15 abril 2012

APRENDIENDO DE DON JUAN...

Al llegar a Copacabana, saliendo de La Paz muy de madrugada, ya que el bloqueo de la ciudad de El Alto, con paro cívico incluido, no nos dejaría llegar a otra hora, comprobamos que esta pequeña localidad está absorvida por el turismo que llega aquí como vía para visitar la Isla del Sol, dentro del Lago Titikaka. Ese es el mayor reclamo, aunque el pueblo tiene una Basílica con toques árabes digna de mencionar. Además de un mirador en lo alto del Cerro Calvario (con su Via Crucis incluido al subir) desde donde se vislumbra la inmensidad de este lago.


Basílica del Santuario de Copacabana


El Lago Titikaka, además de ser el mayor de Suramérica, es el mayor lago en altura del mundo. Y para no, estamos casi a 4.000 metros. Eso se vuelve a notar en la respiración.



Visto el pueblo nos dirigimos a la genial Isla del Sol. Lugar de nacimiento de la cosmovisión Inka, al ser el lugar dónde nacieron (o se crearon) los primeros inkas, Manco Cápac y Mama Ocllo. Por eso el lugar tiene un misticismo propio, una historia y una cultura muy arraigada en los pocos pobladores que viven en los pequeños pueblos que colorean las playas de fina arena del lago.



Vistas de la Cordillera Real, Andes, desde la Isla del Sol

Al llegar nos recibió en sus brazos el amigo que nos acompañaría el primer día, de los dos que estaríamos observando los paisajes naturales de la isla. Tomando su nombre del imaginario antropológico de Castaneda, Mescalito, nos guió por los deslumbrantes campos, colinas y senderos. Guiados sólo por los impulsos de nuestros instintos, por el magnetismo de la unión de nuestros pasos con la tierra, de la visión de un cielo mezclado con la cíclica dimensión terrenal, absorviendo los aromas y colores desde unos sentidos en el aturdimiento de la elasticidad de sus límites, y fluyendo como el que fluye alejado del olvido del instante, buscando el recuerdo de los segundos transcurridos sin dejar de mirar el presente que nos omnubila. Fusión de sensaciones relentizadas por nuestro cerebro visionario. Destellos fugaces de realidades, demasidados veraces, como vaporosas, enraizadas en el pasado de nuestro presente. Un futuro regenerativo vislumbrando los horizontes. Las brisas del lago acarician la receptividad de los poros vivos, más que nunca, de la piel unida al aire de la eternidad.  De unos pasos fugitivos de la normalidad en la busqueda de lo más posible del esperado imposible. La cordura de la firmeza paisajística en su nueva locura retorcida de sinfines de movimientos especulando la variedad de sus múltiples direcciones, la desorientación de los límites físicos en la mixtura sensorial del devenir de nuestras observaciones. Experiencias, recuerdos, dónde reside el camino de la proyección de nuestros cuerpos. Nos acogen las huertas de habas que circulan en contra de nuestras decisiones. La frescura de la relajación de una hierba que aloja nuestros huesos reposantes en la tranquilidad del descanso. La evolución de un tiempo que nos olvida y se difumina tras su paso. Siguen los senderos inmiscuyéndose en las vidas del campo, de los animales, de la brevedad de las míseras olas que nos regala el suave viento. Lo cromático no existe se renueva, reaparece, se memoriza y se reaprende. El constante cambio. Las formas nos burlan, no las necesitamos, las olvidamos, las inventamos. Avanza el camino, nos lleva en sus brazos, nos dejamos llevar, ahora no pesamos. Un guiño solar que nos despide en la cansada estadía de su luminiscencia. Os regalo mis últimos rayos con la presencia de la inminente aparición de la señora noche. No oscura, ella también resplandece, reorganiza esas formas en otra nueva perspectiva. Nos presenta lo sigiloso del silencio, la naturalización de nuestra presencia con la isla, con sus gentes, con sus vidas. Unas sonrisas cómplices entre subidas y bajadas. No somos nosotros, no estamos, pero existimos. Nos veis, nos sentís, nos dejáis. Músicas del misticismo del día que se entremezclan con el umbral del ocaso. Todo termina en el momentáneo suspiro del cansancio. La antaño intensa sensación de la euforia de los impulsos, del latir de nuestros músculos, de la ampliación del abanico escénico de esa realidad que nos otorga la magnificencia de este día, nos saluda finálmente y se aleja, nos deja. Nuestro amigo se despide, nos regala los últimos sueños. 

Anochecer desde la playa de Challa

En las aguas cristalinas del lago se celebra el Día del Mar, de la ausencia de éste, de la perdida en otros tiempos, y de su anhelo, de su deseo, querer de nuevo su presencia. La nostalgia se baña en músicas y bebidas, llorosas celebraciones, reclamos políticos. Nuestro mar, hoy es su Día.
Quizás por su perdida ahora Bolivia sea de los países más pobres de Latinoamérica, quizás por eso tuvo el mayor número de dictaduras, quizás por eso se alejó el sindicalismo, la lucha obrera, el movimiento estudiantil, quizás por eso también tiene su carácter altamente contestatario y luchador.
Quién sabe que fuera de tener su mar, su Océano, su vida.

Celebración en Copacabana

Nuevo amanecer. Continuamos recorriendo la isla. Seguimos asombrándonos. Más playas, otros pueblecitos. Llegamos a la zona Norte. Aquí están las ruinas más importantes, el Templo del Sol y el laberinto de Chinkana y la roca desde la que nacieron los primeros reyes inkas. El tiempo se detiene. Estamos en la historia y con la historia.

Pueblo de Challapampa

Chinkana



Mesa de sacrificios delante de la Roca Sagrada, nacimiento de los primeros Inkas

Bajamos a la playa más tranquila y solitaria. No hay nadie. Calma absoluta. Hay que probar las cristalinas aguas del lago. Están frías. Jodídamente frías. Y por la altura nadar cuesta. No hay tanto oxígeno. Pero la sensación es liberadora. Te dejas llevar. Es un momento único.

De vuelta a la zona Sur, de aquí salen los barcos de vuelta a Copacabana. Son tres horas de vuelta observando la otra cara de la isla. Ahí cerquita ya está Perú. Mañana es el último día para cruzar. Descansaremos para proseguir el viaje.

Isla de la Luna, al fondo


Atrás quedarán las sensaciones de Bolivia. Tan intensas como, a veces, inquietantes. Un país con miles de historias, de contrastes y culturalmente exquisito. Un sitio inolvidable. Un paso por nuestras vidas y memorias que dejará larga constancia evitando al olvido. No me extraña nada que fascine a todos los que llegan a sus tierras. Siempre está preparado para cualquier inexperada sorpresa. Hasta otra amiga.

Un par de películas para ver de auténtico cine boliviano:
El cementerio de elefantes
¿Quién mató a la llamita blanca?

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