo venden en los pueblos cercanos. No están aislados, ni solos. No están tan lejos del progreso, pero se mantienen íntegros. Compran y venden lo necesario para la supervivencia, a veces en un nostálgico recuerdo del trueque. Lo justo para vivir.
Pero no todo es tan perfecto. Cerca de donde viven hay petróleo. Esa cosa maldita que ha marcado la existencia humana en el planeta. La negrura de se asocia al verde del dinero, aquí al otro verde, el de los árboles, el que estorba para encontrar el negro. El negro del futuro, de la invasión, del cambio, del descubrimiento, de la desprotección, del dominio, manipulación y eliminación.
Las compañías llegan. El país se vende. Siempre se ha vendido y siempre se venderá. Nadie controla estas superficies, y si alguién sabe algo se adueña de ellos el silencio. No nos importa lo que pase. Más al norte se contaminó todo. Los niños siguen naciendo con malformaciones, casos de cáncer, muertes prematuras, ecosistemas destrozados.
Si algo ha cambiado, en esto que llamamos progreso, es que ya no matamos al indígena, no lo utilizamos de mano de obra explotada, o comercializamos con sus cuerpos, su trabajo, sus vidas. Ahora somos más sutíles. Les damos regalos para hacernos amigos de ellos. Que no nos vayan a molestar con ataques, con boicoteos, o con saqueos. No se vayan a movilizar y alguién les quiera ayudar, escuchar, apoyar. Les vamos a dar alcohol y tabaco. Esos frutos de nuestro progreso. Ese aprendizaje para sus raras costumbres. Esto es bueno, gratis, regalo, somos amigos. No nos van a entender tan facilmente. No hablan nuestro idioma. Creemos que hablan una variación del quichua. Antiguo, es hora que vayan aprendiendo otra cosa. Les gustan nuestros regalos. Amigos.
Pero los efectos del alcohol son devastadores. Una droga que afecta el comportamiento humano, más en comunidades patriarcales. De aquí un suspiro, una evolución tan repentina en el tiempo histórico, terminante. Los maltratos aparecen al instante, de mujeres y niños, más fuerte en niños. Un maltrato que se conoce pero no en su profundidad. Una práctica que en un breve periodo de tiempo se ha instaurado como común. Una vida dura, difícil para los niños que lo sufren, que intentan ayudar a sus madres y salen peor parados. Fué su caso. No pudo aguantar más. Escapó.

''Pero hacia donde, no sé que hay ahí afuera, sólo salí una vez en camioneta para vender naranjas a un mercado, no iba sólo. Todo mejor que aquí. No tiene salida mi vida en esta jaula. Esta violenta jaula de opresión.
No necesito nada más que lo puesto, y un poco dinero que he ahorrado de los negocios agrarios familiares. Voy avanzando poco a poco. LLego a la ciudad. A la capital. Alguien me habló una vez de ésto. De edificios monstruosos. Idiomas raros, culturas extrañas, gentes de colores diversos y ropas extravagantes. Dimensiones brutales de dominio, no familiar, no se de quién y para qué.
La gente me mira, algunos me señalan.Soy consciente de las diferencias, no es tan raro percibirlas. Escapo de las masas, quiero discrección. Intentaré aguantar con el dinero que tengo, hasta que encuentre como sustentarme.
El progreso es algo brutal, pasan los días mientras observo y aprendo de todo. Voy escuchando y poniendo atención al idioma que hablan. Esos autos nuevos, esos edificios relucientes y reflectantes. La gente, los diversos atuendos que llevan. Movimiento, velocidad, anhelo las pausas, el relajante ritmo de los latidos de la selva, la necesidad de seguir mi rumbo. Pero no puedo volver. No hay nada allá. Tengo que luchar aquí, no es tan difícil. Observar, seguir una dinámica. No dejarme intimidar por el racismo de esta gente. Soy del mismo país que ellos, el progreso no marca las diferencias, y por el color de piel, es el mismo que el vuestro, pero el mio más puro, sin mestizar, sin corromper. Lo que siempre evitáis reconocer y es una realidad. Vuestra realidad estúpidos. Venimos todos del mismo origen, sólo que vosotros lo habéis olvidado, rechazado, marginado. Eso no os hace diferentes. No me hace diferente. Vuestro progreso no es tan especial. Es asumible, es factible. Yo puedo con él. Lo demostraré.
Pasan los días, las semanas. La plata no dura para siempre. Estos malditos papeles no son nada. Es una locura alabarlos. No pesan, no tienen sabor y no son irrompibles. Pero la gente los necesita. Los engrandece. Pelea y mata por ellos. A veces a sí mismos, a sus familias, a la sociedad. Comprendo ahora su poder, su importancia, su hegemonía. Veo el rumbo de esclavitud de la sociedad, sus falsos ídolos, su permanente adoctrinamiento en la ignorancia, en las ataduras, en lo ilógico. Sin posible vuelta atrás, directos hacia dónde. Nadie sabe pero yo no me dejaré atrapar. Lo utilizaré, se y he vivido la diferencia. Estoy encima de lo demás, de todo este progreso. Tengo que seguir para adelante. Ahora sin papeles de colores. No duraron, volaron como aves cromatizadas por los colores de la mimetización de la selva. No puedo pagar por dormir y comer. Mis únicos lujos.
El transcurrir de los días durmiendo en este parque, entre el cobijo de los árboles y la blandeza del césped, me ha hecho mejorar en mi comprensión del idioma. Ya entiendo cuando la gente me sigue mirando, señalando. Ahora se lo que significan esos símbolos. Pero no me deprimiré, sigo para adelante, fuerte y constante. No me afecta su indiferencia y desprecio. No creo que todos sean iguales. Así es. Hoy algo ha cambiado. Una mujer se para a hablar conmigo. Ya sé conversar. Sigo sus palabras. Me quiere ayudar. Voy con ella a su casa.
Tras unos días me ofrecen un puesto de trabajo en el Museo etnohistórico de artesanías del Ecuador. Yo sé de esto. Era mi vida, mi día a día. Es fácil explicarles a la gente el simbolismo de los artefactos que se exponen. Estoy a gusto. Pasan los días y voy ahorrando con el trabajo en el Museo.  Puedo vivir por mi mismo.

La luz se abre camino en mi mente.
Recuerdo cuando cerca de los parques selváticos cerca de mi comunidad llegaban blancos con acentos extraños y ropas extrañas, en grupos, haciendo fotos y videos y andando por los senderos que yo conozco desde niño. Ahora sé que un alemán compró una parte de la selva para hacer ecoturismo. Este Estado le vendió la naturaleza, nuestra parte de tierras para que se enriqueciera con el ecoturismo que ahora se ha puesto tan de moda. Y lleva años y creciendo, ejerciendo presión contra los demás, con el beneplácito del gobierno, para que nadie le moleste y afecte su empresa.
Ahora sé como defender mi origen, mi comunidad, como marcar la diferencia entre las comunidades, como hacer despertar a los compañerxs, como buscar mi camino y ser coherente con mi destino, como luchar contra el invasor con sus propias armas. Voy a estudiar en la Universidad.

Ya voy acabando la carrera, me queda el último año. He ido viendo como compañeros se van despidiendo y abandonando los estudios. Yo sigo, es mi camino. No ha sido fácil. Se acabó el trabajo en el museo, la plata la guardaba para pagar la universidad. No daba para más. Dormía en el campus en una tienda de campaña, por las noches, el guarda era amigo mío. Por el día la desmontaba e iba a las clases. Fueron momentos duros, pero seguí. Siempre he seguido.
Al fin encontré un trabajo en un hostal, donde podía trabajar por las noches, dormir aquí y seguir con la universidad. He aprendido el inglés para hablar con los turistas e informática. Quién me iba a decir antes que era un ordenador. Ahora todo va bien. Pero claro no me he acostumbrado a las comodidades. En unos meses el trabajo aquí acaba. El dueño cierra el hostal. Pensaré en ganarme la vida tocando música en los buses, haciendo artesanía, o lo que sea de aquí para allá. Lo necesario para acabar la Universidad y especialzarme, aunque tenga que volver a dormir ahí. Quién sabe, igual me dan una beca para ir a Euopa a mejorar. Todo está abierto a la incertidumbre, la improvisación y la suerte. Tengo fe en mí. Es lo que tengo. Con lo que he tirado dígnamente. Eso me hace libre y vivo.

Y no voy a estar quieto. Cada vez sé mejor como funciona este sistema. Sé de primera mano cada una de las injusticias. Estuve con la anterior marcha indígena en Abril. Una que llenó las calles en Quito. Un principio de ya no estamos tan solos. Estamos organizados y no nos vais a machacar. Tenemos poder comunitario y expectativas, grandes expectativas. Esta marcha es un aviso. Tened cuidado. Os vigilamos. Sabemos que hacéis y como pararlo. Tenemos demandas y las váis a oir.
Señor Correa, no nos asusta tu prepotencia, tu totalitarismo. Sabemos que es sólo fachada cuando hablas de los derechos de los pueblos originarios. Lucharemos por ello, nos oirás. Sabemos que intentas mantener el pozo principal del P.N.Yasuní, pero que ya has vendido los que lo rodean. La misma cosa. Sin control, cuando reviente todo el ecosistema se destruirá. Malditas mentiras.
Sabemos de que tu socialismo no es proteccionista como prometías. Vendes cada vez más cosas al poder oriental de China. Nunca hubo dragones aquí, y no los necesitamos. Tenemos una de las mayores riquezas energéticas de Suramérica, no se concibe esta pobreza. Fallastes.''

Realmente ha pasado rápido el tiempo. Aún con la intensidad de lo escuchado, siento la pesadez de mis párpados. El cansancio me alerta, me susurra, me anima a seguirle. Buscar ese reposo del guerrero. Pensar en todo esto.
Seguro mañana será otro día.
































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