03 enero 2012

ACABANDO EL AÑO, O NO...

Para salir de Santiago a dedo, lo mejor es salir de la ciudad y sus periferias.
Un buen sitio es Nogales, por su cercanía a Santiago, y por estar en la Ruta 5 o Panamericana, que realmente es la carretera que recorre todo Chile de norte a sur.
Así fue. Desde aquí nos levantó un camión que transportaba pañales a un supermercado en Coquimbo. Perfecto, nois invitó a cenar y nos adelantó un montón de kilometros de la ruta, la idea era ir viajando hacia el norte.
Conversaciones aquí y allá, al final, pasamos la noche durmiendo dentro del remolque, donde llevaba los pañales, al lado de una gasolinera, como si de la generación beat se tratara. Trascendencias aparte, la sensación de humildad, de ruptura con el convencionalismo viajero, te hace gratificar la sensación del frío suelo del camión, sólo cortado por la sencillez de un aislante. Muy buena onda, aunque el paso de camiones por la gasolinera , y algún que otro perro enfadado, no nos dejo dormir muy bien.

Al día siguiente, casi sin tiempo para tomarnos un café, nos levantó otro camión, que iba hacia Copiapó.
Esta es una parte nueva de Chile para nosotros, ya que se adentra por primera vez por el desierto de Atacama. Y se nota, de repente la vegetación pasa a desaparecer y el horizonte se convierte en un caluroso montón de arena y piedras, en el desierto más seco y estéril del mundo.
Toda esta zona esta repleta de minas, ya que es la zona de mayor producción del mundo de cobre, entre otros metales y minerales, y cuenta con la mina de San José, que se hizo famosa por el rescate de los 33 mineros el año pasado. Por cierto, ahora se ha sabido que el presidente Piñera, tardó una semana en llegar y relentizó el rescate hasta su llegada, sólo para salir en la foto, importante debido a su baja popularidad en ese momento. Aunque me repita, bastardo.
Además se da un fenómeno muy curioso. Todos los años a la altura de Vallenar y Copiapó, en Octubre aproximadamente, aparecen flores en medio del desierto, formando un espectacular valle de colorido inusual. Este año, llovió más de lo habitual, y estando en Diciembre, aún había zonas donde se podían observar estas flores.
Además de esto es curioso ver pequeños pueblos en medio de la nada, sobreviviendo en un ecosistema hostíl, claro, que desde su perspectiva, puede ser la relajación perfecta fuera del caos, estrés y alienación de las otras ciudades.

Copiapó no tiene gran cosa que ver, y que hacer. Su crecimiento se debe a la minería, y en la ciudad, básicamente viven mineros que aprovechan los días libres, cada tanto tiempo bajo el subsuelo, para irse de fiesta por la ciudad. Igual lo más interesante es la ubicación que tiene en medio del desierto, con las dificultades que eso entraña, pero gratificada por el turismo que llega en Enero, para ver el nuevo rally Dakar, que ahora es por Argentina, Chile y Perú.

Saliendo de la sequedad de esta ciudad  nos dirigimos hacia Caldera, pequeño pueblo situado en el desierto, pero a la orilla del Pacífico. Y esto hace que este desierto sea más original aún, su cercanía al océano.
Lo mejor del pueblo es la playa de Bahía Inglesa. Un poco sobrestimada (mierda de nuevo de la Lonely Planet y su hegemonía manipulativa y sugestionaria), pero increíble por su localización, y por estar formada por arenas de concha blanca. Las aguas están relativamente calientes para lo que es la zona, así que el baño está asegurado. Mi primer baño en el Pacífico Suramericano!!! Así que para joder momentáneamente el momento, una estrella de mar me dio una patada, bueno me golpeó con uno de sus brazos. Jajajaja, que maja, la colocamos en una zona de rocas para que no corriese peligro.

Bahía Inglesa

Calles de Caldera

Por esta zona hay diferentes cosas para ver. Muchas en plan paleontológico. Otras con playas de arena blanca fina. Pero necesitas un auto para llegar o contratar uno de esos muchos tours que aparecen de la nada, según la demanda del momento, o de la Lonely Planet.

Nosotros decidimos seguir nuestro rumbo para el norte, cuando nos enteramos que a las afueras de Caldera habían encontrado restos de ballenas de 7 millones de años. Así que para allá.
Cuando intentaban ampliar a doble carril la Ruta 5, se dieron cuenta que había un cementerio de ballenas, algo que ya sospechaban hace años. Se protegió la zona y se procedió a la excavación.
Se han encontrado entre 20 y 30 ejemplares adultos y aún pueden aparecer más. Eso si toda la zona protegida para la excavación está llena de mierda y basura, que se sigue tirando por los alrededores. Pudimos echar un vistazo a algunos restos.

Zona protegida de la excavación llena de basura

Ballena de 7 millones de años

Y justo, al lado de la excavación, y casi sin quererlo, nos levantó una pequeña furgoneta, que trasportaba vidrios de seguridad para sucursales del Banco Santander. No hay que decir que parte de la conversación giró en torno a como se pueden romper mejor esos cristales, jejejeje. Y es por las esquinas, aquí no aguantan una buena pedrada (por si a alguien le interesa).
Para nuestra sorpresa nos llevó hasta Antofagasta, pasando por la parte más árida del desierto, donde las rocas dan paso a montañas, minas, valles arenosos, playas y el Parque Nacional Pan de Azúcar.
Tras más de 6 horas de viaje, en un espacio reducido, con nuestras mochilas golpeando las vidrieras (no por la esquina claro), con el calor del desierto, con algún espejismo, y pasando alguna posada, de nuevo nos invitaron a comer y a tomar unas cervecitas, más calientes que frías, mientras oíamos el partido de fútbol de la liga chilena.

En éstas, ya de noche, entramos en Antofagasta. Bueno, entramos en la zona comercial y portuaria, donde estuvimos un ratito perdidos por la mala señalización.
Aquí nos despedimos del compadre y nos dirigimos a buscar un alojamiento. La ciudad de noche es caótica y turbia, por dar algún adjetivo. Aquí se ha unido el crecimiento de un gran urbe a raíz de la minería, con la inmigración colombiana de drogas y prostitución, con el crecimiento económico de la vida en la ciudad, y las construcciones masivas en los cerros que la rodean, y en las periferias.
No es una ciudad turística, para nada, aunque su centro histórico rezuma tranquilidad y ciertos aires colonistas, que lo diferencian un poco del resto.
Y, el movimiento por estas fechas es fuerte, con calles repletas de gente consumiendo sin parar, más allá de sus posibilidades. Esto es de lo que se aprovechan las grandes superficies alimentarias y comerciales, concediendo compras de pago a plazos, que luego tras la imposibilidad de realizar estos pagos proceden a retirar de sus nuevos y breves usuarios. Una cara del consumismo materialista alejado del propio existencialismo humano, y acercado al surrealismo del absurdo. Pero engancha a la gente que se agolpa para sus compras navideñas, alejando de su mente la inevitabilidad de la lógica realidad.

Por otro lado, el icono de referencia de la ciudad, es un monumento natural que se sitúa a las afueras. Es La Portada. La zona refleja la erosión provocada por la unión del desierto, los vientos oceánicos y la constitución de este paraje. Y el monumento en cuestión, cualquier día de estos se va para abajo. Mientras la vista de los acantilados, de las aves marinas y la ciudad de fondo, es lo que más merece la pena de esta zona.

Monumento Natural La Portada


¿ Buitres en la Catedral?

Plaza Colón

Antofagasta



Tras pasar un par de noches, de las cuales, para abaratar costes, acabamos cocinando con la cocinilla de gas dentro de la habitación de una pensión de lo más bizarra (igual nadie se dio cuenta del humito que salía de dentro, jejejeje), decidimos tomar un bus para acercarnos a San Pedro de Atacama.


Este pueblo es la segunda zona de Chile más visitada por el turismo, después del Parque Nacional de Torres del Paine. Y, teniendo en cuenta, que el parque es libre para que cada uno haga lo que quiera de senderismo, de días, y de circuitos, convierte a este pueblo en el centro del turismo.
Y nada más que llegas, te das cuenta del rápido crecimiento de éste, que en unos años, ha dejado de lado a sus habitantes (atacameños, marcados por el tono moreno e indígena del desierto), para proliferar las agencias de turismo, de souvenires, de hostales, hoteles de lujo (para lo que es el desierto y sus recursos), restaurantes, y un largo lógico etcétera, pareciendo más un jodido parque de atracciones, que un lugar dónde poder contemplar sus maravillas naturales (algunas sin coherencia, creadas sólo para aumentar el número de tours y ganancias). Y, es que se puede hacer de todo. Eso sí, todos los más avispados empresarios se están haciendo de oro monopolizando todos los circuitos y locales de cualquier tipo, mientras los lugareños se conforman con sobrevivir con sus pequeños negocios. Y aquí la plata que se mueve es mucha ya que prácticamente todo el año es temporada alta.
Pero lógicas turísticas aparte, el sitio tiene un montón de cosas para observar y experimentar, y que es a lo que nos dedicamos, intentando apartar de la mente la tremenda falsedad de la ciudad.

Por nombrar algunos, los Ojos del Salar (doble circunferencia con sendas lagunas de agua dulce en medio del Salar de Atacama), lagunas salares, Laguna Céjar (con más salinidad que las aguas del mar muerto, y con menos mierda que éste, dónde literalmente flotas por la diferencia de la densidad del agua y la sal), Valle de la Luna (posiblemente, el icono de referencia del pueblo, cerros y dunas,de hermosa mezcla de sal y tierra, que conforman un paisaje como su mismo nombre se refiere), Valle de la Muerte (parecido al anterior, pero con más riscos y dunas, donde se practica el sandboard), vistas de los diversos volcanes de la zona, una de las más altas de los Andes que se unen al altiplano boliviano, cerros, poblaciones de aves acuáticas, donde dominan los flamencos, reservas naturales...

Garganta del Diablo
Iglesia de San Pedro

Valle de la Luna


Dunas del Valle de la Muerte


Los tours te llevan a todos los sitios a precios desorbitados, por lo que es mejor alquilar una bici de montaña y hacerlo por tu cuenta. Y si en la entrada de todos los monumentos, (que antes eran gratis pero que ahora son de pago, de lucro personal sobre la naturaleza, que no conservacionista) dices que eres estudiante, te ahorras unos pesos.
Eso hicimos, aunque reconozco que me costó subirme a la bici, después de 8 años o así, pero que cuando pones los dos pies, ya empiezas a dar saltitos y cabriolas como un adolescente con juguete nuevo.
Con éstas nos fuimos a ver Pukará de Quitor, un sitio arqueológico precolombino, el cañón del Valle de la Muerte, donde andas entre acantilados y formaciones rocosas de carácter claustrofóbico en algunas partes y que encontramos por equivocación, la Garganta del Diablo, como la anterior pero más espectacular, cruzando un río para subir a un puerto de montaña del que te deslizas como el viento huracanado en el descenso, y paisajes sorprendentes de una inusitada belleza.

Pukará de Quitor

Y, tras esto, subimos al cerro. Al Cerro Toco (5.604 metros de altitud). Pero a nuestro aire, saliendo de la comodidad y estupidez de hacerlo con un tour organizado, que te lleva el oxígeno y de la manita hasta la cumbre, y que tenían un valor de 80.000 pesos chilenos (unos 120 euros). Elegimos éste, porque para subir un pico alto, era el de más fácil acceso. Así, que una furgoneta nos acercó a su base, y de aquí a andar. O a intentarlo por que es evidente la falta de oxígeno, y cuando más subiendo peor. Además, como no encontramos el sendero, bueno intentamos atajar éste, subimos campo a través, escalando por rocas, mientras a nuestros pies las vicuñas comían de la escasa vegetación de la zona.
Y esto es jodido, bien jodido, sobre todo si vienes de las noches anteriores en las que has estado de fiesta en el hostel.

Desierto de Atacama y volcán Licankabur

Laguna Blanca desde el Cerro Toco

Pero la perseverancia, la tranquilidad, las pausas lógicas para tomar aire, las fotitos, las lágrimas que te caen cuando ves desde esa altura todo el maravilloso paisaje de la plenitud del desierto, los volcanes, los otros cerros, lagunas y Bolivia (porque estamos muy cerca de la frontera), todo te hace seguir, con orgullo y rabia, porque de veras que hay momentos jodidos de aire, donde das 10 pasos y jadeas tras cuál maratón.
Y se llega. Y es maravilloso. Y lloro. Es especial. Nunaca había llegado tan alto. Sin palabras. Silencio. Respiración pausada llena de ideas, ilusiones y alegría. Esa felicidad que te sobrepasa en estos momentos. No será el último. Toca bajar.
La bajada es más rápida, pero con cuidado. Una vez ya aclimatados a la altura, hay momentos que la falta de oxígeno da la sensación de un estado curioso de ebriedad sin estarlo, los pasos son más rápidos. El descenso es más fácil. Llegamos abajo, tras unas largas horas, y con la visita fortuita de un zorro del desierto.
Sólo falta intentar llegar a dedo a la ciudad que está a 40 Km.
No pasa nadie. Normalmente no pasa nadie más que los tours y sus furgonetas. Y hace mucho calor. No nos queda agua, y estamos con los labios agrietados y la piel quemada.
Cambiamos de idea. Mejor ir en dirección a la frontera con Bolivia y de ahí hacer dedo hacia San Pedro. Nos levanta un camión, pero para nuestra sorpresa cuando nos damos cuenta estamos yendo dirección a la frontera, pero de Argentina. Cuando pasa un auto, frena, cruza el camión, enciende todas las luces y salimos a intentar parar nuestra única opción de llegar antes del anochecer. Es un coche de lujo con unos brasileños de dinero, pero con buena fe. Nos llevan a 150 por hora hasta San Pedro. Yeahhhhhhh. Misión cumplida.
Unas cervecitas para celebrarlo y recordarlo para siempre, como merece ser recordado.

El día de Nochebuena nos damos una cenita en el hostel con fiestecita, para acabar en una rave improvisada en el desierto. Es lo que faltaba. Ya estamos listos para cruzar a Bolivia y dejar Chile. Son momentos de introspección, de lo que nos ha dado este país, de todos los meses que por él hemos morado, de todas las experiencias vividas. Pero hay que cambiar, y Bolivia es lo que más estaba ansiando. Ya está aquí.

Después de mirar lo más económico, dentro de todas las opciones posibles, y con la ayuda de un amigo boliviano, decidimos contratar, el que es mi primer gran tour, cosa que odio, pero que en estas circunstancias es la mejor idea para realizar el trayecto hacia La Paz, y cruzar por todos los lagos y salares de la región de Uyuni, con el sobreconocido Salar de Uyuni.

El tour nos cruzó la frontera con Bolivia, donde sólo hay una caseta en medio de la nada, y donde empezamos nuestro circuito apasionante de 3 días, por una de las zonas más espectaculares del planeta.
Vamos en un 4x4, con nuestro amigable conductor Saso, que nos va enseñando algunas nociones de Quechua, a la que vamos realizando las paradas de todos los parajes que conforman la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa.


Laguna verde


Geyseres

Laguna Colorada

Llamitas





Como narrarlo, es impresionante. La primera noche dormimos en un refugio, la segunda en un hotel de sal, sí, todo de sal, y doy fe porque chupé todo lo que veía, las mesas, las paredes, el suelo, jajaja, se me quedó hecha mierda la lengua.
Lo más loco fue intentar echar un partido de fútbol, al lado de un lago, donde los flamencos andaban por sus aguas sulfurosas. Estábamos a 4.500 metros de altura. Una patada y sin respiración. Apasionante. Hay zonas volcánicas, geyseres, lagos de diversos colores, una laguna espectacular roja, debido a las algas que están en sus aguas, llamas, vicuñas, aves diversas. Todo son sensaciones, colores, imágenes, conversaciones.


Flamencos en la Laguna hedionda




Y, el tercer día, el Salar de Uyuni.
Es el salar más grande del mundo y el único que se ve desde la luna. Además de la reserva de litio más grande del planeta. Las dimensiones son descomunales, sobrecoge.
El día empezó con lluvia, pero se disipó. De nuevo la Pachamama nos escuchó y nos regaló el mejor día posible para disfrutar de esta maravilla.

Amanecer en el Salar de Uyuni

Lo primero en llegar es a la Isla Incahuasi, dónde dominan los cactus de más de 1.000 años de antigüedad, y que es la isla que parece en medio del salar. Las vistas de todo el salar son formidables.

Isla de Incahuasi
De aquí al cielo, y literalmente. Cuando llueve en el salar, se forma una fina capa de agua que hace un reflejo del cielo, rompiendo y borrando el horizonte, y dando lugar a una de las sensaciones más únicas del mundo. La sensación de volar, de estar soñando, de estar en cualquier sitio menos en el suelo, que hace unas horas pisábamos, de mantenernos cerca del todo, y a la vez en la nada. No se puede comentar. Es vivirlo. Podrías estar días y días soñando. Viendo como los que están a tu alrededor flotan, vuelan, cambian de la dimensión más terrenal, a la locura de los sentidos. Y de aquí, las fotos. Todo el mundo se prepara su fotos. Todas ingeniosas y originales. Muy buenas risas.





Tras esto, se pasa la zona con agua y se llega a la zona seca. Aquí aparecen las costras de sal en la infinitud del horizonte. Blanco, blanquísimo. Otro espectacular paisaje.


Y, con esto, tras la última comida, nos dirigimos hacia la salida del salar. Realmente te encuentras tan ensimismado que no eres consciente de nada. Inmejorable.
Tras ver el cementerio de trenes de Uyuni, nos apeamos aquí. Una visita rápida a la ciudad, dónde empezamos a tomar contacto con la otra realidad de Suramérica. Esto ya no es Argentina ni Chile. Es más puro, más auténtico, más cultural, más original, más realista. Estamos ya en Bolivia, y se palpa en las calles. Aparecen las cholitas, mujeres con traje tradicional muy reconocido por su sombrero en la cabeza, comidas en las calles, coches más viejos, otros rasgos, otra tranquilidad, otra visión. esto es lo que esperaba. Aquí está, ahora toca despertar los sentidos, cambiar la anterior concepción de la realidad de los otros países y empezar a comprender ésta.

Uyuni

No pasamos mucho tiempo en Uyuni, ya que salimos en bus nocturno hacia La Paz. Es el primer destino. Acabar el año en el cambio del momento, coincidiendo con la entrada del 2012.


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