Nadie escuchó los golpes esta vez. Estaba segura que los oían, pero de aquí
a querer escuchar va un abismo. La cobardía se hizo dueña de la rutina de sus
días. Sabían que pasaba algo en el departamento de su vecina, y sabían qué. No
actuar. Mantener su status quo. Para qué vamos a complicarnos la vida. No va
con nosotros. Además le conocemos de años. No puede ser un maltratador. Seguro
que ella tiene la culpa. Es una histérica. Y tenían razón. Me había anulado
completamente. Ahora lo entendía. Supe al fin como funciona su mente. Los
complejos mecanismos de la agresión. La tranquilidad consciente de su acción.
Falsas disculpas, estúpidos remordimientos. Sólo se lo creía él. Yo sabía que
no iba a cambiar. Menos aun cuando tenía controlada la situación, mi voluntad y
mis movimientos. Había leído, oído y visto otros casos. Podía salir. Tenía la
fortaleza necesaria. Pero él se aseguró que no fuera a buscar ayuda. Su trabajo
le daba esa seguridad. Los policías se cubren entre ellos. Corporativismo de
criminales. Me aisló. Redujo mis días a la espera del siguiente golpe. A
reconocer mi culpa. A aguantar la caída de mis solitarias lágrimas. No oía los
puñetazos y las patadas. Literalmente, me reventó los tímpanos con
anterioridad. Se cuidaba de no pasarse. Conocía las preguntas que me harían en
Urgencias si fuera. Me machacaba con premeditación. Un estudio detallado de
consecuencias que mantenían mi dolor encerrado en esas paredes. Si su exteriorización
era de más de evidente, me ¨aconsejaba¨ que no saliera de la casa. No
trabajaba. Con su salario nos daba para vivir los dos. Y no podía buscar nada
para romper con esa situación. Mi equilibrio psicológico estaba quebrado. Perdía
la atención y el ritmo de mi consciencia. Mis fuerzas me abandonaron a mi
oscuro destino. Sólo me quedaba el refugio protector de mis sueños. El único
resguardo que me daba la libertad de sentirme viva. De sentirme un ser humano.
Dentro de ellos comencé a comprender. A crecer. Recuperé mi realidad
luchadora. Era el momento más deseado en mis días. Dormir como liberación, como
escape de él. Aquí no entrarás.
Y los recordaba. No entendía cómo, pero despertaba aferrada a lo aprendido.
Eran esos recuerdos mis pensamientos más constantes. Reflexiones y dudas. Incipientes
soluciones. Una iluminada salida.
Conocí a Hipatia. Hablé con ella en Alejandría. La vi luchar contra el
dominio de la ciencia de los hombres, el control de la filosofía de antaño. La
hegemonía del patriarcado. Por la humillación de la mujer. La constancia de esas
prácticas desde Aristóteles, a la expansión de las doctrinas cristianas en
Europa y la llegada de la Edad Media. El inicio de la desigualdad. Relevarnos a
un segundo plano. Hundirnos en el olvido. Ver como la asesinaban.
Volé por la Europa medieval. Grandes señores feudales en sus grandes
castillos. El ego en su máxima expresión. Revueltas populares silenciadas por
brujería. Nos quemaban a nosotras.
Me vi posando para Leonardo Da Vinci. Me alegró verme sonreír. Una sonrisa
forzada. Hacía tiempo que no me veía así.
Observé todas las guerras de ellos. La violencia inherente al ser humano.
La hipertrofia de nuestra cultura. Orígenes del hoy.
Y eché un vistazo a los nacimientos que se repartían por todo el planeta.
En cada pequeño rincón. Mujeres resignadas a un continuo dar a luz. La
evolución de la sobrepoblación.
Abusos y maltratos en todos los continentes. En todas las religiones
gobernadas por ellos. En cada era y cada instante. Violaciones y ablaciones del
clítoris en África central y oriental. Lapidaciones por adulterio normalizadas
por el radicalismo islámico. Estigmatización de la mujer como objeto en los
matrimonios de la India. Infanticidios femeninos selectivos. O directamente
feminicidios. Tráfico de mujeres para prostitución forzada. Discriminación y
explotación laboral. Eliminación de derechos. Privación de acceso a la
educación y a la sanidad. Alienación como persona. Y la violencia física y
psicológica en cada hogar, en cada ciudad, en cada país.
Sentí la rabia de la justicia, del cambio, la ruptura. De la concienciación
de la sociedad, del estudio de sus causas y la educación para prevenirlas,
corregirlas, terminar con ellas. Abrir nuevos horizontes.
Ansiaba volver a mis sueños. Mi evasión del dolor. Inhumano y continuo.
Amenazantemente perpetuo. Los días se repetían. Daba igual que estuviera
borracho o sobrio. No había excusas. Los lamentos y disculpas no curaban mis
heridas. En el fondo creía que era suya.
Visité a Olympe de Gouges, a Mary Wollstonecraft, a Simone de Beauvoir. Un
movimiento creciente en nuestros derechos, en nuestra igualdad. Caminé con las
primeras sufragistas, grité con ellas. Me emocioné con sus logros. Seguí la
evolución de las olas feministas, de la primera a la tercera. Del ayer al hoy.
De las primeras ideas, a las teorías más actuales. De las primeras protestas a la
lucha de las mujeres Igbo, los movimientos de lucha de Vandana Shiva en la India
o de Wangari Maathai en Kenia. Leí en mis sueños desde Emma Goldman, Betty
Friedan, Petrona Eyle, Dolores Ibárruri, Federica Montseny, María Luisa
Bemberg, Virginia Bolten, Judith Butler a Virgine Despentes. Sabía que el número de ellas era
interminable, que su importancia en la historia se empezaba a conocer y
respetar. Que no estaba sola.
Tuve las estadísticas de violencia de género en mis manos. De todos los
tipos. En el mundo, una de cada cuatro
mujeres ha sido violada en algún momento de su vida. Cada dieciocho segundos una mujer es maltratada en algún lugar del
planeta. También la doméstica, en la que me encontraba yo inmersa. Los
datos me impresionaban y me enfurecieron más. Me sentía con una determinación
regenerada. Saldría de allí. Si las instituciones no me ayudaban, confiaría en
mí. Si el sistema capitalista forzaba nuestra condición de sumisas, manteniendo
un sistema patriarcal que nos negaba el acceso, lo combatiría también. Con esa
seguridad, rompería con mi opresor. Había perdido todo, iba a ser difícil. Pero
una chispa ardía en mi interior. Despejó mi mente, ordené mis prioridades.
Elegí vivir.
Desperté como nunca antes lo había hecho. Conocía mi cuerpo. Lo amaba. Me
amaba. Me di cuenta del día que era. Veinticinco de Noviembre. Día
Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Día elegido en
memoria del asesinato de las hermanas Mirabal, activistas dominicanas contra la
dictadura. Mi día. Mi nuevo amanecer.
Preparé una maleta con unas pocas cosas. Me iría de allí. Le observé dormir
por última vez. Era libre.
Se despertó con una extraña sensación. Ese sueño le había marcado. Esa
noche algo especial pasó. Se vio en ella. Soñó en ella. Dentro de ella. Sintió
las palizas que recibía. Notó su dolor. Extenuante dolor. Agudas punzadas que
estremecían todo su ser. Día tras día. Se secaba las lágrimas mientras se
sumergía en la desesperación. Sus gritos se ahogaban en el silencio. Estaba
atrapado, anulado. Comprendió la crueldad. Absoluta. El desprecio y la
cobardía. La insignificancia. Renunció a cualquier pequeña esperanza. Se asqueó
de su cuerpo, de su cara, de su vida. Aprendió de la historia. Del hombre. De
la lucha femenina. Entendió la injusticia, la verdad.
Se levantó absorto de la cama y se miró en el espejo. Le devolvió el
reflejo de su rostro contraído. Su barba creciente. Sus sombreadas ojeras. Le
dio asco. Despreciaba ese ser humano. Lloró. Era una sensación auténtica. Le
debía todo y quería demostrárselo. No le creería. Y estaba en lo cierto ¿Cómo
explicarle que ahora era distinto? ¿Cómo hacerle ver su horrorpor lo ocurrido? Respetaría su decisión. Sólo
deseaba su felicidad, su libertad.
La vio con la maleta. Había decidido irse. Se alegró por ella.
Por cada vez que leo las noticias, en especial, en este momento, por todos los asesinados en Gaza.
Los días han ido pasando en este país, mientras observaba, comprobaba y leía acerca de todo el surrealismo que rodea a un sistema armónicamente bien diseñado. Todos los puntos están perfectamente atados, en la inmovilidad del control de años atrás.
Civic Park
Por mencionar el día del trabajador, ese Primero de Mayo que siempre revienta en reinvindicaciones internacionales, aquí, país donde se originó por la masacre de Chicago, no es en Mayo, es el primer fin de semana de Septiembre bajo el nombre de Labor Day. Pues que nadie piense en la más mínima movilización por la lucha obrera. No, se prepara todo un fin de semana de actividades consumistas, de ferias gastronómicas y conciertos, que partiendo de la base del desconocimiento general del primero de mayo, hacen olvidarlo más si cabe. Cero referencias a la historia. Hay que rebuscar mucho para encontrar algo, dentro de esa mínima resistencia underground. Algo que dignifique esa lucha. Y aparece una pequeña carrera simbólica para recaudar fondos para los presos anarquistas. El día está bien elegido. Pero no la secunda casi nadie. En estos casos las opciones de autogestión se ven muy reducidas y oprimidas.
Han conseguido eliminar del imaginario colectivo un día de lucha. Un día de todxs. En su lugar de origen.
Y ya hablando de trabajo, dentro de la imposibilidad de encontrar otra cosa por la falta de papeles, vamos sobreviviendo con el muestreo gratis de jabón ecológico en supermercados orgánicos. Lo justo pero da para comer. No el jabón, claro.
Se cumplió el aniversario del movimiento Occupy, y la parte local, lo reinvindicó, con una protesta a favor de la huelga educativa de docentes en Chicago. Volvemos de nuevo aquí. Siendo de los pocos sindicatos, el de profesores, que quedan en el país, ejerce una fuerte presión en la evolución del sistema educativo, hasta el punto de crear confusión en sus ideales. Por una parte se mantiene como organización sindical, pero por otro se ha hecho tan fuerte que toma decisiones como lobby, confirmándose como un monopolio hegemónico de decisiones unilaterales. Lucha en parte contra el control educativo gubernamental, cada vez más privatizado, pero a su vez, busca mantener el status quo de sus miembros, en la involución de su propia lucha. Es lógico, que con esa dualidad difusa no tuviera un seguimiento nacional, y se disolviera en pocos días. Como se va disolviendo de a poco el movimiento Occupy, aunque se liara en Wall Street, en Denver es más simbólico, aunque la chispa aguanta.
Más cosas curiosas dentro de la desinformación, y del monopolio posesivo de la historia contada como nos da la gana. El Columbus Day, que quiere rememorar el mismo día que se celebra la Hispanidad en España, y el Día de la Raza, como revolución indígena en Suramérica, ese día donde se controló el futuro, y se eliminó todo lo que no interesaba; se cambia de fecha por que sí, y lo hacen aquí el día 8. No sé por qué, pero ahí está. Y aquí, las masacres se sucedieron a lo bestia durante años, acabando en la más brutal y última, en Wounded Knee.
Como la preparación durante meses de Halloween. Realmente no se celebra un sólo día, como se esperaría, no, dentro del consumo masivo, donde siempre hay una excusa para celebrar algo, perfectamente estructuradas en la sociedad y sin dar pautas de respiro; es todo el mes de Octubre, en donde hay fiestas por todos lados. Es apabullante la cantidad de ellas. Todo un sistema de consumo de cosas que sólo se preparan para estas fechas y cuando pasan se venden a precio de saldo, o se tiran.
Tren con carbón cruzando por medio de la ciudad
Pero si algo va a marcar estos meses, es la cantidad de publicidad electoral, carteles, anuncios, y mítines. Sobre todo en Colorado, donde los dos candidatos se juegan un estado que se define como swing (columpio), ya que Boulder y Denver se declaran demócratas, mientras el resto del estado son republicanos. Normal viendo lo rodeados que se encuentran de estados republicanos, realmente todo lo que no son las costas. Por eso los dos candidatos vinieron a dar diferentes charlas, discursos, adoctrinamientos de masas confusas, con sus respetivas medidas de seguridad. Dejando en el aire, claro está, todos los puntos de los que nadie quiere hablar en este país. Una enumeración tan amplia e importante, como constancia del no interes de cambio, de la permanencia escondida en retóricas falsas, y en confusas esperanzas de mejoras.
Nadie se declinó en contra de las armas, y aquí fue la masacre del cine en Aurora. Tampoco queremos comentar nada crítico del cambio climático, y sólo hay que ver lo que pasó en la costa este con Sandy. La política exterior es un chiste, donde a nadie le importa todas las guerras abiertas por Estados Unidos, todo el número de muertos, por la tecnología avanzada de drones, por las guerras geopolíticas encubiertas en Libia y ahora en Siria, más las del resto del planeta. Del incremento de ventas de armas internacionales, de bases militares repartidas por todos los puntos estratégicos de conflicto, mientras el número de personas sin hogar, que en invierno intentan sobrevivir como pueden, incrementa. El número de casas vacías, en las que podráin alojarse del peligro de muerte por frio, es de casi 8 millones. Y ya son 45 millones de pobres en el país, muy dividido entre clases y más entre etnias. Aunque el presidente sea de piel negra, el poder fáctico es claramente blanco. Los negros se reparten las calles y las celdas, donde son mayoría, a la vez que sueñan en llegar a ser uno de los 90% de jugadores negros de la NBA, que sólo ven blancos con poder adquisitivo. El sexismo, está a la orden del día en un país, ultraconservador en su interior, donde los siglos no han pasado. Sólo el año pasado fueron cerca de 5 millones de víctimas femeninas de violación y malos tratos.
La población busca la esperanza de a saber qué, mientras matienen las líneas de clasismo, racismo y sexismo, que intentan ocultar de cara al resto del mundo. Aquí entra hollywood, y su sistema de doble moral.
Y ni hablemos de la educación, de la sanidad, del impuesto federal tributario falso que pagan todos los ciudadanos, no justificado legalmente. No hay duda que los debates televisados son una auténtica falsa, una gran momento del show business. No se toca nada comprometido y se ven que son todas las cosas ¿Quizás esté todo ya diseñado?
Por cierto el documental, igual un poco largo, es del 1996. Muy completo. A la libre interpretación.
Al fin, tras debates, mítines, millones gastados en publicidad, llamadas telefónicas para asegurarse la votación, La Cueva del partido demócrata (que controló el Facebook de los posibles votantes, manipulándolos con publicidad en sus programas favoritos para ganarse su voto), para encuestas, partidarios de uno u otro candidato en las caras reconocidas del engranaje capitalista; llegó el día de las elecciones. Casi todo el mundo ya había votado por correo, o en su mayoría, si no los recuentos no serían tan rápidos. Sólo faltaba recontarlos.
El sistema electoral de este país tiene alguna ventaja y todo inconvenientes. Entre ellos están la organización federal de los votantes, donde no cuenta el número de votos generales. Un estado se puede ganar con sólo un voto más y cuenta el estado ganado no el número de votantes en él. Por eso es lo mismo ganarlo por un voto que por un millón. Y siempre están los estados clave, esos que alguna vez cambian de su percepción de partido gobernante y los hace dudosos. Los que decantan la balanza de los ganadores. En los que más se invierte. Los demás están bien definidos, sólo hay que ver un mapa. Las costas son demócratas, y todo el resto del país, donde impera la ignorancia, las armas, el creacionismo, y el abandono, son claramente republicanos, reconociendo también sus votos demócratas. Lo mismo que en los estados demócratas, los votantes republicanos. Vamos que el país, resumiéndolo, es más bien morado, ni azul ni rojo. La igualdad es tan absoluta, que aún ganando Obama, el Congreso es republicano.
Eso no cambia, da igual los candidatos, el bipartidismo está claro. En las papeletas hay más de esos dos partidos, desde partidos verdes, socialistas, populistas, movimientos ciudadanos, de extrema derecha. Nunca van a más. Los candidatos son de los dos partidos mayoritarios, ya que para presentarse tienen que hacer una campaña millonaria, a la que sólo ellos acceden. Todos en el gobierno están hasta arriba de billetes.
La política no cuenta, sólo la fe de nuestras creencias. Basándose en eso, nada importa realmente en una población que piensa en la política sólo antes de cada elecciones y está aletargada durante los demás años. Ese status quo perfecto para que este sistema se alce siempre ganador, sin cambios y eliminando cualquier tipo de esperanza.
Como ventaja, con una cantidad de firmas acumuladas, podemos presentar una proposición de ley, directamente a la papeleta electoral, sin tramitación parlamentaria, de carácter obligado. Si sale elegida, se impone directamente. Aquí cada estado es distinto, y presenta las suyas. Colorado se ha hecho famoso en este punto. Es el primer estado que legaliza la posesión y consumo de marihuana. Tras años de uso medicinal, al que con un poco de picaresca todo el mundo accede, ahora pasará a ser tan normalizada como comprar unas cervezas en la licorería, con más de 21 años. Algo que están empezando a preveer como tránsito de turismo occioso, que llegará a Denver, más por ser su capital, a disfrutar de estos nuevos privilegios. Un hito histórico, dentro del sentido común. Otros estados votaron cosas como mantener la pena de muerte, legalizar el matrimonio gay, ilegalizarlo por constitución, etc.
Otro punto es que puedes votar en contra de los jueces estatales. Nadie lo hace, pero aquí los ciudadanos podráin despedir a un cabrón que brille por su despotismo. Los del Tribunal Supremo son de por vida.
Y ganó Obama. Salió reelegido por otros cuatro años. Donde no cambiará nada. Apoyará más a las minorías, a las mujeres, y a las clases medias, que lo haría Romney, pero dentro del continuismo.
También comentar, que haya ganado no hace olvidar que la mitad casi de los votantes, decidieron que sería bueno un fascista mormón para destruir el planeta. Incluso en los estados que son demócratas, una cantidad brutal de personas creyeron en las mentiras de Romney. Colorado es igual, aunque parezca más liberal, están entre nosotros.
Va a ser interesante ver hundirse el imperio desde dentro.
Amaba las road movies. Esas
películas que se desarrollan en la carretera, entre diversas circunstancias y
con diferentes escenarios, en un continuo de situaciones en las que los
protagonistas tienen que afrontar los más comprometidos retos de superación
personal, de salvación espiritual o tan sólo como medio de alargar la trama
para llegar a un final inesperado. Si son muy malas ni eso. Los detalles, el
desarrollo individual o grupal, las vías de escape, las conversaciones, la
eterna dualidad bien y mal, moralidades que desencadenarán inquietudes
internas, reflexiones o la pronta llegada del olvido. Pero cuando son épicas,
cuando rozan la percepción de lo que tú ansías al verlas, la empatía con sus actores,
sus logros o decadencias, siempre permanecerán, en mayor o menor medida en tus
recuerdos, en ocasiones alargados a los deseados sueños. Y son tan cercanos sus
caracteres que no los imposibilitan, que su contexto se te hace próximo y
coherente. Perfilas el camino de llegada a tu momento. De alguna manera
subconsciente te diriges hacia tu destino, la repetición de lo virtual, su
transfiguración en tu realidad. El comienzo de una nueva aventura. No la
buscas, esperas que ella te encuentre.
Es difícil explicar convincentemente lo sucedido, si fuera por mi sólo,
nadie daría fe de mis palabras. Pero éramos más. Los suficientes para que la
subjetividad unificada se revele en la grandiosidad del objetivismo, la mímesis
de la verdad.
Escapamos del silencio, de la ridiculización postergada al temprano olvido.
Nuestras palabras, mordaces en la explicación del absurdo, se fundieron en el
viento, única vía de la comunicación, en su veloz acceso a vuestro oído. De ahí
las historias, lo vivido. Explicadas con mayor detallismo.
Atrás dejamos los valles rocosos de la cuádruple frontera, demarcada con la
perfección de la perpendicularidad de la cuadrícula. Los interminables cañones
desérticos, o sutilmente arbolados en extenuantes pinceladas de verdes
contrastes, morada antaño de las primeras civilizaciones norteamericanas.
Recuerdos que sólo la tierra susurra a expectantes oyentes. Imágenes fugaces de
la historia de un pasado no tan remoto. El eco de los Anasazi reverbera en las
murallas naturales, en sus quebradas sinuosas, desprotegidas del azote erosivo
del tiempo formativo; buscando quién explique sus misterios, el declive de sus
pasos.
Recorridas quedaron las perpetuas rectas de esas carreteras, perfiladas en
la dimensión de horizontes contemplativos; meditativa prolongación de la
lejanía. Surcando las empedradas planicies de la sequedad ocre, sólo
interrumpida por la aparición de pequeños pueblos, expuestos al desamparo.
Observando la vida tan esquiva del progreso, como ausente en la variabilidad de
sus rutinas.
Las altas temperaturas golpeaban nuestras ideas, como un tsunami borra la
silueta de los castillos de arena. El sol lo acaparaba todo, en la plenitud de
su hegemonía, partícipe de su fortaleza, sorteada ingeniosamente por los
aleatorios ríos que bordeaban sus dominios. Cauces vivaces dibujando valientes
oasis, la salida del eterno paisaje.
Interrumpidos por el ocaso de los días, la acampada era nuestro obligado
reposo. Relajación de articulaciones tensadas en el abrazo afectivo de nuestros
sacos. El descanso de unos párpados forzados a la constante apertura dela proyección de nuestras miradas estudiosas.
Un momento íntimo en la evasión de la sociabilización diurna. Lo hacíamos
ágilmente, unos movimientos precisos que nos ahorraban el pago de nuestro
alivio; la gratuituidad impuesta del alojamiento seleccionado. El poder de
acampar eludiendo el capitalismo consensuado. En la coherencia, la justicia; en
la práctica, el respeto. Nadie salía perjudicado de nuestras prácticas
esquivas. La acampada salvaje organizada en la lógica de nuestros ideales.
Siempre asombrados de la inquietante belleza de los Parques Nacionales de
los Estados de Arizona y Utah, de los caminos áridos y polvorientos para llegar
a sus respectivos miradores, del juego visual del agua recorriendo la piedra,
del viento azotando las murallas que buscan tocar las nubes, los árboles
creciendo donde cualquier otro ser vivo desistiría y los animales curioseando
el caminar de nuestros sufridos pies; siempre deseosos del nuevo conocer, del
abrir nuestras mentes en las experiencias cognitivas más amplias, intentar
abarcar lo máximo posible con el uso de cada entrenado sentido.
Más noches estrelladas, guerreros descansando tras los kilómetros
avanzados. Y los que vienen y vendrán. Ahora el nuevo destino nos dirige a
nuevos escenarios, nuevas vistas, otros ecosistemas. Marchábamos hacia el famoso
Parque Nacional de Yellowstone, el primer parque nacional del mundo, uno de los
pocos que podemos decir son especiales, diferenciándose de los demás en su
originalidad. Uno de esos caprichos de la Madre Tierra, que hace que nuestra
presencia se haga insignificante. Al mínimo, somos hormiguitas comparadas a lo
que alberga su interior. Un subsuelo que mantiene un secreto conocido a voces.
Un secreto que nadie querría oír de primera mano. La mano del interesado. El
supervolcán. Activo, siendo el responsable de numerosos terremotos y temblores
a diario, por echar vapor en las fumarolas y agua hirviendo en los geiseres,
por haber dado forma a la estructura del lago, de las montañas y cerros.
Respetuoso, por no entrar aún en erupción, por mantener la vida en todo el
continente del Norteamérica, por no provocar el cataclismo por algunos
esperado. Y enorgullecido de mostrarnos sus maravillas, sus rincones, sus
senderos, su vida.
Ansiosos de verlo, visitarlo con la expectación de abrir los ojos tras una
operación de cirugía plástica, cruzamos el extenso territorio de Wyoming,
dejando atrás las tierras de Colorado. No demoramos mucho en observar su
capital. Aunque el nombre nos recordaba tiempos inmemoriales, Cheyenne, no
tenía interés alguno. Tematizada con sus sombreros de cowboy y sus botas de
montar, con algún edificio clásico entre sus largas y desiertas avenidas, un
capitolio tan insulso como la derecha que lo gobierna y poca cosa destacable
más; la abandonamos como un día masacraron y abandonaron a los pobladores que
le dan nombre.
Seguir la carretera te arma de paciencia. Rectas interminables, de las que
nos habíamos acostumbrado, cortadas por pequeños núcleos urbanos, Laramie y
Rawlins, y sólo apartadas de la monotonía por algún tren de largas mercancías
que nos retaba a seguirle en paralelo. Nos aproximábamos a las montañas, a su
silueta tras la caída de la noche, a su protección del frío que diferencia
estos dominios de los visitados antes.
En Rock Springs, cambiamos dirección Norte. No llegaríamos hoy, pararíamos
a dormir. Todo se ve paralizado en segundos por circunstancias extraordinarias.
Absortos en pensamientos, conversaciones y planes de corto plazo, nos quedamos
perplejos cuando delante de nuestras luces de larga distancia, cruzaba la
carretera un coyote como si con el no fuera la cosa. Su tranquilidad, sus ganas
de intentar llegar al otro lado, para lo que fuera que ideaba, y su desafío al
mirar hacia las luces, nos mantuvo expectantes, mientras mi cerebro consiguió
mandar un impulso nervioso a mis pies y frenar la velocidad a la que
circulábamos. Lo vimos alejarse en slow
motion, emotivos y asombrados. No era tan grande como un lobo, ninguno lo
es, pero tiene la elegancia de aquel, y una familiaridad empática, producto,
tal vez, de sus constantes peripecias para atrapar al correcaminos, siempre
frustradas por la astucia del otro.
No dábamos de más. En Pinedale decidimos buscar un sitio donde acampar. No
tuvimos suerte. De noche, cualquier camino parece que te lleva al infinito. No hay
referencias y puedes estar dando círculos perfectamente a una misma calle, más
si te sales del alumbrado de las casas y carreteras. Desistimos por esta vez y
buscamos la seguridad y el descanso de uno de esos moteles donde parece que
puede ocurrir un asesinato en cualquier momento. Estereotipados en mil
películas, éste parecía tranquilo. Nos dejó dormir en sus entrañas, como
detalle ilustrativo de nuestra película de carretera.
Como toda entrada a un parque que se precie, siempre hay un pequeño pueblo
turístico donde echar gasolina, comprar souvenirs, beberte unas cervezas o
descansar del largo camino hasta llegar aquí. En este caso era Jackson, entrada
al Grand Teton National Park. Sus casas bien cuidadas le dan un aire
pintoresco, un escape de la vida en ciudades de hormigón y advenimiento de la
llegada de la montaña. Construcciones en madera, detalles de naturaleza,
carruajes que llevan a turistas, todo muy bien preparado para preparar la
visita al parque o, en invierno, las estaciones de esquí.
- ¿De dónde viene ese nombre?- preguntaba Nacho, entre la risa y el intento
de confirmar sus sospechas.
- De dónde crees. De las tetas, pero del francés, no del tetón del español.
Mira, sólo es imaginárselo un poco- le contesté observando la formidable forma
de las montañas.
La que sobresalía entre las demás era el pico del Grand Teton, el nombre,
tras verlo en el mapa, nos hizo reírnos más del absurdo juego que se inventó el
que fuera que le pusiera ese nombre. Pero al margen de eso la cordillera es
espectacular. Los picos se prolongan con resquicios de lo que en invierno son
glaciares, solos imponiéndose sobre la llanura que los precede. Ahora en
verano, la bruma que aparece por la mañana, distrae la visión de esta foto de
postal. Se ven, pero las siluetas se esconden entre la distracción brumosa de
estos soleados días. Una lástima porque el entorno es fabuloso.
No obstante visitamos las cascadas que son guaridas de los osos grizzlis
que empiezan a parecer por este parque. No avisan de su presencia, buscando los
alimentos de extraviados o imprudentes turistas, que los abandonan en las zonas
de acampada. Tuvimos suerte de no encontrarnos a ninguno de camino. La reacción
que te advierten que debes tomar no se la cree nadie. Intenta ponerte lo más
alto posible y hacer todo el ruido que puedas, para que parezca que eres más
grande que él. Vamos, si ves un oso e intentas hacer todo lo que te dicen, el
teatrillo tiene que ser grandioso, tanto que el oso se irá riéndose de ti. Eso
si no te mata, como los casos que se han dado. Un oso es un oso. Por eso la
gente se prepara, producto de excesivas alarmas, y shows televisivos, y se
compran unos sprays especiales contra osos, que la legislación sólo permite
aquí. Las paranoias son bastantes excesivas.
Nosotros lo que vimos fue un elegante alce pastando tan tranquilo en las
orillas de un rio, ante la atónita mirada de las decenas de personas que le
esperan en su mejor pose, para sacar esa foto que luego enseñar de sus
vacaciones faunísticas. Es todo majestuosidad, tranquilidad y omnipresencia.
Recorrimos la longitud del parque visitando sus lagos, de un azulado
reflectante de la formación perfecta de pinos que los rodean, observados por
algún ratón, ardillas y marmotas, mientras buscábamos la aparición de algún
águila calva. Esa que aparece en todas las insignias demostrativas del
patriotismo chovinista de estas tierras. No nos dejo ver su presencia. La caída
de la noche tampoco ayudó.
- Joder, es la primera vez que a estas horas están vigilando la puerta del
camping.- comenté comprobando que nuestra técnica de entrar sin pagar no iba a
resultar aquí, quizás por el turismo masivo que visita este parque.
- Buscamos otro camping más alejado- comentó Kara, con la tranquilidad que
le caracterizaba.
No resultó. Pasamos por los sitios de acampada que se reparten por la zona
y no había manera. Tuvimos que acceder a la normalidad del pago de su gestión.
Nos dimos cuenta que aunque entres sin pagar, los guardabosques vigilan las
parcelas del pago de éstas. No importaba. No queríamos complicarnos. Así no
teníamos que madrugar para salir de la zona de acampada, antes de que nos
pillaran. Una noche con calma y relax. Siempre que no apareciera un oso. Mejor
guardar los restos de nuestra cena.
Estaba tan cerca Yellowstone, que a la mañana siguiente fue salir del
camping y estar entrando en nuestras añoradas tierras, el misticismo de
adentrarnos encima de un volcán.
Con signos evidentes del paso del fuego por la ladera de alguna de sus
montañas; por los incendios que se secundan durante el verano en mayor o menor
medida, aun recordando el del 88 que arrasó casi medio parque, o temporadas
donde fueron devastadores; el parque se extiende en el horizonte dominando
hegemónicamente estos territorios. La frondosidad de sus bosques de pino,
creciendo en posiciones inverosímiles, con árboles longevos y los nuevos que se
abren paso en la vida, surcados por ríos que descienden a cascadas de una
vistosidad distinguida; su increíble ubicación, única en el mundo al unir en el
mismo una de las zonas más vírgenes del hemisferio norte, con la caldera de un
supervolcán, las montañas que engloban la formación de las rocosas,el lago Yellowstone, cañones, ríos, cascadas,
y una diversidad biológica envidiable; la historia de sus orígenes, de su
evolución e investigaciones sobre su futuro; hacen que llegar aquí se convierta
en una experiencia sublime.
- ¿Acampamos primero, y así no nos preocupamos de perder tiempo en buscar
un sitio? Intuyo que aquí, siendo verano, va a estar todo lleno. Es temporada
alta- comentó Nacho, previendo la magnitud de lo que queríamos ver.
Las carreteras forman una red bien distribuida dentro del terreno del
parque, que dan opción de visitar sus puntos más alejados. Son puntos igual muy
específicos, donde aparece alguna peculiaridad y que se han sabido explotar
para el turismo masivo. Al circular por éstas, no piensas que estés dentro de
ningún ecosistema protegido hasta que aparecen los lagos, las montañas y algún
bisonte, que con la más pasmosa tranquilidad va cortando el tráfico al andar
por ellas. Conducir dentro se hace peligroso si lo haces de noche donde los
animales salen a los caminos y en numerosas ocasiones son atropellados por
autos que no imaginan la realidad de su localización. La imprudencia y la
estupidez humana son los mayores depredadores de la fauna local. La extensión
es demasiado grande para que sea totalmente vigilada. Y en este país la gente
conduce coches enormes, con las luces a toda potencia, cebo atrayente de las
muertes a su paso.
Mi admiración por los bisontes creció al observarlos de cerca, al ver su
rostro de ancestral sabiduría, su serenidad, su armonía, y verlos en manada,
cercanos a los ríos que recorren las praderas de precisos matices coloridos. Su
supervivencia a una extinción muy próxima, les mistifica, les da el
protagonismo. También compartido con las manadas de lobos que aparecen al norte,
donde se preparan observadores lunáticos con objetivos telescópicos de gran
tamaño y alcance, para poder retratar un pequeño paso en la vida nocturna de
éstos. Y si ves un oso Grizzly, será el seguro protagonista de tu momento.
Contemplando la caída brutal de agua del río Yellowstone, en la cascada de
Lower Falls, que salta dentro de un amarillento, seco y rocoso cañón, mientras
el atardecer obnubilaba nuestros sentidos, decidimos pasar la primera noche en
un lugar privilegiado, cerca de uno de los lagos, y con la amenaza mediante
carteles de visitas de osos, la última hace dos semanas.
Todo es increíble y cambiante. Los escenarios pueden pasar en minutos de
praderas con bisontes en el Hayden Valley, a cañones, caminos sinuosos
recorriendo las diferentes cordilleras montañosas, ciervos cruzando los
caminos, zonas termales de un diseño mágico como Mammoth Hot Springs, o la
parte más visitada del parque. Las Basins, cuencas, dónde aparecen los
geiseres, más de 300, termas, fumarolas, piscinas como campo de recreo de algas
extremófilas y de alucinantes contrastes de colores, y barro calentito y
burbujeante, formando figuras surrealistas. Y gente, muchas personas circulando
en una cantidad enorme de autos y motos, con el calor que hace y esos
incansables motoristas de clásicas harleys recocidos en sus trajes de cuero
negro. Las harleys son las harleys.
Morning Glory
Riverside Geyser
Mammoth Hot Springs
Grand Prismatic Spring
- ¡Es la ostia este lugar! Te podrías quedar semanas para ver todo bien,
para relajarte y disfrutar de las maravillas que posee. Sobra gente, pero nos
tendremos que joder ¡Es el puto Yellowstone!- comentó entusiasmada Bea.
- Bueno la gente de aquí es muy vaga, por no andar un poco se dejan de ver
sitios increíbles. Míralos todos esperando que actúe el Old Faithful. Vale que
es el más fácil de ver, pero les gusta que se lo den todo hecho-reproché
mientras miraba como se agolpaban los observadores alrededor del geiser más
turístico.
Cuando salta el agua el espectáculo es admirable, su grandiosidad durante
unos minutos corta la respiración a los que allí nos reuníamos. Es el epicentro
de las miradas, de cualquier nacionalidad y lengua, edades y tamaños. Desde una
niña japonesa al motero más tatuado del mundo. Todos callamos y prestamos
atención a esta sensación natural. Una regresión a nuestra tierna y adorable
infancia. El fin de la maldad. La fluidez de la bondad.
- ¡Si que echa agua! Lleva ya un montón de minutos. Yo creo que era más
corto- dijo Kara mirando como la gente no se movía y seguía fotografiando el
geiser.
- Vamos avanzando hacia los demás geiseres, antes de que venga todo el
mundo. Esto ya está visto- no quería estar horas mirando ese chorro.
Algo no iba bien. Empezaron a saltar otros geiseres a lo lejos.
Sincronizados. Formando unos pilares de agua que ocultaban el cielo. No podía
ser. Soltaban enormes chorros algunos que se creían inactivos. Normalmente se
sabía la frecuencia de ellos, con margen de horas de error. Pero esto era
diferente. Nos pilló a todos por sorpresa. La gente se dirigía hacia todos los
puntos intentando hacer la mayor cantidad de fotos posibles. Era un caos. Una
marea de personas sin saber donde ir, sin mirar a los demás y sólo pensando en
sus putas fotos. Estaban totalmente hipnotizados, a mi me parecía extraño. Eso
se generalizó cuando llegaron los primeros temblores. Cayeron piedras de las
laderas de los cerros cercanos. No fueron muy fuertes, pero cambió el dinamismo
de la gente. Primero se paralizaron mirando a su alrededor. Luego vino la
estampida. Otro temblor más fuerte cambió la dirección de los chorros por un
instante, mojando a la gente con el agua hirviendo a su salida. Las piscinas
termales empezaron a borbotear con más violencia, y con ellas el gas empezó a
surcar el espacio donde nos hallábamos.
- Hay que irse rápido de aquí. No sé si irán a más los temblores, pero la
gente está alteradísima, y esto va a ser un puto desastre ¡Joder, que puto
olor! ¡Que asco!- alarmaba Nacho tapándose la nariz por la inhalación de los
gases.
A mí me lloraban los ojos, y las arcadas que me producían me hicieron
recordar esas manifestaciones, oprimidas a la fuerza con el uso de las
lacrimógenas. Pero esto era más repugnante. Una mezcla de sulfuro, con el agua
caliente y a saber que más, daba la sensación de estar convirtiéndose en un
coctel mortal. O salíamos de allí, o nos quedábamos para siempre.
- ¡Corred al coche! ¡Mantener la respiración y no os separéis!- oí de
alguno de mis amigos, entre mi visión borrosa y la escasa visibilidad.
Tuvimos la suerte de haber llegado de los últimos y haber aparcado el coche
en lo más lejano de los varios parkings que había aquí. Mientras la gente se
volvía loca buscando sus respectivos medios de locomoción, los moteros fueron
los primeros en salir de aquí, nosotros tomamos un atajo entre un pequeño
bosque para llegar a la otra punta del aparcamiento. Detrás nuestro dejábamos
los gritos de pánico de la multitud, imaginando que más de uno estaría herido o
saber si muerto. Conseguimos llegar de los primeros, los otros coches estaban
en un gran atasco atrás nuestro. Ahí es cuando vimos el fuego. No sabíamos de
dónde salía, sólo que saltaba por los aires, golpeando a los árboles más
cercanos, comenzando un incendio que unía su humo a la ya gaseada atmósfera.
Después vimos como volaban los piroclastos, bolas llameantes que caían sobre
autocaravanas, coches, los edificios con restaurantes y tiendas de souvenirs,
los baños de los que salían personas con los pantalones bajados, las primeras
personas que morían aplastadas y calcinadas ante nuestros ojos, alcanzando a
los coches que no se alejaban más de cien metros de nosotros. El caos ya fue
absoluto. El humo dificultaba la visibilidad, los autos chocaban, se sucedían
los atropellos de personas, las llamas se extendían por todos los edificios,
todos corrían sin saber donde ir, pisando a los caídos por el camino, arrojando
al suelo a los sorprendidos por la estampida, a los que arrollaban los
vehículos.
- ¡Ya, vámonos, coño! ¡Está reventando el maldito volcán!- gritó
desesperada Kara, con lágrimas en los ojos, producto del infierno visual al que
nos habíamos quedado perplejos mirando.
Arranqué el motor con el nerviosismo de la primera vez, intentando calmar
mi pulso sudoroso. Sentía el calor que aumentaba en toda la periferia, al mover
el volante. Quemaba. Espero que aguantara el coche, que ya tenía sus años y sus
viajes realizados. Si nos quedamos ahora tirados, adiós a nosotros.
- ¡Qué esperas, acelera antes de que lleguen los que están por detrás
nuestro!- más que oírlo sentí golpear el sonido en mis oídos.
Era de locos conducir en esas condiciones. Tenías que esquivar a algún
desquiciado que se lanzaba sobre nosotros, los otros coches, las bolas que
caían en el camino, los árboles que crujían amenazando nuestra estabilidad, y
además intentar mantenerte en la carretera. No miraba atrás. Solo aceleraba.
- ¡Cuidado Edu!-gritó Bea desde el asiento de atrás.
- ¿Qué pasa?- impaciente por la respuesta ante el sobresalto.
- ¡Mira a tu derecha! ¡Vienen hacia nosotros!- advirtió ella.
El sonido les precedió. Una manada de bisontes corría paralelos a nuestro
coche, fuera de la carretera. Levantaban una polvareda que imposibilitaba la
visión de lo que ocurría detrás. Y se les acababa la pista. La pradera de
nuestro lateral se cortaba con una formación rocosa. La única salida era cruzar
por la carretera. Teníamos que llegar antes que ellos o el impacto sería
terrible. Aceleré al máximo sin dejar de mirar por los espejos retrovisores.
Los veía ahí. Muy cerca. No daba tiempo. El macho alfa empezaba a cruzar. La
maniobra puso el coche a dos ruedas y derrapó metros más allá. Se estabilizó.
Esquivamos momentáneamente la manada que nos seguía ahora. Poco a poco los
dejamos atrás.
- ¡Salgamos del parque! No sabemos si va a ir a más la erupción- relajado
al ver que no había más obstáculos.
- No creo que sea más fuerte que eso. Si llega a ser de las grandes, nos
hubiéramos enterado pero bien. Bueno y todo el país. Lo habría dejado en
penumbras. Los piroclastos hubieran llegado hasta mil kilómetros más allá, como
se calculó después de la última explosión, o quizás más. Y estos estados estarían
en la mierda. Creo que era una explosión secundaria. Pero lo mismo es un aviso
cercano para el fin. Yo me iría lejos por si acaso. Por lo menos no morir
calcinados- comentaba riéndose Kara, consiguiendo la relajación del grupo.
- Ahí atrás, ha quedado la ruina. No se como estarán escapando o como se
habrá actuado, pero muertos tiene que haber los suyos. Creo que el plan de
evacuación en casos de desastres es bastante nuevo y no lo han utilizado aun
¡Estando en una caldera inmensa de un supervolcán y siendo el parque más
visitado! Igual me paso de cruel, pero con ésta aprenderán- recalcó Nacho.
- Yo no he visto ningún tipo de auxilio. Para cuando lleguen van a
solucionar poco. Levantar cadáveres e intentar apagar el fuego. Eso si las
explosiones han parado. Los que consigan salir se van a acordar del viaje. Y no
volverán seguro. Si se abre otra vez al público Yellowstone- comentaba Bea,
mientras se limpiaba alguna lágrima que recorría su rostro.
- Entonces vamos hacia Salt Lake, que es la ciudad más grande por aquí
cerca. Está sólo a unas cuantas horas, que lo de cerca se queda relativo- observó
Kara mirando el mapa de carreteras.
No era tarde, calculaba que podíamos llegar antes del anochecer. Si no, no
era problema pasar la noche en cualquier sitio. Pero teníamos que ir avanzando.
Salíamos del parque.
Pasamos brevemente por Montana, sólo para hacer una foto al cartel de
entrada, y de ahí tomar la 20 hacia el Sur. Aun se podía ver el humo en la
lejanía. Nos cruzamos un camión de bomberos y varios coches oficiales. Llegaban
un poco tarde. Hacían su ruido. Percibimos la hermosura de la profundidad
arbolada del Targhee National Forest, mientras lo dejábamos atrás, estando ya
en el Estado de Idaho, que como dicen las matrículas de sus coches, es la tierra
de las patatas, y poco más. Un estado que vive de la agricultura y ganadería,
como buen estado conservador republicano, con extensiones enormes de cultivos,
en planos interminablemente indefinidos. Teníamos que cruzar el estado para
llegar a Utah.
- Chicos tenemos que parar para echar gasolina. Voy a tomar la próxima salida
a St. Anthony- observé, tras cambiar la música, que se estaba haciendo
repetitiva, y poner un poco de rock clásico.
- ¡Espérate un momento! En vez de ésta, salte por la siguiente, que podemos
tomar un desvío hacia el pueblo de Teton ¡No me jodas, que nombre! ¡Quiero
hacerme una foto con su cartel de entrada!-exclamó exaltado Nacho, soltando
alguna carcajada.
- ¡Eres un friki de la ostia! Nos tenemos que alejar de la principal y
meternos en la puta nada para llegar a ese pueblo. Lo mismo no hay ninguna
gasolinera- la verdad es que no me importaba, parecía divertido.
- ¡Vamos no te ralles y tuerce ahí!- entusiasmado.
Rural y desierta podríamos llamar a la zona. Terrenos de cultivo de lo que
parecía cereal, se abrían paso en el horizonte cercano, calentadas por el sol,
que hacía justicia a su paisaje. Humildes graneros aparecían por los lados,
avisándonos de que el tiempo aquí había parado.
- ¡Ahí tienes tu cartelito!- frenando en seco, tras recorrer un buena
distancia hasta llegar al pueblo.
Realmente para estar en la puta nada, el cartel tenía su gracia. Pintado
como si fuera a ganar un concurso de nuevos talentos de vanguardia
contemporánea, sus matices, colores y formas, le avalaban para justificar la
foto con él. Además ya estábamos aquí, que más podíamos hacer.
- ¡Ya tengo la foto con el pueblo de Tetónnn!- reía Nacho.
- Bien, echamos gasolina y nos vamos.
La gasolinera no andaba muy lejos del cartel. De hecho, no estaba lejos
nada, en las cuatro calles del pueblo. Pintada con un rojo, tan viejo como
oxidado, y con una silueta de la prehistoria, para estar ubicada donde estaba,
era excesivamente grande. No tanto los surtidores, que contaba con dos, sino el
recinto que se situaba a su lateral. Me extrañaba el rótulo de tienda. No
pensaba que vendieran más que alguna gorra rural y algo de beber ¿A qué se
debía tanto espacio? Si en el pueblo además no se veía ni un alma. Totalmente
desolado, silencioso. Su apariencia le hacía abandonado de tiempo atrás.
Tras situar el coche al lado del surtidor, vimos que estaba seco. Lo intuíamos,
entre otras cosas, porque nos quedamos con la manguera en la mano, arrancada de
cuajo y no goteaba lo más mínimo de ella. Ni una gotita. Nada.
- ¡Qué putada! Ahora tenemos que dar la vuelta- comentó Kara, con un tono
irónico.
- Da igual, lo importante era la foto- reiteró Nacho.
- Oye, chicos, vamos a mirar si está abierta la tienda. A lo mejor hay
alguien dentro- sugirió Bea, caminando hacia la puerta.
No se abría. Lo impedía una enorme cadena, que bloqueaba su acceso desde el
interior, donde sólo podíamos ver unas estanterías llenas de polvo y vacías, y
algo que parecía un mostrador, aunque ahora lo habitaban cucarachas que
correteaban sobre él. Un poster advertía del estado donde nos hallábamos, con
unas letras bien grandes. Idaho, Tierra de Patatas. Nos volvimos al coche
verificando el abandono del pueblo cuando oímos un disparo. Apoyados en él, nos
apuntaban con rifles dos hombres. Por su aspecto, la palabra pueblerino se
quedaba corta. Con unos buzos azules, llenos de grasa, barbas de no cortar
durante años, gorras a medio camino entre la podredumbre y la cercanía a lo
inservible, y escupiendo una sustancia viscosa y negra al suelo; nos miraban
acechando y analizándonos cuidadosamente, mientras no dejaban de apuntarnos.
Imaginé que no sabían que existían los libros, ni en que país vivían, pero
amenazaba su presencia. Más por que portaban armas y estaban cargadas. Eso me
hizo sentir inseguro y acojonado ¿Qué coño querrían? ¿A qué estaban esperando?
Observé a mis amigos y permanecían más estáticos que yo. Ninguno nos atrevíamos
a hablar. Y además, ¿qué mierda hablarían esos seres?
Nunca pensé que unos segundos duraran tanto. Al fin, uno de ellos, sabíamos
que no eran gemelos, pero no les veíamos las diferencias claras, soltó un
sonido ininteligible. Nos miramos. Deduje que nadie le entendió. Volvió a
gruñir, por llamarlo de alguna manera. Nada. No me sonaba a inglés. Pero a
saber, viéndolos y con la mierda negra que mascaban, jamás les entenderíamos.
Se enfadaron. Uno de ellos, el que se situaba más a la izquierda, disparó al
aire. Luego nos señaló con el rifle. Sus movimientos nos mandaban ponernos de
rodillas. Eso era universal. Pero me acojoné más aun ¡Nos iban a ejecutar! Yo
no me inmuté, pero seguí la dinámica cuando vi que las chicas se arrodillaban.
Nacho no se movía.
- ¡Qué coño haces, Nacho! Baja ¡Te van a disparar si no!- le susurró su
novia Bea ¡No es momento para rebeldías!
- ¡Quién te dice que no nos van a matar de rodillas! Aunque ahora suene
estúpido, prefiero morir de pie que fusilado de rodillas- le recriminó él.
- ¡Nacho arrodíllate, joder!- le gritó nerviosa Kara.
El jodido cabezón no cedía. Uno de los hombres se acercó a él y le apuntó a
un metro de la cara ¡Qué putos cojones tenía! Seguía sin moverse. El hombre no
se lo pensó dos veces. Con un giro rápido del rifle, golpeó a Nacho en la
mejilla, arrojándolo al suelo. Al ver que Bea se lanzaba a protegerle, la lanzó
de una fuerte patada hacia atrás. Nosotros no pudimos hacer nada, el otro, nos
apuntaba de cerca. Me sorprendía lo tranquilos que estaban. Si quisieran
habernos matado nos hubieran disparado ya. Nos querían vivos. Pero, ¿para qué?
Una vez que consiguieron arrodillarnos a los cuatro, nos colocaron de
espaldas a ellos y nos ataron las manos por nuestras espaldas. Sentía que no
corría la sangre por las mías. Estaba jodidamente fuerte. No me podía mover.
Después dejé de ver. Nos pusieron unos capuchones que sólo dejaban libres
nuestras narices, y nos levantaron violentamente. Intenté gritarles a los
chicos si estaban bien. Pero el sonido no salía tan claro como pensaba. Me iba
a reventar el corazón del ritmo tan acelerado al que latía. Me limité a andar,
a obedecer el camino que imponían. No fuimos muy lejos. No pasó ni un minuto,
cuando oí el crujir de una puerta de hierro al abrirse. Debíamos estar entrando
en el recinto contiguo a la tienda, pero por otra puerta. Una lateral que no
habíamos visto. La oí cerrar.
Andamos unos pasos más. El ruido de nuestras botas golpeaba el suelo
produciendo un eco que evidenciaba la amplitud del lugar donde nos
encontrábamos. Si era el jodido recinto, debía ser una única estancia. Muy
espaciosa, donde mi mente dibujaba su posible diseño ¿Qué se escondía allí
dentro? ¿Por qué nos metieron esos hombres? ¿Qué pretendían hacer con nosotros?
Eran demasiadas preguntas que no podía responder ante la imposibilidad de ver
lo que era. De un golpe me desplazaron unos pasos adelante, oyendo tras de mí
el sonido seco del metal de una puerta. Esperé unos instantes. No se oía nada.
- Chicos, ¿estáis ahí?
- No te muevas, voy a quitarte la capucha- sentí detrás mio, antes de
volver a ver.
Con la boca, de un fuerte apretón de dientes, quité la capucha de Kara.
Luego Nacho y Bea hicieron lo mismo.
- ¿Estáis todos bien?- preguntó Bea, mirando nuestros rostros asustados.
- ¿Dónde coño estamos? ¡Es una celda!- al ver los barrotes que se situaban
delante nuestro.
No tendría más de cinco por cinco metros, con manchas de humedad evidentes
por las paredes y el techo, y un pequeño asiento de hormigón en la parte de
atrás. Más sorprendente era el espacio interior de ese recinto. Estaba llena de
aparatos quirúrgicos de alta tecnología. Las paredes de un blanco inmaculado,
que destellaba los reflejos de los grandes focos de iluminación que se situaban
en su techo, le daban un aspecto de pulcritud extrema. Las diferentes máquinas
debían de venir de laboratorios profesionales. No entendía mucho de ellas, pero
veía camillas de operación, ecógrafos, monitores de seguimiento, cabinas de
resonancias magnéticas, y cosas que ni adivinaba que podían ser. En las
camillas había personas tumbadas, conectadas a un montón de monitores. Diferenciaba
el ligero sonido repetitivo de los bips de ellos. Pero no encontraba a ningún
doctor o personal de quirófano. Sólo las personas dormidas, inconscientes,
muertas, o lo que fuere, que se repartían por diferentes puntos a lo largo de
ese espacio.
- Joder, ¿qué es esto? Parece un puto quirófano.
- No sé, pero me asusta ¿Quién son esas personas? ¡Son todos rubios!- gritó
nerviosa Bea.
- La puerta está cerrada de cojones ¡Tenemos que intentar salir de aquí!-
exclamó Nacho golpeando los barrotes de ella, sin ningún resultado.
- No tenemos nada para intentar forzar la cerradura- observó Kara mirando
dentro de nuestra celda.
- ¿Habéis visto que todos están esposados a las camillas? Esto no es
ninguna especie de hospital ¡Joder, que ostias hacen con esa gente!
La puerta volvió a abrirse. Ahora sabía por donde entramos. No sería más
grande que una puerta normal de cualquier casa. La tienda de la gasolinera
sería una tapadera para lo que fuera esto. Entraron unos hombres con batas
blancas. Llevaban esposado a otro, pero sin tener la cabeza tapada. Conté tres,
de edades no muy avanzadas. Era curioso que todos tuvieran los mismos rasgos
corporales. Rubios, de rostro blanco y claro, de alta estatura y complexión más
bien delgada. Nos miraron como si supieran de nuestra existencia aquí, pero sin
importarles demasiado. Le siguieron arrastrando hacia una de las camillas
libres. Le tumbaron en ella, tras quitarle la ropa. Lo conectaron a diferentes
aparatos, mientras se preparaban a hacerle algo. Se colocaron mascarillas en las
bocas y guantes quirúrgicos. Uno de ellos cogió un bisturí. La acción fue
rápida. No podía creer lo que estaba pasando. Contemplamos atónitos como de un
golpe rápido, el paciente, el preso, la cobaya, lo que fuera, clavó en el ojo
de uno de los doctores el bisturí, a la vez que empujaba al suelo a otro de
ellos. Luego se dejó caer rápido de la camilla a un lado y, levantándose
velozmente, tumbó al tercero, arrollándolo con ella. Ni lo pensó, cogió un
monitor y lo empotró en la cabeza de éste. Le quitó el bisturí del ojo al
primero y lo degolló. La sangre salpicó la inmaculada estancia, y la cara del
fugitivo. El doctor intentó cortar la hemorragia de su cuello con las manos,
antes de desplomarse en sus instantes finales de vida. El último de ellos,
intentó escapar, dirigiéndose a la puerta de entrada. No fue lo suficientemente
raudo. Antes de llegar, el tipo le alcanzó, y de un brusco empujón lo estampó
contra ella. Una vez en el suelo le reventó la cabeza a patadas. No paró hasta
que se cercioró de que no se movía. Su rostro era un gran borrón rojo. Se
vistió a toda prisa y vino hacia nuestra celda. No nos dimos cuenta de cuando
encontró las llaves, pero las llevaba en la mano.
- ¡Vámonos de aquí a toda ostia!- su rostro salpicado de sangre no nos hizo
titubear.
Al salir por la puerta, corrimos al coche que estaba en el mismo punto en
que lo dejamos antes. Una bala destrozó el cristal de atrás. Los pueblerinos
nos estaban disparando. Sin pensarlo arranqué a toda velocidad. Los neumáticos
chirriaron contra el suelo, dejando un asqueroso olor a goma quemada. Otra bala
dio en las luces traseras. No eran muy buenos tiradores. Salimos del pueblo sin
perder tiempo. No les veíamos seguirnos. Imaginé que entrarían a ver que
ocurrió dentro del recinto. Tomamos la carretera principal.
- ¡Motherfuckers!- exclamó
nuestro nuevo compañero, con un acento que evidenció su origen norteamericano-
¿Estáis bien? ¿Alguna herida?- no era malo su español.
- Por aquí adelante todos bien- afirmó Kara.
- Nosotros también- completó Bea.
- Joder, joder, joder, ¿qué coño fue eso? ¿Quiénes eran esos tipos? ¿Qué
nos querían hacer? ¿Quién eres tú? Por cierto, menudos cojones tienes. Yo soy
Edu.
- Me llamo Kevin. Y esos tipos son lo más parecido a unos científicos
nazis, pero del siglo veintiuno. Yo no sabía nada de esto, ni podría
imaginármelo. Pero me he visto envuelto de la forma más brusca. Si los maté es
porque no me quedaba más solución. Para nada soy una persona violenta, pero
esta era la segunda vez que me cogían. Confío en vosotros, ya que estabais en
la misma situación de peligro. Lo más seguro es que os hubieran matado en
algunas horas. No os iban a tener retenidos, eráis un estorbo. No entrabais en
sus planes y no os podían soltar. Imagino que hubiera sido algo rápido, algún
veneno o inyección letal, y luego os enterrarían a saber donde, en este jodido
estado de mierda.
- ¿Y a ti que te iban a hacer?- respondí aliviado por saber que gracias
aquel tipo estábamos vivos.
- Lo mío es más complicado. No sé como comenzar a contaros esto, pero es
muy jodida la realidad que vais a conocer. Ese recinto es un laboratorio de
control y experimentación mormón, bueno, lo vamos llamar así. Secuestran a
ciudadanos de la ciudad de Salt Lake. Ciudadanos que no están convertidos al
mormonismo y los traen aquí con frecuencias diarias de decenas de ellos. En
cuestión de horas les implantan unos chips de seguimiento y control mental.
Ingeniería nanorobótica de novedosísimo diseño. Les hacen mormones autómatas.
Bueno ellos no recuerdan nada cuando son devueltos a la ciudad y siguen con sus
vidas con total normalidad. Como ciudadanos, como vosotros y yo. Pero si un día
les necesitan para cualquier tipo de misión, pueden activar sus chips y con
ellos una reacción de control corporal y mental planificada, para los intereses
que busquen. Activan unas reacciones químicas, biológicas y neurológicas,
dirigidas por la liberación de los nanorobots que se mantienen esperando este
momento. Se adueñan de sus cuerpos y mentes en minutos. Luego son sus esclavos.
- No os creeréis todas esas chorradas, ¿verdad?- ironizó Nacho.
- Deja que acabe, ¿y en el laboratorio implantan a la gente esos chips?-
preguntó Bea, intrigada por la absurda historia.
- Sé que parece de lo más surrealista que nadie se pueda imaginar, pero es
totalmente cierto. La parte más irónica de todo es que el laboratorio está en
Teton por un motivo. El chip que les implantan tiene la forma de un tercer
pezón, eso es lo que les identifica. Un poco de sentido del humor por los
cerebros de esta conspiración. Están formados por tejidos humanos, que los
hacen normales a la vista y al tacto. Y los afectados nunca recuerdan si lo
tenían de verdad o no.
- Genial ¡De puta madre! Vamos a pensar en esto un momento ¿Quién nos dice
que este tío no está desquiciado? ¡Joder si acaba de matar a tres personas! Y
ahora nos cuenta esta mierda. Venga hombre, ¿cuál es tu problema?- reprochó
Nacho, buscando la conformidad con su escepticismo.
- ¡Mira esto!- afirmó con rotundidad Kevin, enseñando, tras levantarse la
camiseta, su tercer pezón situado al lado del pezón derecho y con idéntica
forma-. ¡Yo fui operado!
- ¿Y por qué no te están controlando? No creo que te hubieran dejado matar
a los doctores- comentó Kara.
- Algo falló en mi chip. Cuando me desperté no pudieron controlarme y
escapé del laboratorio. Tomé de rehén a uno de los doctores y le obligué a
sacarme de allí en su coche. Son doctores que trabajan a sueldo, no son
matones. Les presionas un poco y se acojonan. Cuando nos alejamos le saqué a
golpes toda la información que estoy compartiendo con vosotros. Fue mi primer
muerto. Lo malo que la parte de seguimiento del chip si que funcionaba y me
encontraron sus matones. Ya los conocéis. Esos putos pueblerinos. Visteis a dos
pero todo el pueblo trabaja para ellos. No son muchos pero su escasa
inteligencia los hace muy controlables. Además les deben pagar bien. No pude
escapar y me capturaron por segunda vez. Por el camino me golpearon, para que
no intentara nada. Me hice el inconsciente. Me retuvieron mientras dos de ellos
solucionaban vuestro intrusismo. Los doctores esperaban fuera conmigo. No les
gusta la parte violenta de su trabajo. Comprendí que juntos seríamos más
fuertes. El resto es historia.
- Si eso fuera cierto, ¡nos están siguiendo por tu puto chip!- gritó Bea.
- Sí. Tenemos que llegar rápido a Salt Lake. Es la única opción que tengo
para desconectarlo. Les llevamos ventaja entre que reúnen a los hombres y piden
autorización a sus jefes para seguirme. Eso o nos esperan a la llegada- explicó
Kevin.
- ¡Joder pues quítate el puto pezón!- chilló Nacho intentando morderle para
arrancárselo con los dientes.
- ¡Espera loco!- apartando a Nacho de un empujón-. Lo necesitamos. También
es una llave para entrar en la base de datos.
- ¿Qué base de datos?- preguntó Kara.
- Sabréis que Salt Lake, además de ser la capital del Estado de Utah, es la
capital del mundo mormón. Todas las bodas son en su templo principal, el mayor
de todo el mundo, y aquí se asentaron hace años los primeros creyentes. Por
llamar de alguna manera, creer en esa sarta de mentiras producto de la
esquizofrenia de ese Joseph Smith. De ese primer grupo se formó una sociedad
secreta con fines imperialistas. La imposición de su religión como nuevo orden
mundial, por eso se originó en Estados Unidos. Un mundo futuro controlado y
gobernado por los mormones. Han estado preparándose estos años. Primero
mandaron misioneros por todo el mundo. Crearon templos por todo Suramérica,
Europa, Asia y África, donde están atacando más, actualmente. Son tantos como
el número de judíos y creciendo. Luego hicieron sus medios propagandísticos,
sus películas, su música, sus libros. Consiguieron que las Olimpiadas de
Invierno fueran en Salt Lake, con lo que adoctrinaron atletas y personalidades
de todos los países, voluntariamente, o con el uso de la implantación de
pezones. Y entre todos se han ido posicionando en lugares estratégicos, desde
el mundo del espectáculo, a escritores, a negocios o a la política, la más
peligrosa de todas. Hasta llegar a su mayor éxito, que es la candidatura
republicana a la presidencia de Mitt Romney. No quiero imaginar que pasaría si
ganara. Sería la eliminación sistemática de cualquiera que no estuviera dentro
de ellos. Atacarían a todos los países sin pensárselo. Una nueva geopolítica
religiosa global. El fin del mundo como lo conocemos. Y todos los nombres de
todos los miembros están en la base de datos de la Family History Library, en
Temple Square, no la que está abierta al público, la oficial, sino en una sala
especial, que es donde se especifica los miembros con chips, sus posiciones,
sus activaciones, y mecanismos de control global. A esa vamos. Cada miembro con
chip puede entrar. El chip hace de llave. Luego la tenemos que eliminar. No
tienen más sitios que éste. Todo está centralizado aquí. Ese es su gran error.
- Un momento, ¿qué te hace pensar que te vamos a ayudar? Muchas gracias por
salvarnos la vida, pero éste ya no es nuestro jodido problema ¡Nos quieres
llevar a la boca del lobo y destruir un puto edificio! Además sin factor
sorpresa, ya que te tienen localizado. Mira doy por buena la historia, parece
bastante convincente, pero no quiero morir rodeado de mormones ¡Vamos tío, que
nos hemos salvado de una explosión volcánica! Con eso ya tengo suficiente. Si
gobiernan los mormones, ya les joderá cuando reviente Yellowstone. Por mí, ya
tengo de sobra. Te dejamos en la ciudad y nos vamos a ver el lago de sal para
relajarnos de toda esta mierda surrealista- ya tenía demasiado elevadas las
pulsaciones como para seguir esta dinámica.
- Estoy de acuerdo con Edu, a mí ya me vale con lo vivido hoy. Lo siento,
pero debes buscarte tu propio equipo- afirmó Bea.
- ¿Cómo nadie me va a creer? Vosotros aún habéis visto el laboratorio y
toda esa mierda que ha pasado. Tenéis que ayudarme. Es el momento. En menos de
un mes son las elecciones presidenciales. Luego ya no habrá manera. Esto será
infranqueable. Podemos conseguirlo. Todos tenemos esa responsabilidad con la
historia. Con nosotros mismos. Podemos cambiar un poco el mundo. Por lo menos
que no vaya a peor. Esto si que es activismo a lo bestia. Vamos, el subidón de
adrenalina va a ser insuperable ¿Qué le vais a contar a vuestros hijos? ¿Cómo
les vais a mirar a los ojos y decirles que no hicisteis nada cuando tuvisteis
la oportunidad? Joder, tíos ¡Os necesito!- la verdad que su español era tan
bueno como para convencer a una piedra.
- ¿Qué opináis?- no teníamos mucho margen de elección, si era que sí, tenía
que ser ya. No había tiempo para pensarlo.
- ¡Por mí vale! Este tipo tiene cojones, y está lo suficientemente loco
como para acabar con todo lo que se mueva- apuntó Nacho, afirmando lo que nos
apetecía a todos.
Tuvimos que parar en una gasolinera para recargar el combustible y comer algo.
Las meadas retenidas se liberaron en una catarsis preparatoria para nuestra
acción. Fumamos unos cigarrillos como medio de relajación. Cada uno necesitaba
un instante de individualidad. Un momento de sopesar lo que habíamos planeado.
Kevin trabajaba en la mina de Kennecott, al suroeste de Salt Lake City, en el
Bingham Canyon, la mina de cobre a cielo abierto más profunda del mundo. Era el
gerente principal. Por eso el interés en convertirlo al mormonismo. Controlar
su destino, manipulándole, les daba el poder de acceso a la mina. Y en una
guerra mundial el cobre es más que necesario.De ahí sacaríamos los explosivos para reventar todo el Temple Square, o
por lo menos la Biblioteca. No tenía problemas de conseguir lo que
necesitábamos. Él lo usaba o veía usar a menudo. El problema era que él no
podía ir. No podía desvelar nuestras intenciones. No era lógico que después de
lo sucedido volviera a su puesto de trabajo. Sospecharían que algo tramábamos.
Estaba vigilado. Nosotros teníamos que buscar los explosivos. Eso nos alteró un
poco. Los nervios estaban al máximo y necesitábamos nuestro pequeño espacio.
Sólo unos minutos.
Y como la historia siempre se repite cíclicamente, a la vuelta al coche,
nos encontramos otra vez con otros hombres apuntándonos con unas pistolas. Debían
trabajar en la gasolinera. Nuestra vida ahora gira en torno a ellas. Nos habían
localizado por el puto chip de Kevin. Ahora estábamos más jodidos que antes.
Además éstos no parecían tan estúpidos como los anteriores. Sabían lo que
hacían. No titubeaban mientras nos obligaban a caminar hacia donde imagino nos
retendrían o asesinarían. Pero no contaron bien o tenían información errónea.
Contaron cuatro personas y no vieron venir a Kara por detrás. Sin pensarlo,
cogió la manguera del surtidor, que aún seguía echando combustible, y roció a
los hombres.
- ¡Vamos rápido, todos al coche! ¡Salgamos de aquí!- era gracioso como se
hacía recurrente esta frase, en la sucesión de nuestros instantes evasivos.
Los hombres dudaron en disparar. Kara sabía lo que hacía cuando los roció.
Si disparaban saltarían por los putos aires. Aquí todo es gasolina y es
superinflamable. Eso nos dio unos segundos de margen antes de que nos
persiguieran en su camioneta. Una Ford enorme que aceleraba más rápido que
nuestro pequeño Mazda. No seguiríamos en la carretera principal. Teníamos que
usar una secundaria donde no hubiera nadie para poder ganar ventaja. La salida
al Lago de Sal. Iríamos a Antelope Island donde intentaríamos perderlos y
volver hacia la ciudad. Teníamos que estar pendientes de la salida en la I-15,
antes de llegar a Layton. Los coches desaparecían a la velocidad de la luz
debido a nuestro zigzagueante carrera al pasarlos. Así éramos un poco más
rápidos que el Ford, que mantenía la distancia. No podíamos frenar, seguro que
intentarían echarnos de la carretera. Lo tenían fácil, sólo era golpearnos un
poco y destrozarían el Mazda.
- Tengo una idea, ¿os queda algo de comida fresca? No sé, ¿alguna lata de
algo que tenga un olor fuerte?- preguntó Kevin, buscando una salida a la
persecución.
- Nos quedan unas latas de sardinas que compramos, por si nos aburría la
comida vegetariana de estos dos- confirmó Nacho, sacándolas de una bolsa de
plástico del supermercado.
- Joder, las comprasteis en secreto, ¿o qué? ¡Ni que os fuerais a morir de
hambre!- le reproché.
- ¡Esto va a venir de puta madre!- exclamó Kevin.
- ¿Qué quieres hacer con ellas? ¿Tienes hambre?- le preguntó Bea,
abriéndolas.
- ¿No habéis oído nunca nada de este lago? La altísima salinidad ha hecho
que proliferen cantidades enormes de moscas y pequeños insectos, lo que a su
vez ha aumentado la colonia de gaviotas californianas, siendo la mayor del
mundo, que se alimentan de aquellos. Lo que quiero es atraerlas a la calzada
con las sardinas y a la que vengan levanten una nube de moscas, que sorprendan
al Ford.
- Pues date prisa en arrojarlas, por que ya estamos cruzando el lago hacia
la isla- observó Bea-. ¡Y al Ford lo tenemos muy cerca!
En ocasiones las ideas más absurdas cumplen con su humilde cometido. Ésta
no fue una excepción. Tal como ideó Kevin, la comida atrajo a las gaviotas, que
levantaron la mayor nube negra que jamás haya visto. Miles de moscas escapaban
de los pájaros y cortaron en un segundo la visibilidad de la camioneta, que
derrapó, intentando esquivarlas, dando un trompo, y con el consecutivas vueltas
de campana. Acabó incrustada en un lateral de la calzada, ya tocando el agua
del lago. Nosotros frenamos, esperando a que se disipara la nube, y ver que
pasaba con nuestros perseguidores. Nadie salía del coche.
- Genial, las moscas los han matado. ¡Vámonos de aquí!- se alegró Kevin.
- Espera un momento. Si nos han seguido, sin llegar aún a Salt Lake, éstos
no van a ser los primeros. Mientras lleves ese puto chip, estamos expuestos
todo el rato. Y ahora hemos tenido suerte. Pero no creo que podamos esquivar a los
que vengan. Tienes que quitarte ese chip, o estamos perdidos- estaba nervioso
con la jodida situación.
- No puedo Edu, es la llave- matizó Kevin.
- ¿Y si alguno de esos tipos tiene un tercer pezón? ¿Podríamos darle el
cambiazo? Les quitamos el suyo y lo usamos como llave. Nadie va a sospechar.
Eso si, te tenemos que arrancar el tuyo, y tirarlo por donde sea.
- Y tendríamos que esconder el cuerpo del que tenga el pezón. Si lo
encuentran sin él, nos localizarían buscándolo- puntualizó Kara.
- Eso es. Lo mejor sería que fuésemos con los dos pezones como si nos
estuviera siguiendo aún. Luego el de Kevin lo destrozamos en algún sitio y
vamos con el otro hacia Salt Lake, como si te hubieran matado o desconectado, o
lo que sea que pase con el sistema cuando desaparece del control de seguimiento.
- Pero tenemos que separarnos. No debemos ir a la mina con el pezón. Sería
sospechoso también- dijo Bea.
Al final todos estuvimos de acuerdo con el procedimiento a seguir. Y
tuvimos suerte. De los tres hombres, que estaban más que machacados dentro del
vehículo, uno de ellos tenía un tercer pezón junto al izquierdo. No se lo
íbamos a arrancar ahí mismo. Teníamos que irnos con él en el coche hasta un
sitio más tranquilo, sobre todo por abandonar este lugar, antes de que nadie
nos viera y delatara. Costaba sacar el cuerpo del chasis que le oprimía una
pierna. La sangre salpicaba todo el interior. El conductor tenía la cara
destrozada. El olor empezaba a ser fuerte, si le sumamos el propio del lago, y
las moscas, que se pegaban a la sangre formando una de las imágenes más
asquerosas que haya visto nunca. Revoloteaban por todos lados. No podíamos ni
ver. Igual era más fácil dejar que se los comieran ahí mismo. Cedió. Nos
llevamos el cuerpo, aguantando las ganas de vomitar. Lo metimos en el maletero,
colocando nuestras mochilas en el asiento de atrás. Hora de irnos.
Tomamos otro desvío de la interestatal, hacia el Legacy Nature Preserve,
donde decidimos arrojar el cuerpo de Tony, como decidimos llamarlo, para
minimizar el trauma psicológico al que nos enfrentábamos cuando esto pasara. Es
una zona que estaba cerrada al público y nadie nos molestaría. Se pudriría
antes de que lo encontraran. Lo hicimos rápido. Lo difícil fue tomar la
decisión de quién le cortaba el pezón. Era un jodido cadáver. Fue Kevin. Dijo
que prefería probar con él, para saber como sería cuando se cortara el suyo. La
verdad que es un puto profesional. Ni titubeo. Con la navaja de cortar el pan
para los bocadillos, hizo una incisión lo suficiente profunda, para no quedarse
corto. No veíamos la profundidad ni la forma del chip. Mejor que sobrara carne.
Luego tiró fuertemente. No parecía tan grande. Pero nos llevamos todo el trozo.
Allí se quedó Tony. Entre unos arbustos.
Nos dirigimos hacia la mina. Antes paramos en una pequeña farmacia de un
pueblecito, que nos pillaba de camino, para comprar material. No se iba a
quitar el pezón Kevin con la misma navaja. Algunas gasas antisépticas, pastillas
para el dolor y antiinflamatorios, un bisturí, y vendas. Aquí vendían de todo,
y sin preguntas. Mientras pagaras lo que sea, no había ningún problema. Un poco
más adelante, encontramos un área de descanso. Suelen tener los baños limpios y
desinfectados. Aquí lo haríamos. Kevin decidió cortárselo el mismo. Controlaría
más el dolor. Yo creo que se había vuelto adicto a él, y a la sangre, y a la
muerte. Pobre hombre. Nos fijamos bien en el otro pezón. No se necesitaba
cortar mucho. Luego lo cauterizaríamos con el mechero del coche. Mucho mejor
que puntos y que tener que ir luego a un
hospital. Puede que un poco más doloroso.
Sorprendentemente no sangró mucho. Fue preciso en su corte. Sin darnos
cuenta ya poseíamos dos pezones biotecnológicos. Nacho y Bea se quedarían con
ellos, tras echar a suertes quién iba a la mina con Kevin. La idea era que
anduvieran por un sendero que rodeaba una montaña. Con un margen de separación,
como si se persiguieran uno al otro. El chip de Tony al de Kevin. Estarían así
hasta nuestro regreso. Luego destrozaríamos el chip de Kevin para ir a la
ciudad.
La mina era descomunal. Uno de esas heridas incisas en la Madre Tierra. El
agujero más profundo realizado por la mano del hombre en todo el planeta. Una
puta locura de sitio. Una vergüenza. La Kennecott Copper Mine dio los minerales
para la fabricación de las medallas de los juegos olímpicos de Londres.
Mientras contamina el aire del valle y cuenca de Salt Lake, convirtiéndola en
una de las ciudades más contaminadas del mundo, violando durante años las leyes
medioambientales. Cosa que se la suda al Comité Olímpico, con casos
documentados de niños con enfermedades respiratorias, entre otras. Todo un
entramado corporativo. Seguro que los mormones estaban implicados. Por eso
secuestraron a Kevin. Su puta madre.
Como había una opción de hacer un tour turístico, un lavado de imagen y una
auténtica sarta de jodidas mentiras, nos entretuvimos con él, dando tiempo a
Kevin para sustraer los explosivos. No era una imagen muy corporativa verle
entrar a las oficinas con una de nuestras mochilas de montaña. Algo se
inventaría. No necesitábamos muchos y él sabía que coger. Ya los había
utilizado antes.
Me aburrí de estos cabrones. No quisieron contestar a mis preguntas sobre
la contaminación atmosférica de la mina, ni con el escándalo internacional del
uso de sus minerales en unos juegos que vendían como los más verdes de la
historia, ni de su juicio con el estado federal por todo esto, y menos por
pertenecer al Grupo Rio Tinto, que ha dejado hecho mierda todo lo que ha
tocado. Además con mi inglés todos me miraban mal y con ganas, posiblemente de
pegarme una paliza. Nos fuimos a esperar a Kevin. Ya tenía que estar listo. Al
poco salió y nos marchamos en el coche.
- Dan ganas de poner los explosivos aquí. Menudos bastardos ¿Cómo fue todo?
¿Los tienes?
- ¡Menudo estrés! Para que no desconfiaran de mí, he cogido la dinamita que
me ha dado tiempo, sin que nadie me viera. Yo creo que tenemos suficiente para
crear algo hermoso- se rio con una estridente carcajada. Pienso que está
perdiendo la cabeza de a poco-.Y tengo los cables y temporizadores. ¡Estamos
preparados!
Una hora después, llegamos donde estaban los chicos esperándonos. Ya habían
destruido el chip de Kevin. El plan marchaba. Rumbo a la Tierra de los
Mormones.
Lo haríamos por la mañana. Hoy ya había anochecido y necesitábamos
descansar, después de este caótico día. Nos acercamos a Salt Lake City,
buscando un motel barato donde planear la acción de mañana. Nos hicimos con
unos planos de la ciudad, y más importante, de la parte turística, donde se
hallaba el Temple Square, y dentro de él, la Biblioteca. Nos dormimos rápido.
La ciudad tiene su pequeño encanto. En la base de un sistema de montes y
parques estatales, con un tamaño no muy exagerado, y sin tantos rascacielos,
podría ser un sitio tranquilo para vivir. Si no fuese la boca del lobo. La
contaminación no dejaba ver las montañas, los accesos por carretera daban paso
empresas que daban un aire industrial oculto a la capital de Utah, los mormones
se diferenciaban por sus calles, y no tenía pinta de ser muy ociosa. Los pocos
bares que había se abrieron hace pocos años. Estos tíos no pueden beber. Su
apacibilidad se podía convertir, en un abrir y cerrar de ojos, en una prisión.
Mejor ir al grano y no perder tiempo, comprendiendo la dinámica del sitio. El
Temple Square es fácil de encontrar. Su complejo formado por los templos, los
centros de convenciones, los museos, los edificios clásicos reconvertidos en hoteles
para ellos; sus centros de visitantes, aquí vienen de todo el mundo, La Meca
del mormonismo, con tour por todos los puntos turísticos; sus oficinas, y todo
lo que mueve este entramado; se localiza a la distancia. Ya estábamos aparcando
cerca de la Biblioteca.
Templo principal en el Temple Square
- Aquí se decide todo. No os he dicho nada, por que imaginaba que estaríais
pensando lo mismo que yo, ¿y si no funciona el chip como llave? Eso vosotros lo
tendréis que esperar. Tengo que ir yo sólo, lo que pase a partir de ahora va a
ser mi responsabilidad. Vosotros esperadme aquí. Si todo va bien, en unos
minutos estoy de vuelta- notaba como le caía una ralentizada gota de sudor por
su frente pálida.
- Después de llegar hasta aquí, la espera se me va a hacer interminable-
confesó Bea, dándole un fuerte abrazo de suerte.
- Ten mucho cuidado. Si no lo ves claro, vuelve y planeamos otra cosa. No
sabemos lo que te vas a encontrar allí dentro. No me imagino que esté lleno de
seguridad, pero igual no es fácil. Y piensa que no puedes ir matando al que
pilles por delante. Tienes que desactivar los chips, sacar la información y
volar el edificio ¡No es ir a comprar cigarrillos!- le advirtió Nacho.
- Ya lo sé. Tengo una ligera idea de cómo puede ser. Y lo visualizo en mi
cabeza. Le he dado mil vueltas a todas las variables y no va a ser tan
improvisado como pensáis. Creo que lo tengo bastante controlado. Estoy
tranquilo.
- Sólo nos queda entonces pegarte el chip ¡No pensarás ir con él en la
mano! En mi mochila tengo pegamento. Es un poco fuerte, luego, a tu vuelta ya
lo despegaremos. Lo importante es no llamar la atención. Hazte el zombi como
todos los demás ¡Míralos! ¡No sé si es el chip o son así!- comenté intentando
eliminar la tensión ambiental y echarnos unas risas juntos, antes de lo que
viniera.
- ¡Muchas gracias por todo, chicos! Ha sido bueno trabajar en esto juntos.
Más mentes, mejores ideas. Me voy a ir ya. Esperadme aquí. Se puede aparcar por
dos horas gratis. No os van a echar y tardaré menos que eso. Deseadme mucha
mierda.
Mucha mierda, le gritamos todos a la vez. Ya estaba listo. Con el pezón
pegado, la mochila llena de los explosivos, y con una tranquilidad que me
dejaba pasmado. Lo vimos irse caminando hacia el punto indicado. Ya no podíamos
hacer más que esperar. También eso iba a ser difícil.
Estaba más que ensayada la salida de la ciudad. Los cruces que debíamos
tomar y las diferentes direcciones de las calles. En cuanto Kevin regresara,
nos iríamos rápido de aquí. Los nervios se acrecentaban por minutos. Nadie
quería comentar nada. Pusimos la radio. Cambiaba de emisora con inquietud. A
nadie le importaba. Cada uno pensaba en lo suyo. Lo que fuere que sea. Las
miradas cómplices se cruzaban. Las piernas no dejaban de moverse. Yo no podía
parar de morderme las uñas. ¡Joder que tensión!
No pasó ni una hora cuando lo vimos salir. Algo ocurría. Su mirada estaba
perdida y en otro lugar. No estaba bien. Empezó a correr hacia nuestra posición
¿Qué hacíamos? ¿Le esperábamos? ¿Salíamos del coche a ayudarle, a protegerle?
No dio tiempo a nada. Tras él un guardia de seguridad le gritó que se
detuviera. Él lo ignoró. Sacó su arma y le disparó tres veces por la espalda.
El hijo de puta debía tener buena preparación, por que acertó los tres
disparos. Kevin cayó al suelo inerte. Por lo menos fue rápido. No sufrió.
- Arranca despacio, Edu ¡Salgamos de aquí!- me sugirió con calma Nacho.
Por el espejo retrovisor, vi cómo se acercaban dos guardias al cuerpo de
Kevin. Se le quedaron mirando y hablaban entre ellos. Poco a poco se llenó la
calle de curiosos. Desaparecieron a mi vista.
Tal como lo teníamos estudiado, tomamos una tras otra las diferentes calles
para salir de la ciudad. El silencio reinaba en el coche. Nadie quería decir
nada hasta estar seguros fuera de aquí. Quería apretar el acelerador y mandar a
la mierda todo esto. Pero no debíamos correr riesgos. Sólo faltaba que nos
parara una patrulla de policía local.
¿Cinco minutos? No sabría decirlo con precisión, pero fue rápido. Aún no
habíamos llegado a la interestatal, cuando oímos la explosión. ¿O explosiones?,
luego cada uno tendría sus versiones. El sonido hizo vibrar el coche. No llegó
la onda expansiva, aunque el cristal delantero se agrietó en dos puntos. No
miramos atrás. No veríamos nada. Sólo humo y fuego. Creo que estamos avocados a
que se repita lo mismo. De un volcán a unos explosivos. El fuego y la furia nos
acompañan.
Sabemos que el edificio ha reventado. Todo lo que hubiera dentro, con él.
Kevin logró colocar los explosivos y sabía lo que se hacía. Seguro que los
demás edificios han sido dañados, y la imagen idílica de la ciudad ya no será
la misma nunca. Lo que no sabemos es si consiguió desactivar al ejército
mormón. Si esos malditos chips se han eliminado, liberando con elloa sus poseedores.
Sólo nos queda esperar. Las elecciones están cerca.
Para nosotros, damos
por concluidas estas vacaciones. Nos volvemos a Denver.