24 agosto 2012

DE SURAMÉRICA A CENTROAMÉRICA...

Parando por algún pueblito de camino, llegamos a Medellín. Tierra de paisas.
Oh! Otra maravilla. Otra ciudad estigmatizada, prohibida.
Conocida por ser una de las ciudades más peligrosas del mundo, cuando el Cartel de Medellín dominaba la vida de la ciudad y sus gentes, donde Pablo Escobar tenía el control y el dominio absoluto de toda vida, negocios y política, donde un día sí y otro también se asesinaba a alguien, explotaba alguna bomba, donde la ciudad era un campo de batalla, donde se enfrentaban los sectores pobres de Medellín que apoyaban a Pablo y la lucha policial contra las drogas, donde todos eran sicarios, donde Medellín estaba en la imaginario colectivo de todo el globo.
Ahora reformada, con una nueva imagen, tras años de lucha social y policial, más cultural, más dinámica, más empresarial, más artística; con una clara diferencia entre barrios, como toda ciudad con desarrollo económico; con el barrio clasista de Poblado, con sus rascacielos, zona de bares, discotecas, restaurantes de lujo; y los barrios de Popular o Santo Domingo, en construcción vertical en cerros, más humildes, más pobres, mejores.



Un ejemplo del antes y del ahora, del pasado y de este presente acercándose al postmodernismo occidental, son los tours turísticos por la casa de Pablo Escobar, por sus sitios, por dónde vivió y actuó, y a la vez que en la televisión batió record de audiencia de todos los tiempos, en Colombia, la nueva teleserie sobre la vida de Pablo Escobar.
Medellín es Medellín. Algo especial.
Por ponerse en situación:

- La vendedora de rosas.

- La virgen de los sicarios.

- Los pecados de mi padre. Documental.

La primera novedad es el metro. No usaba uno desde Santiago, y aquí es lo mejor para desplazarse. Sobre todo si llegas a la enorme terminal de buses que está alejada del centro de la ciudad.
Y va por arriba, en superfice, por un exterior que escapa de esos claustrofóbicos espacios oscuros donde el hacinamiento sudoroso humano invade tus sensaciones. Desde aquí se observa el dinamismo de la ciudad, sus rascaielos, sus enormes núcleos de suburbios en construcción vertical que se abren hacia el lejano horizonte. Grandes avenidas, en una ciudad con distancias extensas. Tras alojarnos nos moveríamos en metro para ver sus diferentes partes, para sentir esa historia, esa actualidad y compararla con lo aprendido. Luego volveríamos andando, improvisando, sintiendo las diversas esencias.
Desde la Plaza de Botero, dónde aparecen 23 orondas esculturas del autor, frente al Museo de Antioquía, al Parque de Berrío, al otro Parque de Bolívar, la Plaza de San Antonio y la de Cisneros, iglesias, esculturas, arte y museos. Todo entre gran movimiento de gente por toda la zona centro y todas las calles que le siguen llenas de mercados, puestos de los más variados y personas de lo más variadas buscándose la vida. Realmente interesante y enorme, parece que llevas andando toda una vida para ir avanzando un poco.



Comparamos los diferentes barrios, del Poblado y en las alturas de la ciudad periférica, los de Popular y Santo Domingo. Para llegar a estos últimos el metro conecta con un tramo de cabinas teleféricas constituidas como parte del metro. Puedes hacer transbordo en la estación de Acevedo con el Metrocable que te sube a una de las zonas más espectaculares de Medellín, no sólo por las vistas sino por el carácter extrovertido y alegre de sus vecinos, estando en una de las zonas más pobres, pero más íntegras y orgullosas. El cambio aquí se aprecia, más de unos años ahora, donde el barrio está completamente restablecido, y con la llegada de la nueva biblioteca y el Metreocable, se hace normal encontrarte con algún turista, pero lo mejor es pasear por sus calles, hablar con la gente de acá, sin miedos, observando y comprendiendo. De los mejores sitios de la ciudad si no el mejor. Una impresionante sospresa. Estos barrios le dan la clave a Medellín.
Luego puedes ver la realidad de las dimensiones de esta ciudad y comprender como fue durante los años del terror y el narcotráfico. Aunque siga existiendo.




Nos quedamos con ganas de pasar una larga temporada, de iniciar algún proyecto de las mil cosas que puedes hacer para echar una mano a las gentes humildes de esta parte, pero será en otro momento. Ahora íbamos con el tiempo apurado, acabábamos nuestro viaje por Colombia y por Suramérica en los últimos días en Cartagena de Indias.
En Colombia, puedes regatear los precios de los autobuses, que de normal los suben si te ven que no eres de allí, y sabes cuál es el precio, u otras veces están normalizados, pero puedes esperar al último instante y tomarlo más barato, antes de salir. Son maneras de ahorrar algo de plata, claro que también puedes hacer dedo. Nosotros no probamos, pero conocimos gente de muy buena onda que si lo hicieron y que no tuvieron ningún problema, cosa que creo conociendo el carácter de los colombianos. Luego está otra manera que te sale mejor, que es tomar los buses desde fuera de la terminal. Paras al bus que vaya al destino que tu quieras ir, y al subir el conductor te dice un precio, el dinero va para su bolsillo, que te sale mucho más barato. Es bueno saberlo porque funciona. Pero a nosotros no nos funcionó en Medellín, ya que es algo ilegal y aunque la terminal esté vigilada con cámaras por fuera, para controlar esto, la gente espera más allá. Es lo que hicimos nosotros, pero después de esperar un rato con pequeña lluvia, justo cuando llegaba el bus, también llegó la policía, que lo mandó seguir. Cuando tú te enteras de algo siempre están estos tocapelotas para jodertelo.
Al final pagamos el pasaje. Una locura de precio para un puto bus.

Antes de Cartagena, aparece un pueblecito llamado Palenque. A saber, que es la primera ciudad libre de esclavitud de personas afrodescendientes en todo el continente. Fundada en 1603 por Benkos Bioho, que escapó a la naciente esclavitud de personas secuestradas de África y traídas a estas costas, para su posterior explotación durante años, se mantiene con su orgullo de saber su pasado y defenderlo, manteniéndose aún firmes a sus creencias y sistema cultural. Marca una diferenciación en la zona.

La llegada a Cartagena es genial. Si te gusta salir de un bus a primera hora tras intentar dormir en él, a 30 grados y con una humedad de su puta madre. En un segundo ya estás inundado. Pero lo bueno es ver la diferencia entre las diferentes regiones de Colombia, de la costa Pacífica, al interior, a la montaña y al Caribe. De estos últimos todos desconfían, ya que les llaman vagos, tranquilos y fiesteros. Cosa que aparece en todo lo que se imagina alguien del Caribe y que se entiende con este clima. Nos alojamos en casa de un amigo que conocimos por la red social de Couchsurfing, en este caso fue superinteresante por ser una casa Hare Krishna.

La ciudad, más en boga en estos días por el paso de la Cumbre de las Américas, más por el paso del servicio secreto de Obama, por un prostíbulo que desató la polémica, es un encuentro con dos realidades. Una es la parte declarada Patrimonio de la Humanidad. Y la otra es la zona superelitista de rascacielos, resorts de lujo, restaurantes y bla, bla, bla. Claro y la tercera de siempre donde viven todos los que no están entre estas dos. Lo que viene a ser el resto de la ciudad.
El auténtico ritmo alejado de la zona turística está al pasar por estas calles, al tomar sus buses o unas cervezas en alguno de sus bares, oir el acento caribeño, el papito o mamita, el ritmo de la vida, desestresada y alegre que es lo mejor de la ciudad.
Pero luego hay que reconocer que la Cartagena antigua, esa que atacó el pirata Francis Drake, esa que utilizaron los españoles como punto de control de sus envios por navíos de joyas, oro y todo lo saqueado del continente a la península, esa que desató los ataques posteriores y el asedio frustrado de Vernon, esa ciudad que se independizó de las primeras de España y empezó el proyecto de Simón Bolívar de la Gran Colombia; es una pequeña joya que vale su visita. Desde el castillo de San Felipe de Barajas, a la Bahía de las Ánimas, a los navíos anclados (ahora restaurantes exclusivos), a los teatros, plazas, el malecón del Caribe, las playas sucias de éste, la zona elitista de Bocagrande, el Lago Chambacu, la Laguna de San Lorenzo, el Barrio de Getsemaní, el Parque Centenario y a su zona amurallada.

Castillo de San Felipe


Ésta última es lo mejor de toda la ciudad, una aútentica fortaleza conservada casi íntegra, un retroceso a los tiempos de antaño, unas vistas increíbles del Caribe, de sus muros, de sus garitas de vigilancia, de sus cañones, de sus casas coloniales rebosantes de flores que se unen a los diferentes colores de aquellas para dar una especial luminosidad a las diversas calles, de las palenqueras que portan frutas en sus cabezas, más con fines turísticos, de los carritos de caballos, de la Catedral de San Pedro, de las diferentes iglesias magníficamente conservadas y sus plazas, además de contar con todos los museos de la ciudad (desde el de la Inquisición que se estableció aquí, al naval y al del Oro, aunque el mejor y más grande del mundo esté en Bogotá).
En la unión de su todo, con una de las mejores conservaciones patrimoniales vistas, más su difusión turística, realmente vale su fama. Es de una belleza única y por eso uno de los mejores ejemplos vistos de ciudad colonial. Impresionante.











Como las playas de la ciudad están bien sucias, nos enteramos que hay unos botes que te llevan a la Isla de Tierra Bomba, para darte un baño que refresque el pegajoso calor caribeño. No son caros y puedes estar todo el día refrescandote. Eso sí, al no estar frecuentados más que por turistas locales, la limpieza y cuidado de la playa deja mucho que desear, amontonándose basuras en diferentes puntos. Aunque se agradece un bañito caribeño, unos patacones (plátano frito) con arroz y unas cervecitas bien fresquitas.


De regreso, y caminando entre la ciudad, observé un partido de Kickball, como el baseball pero con un balón de fútbol y pateando éste. No lo había visto nunca y es un deporte muy concurrido.

Ahora sí que nos despedíamos de Suramérica. Seguíamos subiendo hacia el Norte, pero éste era el último instante de un inolvidable viaje, de una aventura única, de una nueva idealización de esas vidas, culturas, luchas y futuros inciertos. Atrás quedarían amistades, alegrías, nervios, esfuerzos, sonrisas, lloros, gases lacrimógenos, manifestaciones, naturaleza, trekkings, fiestas, comidas, alturas y calores, descubrimientos, rutas, colaboraciones empáticas, reflexiones, aprendizajes, mejoras y fracasos, crecimiento y conocimiento, historia e historias, despedidas y bienvenidas. Todo una existencia, el principio hacia ella, la continuidad. O la búsqueda de ella.
Pero el viaje continuaba. Esta vez algo distinto. Íbamos a tomar nuestro primer avión. De Cartagena a Panamá. No hay paso por tierra. Las opciones son o tomar un velero que te lleva durante 5 días por las islas del Caribe hasta Panamá, y de aquí recorrer el país; ir de barquito en barco de pueblo en pueblo llegando a las costas panameñas; probar a llegar a dedo en un ferry, están a punto de abrir la vía de pasajeros de Colombia a Panamá; o buscar una buena oferta de vuelo. Nosotros encontramos una que salía más barata que cualquiera de las otras opciones.

Los aeropuertos son sitios muy curiosos. Siempre te encuentras personajes de los más variopintos, vidas con idas y destinos. Nosotros íbamos como si saldríamos de la playa, con nuestras sandalias y con las mochilas curtidas de viaje, o sucias de aventuras. Eso llamaba la atención cuando los que te rodean van con sus trajes de reuniones empresariales o de intentos varios de aparentar lo que quieran aparentar.
A estas alturas del blog, comentar que el plural actual de los comentarios se refieren a mi y a mi novia Kara, unidos en esa intensa busqueda de la vida en sus más recónditos derroteros. Una dualidad fortalecida por cada una de sus partes, una continuidad elevada a su definición más pasional.

Tras convencer a la señorita de facturación de que íbamos sólo de paso a Panamá, resulta que necesitas demostrar la salida del país para poder entrar (lo más explícito que he visto hasta ahora), nos embarcamos en esos aparatos que surcan lo que tantas veces, viendo volar a los cóndores, he querido surcar. Un nuevo instante de cambio. Otro giro hacia la diferenciación de experiencias, hacia la separación de lo vivido con este paso hacia el progreso. Panamá, ¿que depararás en tus tierras, en la mirada de tus gentes? Dejamos, ahora sí, atrás Suramérica, al ver las primeras islas, del Pacífico del itsmo panameño, y las primeras costas. Los primeros signos de nuestra llegada a Centroamérica.

Si pagamos por la salida de Colombia, ahora pagamos por la entrada a Panamá. Un país con el dólar, principio de conocimiento de qué será lo que nos espera aquí. Más preguntas, más explicaciones de que estamos viajando. Más dudas, más preguntas. Joder, no nos vamos a quedar a trabajar y vivir aquí. Preguntas y un acceso. Entramos. Jodidos aeropuertos.

El aeropuerto Internacional está realmente lejos. Bastante. No nos queda más opción que tomar un taxi, para ir al centro de la ciudad. Su puta madre. El dólar hace su nueva presencia. Va a costar viajar acá. Tendremos que utilizar más el intelecto para ahorrar. Tirar más de tienda de campaña. Pero ahora no hay más opción. Tomamos el taxi.
Primeras sorpresas. Primeros esguinces visuales. Estiramientos a su máxima expresión de esos tendones, esos ligamentos, que marcan los carácteres gestuales de nuestros rostros, provocados por la extrema apertura de nuestras cavidades oculares. Nuestra vista trabaja a ritmos frenéticos para poder visualizar lo que se sucedía ante nosotros. Para nada me lo esperaba. Cre que en alguna película de esas que te ponen constantemente en los buses había visto alguna imagen, pero no le prestaba la demasía atención. Ahora estaba frente a nosotros. Nos ninguneaba. Nos observaba con un desprecio, ese desprecio a las cosas insignificantes. Y lo sientes. Sabes de donde vienes. Sabes que esto es otra cosa. Tu cerebro te alerta. Alarma, alarma, cambio. Primeros recuerdos de Suramérica. Nostalgia acrecentada por segundos, por breves instantes de memoria. Esto es otra cosa, otra cosa.

Delante nuestro se extendían los rascacielos. Numerosos abundantes, luminosos, muy luminosos. A ambos lados de nuestro campo de visión, mientras circulábamos por una carretera nuevísima, reluciente, espaciosa, más de lo que se necesita, y sobre las aguas. Se siente la humedad, el calor, su posición geográfica. Más luces, civilización, restaurantes, casinos, autos lujosos. Que coño es esto!

Panamá City, la hermana gemela de Miami o el Miami del Sur. Reino de la especulación más atroz. De los nuevos resorts, del turismo más exclusivo, de la publicidad más atrayente. En unos años su desarrollo se ha escapado de cualquier control. Hay edificios en construcción por todos lados, en vertical, la verticalidad de los rascacielos. Los acabados están vacíos. No se construye para vender. Sino como inversión, para más adelante, para cuando esto reviente. El magnate Donald Trump, se ha hecho aquí su único edificio (un extrambótico rascacielos con forma de D, de Donald) fuera de Estados Unidos. Una inspiración o quizás el conocimiento de las señales inequívocas del nuevo paraiso de la especulación. ya es un puto paraiso fiscal, pero ahora se está vendiendo como la escapada perfecta para los ricos y los nuevos ricos de Estados Unidos y del resto del mundo. Y se aprecia. El país se ha vendido. Su economía crece a un ritmo anual del 9%, pero sabemos en que dirección. Sólo interesa una. El resto del país está en extrema pobreza, marginalidad en unos nuevos ghettos que se notan perfectamente en este monstruo en altura. Siguen los pequeños pescadores artesanales luchando por el oleaje creado por grandes cruceros de lujo, transatlánticos de diseño, que tienen una parada obligada aquí. Más el resto de barcos que cruzan el Canal de Panamá, epicentro de toda la especulación, de toda su historia, desde que Panamá se independizara de Colombia y fuera ocupado, explotado consecutivamente por el capital, el comercio y sus riquezas. Antes ya empezaron por los españoles, aquí estaban los principales puertos de carga de mercancías, ese oro y plata tan preciados que se dirigían hacia el viejo continente. Historias de piratas que se continúan hoy en día, con otros piratas. Ahora bursátiles. Robando a todos. Enriqueciendo sus arcas.




Porque Panamá está de moda. Antes sólo se conocía por ser donde estaba el Canal. Ahora no. La industria del entretenimiento turístico, los medios de comunicación capitalistas y neoliberales le han lanzado ese cable para elevarla a la cumbre del éxito. El New York Times la situó en el puesto número uno de los lugares a visitar en el 2012. La National Geographic también la situó en portada recientemente, en dos ocasiones. El anterior mencionado Trump, se une al primer hotel Waldorf Astoria en latinoamérica. Más revistas de viajes de todas las especies y gastronómicas. Más fondos de inversiones para jubilados norteamericanos, o de retiro, para la última parte de sus vidas. El inglés se habla aquí por todos lados y ya mencioné la moneda oficial del país. Esto para nada es Centroamérica, es una extensión del dominio geopolítico del imperio norteamericano. Un enclave perfecto de control regional, más que ahora Colombia ya está manejando el Tratado de Libre Comercio con USA. Igual nada nuevo, lleva años así, pero ahora el ritmo de crecimiento da señales de que algo pasa. Nuevos cambios que se unen en coincidencias de una claridad absoluta. Sólo hay que mirar más abajo. Cambios en Paraguay. El otro punto perfecto para ir acorralando a Brasil, absorver su economía y acabar después de años de conspiraciones, terrorismo de Estado y control dictatorial del continente. Y unirlo por aquí con el resto de todo el continente americano. Sutíl, pero no tan discreto si abres los putos ojos.

Y por eso, tienen que publicitar todo lo necesario, para la llegada masiva de ocupas temporales. El sistema de salud, prohibitivo para la mayoría de sus habitantes, es la mitad de barato que en el resto de países occidentales para cirugías no vitales, como plástica, oftalmológica o curas radiológicas de cáncer. Todos estos hospitales asociados a grandes Centros de investigación norteamericanos.
Luego aparece la zona de libre comercio de Colón, al otro extremo del canal de Panamá. Lugar donde hacen parada obligatoria los cruceros para hacer shopping, además de todas las personas que visitan el país de vacaciones. La mayoría de mochileros son de USA, y eso en lo pobre, en los hoteles de la zona de extremo lujo son de todos los países que tengan que venir a reuniones de negocios, inversionistas y demás.

El crecimiento de campos de golf, de resosrts en toda la costa, de atrayentes ofertas inmobiliarias, de pueblos donde sólo casi residen jubilados norteamericanos, del crecimiento de la zona cafetera con unos granos de las mejores variedades, las más selectas y exclusivas para gourmets. Unos gourmets que pagan por kilo cantidades surrealistas, a fincas exportadoras que emplean como mano de obra explotada a indígenas del país, ahora con la nueva cara del comercio justo, un poco mejor, aún así es de vergüenza. Y estas fincas no pertenecen a panameños, que va!, son suecos, alemanes, noruegos...
Por la parte inmobiliaria, lo dejo a la libre imaginación, pero con evasión de impuestos, con zaona de libre comercio, y teniendo playas paradisíacas, no hace falta mucho para adivinar cómo funciona esto. Se está construyendo todo sin control. Los parques naturales cercanos ya corren peligro de expropiación, se están vendiendo playas enteras, superficies enormes a inversionistas privados (por cierto que en España con la nueva modificación de la Ley de Costas, ahora sí que se nos va a la mierda el litoral, nos queda el sabotage, cada vez más necesario), las revistas de turismo anuncian más las posibles inversiones, que lo que hay que ver en el país. Mientras la naturaleza, que entre Parques Nacionales, cuenta con el corredor biológico de Centroamérica, está siendo expoliada. Una nueva expedición científica, estudiando uno de los puntos de mayor biodiversidad marina del país, el Banco Hannibal, a 24 kilómetros de la Isla Coiba (Parque Nacional y Patrimonio Natural de la Humanidad) descubrió, por número de avistamientos de vida, que está acabado, muerto, que no hay vida, que entre pescadores y la no protección ambiental (no interesa ahora que vendemos las tierras), se ha finalizado con este ecosistema. Si se recupera será con tiempo. No sé si en este país será posible. Las zonas de islas del Caribe, tampoco se salvan. Bocas del Toro, quizás uno de los puntos más turísticos, está sobreexplotado, y quizás en unos años la degradación ambiental haga que el turismo en masa (aquí es por el submarinismo) se desplace a una de esas nuevas zonas en construcción, dejando a su paso un paisaje desolado. El ser humano como un virus destructor exponenciado a su máxima potencia en este país.

Los pueblos originarios que habitaban las diferentes regiones se sorprenden de los cambios tan drásticos que viven en poco tiempo. Los que aguantan son los Guna Yala, que habitan en las Islas de San Blas, las más preciadas, pero que han conseguido autonomía propia, lo que utilizan para frenar el turismo. Si vas a las islas es bajo su control, con su autorización previa y en un número reducido. Si no aguantaran este archipiélago se habría monopolizado por grandes compañías, aunque utilicen el sello de ecoturismo, sigue siendo la misma destrucción y capitalización de una naturaleza cada vez más indefensa. Estas islas son la imagen más idílica que te imaginas cuando te hablan de isla paradisíaca, y por eso se publicitan, aunque se advierte de la autonomía de estas sociedades matriarcales. Pero el etnoturismo también está de moda.

Nos alojamos en un hospedaje de lo más económico que pudimos encontrar y evitando esos hostels de gringos en eterna fiesta. Descansaríamos para tomar energías y patear la ciudad.
Nuestro primer punto fué visitar el Casco Antiguo, segundo emplazamiento de la ciudad de Panamá, después de que el primero, fuése desolado y saqueado por el pirata Henry Morgan, allá por el año 1671 (muy bueno el libro de John Steinbeck, La Taza de Oro, sobre su vida), dejando las ruinas que aún aguantan a las pequeñas visitas turísticas, en lo que ahora es Panamá La Vieja. Tras su destrucción el nuevo emplazamiento para controlar el envío del oro del Perú a la Península Ibérica, se estableció aquí, protegiéndolo a conciencia con nuevos muros y con la cercanía de rocas que harían imposible, o más difícil, su asedio, ya que en esta época todo el dinero en mercancías se movía en esta zona, repleta de piratas buscándose un futuro.

Catedral con madreperlas en las torres






Descubierta con anterioridad, tras fracasar una colonia instalada aquí por el mismo Colón, reestablecida, paralizada hasta el descubrimiento del oro de Perú, en crecimiento, destruida por Morgan, reconstruida, independizada de España, incorporada a La Gran Colombia por Bolívar, independizada de ésta, ocupada por Estados Unidos, construido el Canal, autonomía propia, guerra contra Noriega por el control otra vez del canal, y finalmente con la autonomía propia de éste, del país, en el nuevo siglo, pero bajo la tutela de USA, que tiene la embajada enfrente de las esclusas. Es el punto más importante de la economía marítima del continente, y todos los movimientos de control han surgido por esto mismo. Es increible toda la historia de un país tan pequeñito, más aún cuando no se ha contado realmente todo, los espionajes, las diferentes búsquedas de poder, de control geopolítico, cambios de gobierno, la guerra contra Noriega, los asesinatos de civiles inocentes en desoladores ataques de las fuerzas aéreas de Estados Unidos, del surrealista asilo político de Noriega en la Nunciatura del Vaticano en Panamá, hasta que lo sacaron de allí, utilzando heavy metal en unos altavoces enormes durante tres días seguidos, todas las mentiras y manipulación informativa en este caso (ahora ya está encarcelado en suelo panameño, tras ir de aquí para allá, como marioneta, la misma que fue en su gobierno, hasta que ciertos intereses se hartaron), y el final alienamiento del país como país libre e independiente, mientras se oculta su pobreza tras los grandes rascacielos, mientras el nuevo presidente, Ricardo Martinelli, es un empresario capitalista, dueño de entre cosas de la alimentación del país, al poseer la cadena más grande de supermercados. Y nombrar también a la presidenta Mireya Moscoso, que se gastó millones para llevar en concurso de Miss Universo a Panamá, además de robar todo lo que quiso y más, pero manteniendo la línea a seguir con su ejemplo.

El Casco Antiguo fué declarado Patrimonio de la Humanidad, y con razón, el emplazamiento, las calles coloniales, las murallas, la historia, es algo único. Pero ahora están bajo amenazas de quitarles el título, por el abandono de sus mantenimiento. Todo está en obras, las calles levantadas, los edificios viejos y descuidados, y la sensación de compararla, como atracción turística, con Cartagena, la ridiculiza. La ciudad crece y sabe la importancia de la parte histórica, así que para mantener el Patrimonio de la Humanidad quiere reformarlo, reconstruir partes y darle esa imagen del no paso del tiempo. Para ello, dan igual los medios, cuando nos interesa el fin. Con razón los vecinos protestan, están desalojándolos, para derruir sus casas y reconstruirlas. Las casas de sus familias, de tiempo atrás, de vidas y recuerdos. Lo venden como progreso, como mantenimiento, pero las nuevas casas coloniales reconstruidas son compradas por nuevos propietarios ricos, en otro movimiento especulativo, para construir nuevos apartamentos, restaurantes, y acabar poco a poco, por transformar el barrio, un nuevo Patrimonio de la Humanidad para las clases pudientes. y Los vecinos actuales, no pueden contra el gobierno, cuando toman estas medidas.




Por otro lado, es realmente pequeño. Lo visitas en un momento. La Iglesia de San José, con un impresionante altar de oro, que no pudo saquear el pirata Morgan, ya que el cura lo pintó de negro; la Plaza de la Independencia, con la Catedral, cubierta en sus torres por madreperla; la Plaza de Francia, en recuerdo al primer intento de construcción del canal por la delegación francesa, que fué devastada por las enfermedades, acabando por retirarse tras la muerte de cientos de ellos tras 20 años de intentos; La Plaza Bolívar, con el Teatro Nacional y el asombroso Hotel Colombia; el Palacio Presidencial, con la calle cortada y supervigilada, con tres garzas dentro que le dan el simbolismo gubernamental; las bóvedas de las antiguas cárceles; el paseo por los antiguos muros defensivos, con vistas al mar y todo el skyline; y casas coloniales, edificios de un encanto propio; y bares y restaurantes, como siempre. Bien vigilado por policias que parecen salidos del ejército, me refiero esteticamente, pero en realidad son entrenados por fuerzas militares norteamericanas, las denuncias por agresión son constantes y silenciadas; y todo por que, al lado, de la zona del Casco Antigio, hay infraviviendas, donde los robos se suceden; normal en una proximidad tan evidente y clasista.

Palacio presidencial

Saliendo de aquí y tras recorrer la Avenida Balboa, donde se encuentra el monumento al descubridor del Océano Pacífico, empiezan a sucederse autos de última generación, rascacielos, multinacionales, bancos internacionales, casinos y todo eso que te descoloca de dónde coño te encuentras. Un largo paseo hasta Panamá La Vieja, donde se encuentran las ruinas de la primera ciudad, y que ahora están en una zona infestada de mosquitos, sólo llegar y verlo a toda prisa por el ataque masivo de éstos.No hay mucho que ver, la verdad. A la vuelta es más excitante tomar uno de los diablos rojos, los autobuses antiguos de Panamá. Esos que sólo toman los locales, los que no tienen autos de enormes.



Al día siguiente nos fuimos a observar las esclusas del canal, no la parte oficial, donde pagas por verlas, sino las del medio, las de PedroMiguel, que para estar parado viendo la calma con la que se mueven los barquitos, ya está bien. Es más por verlo, que vivir una gran experiencia. Eso sí el camino para llegar es precioso, al estar rodeado de diferentes Parques Nacionales.

Esclusas del Canal de Panamá, PedroMiguel

Y de aquí, hastiados por lo extraño de esta ciudad, para nada es atrayente, decidimos irnos hacia el Caribe, a buscar una playa donde poner la tienda de campaña y relajarnos algún día, sin pagar, sin dar dinero a esta jodida economía. Nos dirigíamos hacia Isla Grande, cerca de Portobelo. No fué preparado fué ua de esa sucesión de acontecimientos que nos llevaron hasta acá.
Primero era salir de la ciudad de Panamá, la terminal terrestre está alejada, realmente Panamá City es muy extensa, y puedes tomar un bus, más otro y otro, o un taxi, que si negocias el precio te sale más económico, más aún cuando en el bus no te puedes mover, se sube y baja gente, y te miran mal por ir con las mochilas molestando. Haré aquí un inciso sobre el carácter de los panameños. Creo que odian todo lo que se mueve. Nada sociables, nada comunicativos y sumisos en la ignorancia. Yo personalmente, la gente amable que me encontré eran todos colombianos.
En la terminal de Albrook, tomamos un bus hacia Colón. Esta terminal parece un aeropuerto, con centros comerciales, gente por todos los lados, filas enormes de personas que se tienen que venir hasta aquí para ir y venir de sus hogares al trabajo, está tan centralizado el transporte que está sobresaturada. Es agobiante.

Paramos en Sabanitas, para tomar otro bus hasta Portobelo. La zona es más tranquila y cambia por completo lo visto en la capital. Personas más humildes, más pequeño, más auténtico. La imagen de otro Panamá. Y caribeña, esta parte es la costa caibeña. Bueno Panamá es tan estrecho, que llegas de un punto a otro en una hora. Y por aquí viajábamos al lado de la costa, pasando pequeñas playas, avistando los primeros arrecifes y observando los primeros pueblos. Rodeados de las montañas y la selva del Parque Nacional Chagres, protegidos por su maravillosa abundancia vegetal, llegamos a Portobelo. El pueblo es muy pequeño, no creció más tras los años. Y tuvo su importancia como puerto marítimo en la dominación española, hasta que Henry Morgan lo quemó entero. Tras esto no se volvió a reconstruir, quedando ahora las ruinas de las fortalezas defensivas con sus cañones de antaño, siendo declarado como otro Patrimonio de la Humanidad, aunque para nada protegido, viendo a niños jugar por sus paredes, y con basura por todas las cercanías.



Pero no hay nada más que ver, y tras pasar un rato tienes que pensar que hacer. Pues por una de esas cosas de la comunicación, primero nos enteramos del pueblo con playita de La Guayra, donde hace presencia los rastafaris caribeños (no la moda actual, si no la religión rastafari, con sus templos), y de aquí al ir yendo en un bus, de la Isla Grande.
Así que acabamos en una playa caribeña, casi desierta, en una isla, llena de cocoteros y árboles de mango, de los que nos alimentábamos, durmiendo acampando gratis al lado del mar, más concretamente a un metro del agua, y relajados, sin nada de que preocuparse. Un poco más allá había un hotel con cabañas, del que usábamos los baños y tomábamos unas cervezas, al hacernos amiguitos del gerente. Y más allá unas casas, un pequeño pueblo pesquero. Algo de turismo llegaba, pero sólo para los fines de semana. Nosotros estábamos tranquilitos en nuestra tienda y tirados en el calentito agua del Caribe.




Luego nos prestaron unas gafas de snorkel, y ya subimos a los cielos bajando a las profundidades. Los arreceifes de majestuosos, coloridos y brillantes corales, de cualquier caprichosa forma, rodeado de las más curiosa fauna, estaban a 10 metros de la orilla. Y en esos metros pasas por bancos de peces tropicales, una manta raya, anémonas, peces loro, globo y arlequín. Vida en estado más que puro. Una relajante experiencia que mantuve durante cuatro impresionantes días. La gente hace yoga para no se qué. Ver los movimientos de los peces mientras surcas los barrancos submarinos de coral, sólo con un traje de baño y unas gafas, es mil veces más relajante. Tanto que cuando te das cuenta han pasado 5 horas flotando en la superficie del agua, mientras el sol castiga tu espalda, quemándola, bien quemadita. Da igual, no hay nada que hacer mas que estar en la playa, leer un poco, y cuando haga calor al agua. Un poco de snorkel, visitas al pueblo. Hablar un poco con la gente de allá, comer algo (aunque teníamos aguacates de los árboles, mangos y cocos, se acompaña mejor con alguna cervecita con algo de arroz y frijoles o plátanos fritos, duro el veganismo en la vida caribeña) y conocer a vecinos de acampada artesanos que venían a relajarse con la misma idea que nosotros.

Los primeros días todo fué genial. Pero llegó el Domingo, y llegaron, valga la redundancia, los domingueros. Esas personas que, sin ningún motivo que bañarse un ratito en la playa, dejan todo lleno de mierda y basura a su paso. Largas charlas debatiendo el sentido cultural de los panameños hacia el respeto a la naturaleza, más cuando la isla pertenece al Parque Nacional Chagres. No hay ningún progreso en años. Lo que hay, es lo que interesa que haya.Y cuando ves las latas de cerveza, los plásticos, algo de ropa, y cualquier cosa que te puedas imaginar, atrapadas en los corales, bajo el agua, o a veces flotando, te encabronas y los odias.
Además que en Julio en esta playa desovan tortugas marinas, que si ya están bien jodidas, al ir acabando con las playas de desove en toda la parte caribeña (a tener constancia que las tortugas marinas desovan donde nacieron, si al paso de los años construyes un puerto, un hotel o lo que sea, ellas mueren intentando llegar al sitio que buscan. Jodido destino.),aquí lo están más. Está descuidada, desprotegida. La gente llega a llevarse los huevos sin ningún tipo de protección, repito lo de que es un Parque Nacional.

Al quinto día nos fuimos, aprovechando que los vecinos de acampada, una pareja argentinacolombiana, tenían una furgoneta rehippie y nos llevaban hasta la ciudad de Panamá. Esa era la idea si la conseguían arrancar, que tenía problemas mecánicos y de batería. Para ello, tras cruzar en barca hasta la península, y hacer dedo hasta el pueblo cercano, empujamos la furgoneta, echa mierda, hasta que arrancó. Perfecto, pasamos por Colón, viendo sus calles; es más pequeño que Panamá City, teniendo en cuenta que tiene la zona de libre comercio y el otro extremo del canal, eso sí, tiene más encanto, tal vez un tanto turbio; y luego nos dirigíamos hacía la terminal de buses, cuando en medio de la carretera, con un atasco enorme, se le cayó el eje de dirección a la furgoneta, ese que mueve el motor y las ruedas. Fué genial el instante en que vimos eso, en medio de la carretera, y los autos de al lado flipando. No se podía mover, así que aprovechamos la cuesta abajo, para llegar a una gasolinera donde aparcaron y se quedaron a ver que hacían. Nosotros nos despedimos y tomamos un taxi, para llegar a la estación, que estaba más lejos de lo que parecía, para ir andando.

Esperando, unas largas horas, en la estación, al fin, tomamos el siguiente bus hacia David. De aquí, tras cruzar el canal por primera vez, tomamos otro, ya a primera hora de la mañana, hacia Boquete.
La idea era subir al volcán Baru, un punto emblemático al ser un mirador natural de las dos costas del itsmo, la caribeña y la pacífica. El verlas a la vez es un idea super atrayente. La otra era comprobar cómo se ha ido a la mierda esta ciudad. Aconsejada por todos los medios de inversión de Estados Unidos para los jubilados norteamericanos, estos emborregados han ido llegando con los años, comprándose propiedades, tiendas, restaurantes y aumentando el turismo a lo bestia, hasta el punto de no hablarse más que inglés, aunque algún sitio queda resistiendo. Además han favorecido con este crecimiento la importancia dre las estancias cafeteras, propiedad de europeos en su gran medida, que han revalorizado el precio de mercado de sus granos deluxe de café. Los precios de algunos de ellos, se diferencian por variedades, como el vino, son desorbitados en el mercado. Más cuando los trabajadores son en su mayorís indígenas Ngäbe-Buglé explotados, hasta lo que ahora prometen con el comercio justo. Mentiras como marketing.
Pero no duramos mucho, ya que los dos días que intentamos subir el volcán nos diluvió, dándonos opción de andar por la zona y comprobar lo americanizada que está. Se hacía surrealista observar nativos panameños junto a yankis con sombreros de cowboy. Una imagen muy acorde con el Panamá actual, resumido en una pequeña localidad.

Nos hartamos de Panamá. Desde David tomamos un bus hasta la frontera con Costa Rica. Tras ver los últimos paisajes del país llegamos al nuevo destino. Más papeleos. Nos habían comentado que la aduana de Costa Rica suele ser exigente, pero no nos dió problemas.
Queríamos cruzar el país sin parar aquí. Los precios son desorbitados. No nos quedaba tanta plata y ya sólo los autobuses son excesivos. La idea era cruzar a dedo hasta Nicaragua, un enclave perfecto para observar y comprender, con una historia de revoluciones, contras, dictaduras y el socialismo actual. No como Costa Rica, el paraiso de vacaciones de Norteamérica, el país desmilitarizado, que se vendió al imperalismo lucrativo del ocio. Todo está monopolizado por norteamericanos. Los Parques Nacionales han llegado a un punto de sobresaturación, que los ecosistemas se resienten. Vayas donde vayas hay millares de turistas sin control. Quizás sea el paraiso de la observación de biodiversidad, pero contribuir a este lucro no era nuestro deseo. Era interesante ver en lo que se había convertido el país, donde la pobreza abunda si sales de todos los centros turísticos, de las playas compradas por inversionistas, por los resorts que no dejan playas libres, por los circuitos turísticos que mandan a la gente de aquí para allá sin límite ni fin. Un país ausente en sí mismo. Sin futuro propio, manipulado y explotado. Y aunque ocupe un puesto de desarrollo medioambiental más avanzado que los demás de la zona, a la vez que desarrollo turístico y humano, todo viene por los intereses creados en él, que van añadidos a su posición cercana a Panamá y Colombia, además de a Honduras (tras el golpe de estado de 2010) cercando a Nicaragua, como único Estado de izquierdas, para el dominio de Centroamérica, y la vía libre al libre comercio con Suramérica.

La historia se repite como en sus vecinos. Diferentes gobiernos, alguno más social que otros, dictaduras, complots, golpes de estado auspiciados por los de siempre, Guerra Civil, invasión de la Union Fruits Company, defensa del proceso de paz en Centroamérica invadida por Estados Unidos en la década de los 80 en plena guerra fría (lo que le dió a su presidente Óscar Arias Sánchez el premio Nobel de la Paz, luego firmaría tratados de libre comercio con EE.UU. y privatizaría sectores enrgéticos. Todos se corrompen.), así hasta nuestros días.

Al final encontramos el camión. Uno de estos bien grandes. Con un conductor super buena onda. El Guarito. Un gran tipo. Con él fuimos cruzando el país por toda la costa, los Parques Nacionales, alguna parada técnica para almorzar (buenísimo el gallo pinto, arroz con frijoles), las montañas, los volcanes, pequeños pueblos, ciudades grandes San José, Liberia, ayuda a otros camiones amigos tirados por el camino, conversaciones, risas, amistad, otras paradas para ver la fauna local y hechar alguna fotito, meras pruebas de nuestro velóz paso por el país.




Finalmente llegamos a la frontera con Nicaragua, ya bien de noche y con una fila de camiones bien larga. Solución práctica: bebernos una botellita de ron panameño para calentar la espera. Luego un poquito de cena y a pasar. Pero como los camiones se movían lentos, muy lentos, decidimos pasar andando y esperar a nuestro amigo al otro lado. Fue un gracioso error. Al cruzar y sellar la salida de Costa Rica y la entrada a Nicaragua, no nos dejaron, por más que lo intentamos, volver a por nuestras mochilas que estaban en el camión. Tuvimos que pasar la noche, la aduana cerró, para esperar al día siguiente y que el camión cruzara la frontera. Así que nos tiramos en una esquinita del edificio de aduanas y ahí que dormimos.
Al día siguiente, ya con luz solar nos dimos cuenta, que el camión de Guarito era el segundo en la fila de espera. Joder, como complican las cosas los oficialismos.
Ahí acabó nuestro viaje con él, ya que el jefe le dejó esperando en la aduna hasta nueva orden. Un gran viaje. Un día a día con la vida de personas tan locas como divertidas. En monstruosos camiones con el más completo equipamiento, para la vida constante en la carretera, con sus anécdotas y situaciones peculiares.

Nosotros seguimos rumbo a Granada. Ahora en buses. Primer contacto con el país. Su gente maravillosa, humilde, respetuosa, íntegra y luchadora. El país saliendo adelante después de una historia de guerras, guerrillas, dictaduras, contras norteamericanas, gobiernos neoliberales, traiciones, y un emergente amanecer con el gobierno de izquierda socialista actual. El nuevo FSLN, con una imagen actual rehippie.Cambio de imagen (ahora el color oficial es rosa y se han declarado cristianos, socialistas y pacifistas) para acercar a los ciudadanos a un proceso de cambios, con muchas peculiaridades, pero con la ampila aceptación de la ciudadanía, menos la iglesia y el sector conservador (un poco lo de siempre).
Este es el centro de resistencia de Centroamérica. Una molestia para el control neoliberal de Estados Unidos, tras controlar el resto de paises, como sea, mirar el golpe de estado de Honduras por la administración Obama. Y en el país se sabe y se enorgullecen de ello, aunque como en todo haya sus escándalos de corrupciones y malas prácticas. Pero es importante que aguanten. De momento 4 añitos más. Luego habrá que seguir la evolución.

Los buses son más rurales. Un placer volver a una realidad de humildad. Pasamos por Rivas, donde cambiamos de bus, mientras contemplábamos el lago más grande de Centroamérica, el Lago Nicaragua, el único que tiene en agua dulce tiburones y que cuenta en su interior con la isla de Ometepe, formada por dos volcanes casi en simetría. Muy espectacular.
Recorriendo la costa del lago, llegamos a Granada. Por el camino, pequeños pueblos, con sus paradas de subida y bajada de gente, lo que daba al viaje una diversidad increíble.

Granada, quizás sea el destino más turístico del país. Pero es por algo. Es preciosa. Su identidad se mantiene en el colorido de sus calles, sus casas coloniales, sus iglesias, palacios, plazas y gentes.
El mercado principal mantiene la tradicionalidad de siempre, con sus productos locales y el día al día de los campesinos que acuden a venderlos. Las calles, dinamizadas por su normalidad, ajenas al turismo que domina alguna de ellas, vislumbran su pasado. Un pasado de orgullo de sus habitantes, en constante competencia con León, más al norte. Un historia de rivalidad. También fue el lugar donde intentó crear un gobierno norteamericano el filibustero William Walker en el siglo XIX, finalmente reprimido en cruentas batallas con la ayuda de Costa Rica.




Tras unos días andando relajadamente por ella, no es tan grande, hablando con el que quería preguntarnos lo que fuere, tomar unas cervecitas Toña, la cerveza local, buenísima, y recorrerla de arriba abajo, decidimos cambiar a su rival. La ciudad de León. Más luchadora, más crítica, revolucionaria y esencia de las guerrillas urbanas en los 80.
Para ello de bus en bus, con mucha calma, recorriendo el país, pasando por Managua, donde no quisimos pararnos mucho tiempo, volcanes (Masaya) y otros lagos, como el Managua.

De nuevo de pleno en el mercado local. La estación de buses, informal completamente, de León, está en pleno mercado. Muy interesante para ir caminando hacia el centro, seguidos de las miradas atentas de los locales.
La ciudad tiene una historia revolucionaria que se observa perfectamente en el Museo de la Revolución, en el Parque Central, frente a la Catedral (Patrimonio de la Humanidad,de las más antiguas de Centroamérica, y con la tumba de Ruben Darío en su interior) rodeado de volcanes, alguno en actividad y echando humito, y otros imponentes como el Momotombo. La visita al museo es acompañada por algún excombatiente que con 14 a 16 años entraron en guerrilla, con alguna secuela en mayor o menor apariencia. Sus recuerdos, su integridad, como viven la historia, hace que el paso por este museo sea obligado (aunque no tenga casi nada, unos periódicos enmarcados y algún mural, en su intento de autogestión del edificio) para entender la historia de este país, para conocer la vida de Sandino, el lider revolucionario que derrotó al ejercito norteamericano, en la única derrota en batalla, junto a la de Vietnam, los añós de traición del dictador Somoza, las ejecuciones y torturas de disidentes, la guerrilla sandinista del FSLN posterior, la liberación del país, la contra de Estados Unidos en plena guerra fría, el final de ésta y la democracia, los gobiernos neoliberales y finalmente el gobierno del FSLN de Ortega. Una historia que buscaba la situación actual, o los ideales iniciales de ésta. Por el camino muchas historias, una grande. Una que da la importancia a este pequeño país.







Por las calles otros murales recordando el pasado, dando una identidad a esta ciudad universitaria, que cuenta con buenas ofertas culturales. Además de atractivos naturales, que está haciendo crecer el turismo mochilero que va llegando aquí. Sobre todo de norteamericanos que buscan una parte de la historia de las mentiras de sus gobiernos. Buenísimo Reagan justificando la invasión de las contras por la amenaza del posible ataque de Nicaragua a Estados Unidos, montados a caballo, tal vez.
Eso está conviertiendo a León en un destino principal del país. Y la verdad que tiene una esencia muy auténtica.






A las afueras, se encuentra León Viejo, ciudad original, que fue sepultada por el Momotombo y reconstruida en su actual emplazamiento, el León de ahora. Para llegar hay que tomar un bus que te deja en el cruce, y luego ir a dedo, ya que no hay más transporte. Las ruinas, aunque Patrimonio de la Humanidad, no son gran cosa. Es más significativo, el pueblo que está al lado, además de estar al lado del Lago Managua, con unas vistas inmejorables del Momotombo, y un poco más alejado el volcán Momotombito. Ésto es lo mejor de la zona. Espectacular su forma cónica, y el colorido de su entorno. De ensueño. Un entrañable lugar.
De regreso a la ciudad, seguimos viendo sus edificios, sus iglesias y plazas y murales. Nos tomamos las últimas cervezas y nos preparamos para el viaje de vuelta hacia San José, Costa Rica.
En dos días teníamos el avión que daría por concluida una parte del viaje, una parte de mi vida. Una parte inmejorable. La mejor, tal vez.





Una película:

- La canción de Carla. 



 Tras arduas deliberaciones, pros y contras, objetividades y subjetividades, pasos existenciales a valorar, mi propia esencia evolucionada, las experiencias vividas y posibles nuevas aspiraciones, con el valor añadido de la ausencia de plata (el billete de avión como inversión final), valoraciones de recuperación económica, incertidumbres llamativas de los nuevos pasos, y bla, bla, bla, bla, decidimos irnos a Denver, Colorado, Estados Unidos. El cambio total, pero enfocado en la temporalidad necesaria de recuperación para volver a emprender el rumbo hacia un proceso sin fin en nuestras vidas. Más sabiendo que Kara tenía un trabajo esperando aquí, y que yo podría ir buscando algo para ir tirando. Claro que para amortizar sería mejor estar el mayor tiempo posible, en un rango de 6 meses, y ver como se enfocaban éstos. Por eso conseguí mi Visa de turista, con una pequeña falsificación bancaria, y a falta de ver el tiempo que me daban en la aduana. Una vez dentro todo se iría viendo.
Afrontar ese cambio después de estar viviendo en unos lugares únicos, unas experiencias inolvidables, tras este año y medio, iba a costar. Más sabiendo dónde me iba. Pero eso lo hacía de una extrañana manera más atrayente, con otras posibilidades abiertas, además de completar un proceso de entendimiento de la humanidad, en su pasado, presente y jodidos futuros, en la idiosincrasia de cada pueblo. Aunque el norteamericano me llamara menos la atención, buscaría enfocar los positivismos que pudiera encontrar. Al fin y al cabo era un medio para un fin, y el amor hacía el resto. Siempre hay pequeñas revoluciones en cada pueblo, y en Estados Unidos va a ser interesante buscarlas.

Y, para allá que íbamos. Tras un montón de autobuses, de León a Managua, a Granada, a Rivas, a la frontera (por cierto en Nicaragua pagas para entrar, para salir, impuestos especiales, tasas de no se qué, joder, te sacan todo lo que pueden), hacer noche en un motelillo aquí, después a la mañana siguiente a Liberia, de aquí a San José y de aquí al aeropuerto, previa noche en  Alajuela.
Últimas cervecitas, patacones, yucas. Últimos momentos escuchando castellano. Recuerdos, nervios, decisiones afrontadas, nuevos horizontes hacia nuevos futuros.
Últimas despedidas. Aeropuerto.



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