La llegada de
unos amigos de Logroño, abrió esa ventanita de lo que quedó atrás al comenzar
este viaje. El ayer, mezclado con los nuevos acontecimientos del presente. Un
poco de aire nostálgico, y principios del descubrimiento de los estados
cercanos a Colorado.
Antes redescubrir
esos detalles de la ciudad que vas olvidando y que toman nuevos matices,
sumadas a las esquinas que no habías observado aún. Si a eso le unimos bares,
museos, callejones, galerías de arte, conciertos, el concepto holístico de Denver
toma su máxima expresión, revelando su esencia sublime. Para lo bueno y para lo
malo. Estado puro.
Desde la Biblioteca Municipal,
con una gran sección de libros de temática nativa y tribal; a las galerías de la calle Santa Fé, donde
cada primer viernes del mes hay exposiciones gratis, con comida para picar y
algún concierto (por cierto, fuera de esto la calle se las trae como
evidenciamos tras comprar unas cervezas en una licorería de barrio, personajes
peculiares); los bares hipster
(nueva tribu urbana que mezcla la estética de los primeros beats, Kerouac y
contemporáneos, con el alternativismo de la postmodernidad, con aires de
intelectualidad pero endosados en su dinero evidente, los modernitos indies de
España, con más conciencia social), los rockeros (tatuajes al máximo, algo que diferencia
a ésta ciudad de otras), alguno más normal y alguno más surrealista (como una
tienda de manicura y peluquería convertida en pub nocturno con sus secadores de
pelo y estética retro); la isla de los homeless,
llamada a un pequeño parque donde se reúnen aquellos, esperando a que abran los
centros de noche, donde alojarse lo que tengan suerte, en la ausencia de camas
para todos; el Museo de Arte
Contemporáneo, que además de cosas sin sentido, tiene un edificio con la
segunda colección más extensa de artilugios en Estados Unidos (cerámica,
cuadros, joyería, estatuas y más) de todo Suramérica y resto del mundo,
divididos por culturas y evidenciando la exagerada expoliación de muchas de
ellas, que coincidiendo con las visitadas en Suramérica, se encuentran aquí en
mejores condiciones y en mayor cantidad (la cultura original y la ausencia de
ella, con una sección de pueblos originarios de Norteamérica); los pianos
públicos, donde tocan o lo intentan las personas que transitan por la peatonal
calle 16 (el bus que la recorre es gratuito, algo bueno); el Coors Field, donde vimos nuestro primer
partido de baseball, donde el equipo local (Rockies) perdió con poca clase, no
es muy bueno, y vimos lo extenuantemente aburrido que es este deporte (en un
descanso todo el estadio se levantó para cantar el himno norteamericano como
homenaje a unos militares llegados del frente, de la invasión o su intento.
Impactante); el verdor del City Park
y la fotogenia del Civic Park; los grafitis, las casas clásicas, los
rascacielos, las diferentes calles, los diversos barrios, las zonas tranquilas
y las turísticas; un sinfín de detalles en una ciudad muy interesante para
visitar, siempre reinventándose e innovando.
A las afueras de la ciudad, aparecen desde las pequeñas localidades con las
casas en una alargada horizontalidad, al anfiteatro de Red Rocks (los mejores conciertos y shows de Dubstep, el estilo electrónico que triunfa en Norteamérica, a
precios muy caros), pequeñas praderas con sus perritos, bisontes en reservas
(tras años al borde de la extinción y su rehabilitación posterior, ahora los
crían para consumo, cerca de Genesee Park) y montañas.
Los catorcemiles son los picos que superan los 14.000 pies de altura.
Subimos uno, el Monte Evans (14.265
pies, 4.348 metros), por decir algo. Cuando vas hacia su base, te das cuenta
que la carretera llega a unos 100 metros de la cumbre. Fácil, al estilo de
aquí, donde a todos lados se llega en auto. Eso sí, las vistas son
maravillosas, repletas de pinos y álamos, lagos y glaciares, y las cabras
blancas peculiares y graciosas, que saltan y pastan a las mayores altitudes,
las Mountain Goats. Además de una marmota que nos observaba intrigada. La
presión de la altura en la cabeza nos daba pequeños síntomas de embriagadez.
4.348 msnm |
Marmotilla |
Boulder, es un municipio que se sitúa al norte de
Denver, famoso por su onda hippie, que realmente no lo es así, pero que con las
montañas cerca y un festival de fumadores de maría, se ha ganado su reputación.
Sigue manteniendo la línea consumista del resto del país, pero bajo la línea
orgánica. Más exclusivo para los que tengan ideas ecologistas, les guste los
deportes de montaña, la tranquilidad, y tengan el dinero suficiente para unirlo
todo.
Y cerca de otra localidad, Golden,
donde se encuentra la fábrica de la cerveza Coors, aparece la tumba de Buffalo Bill. Leer sobre la vida de este individuo es
bastante didáctico para entender la historia de su época, contradiciones en sus posturas ideológicas, y un espíritu que dejo constancia de su paso por el Salvaje Oeste. Yo creo, que favoreció el exterminio de los bisontes, y utilizó a los indios a su antojo, aunque los relatos se diferencian según su línea.
La tumba |
Gerónimo |
Toro Sentado |
HOMELAND
http://www.dailymotion.com/video/xqvrnx_657-homeland_news#from=embediframe
Un poco más alejado, también hacia el norte, aparece Estes Park, la entrada al Parque Nacional de las Montañas Rocosas. La zona más protegida ya que la cordillera de las rocosas se extiende hasta Canadá y puedes verla desde todos los puntos cercanos a Denver. En la ciudad se encuentra, como dato freak, el hotel desde donde Stephen King escribió El Resplandor, pero no el mismo hotel que en la película. La ciudad es el estereotipo perfecto de localización turística invernal, preparadísima para el turismo de nieve.
http://www.dailymotion.com/video/xqvrnx_657-homeland_news#from=embediframe
Un poco más alejado, también hacia el norte, aparece Estes Park, la entrada al Parque Nacional de las Montañas Rocosas. La zona más protegida ya que la cordillera de las rocosas se extiende hasta Canadá y puedes verla desde todos los puntos cercanos a Denver. En la ciudad se encuentra, como dato freak, el hotel desde donde Stephen King escribió El Resplandor, pero no el mismo hotel que en la película. La ciudad es el estereotipo perfecto de localización turística invernal, preparadísima para el turismo de nieve.
Los primeros días pasaron como un suspiro. Una dinámica comparativa
constante de lo que íbamos observando con lo aprendido. Las diferencias, sus
similitudes, lo extraño, lo gracioso, las historias, el aprendizaje, y la
empatía por compartir la ciudad donde residiré una temporada con la cercanía de
donde residí anteriormente. Una experiencia inolvidable.
Prairie dog |
Luego nos iríamos a cambiar de Estados. Alquilamos un pequeño auto que
serviría como centro logístico y en ocasiones dormitorio, en nuestro periplo
por el Oeste.
Las carreteras son interminables. Más cuando tomas las interestatales. La
única ventaja es ir contemplando como te observan los enormes muros de las
montañas en instantes trasformadas en cañones que te acogen en los suspiros de
sus estrechamientos.
Al salir de Denver, y dejando atrás los rascacielos, en esa imagen tan
característica de la ciudad por su unión del hormigón con la naturaleza, nos
adentramos en territorio montañoso con destino al Monumento Nacional de
Colorado.
Pasaríamos por Idaho Springs, el
embalse de Dillon, el White River National Forest, rodeado de montañas
escarpadas y de una robustez que quita la respiración en el respeto que
profesan, Glenwood Springs y otros pequeños pueblos, bastante significativos de
la alta montaña por su edificación en madera y diseño identificativo, otros con
nombres absurdos como Rifle y Parachute (hay pueblos en los que no se mataron
mucho la cabeza al ponerles nombres), para acabar pasando Grand Junction, puerta de entrada al Monumento, acompañados por el
creciente ensanchamiento del río Colorado.
Sería de las pocas entradas que pagamos. A la salida nos dimos cuenta que
no hay nadie en la caseta donde abonas la entrada al parque, que marca su
perímetro, y que son iguales en todo el país. El horario de trabajo de los
guardaparques acaba al anochecer y como es imposible cerrar los accesos por
carretera, si entras a esas horas no pagas, que no es mucho, pero que te ahorras
si vas a ver más que un parque. Luego hay campings dentro donde pasar la noche.
O la otra opción es llegar por la mañana antes que el guardaparques abra la
garita.
El Colorado National Monument es
algo grandioso. También el estar casi sólo en las carreteras le da el aire
místico que buscas al entrar en contacto con paisajes que no habías visto hasta
ahora. Una fusión de imágenes evocando la unión con la tierra. Una erosión de
sus componentes que da insignificancia a tu paso por ella. El centelleante
brillo del rojo de sus escarpados cañones, antaño surcados por fluyentes
acuosos, en formaciones dalianas, de imposibles gravitatorios, mientras surcas
sus serpenteantes giros circulatorios, sorprendido por algún fauno
despreocupado, da un carácter de ensueño a éste no tan promocionado espectacular
paisaje. Todos sus miradores, sus instantes, sus destellos, dignifican.
Magnánimo recorrido por sus entrañas, hasta acabar viendo el atardecer en la
exclusividad del silencioso susurro del viento. Paralizados por otra definición
de belleza, recuperamos nuestros sentidos obnubilados por las sombras del
contraste allí presenciado.
Caía nuestra primera noche en la travesía interestatal. Ahora es donde la
improvisación nos llevaría a buscar un sitio donde dormir. Ya habíamos cruzado
la frontera con Utah, el estado de los mormones, seres únicos dentro de las
religiones organizadas. Empezaron las obras, reducciones a un carril que
ralentizaban nuestra elección donde descansar por hoy. Es increíble como en todos los países se
repite ese gran engaño político que consiste en acabar todas las obras
pendientes antes de las elecciones, y en Utah tienen unas cuantas.
Finalmente, tras circular entre carreteras secundarias y sin ver nada más
que el cielo estrellado, imaginando sólo por las siluetas entre las sombras,
estar rodeados de altos picos y tener el río al lado, acabamos encontrando unos
campings cerca de la ribera. Autogestionados, y después de ver su
funcionamiento, que se basa en la buena voluntad, decidimos que para unas horas
que íbamos a dormir no pagaríamos. Al ser tarde no montamos la tienda de
campaña. Una cena rápida y a dormir entre el coche y el suelo al raso.
El amanecer nos enseñó la majestuosidad del paraje. Entre un cañón de
paredes rojizas y arropados por el río Colorado, nos encontrábamos en el
principio de una tierra de formaciones rocosas asombrosas.
Tal como deducimos anteriormente, entramos al Arches National Park sin pagar, sin ser los únicos en empezar a
circular por sus desérticas carreteras, observando la dinámica alineación de murallas
rocosas, de arcos forjados en ellas, de cañones, de senderos de hiking, de imposibles localizaciones
producto de la erosión de miles de años atrás, y de turismo de verano. Los
principales miradores, cercanos a los arcos, se encontraban colapsados de
autocaravanas y coches de espectacular madrugón. No nos impidió de disfrutar
uno a uno, sus maravillosos paisajes.
Si no tienes tiempo de andar por senderos, que no son para nada difíciles, sólo
tienes que ir parando de punto a punto, de mirador a mirador, hasta recorrer el
parque. Y éste no era de los más extensos.
Pasamos por Moab, por las cercanías del Canyonlands National Park,
Monticello y nos desviamos para darnos un baño en río Colorado en el Glen Canyon National Recreation Area. Antes
de llegar veríamos ruinas de la cultura antigua de los Pueblo (para aquellos
que fuman el tabaco de liar de la misma marca), que aun se identifican con ese nombre, más en el estado de Nuevo México. Sucesores de los Anasazi,
cultura más antigua de Norteamérica, que situaban sus poblados entre grietas excavadas
naturalmente en las paredes de las montañas, cerca de ríos. Una civilización que
se repartía entre los cuatro estados de Colorado, Arizona, New Mexico y Utah,
cuna de las civilizaciones y los pueblos nativos de esta parte del mundo.
Porque no fueron los indios con plumas siempre los que habitaron el país. Aunque no se
sabe nada de la desaparición repentina de los Anasazi, cuando no tenían ningún
rival directo en sus tierras, mientras algunos escritores dicen que fue un colapso ecológico. Una parte de la historia del país que ignora su
gran mayoría de habitantes.
Nuestra idea de pasar la noche cerca del Monument Valley, famoso por su
aparición en el escenario de fondo de todas las películas western se vio truncada por el difícil cálculo de las distancias
entre puntos. Solos en la carretera; sin poder discernir donde acababa el
horizonte, entre la sequedad de un terreno predesértico, repetitivo hasta la
extenuación, con la sola referencia de las montañas de fondo, y cruzando los
dedos de que aguantara el coche, ante la desesperación que sería quedarse
tirado en el medio de la nada; al fin, llegamos hacia el cruce con el Natural
Bridges National Monument. Dudamos, pero decidimos no entrar e intentar llegar
hacia el Monument Valley. Lo que no te dicen los mapas de carretera son las
diferencias del relieve del terreno por el que transitas.
Nos movíamos por la carretera 261,
que se dirigía derecha hacia el monumento. Cuando empieza a caer la noche los
conejos reaccionan como nadie ante los focos de los coches y tienes que andar
con reflejos de lince para esquivarlos, más si estás en tierras plagadas de
ellos y sin nada más luz que tu auto. Pareciera que hay un señor que los lanza
contra ti. Recurrente broma durante el viaje nocturno.
Lo que tiene no leer bien las señales cuando es de noche y tienen muchas
letras en inglés. La sorpresa fue que la carreta de asfalto pasó en segundos a
convertirse en una de gravilla, en la que patinó el coche, a la vez que entre
la nada vimos que estábamos al borde de un acantilado de un kilómetro de alto.
Justo encima de una meseta que cambiaba de altitud en un plano perfectamente
vertical, para pasar a otro nivel donde se encontraba la carreta que llevaba al
Monument Valley. Frenó el coche, entre el asombro, el susto, las aceleradas
palpitaciones de nuestros corazones, y el contraste paisajístico. Secreto para
nosotros, deslumbrante en su proyección natural, acogido en el ocaso del día,
ese escenario, en esos momentos, se engrandeció albergándose en los recuerdos
de estos instantes.
Roto el aturdimiento, decidimos pasar la noche en el Natural Bridges National Monument. Lo dicho. Entramos directamente
al camping, en donde tampoco había nadie vigilando, ya dentro del parque, y con
nocturnidad y alevosía, plantamos nuestro alojamiento nómada, asegurándonos que
no estaba ocupada la parcela. A eso le llamamos camping salvaje. Buenas
noches.
Desmontar la tienda antes de que nadie te vea y aprovechar a recorrer el
parque sin personas jodiéndote las maravillosas vistas, es genial. Además de
ser un espectáculo prodigioso, observar los puentes naturales, formados tras años
de moldeamiento de esta zona granítica, donde habitaron los anasazi.
Ruinas Anasazi |
De aquí nos volvimos ansiosos de volver a ver el recorrido de la noche
anterior. Ese cambio drástico de verticalidad y esas sublimes vistas. Pasamos
por el Mulie Point, que si lo otro
era mágico, esto ya se va de madre. No es sólo el cambio de mesetas, si no que
desde este mirador natural, se diferencia en la planicie inferior una zona de
cañones que da la perspectiva surrealista de encontrarte entre tres
dimensiones. Y al fondo las siluetas reconocibles del Monument Valley. Sin
respiración, sin palabras, absortos en la meditación de ese paisaje
apocalíptico, de las dimensiones desorbitantes de lo que estábamos
contemplando. Luego bajaríamos por la zigzagueante carretera que se une con el
plano inferior, continuar la 261 enlazándola con la 163, ruta escénica, que
acabaría, tras circular por el desierto que se une con Arizona, pasando la
extraña formación del Mexican Hat, literalmente, llegando al esperado
monumento.
La sensación de desierto, unida a la nostalgia de esas escenas de películas
desarrolladas aquí, le da un magnetismo especial a la zona. El tono rojizo de
las piedras, de la arena, de esa erosión que durante millones de años atacó
estos territorios hasta convertirlos en el enigma rocoso que son hoy. Y toda
esta área pertenece a la Nación Navajo,
que cuenta con una de las reservas más grandes del país, aunque siga siendo una
imposición carcelaria. Ahora sacan dinero a los visitantes del monumento, si quieres
ir por sus caminos interiores, que no es necesario ya que lo principal se ve
desde la carretera.
Las distancias son enormes y es mejor llevar siempre lleno el depósito de
gasolina. Por cierto, que está al mitad del precio que otros países, por las
fuertes subvenciones que recibe. Todo está relacionado, las extensiones enormes
del país, la venta de automóviles grandes, la gasolina barata para engañar al
consumidor, proteger nuestras reservas e invadir todo lo demás para robarles
las suyas. Nada nuevo.
Una de esas veces que llenamos el depósito fue en el territorio navajo.
Interesante mezcla cultural la que se ve aquí. Impuestos especiales y mezcla de
todos los rasgos de los que se forma la población del país. Desde los navajo, a
los mexicanos, a los blancos sureños, a provincianos, campesinos, turistas…
Nada relacionado con esa visión que nos viene a la mente cuando se habla de
Estaos Unidos. Esto no es New York. Y el calor es mortal. Calor seco,
extenuante, desértico.
Paramos en Kayenta comprobando
las diferencias de las grandes ciudades a los pueblos de cruces de carreteras,
provincianos, con unas pocas casas y todo lo demás franquicias de
multinacionales, copándolo todo, en su única vía de consumo, de abstracción del
conocimiento y cultura. Luego sería lo mismo en Tuba.
Cruzando una cordillera montañosa por un pequeño paso, Antelope Pass,
mirando el principio de la tierra de los grandes cañones, empezando desde aquí
hasta entrar en otra meseta y formar las dimensiones del Grand Canyon, con más
turismo, buscando donde acaba el horizonte, entre separaciones cósmicas de
colores y formas; fuimos avanzando hasta llegar a Page. La idea era visitar algo que visto en fotos tiene que ser
sorprendente, que la gente te ha recomendado, y que vas a buscar, el Upper
Antelope Canyon. No nos costó mucho encontrarlo, la verdad que la información
es escasa y no hay planos exactos para situarlo. Pero es porque es territorio navajo
que controlan su acceso. Eso explica el elevado precio de las entradas, a las
que además tienes que pagar una tasa de nación navajo. No nos compensaba, era
excesivo para sólo ver unas paredes, y además obligados a ir en grupo con guía.
Una de esas cosas que odio. A la mierda con él. Decidimos ir a visitar Page, y
la presa del Glen Canyon, la que separa el Lake
Powell, del comienzo del Río Colorado, unido en él sus dos afluentes, que
poco más adelante empezará a fluir entre auténticas murallas. La erosión
empieza ya a hacer efectos imposibles, formando una autopista segura para el
tránsito del agua del río.
Luego lo cruzaríamos para ver los pliegues de otra meseta, el único puente
que cruza a la otra entrada del Grand Canyon National Park, la Norte, y que
permite unir las dos caras separadas por el cauce del Colorado. Al pasarlo
vimos un cóndor norteamericano, algo que no sospechaba existiera, y que más
pequeño que su primo mayor del sur, nos daba vía libre al otro lado. Tras
descubrir sus ingeniosas siluetas, el río desde arriba, tomar unas cervecitas,
y ver como poco a poco el sol desaparecía, decidimos ir ya hacia el Grand Canyon National Park.
Entramos por la puerta Este,
menos visitada, no tan principal y turística, y que nos sirvió para, además de
ahorrarnos el pase, encontrar un camping no tan lleno como los de la entrada
Sur, donde tienes que reservar con meses de antelación. Creo que en éste también,
pero tuvimos la suerte de encontrar una parcela vacía, ya era tarde y no
esperábamos que viniera nadie. Ocupamos la parcela, ese estilo de camping
salvaje, que iba funcionando, con un poquito de cena, la tienda y a descansar.
Después de cada día, acabamos recorriendo mucha distancia en carretera y se
notaba el cansancio, cuando te tumbabas en el saco, durmiéndote en segundos.
Otro amanecer, en éste casi nos descuidamos y el guardaparques nos pilla.
Pero nos dio tiempo a salir antes de su llegada, y empezar con los primeros
rayos del sol, el recorrido por el gran cañón.
Yo estuve en una ocasión anterior, y aun así me emocioné de nuevo al ver lo
que se aparecía ante mis ojos. No abarca la mirada a contemplar las dimensiones
de éste, el único del mundo con el apelativo de Grand. Monstruoso, colorido,
exultante, sabiéndose el protagonista absoluto de los pensamientos de los que
empezábamos a observar su descomunal belleza. La de las cosas magnas, únicas,
con detalles deslumbrantes, e inspiraciones existenciales tras la
intrascendencia de cualquier otra cosa pasada. Es tu momento con el planeta,
con la representación de uno de sus exponenciales valores, de una las maravillas del Mundo Natural.
Después de ver la entrada este, se sigue de mirador en mirador contemplando
cada visión, como si fuera tu destino único. Cada instante es diferente. Al
llegar a la entrada Sur, se
evidencia donde llega el turismo de masas, los autobuses, y los circuitos
organizados. Da lo mismo, seguimos observando todo lo que podemos, a la que
vamos recorriendo su borde. Sorprendidos por ardillas; que aparecen por todos
los parques nacionales, por las ciudades, y por todos sitios en general, cada
una distinta a la otra, y con diversas actitudes según lo acostumbradas que
estén al contacto humano; por algún ciervo, los machos son enormes, y gente a
montones; al final fue la lluvia la que marcó la jornada. De poco a poco fue
creciéndose en cantidad y con ella los relámpagos a lo lejos, estando cada vez
más próximos. Al punto que advirtieron del peligro de caídas de rayos en estos
momentos y nos resguardamos, por si la mala suerte nos quería saludar.
Al ver crecer la lluvia, decidimos cambiar de aires e irnos hacía la Ruta 66, o el trozo que habían dejado
como simbolismo histórico, el resto se ha convertido en la Interestatal 40,
desapareciendo a su paso aquellos años donde la recorrían las motos, los autos
o lo que fuera de Los Ángeles a Chicago.
Empezando por el pueblo de entrada, el más turístico de todos, en el que te
encontrabas a españoles a patadas, a turistas con sus cámaras gigantes
preparadas para retratar este mini parque de atracciones tematizado. Y es que Williams, intenta representar la
cultura de la época, las señales de Ruta 66 por todos lados, los coches
antiguos, algún tipo vestido de vaquero paseando por sus calles y demás
simbolismos, fácilmente identitarios.
Después sólo algún detalle en Seligman, el resto poco más, además de que se
empezaba a hacer de noche y teníamos que llegar a Las Vegas.
Desde Kingman, tomando la 93, es una línea casi recta y espaciosa, una
autopista preparada para la llegada nocturna al nuevo destino. Pisándole,
pasando ya en la nocturnidad la presa Hoover, esa que suministra energía automatizada
a Las Vegas, nos acercábamos. Y tras
ella, las luces.
Un jodido océano de luces, desde las más pequeñas, a las que rodean todas
las carreteras, a la de las casas de los barrios periféricos, a la de los
edificios, y finalmente la de los rascacielos de los casinos y hoteles. En su
monstruosidad, su esencia, en su creación la evolución humana, en su brillo nocturno
su bien tejida telaraña. Algo tan incomparable con nada que hayas visto antes,
como peligroso en la llegada a tu mente. Una apertura sensorial, para captar la
separación de la lógica, la eliminación de la ética, el absurdo más
representativo de nuestra sociedad, la global (que una como éstas quieren
mandarla para Madrid) Asusta a la vez que hipnotiza. No perder la razón será
primordial. Tampoco prenderle fuego.
A la que nos adentrábamos al principio del mal, la evocación de la
deshumanización, de la prioridad más consumista, dejábamos atrás los momentos
de empatía con la naturaleza más indómita en su desproporcionalidad. Un cambio
tan contrastado como extremo. Casas, señales luminosas, letreros de neón,
coches, y el olvido de la noche como compañía. La luz es tan estimulante que no
se es consciente de la hora en la que te encuentras. Y los casinos, uno tras
otro, separados pero integrados. El promotor de todo este circo, Sheldon
Adelson, es el señor que dona la mayor cantidad de dinero, por las
presidenciales, a la candidatura republicana, en juicios por fraude, extorsión,
y malversación, en firma de contrato con la especulación creciente del
EuroVegas, del ridículo absoluto para el futuro de España. Cada uno con lo
suyo, los problemas globales.
http://vk.com/video_ext.php?oid=161413874&id=161746466&hash=ee779fb924027d19&hd=1
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Una vuelta por la noche, un recorrido de la avenida principal, The Strip, y buscando un motel
económico. La idea de ocupar una suite del Bellagio, al estilo del camping
salvaje, no siguió su rumbo.
Luego andaríamos y observaríamos, haríamos nuestros minuciosos análisis,
comparativas, pronósticos. Una ciudad donde todo está permitido, la prostitución
es legal, las drogas están por todos lados, el dinero derrochándose, pocas
veces ganándose, las ventanas tapadas para que nadie salte, las aceras
enlazadas unas a otras, casino con casino, boutique con boutique, los relojes
eliminados para que nadie sepa donde vive, todo abierto a todos, desde el
pequeño casino de las afueras a los más importantes, mezclándose, homeless,
personas que se buscan el día a día tocando por las calles, las limusinas de
lujo, las personas excesivamente bien vestidas, la gente de las provincias, o
los magnates internacionales. Mucha luz, sonidos, música, gritos, borrachos,
degeneración, y tanta cantidad de todo, que tu cerebro no lo asimila. Colapsa,
no da abasto en todo lo que se sucede.
Extremos unidos en un todo uniforme, sin fisuras, el engranaje perfecto del
pecado. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. No hay vuelta atrás.
Nombrar los casinos no importa, sus nombres se han instalado en el
imaginario colectivo. La industria unida y homogénea del cine y la falsa
cultura, nos lo han gravado a fuego. Los detalles sobran, hay que verlo para
criticarlo y odiarlo, pero es algo que una vez en la vida te marca el camino
hacia donde seguir, de donde vienes y que quieres. Los pies en la tierra, más
aferrados que nunca, más conscientes que siempre.
De vuelta a Denver, cruzando las fronteras de Nevada, Arizona y Utah, entre
la nada, pasando algún pequeño pueblo, llegamos a dormir al Zion National Park. Llegamos pero no lo
conseguimos, esta vez estaban llenos
los campings. Probamos suerte en uno fuera del parque, en el pequeño pueblo
turístico de Springdale. No había sitio. La improvisación nos llevó a dormir en
el quiosco de un parquecito. Montamos la tienda sobre el hormigón, rodeados en
su techado por murciélagos que empezaban su nuevo día, en su caso, la noche.
Como siempre, la desmontamos antes de que alguien nos viera, a primera hora
de la mañana, y nos dirigimos raudos al parque para entrar gratis. Otra misión
cumplida. Eso sí, con los días, el sueño y el cansancio, se van acumulando.
Menos mal que el café es barato.
No sabíamos nada del Zion. Nos pillaba de camino de vuelta y podíamos
acampar. Eso quizás hizo que aumentaran las expectativas. Y se vieron
compensadas con creces. Es precioso. Esta vez vas dentro del cañón formado hace
tiempo, acompañando al río entre paredes verticales que te obligan a mirar
hacia las nubes constantemente. Y aquí, hay senderos por todos sitios. No hace
falta usar el coche. Se deja en el primer parking y se toma un autobús gratuito
que va haciendo paradas por el camino. Hasta llegar a la mejor de todas, la más
conocida. La última del trayecto. Eso no lo sabíamos, pero tuvimos la suerte de
empezar por ella. Puedes ir viendo todos los puntos desde el bus y dedicarle
todo el resto del tiempo a ésta. La parada de Temple of Sinawava. El máximo exponente del parque.
Empezamos a andar el sendero dándonos cuenta que a los 15 minutos se
acababa y llegaba al rio. Pero la gente cruzaba. Las jodidas pocas personas que
había a esta hora, bien prontito, estaban preparadas con palos y con botas
especiales para el agua. El sendero iba por ahí. Cruzando de lado a lado, y en
ocasiones dentro de él, ya que el cañón se estrechaba hasta tal punto que estabas
entre sus laterales, con solo el rio de separación entre ellas. Eso no lo
sabíamos pero teníamos interés por seguir viendo lo que había más adelante. Nos
quedamos descalzos, nos subimos los pantalones, nos hicimos con unos palos, y
con cuidado empezamos a caminar.
Una maravilla. Las formaciones que te enseñaba el cañón eran increíbles.
Sólo que el suelo pinchaba, y algunos puntos del rio cubrían bastante. La gente
se nos quedaba mirando sorprendida por nuestro estilo. Bien único. La
diferencia de los equipos que eran tan profesionales como andar por una calle normal.
Sin riesgo, sin mérito. Senderos preparados para todos los públicos, y éste que
se complicaba, tenía su truco también. Para nosotros fue más intenso, más
aventura, más gracioso. Así se disfrutan las sensaciones. Viviéndolas.
Luego se complicaba más el rio y nos volvimos. Estaba bien por ahora. Nos
volveremos a ver las caras. El sendero dura unas 8 horas.
Vimos los demás puntos, con menor interés después de empezar por el mejor.
Tras una necesaria siesta, salimos del parque por la carretera que sube a la
parte alta. Ahora se veía todo desde arriba. Genial. Pasando por el Mont
Carmel, por otra reserva de bisontes, y recorriendo la 89, entre montañas, árboles y paisajes
escénicos, el Bryce Canyon National Park, que nos saludaba, enlazamos la
interestatal 70, recorriéndola hasta que cayó la noche, otra vez.
Decidimos parar a la altura de Green
River. Pareciera que aquí íbamos a encontrar algún sitio para descansar,
había varios carteles. Y en uno nos quedamos. La sorpresa fue a la mañana
siguiente, al ver que era el camping de un campo de golf. Cosa que nosotros estéticamente
no aparentábamos. Da igual salimos rápido.
El camino de vuelta fue el mismo que el de la ida, salvo que nos tocó un
atasco enorme de regreso del fin de semana. Atajando como podíamos el estrés de
llegar a tiempo a devolver el coche, perdiéndonos en la entrada a Denver, y apurando
los últimos minutos; acabamos nuestra primera incursión en otros estados,
cansados, pero enormemente satisfechos de lo visto, vivido y experimentado.