Más concrétamente en el barrio de Sumumpaya, dentro del municipio de Colcapirhua, a ocho kilómetros de Cochabamba.
Sin nada, totalmente vacío en su extrema humildad, más un colchón como único mobiliario, iba a ser nuestro pequeño hogar en esta breve pero intensa nueva experiencia.
La asociación, o si queremos llamarla Ong, aunque muy humilde y pequeña, hace un trabajo encomiable con los niñxs que viven en las cárceles dónde residen sus padres, madres o ambos. Sobre todo de las de San Pablo (en Quillacollo) y San Sebastián (Cochabamba) en los dos módulos diferentes de hombres y mujeres.
Las familias viven ahí, experando juicio o cumpliendo pena, hacinados en las minúsculas celdas, en las cuales pueden alojarse varias familias por cama. A veces inocentes, otras no, pueden estar años, en los que incluso pagan un pequeño alquiler por vivir ahí. Otras veces las madres salen de las cárceles para intentar buscar trabajo y se llevan a lxs chicxs, pudiendo volver a dormir, o hacerlo en otro sitio.
Y son muchxs niñxs. Los pequeños, de 1 a 6 años, pasan el día en el colegio parvulario de la asociación. Mientras que los más mayores, hasta 18 años, van al colegio público, y en otra sede de la asociación, a sólo cuatro cuadras de la otra, reciben talleres, apoyo escolar, psicológico, deportes, como complemento a la educación escolar oficial, y como apoyo a una futura salida óptima en la vida, rompiendo con la estigmatización a la que se ven sometidxs a diario por su precaria situación. En definitiva, una oportunidad de futuro.
Nosotros ayudamos con los más pequeños, desde juegos, cuidados a los bebés, primera alfabetización a los que se encuentran entre los cuatro y los seis (antes de que entren en el colegio), cocina, idas y regresos a las cárceles. Y con los mayores realizando un taller de teatro de improvisación y exteriorización de esos sentimientos tan reprimidos como oprimidos.
La implicación es tan alta que conoces cada pensamiento de los peques. Es gratificante poder aportar algo, por poco que sea, ya que el trabajo es breve, lo suyo sería estar una larga temporada, pero la visa no da para ello. Pero también es duro. Duro conocer alguna historia personal. Duro conocer cosas que suceden en la vida de algunx. Historias que con la mayor naturalidad te la cuentan ellxs, como si nada, mientras a tí te impacta el corazón esas diferentes realidades. Por eso el proceso de empatización con el trabajo, con el apoyo, con una pequeño juego, abrazo, caricia, sonrisa, es tan fuerte, que te une a ese proceso de evolución del día a día de sus vidas. Aunque muchas veces ese proceso se rompe porque los padres deciden que no vayan al colegio, por ejemplo, porque llueve mucho o hace frío. Contra eso no se puede hacer nada.
Ni contra otras actitudes que ves, incluso de las educadoras, que desde tu punto de vista no ves correcto, pero del que te tienes que mantener alejado, porque es su día a día, su trabajo, su proceso de educantes, y tu sólo estás de paso. También, a veces, eso frustra.
Por las tardes, una visitilla a la ciudad. Algún encuentro con amigxs y otros viajeros. Observar las manifestaciones que se suceden, los bloqueos, las vidas.
Y para dsconectar y relajarse, nada mejor que acudir al Carnaval de Oruro, Patrimonio Cultural de la Humanidad, y la fiesta más conocida del país.
Pero al llegar no ví cumplida mis expectativas. Es tan famoso, que se llena de turistas y personas de todo el país, a lo que le ponen un precio alto para asistir al él. Porque a diferencia del de Potosí, del que toda la gente participaba, en el de Oruro, las calles por la que desfilan las diferentes comparsas están cerradas al público, si éste no paga un asiento en las graderías instaladas en toda su periferia. Y los precios son excesivos, para lxs propixs ciudadanxs, que no pudiendo pagarlo, se dedican a reciclar los plásticos, latas de aluminio de cervezas, venden comida, sprays de espuma, o cualquier cosa que les pueda proporcionar algo de ingreso aprovechando estas fechas. Y eso precios oscilan entre 20 y 50 dólares por asiento, llegando a pagarse más de 100 por sitios de buena visión o palcos (el salario mínimo en Bolivia está en poco más de 80 euros).
Diablada |
Al darnos cuenta intentamos encontrar un sitio dónde poder ver los desfiles sin pagar. Pero era difícil, hay mucha vigilancia y es bastante innacesible. Aún así la determinación y conocer a unos bolivianos que sabían de esto, nos otorgó el premio a la constancia y pudimos encontrar un huequito dónde observar los diferentes bailes. Diablada, caporales, tinkus, morenada... Luego la fiesta siguió. En Oruro el carnaval es ininterrumpido. Empiezan a las 8 de la mañana y enlazan, tras toda la noche, con las 8 de la mañana del día siguienete. Eso durante el fin de semana que es el momento grande. Por la noche es cuando es gratis y puedes ir bailando con las comparsas, que aguantan el altísimo grado de ebriedad de los que ya llevan todo el día de fiesta.
Y, claro, el precio de los alojamientos es elevado para estas fechas. El resto del año, no hay muchas visitas a la ciudad, que al margen de sus plazas, no tiene nada realmente interesante. Por eso, acabamos durmiendo en la estación de buses, esperando la vuelta a Cocha.
El siguiente fin de semana, tras más trabajo y disfrute en el colegio, le tocó el turno al carnaval de la ciudad. Y este es mejor, más loco, y del que todo el mundo puede verlo, disfrutarlo, aunque siga habiendo graderíos. Más cerveza, más espumas, y más bailes. En Cochabamba el tradicional es el caporales, cada ciudad tiene el suyo, en Oruro es la Diablada.
También se programó un gran festival metalero con grupos internacionales que mantenía las expectativas de los asistentes. De España iban a tocar Non Servium y Berri Txarrak. Digo iban a tocar porque no se celebró. La persona que tenía la plata para pagar los pasajes de los grupos se fue con todo el dinero y se tuvo que cancelar. Cosas que pasan. pero para suplirlo, más humilde, y con la protesta por la ley SOPA contra el internet libre, se hizo un minifestival en una sala con grupos locales. Un poco caótico, pero tuvo su gracia.
A la vuelta al cole ocurrió. En una de esas mañanas en las que los niñxs llegan hiperactivos de las cárceles y estás jugando con ellxs hasta el desayuno, me pasó. Con la feliz idea de hacer un poco de circo, una pirueta por aquí, unos saltos para allá, te levanto y te giras, la espalda crugió. Lévemente, pero crugió. Y me quedé doblado. Tuve que ir al hospital. Lumbalgia aguda. Tenía la espalda superinflamada. Tanta mochila arriba, abajo, cuesta arriba, en ruta, en bus...pasó factura y ahora tocaba reposo.
Aunque el colchón que teníamos no era precísamente de masajes, tuvo que cuidarme una semanita. Era mejor asegurar el reposo para poder seguir adelante con comodidad.
Así que me dediqué a la lectura latinoamericana. En Cochabamba, a la par que en La Paz, venden en las calles libros falsos, fotocopiados de los originales, a la mierda el copyright, más o menos actuales, a un precio muy económico. Cuidándolos, una vez leídos, los puedes volver a vender, perdiendo un poquito, claro, y comprarte otro, sin tener que ir acumulándolos. El espacio y el peso de la mochila es vital.
Algunos recomendados:
El delirio de Turing (Edmundo Paz Soldán), escritor de Cochabamba, y de los más reconocidos en Bolivia.
El Sueño del Celta (Mario Vargas Llosa), para lo conservador que es, y teniendo en cuenta sus otras obras, este libro tiene un interés social muy grande, por el tema que abarca.
El precio del estaño (Néstor Taboada Terán), uno de los intelectuales bolivianos del siglo XX. Una lectura muy social. Una masacre de mineros.
Tras mi pronta recuperación, para celebrarlo, una visita a los pueblos cercanos a Cocha. Y que mejor que son los que hacen Chicha (bebida alcohólica a base de maíz, originaria del imperio inca). Pasando el Lago Angostura se llega a Tarata, una pequeña localidad con gran encanto. Aquí, sin turistas, y socializando con la cultura local, se puede hacer una grata degustación. Luego vuelta de nuevo al colegio, con más fuerzas, y con ganas renovadas.
Todo el Departamento de Cochabamba posée una infinidad de atractivos que visitar, tanto naturales, como sociales, como arqueológicos. La distribución de éste mismo da lugar a ello. Desde ecosistemas únicos, a tradiciones arraigadas en el tiempo (como son los tinkus, peleas rituales preincas entre diferentes pueblos, con el consentimiento amistoso de ellos mismos, en las que tiene que haber algún derramamiento de sangre para bendecir a la Pachamama. Ahora están más controladas y hay arbitros que vigilan unas normas más actualizadas, ya que hasta hace poco llegaba a haber incluso muertes, cuanto más sangre mejor para la Pacha, pasamos por alguno de ellos, sin tinkus), a Parques Nacionales, ruinas incas, arquitecturas coloniales.
Es un sitio para perderse un tiempecito.
Entre ellos también visitamos la región de Chaparé. Saliendo de la zona montañosa que rodea a Cochabamba y después del Parque Nacional Tunari, sorteando los Yungas, aparece la región previa a la zona de selva del Tipnis. Lugar de cultivo de la hoja de coca, llegamos a la ciudad de Villa Tunari (principio o final de la problemática carretera, aunque aquí no hay evidencia alguna de esa realidad, ni carteles ni graffitis, ni alusióan al tema). La llegada se alargó más de lo previsto por una de esas improvisaciones que te dan los caminos del país. Entre la exuberante vegetación montañosa de la zona, el camino estaba en obras, por alguna irregularidad en su paso, que demoró nuestro trayecto dos horas, entre más calor y mosquitos acechantes. Calma, no es algo nuevo.
Cerca de la ciudad hay un parque que se dedica a rescatar especies salvajes, secuestradas por los locales, heridas por las zonas adyacentes, utilizadas de diversión, y cualquier tipo de explotación animal hacia la diversidad de este ecosistema húmedo, para cuidarlos y reintroducirlos de nuevo a su hábitat natural. Mientras viven en un extensísimo espacio abierto y campan a sus anchas con total libertad por él. Es el Parque Machía, que aunque aparece en la Lonely Planet y atrae a bastantes turistas, la labor que hace es bastante íntegra. Puedes pasear durante horas por sus caminos, que incluyen cascadas y miradores, con cuidado de los monos araña que son tan sociales como exagerádamente juguetones.
Villa Tunari |
Mono araña |
Capuchino |
La última semana fue la semana de los bloqueos.
Parece como si se hubiesen puesto de acuerdo para colapsar el país. Bloqueo aquí y no puedes pasar y si vas por otro lado, bloqueo de otra cosa. A nosotros nos tocó el bloqueo del municipio de Colcapirhua, al que pertenece el barrio de Sumumpaya donde están los colegios. No se podía acceder desde ningún lado de las carreteras que accedían. Todos las entradas estaban bloqueadas. Las protestas eran legítimas, bueno, realmente eran una disputa por unos terrenos entre dos municipios que cada uno se quería adueñar. En Colcapirhua decían que eran suyos y bloqueaban las vías hasta que la gobernabilidad se los concediera. Los diálogos siempre son lentos y más si hay coacción de por medio. Pero lo que me sorprendió es la manera de proceder. Ahí se perdió la legitimidad y se pasó al totalitarismo. La junta municipal, presidida por el alcalde, obligaba a todo el mundo a secundar el bloqueo estuvieran de acuerdo o no, bajo pena de multas administrativas añadidas a su factura de luz. Por eso, por turnos, cada edificio, cada departamento de cada uno de ellos, tenía una hora en la que sentarse bajo el sol, vigilando su respectivo punto de corte, para que no pasara nadie. Una imposición autoritaria para intentar conseguir unos terrenos de los que los propios vecinos no disfrutarán, presuntamente, vox populi, para que el alcalde se lucre especulando con ellos. Pero la humilde gente de este municipio, campesinos, cholitas, trabajadores, accedían por el miedo de tener que pagar, no mucho, pero lo justo para recaudar plata con la coyuntura.
Al final se levantó el bloqueo, mientras se negociaba sin una salida clara. Pero el tiempo que estuvo no pudieron llegar los chicxs a las clases, ya que las cárceles donde residen estaban fuera del perímetro y se vieron sin posibilidad de llegar. Una semana sin hacer nada.
Aproveché para hacer un trámite consular en La Paz, y ahí me tocó otro bloqueo. Los autobuses no podían salir de Cochabamba, pero ante la insistencia de pasajeros ansiosos, dieron un rodeo por la zona de huertas de las afueras para poder salir. Fue grátamente curioso ver como el autobús circulaba tranquílamente tras las vacas que le cortaban el camino ante la mirada curiosa de los campesinos de ese sector.
Tras unos pinchazos en el camino la llegada a La Paz se secundó con bloqueos en el centro del sector azucarero de Santa Cruz que reclamaba un ingenio que le prometió la gobernanta de turno del Departamento, y que no lo construyó perdiendo estos las cosechas de caña de azúcar.
Más allá otro del gremio de vendedoras. Filas de cholitas de colorido abrumador cruzándose con los azucareros. Mientras la Plaza Murillo bien llenita de policías. No se nos vaya a ir de las manos.
De retorno a Cocha, a 30 kilómetros, otro bloqueo del municipio de Quillacollo. El reclamo de una doble vía en las periferias, para mejorar la circulación del municipio, cortó la llegada de camiones y buses de La Paz. La gente en masa se puso a andar por las montañas de camino a casa con sus bultos y aguayos. Tras pasar la noche de espera en el autobús, al ver que el conflicto seguía, les secundé.
Los piquetes bloqueaban el camino en otros puntos y si alguién pasaba, motorizado, les pinchaban las ruedas. Las protestas tienen vía libre, ya que nunca interviene la policía, hasta las negociaciones. Bien. Pero el sentido común falla si no dejas que una moto lleve a una anciana cholita con un aguayo lleno de cosas hasta su casa, posíblemente, más cercana que lo que te cuesta pensarlo. Y eso hicieron los piqueteros, más que politizados, utilizando la coyuntura para fortalecer su momentanea subida de ego por el apoyo de su propia masa.
Tras las horas llegué, exhausto, pero llegué.
Al lunes siguiente, con el bloqueo ya levantado, y llegando el autobús con los niñxs al cole, nos despedimos de ellxs. La sensación fue enórmemente emotiva. Nos costó. Aguantamos la lacrimosidad de nuestros ojos vidriosos, mientras los abrazos de los peques nos hicieron grabar el momento en nuestra memoria, y desearles la mayor de las suertes, y la mayor de las luchas, superaciones y constancias que les irá trayendo esa vida que les ha tocado vivir. Hasta pronto.
Dejamos ese cuartito que nos acogió durante este breve e intenso periodo y regresamos a despedirnos de unxs amigxs en La Paz, antes de salir del país, vía Lago Titikaka.
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